En la fragmentada
historia de la izquierda radical española, la Liga jugó un papel, aunque ni la mitad de
importante como el pudo haber jugado de no desaparecer...
Allá por la primera
mitad de los años sesenta, un sector de la juventud española radicalizada
contra el franquismo inició una evolución hacia lo que llamaban
"trotskismo", (un concepto contaminado con otros más amplios) que
culminaría con la creación de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) en 1971.
Aquella fue una época en
la que el movimiento obrero comenzaba a recomponerse aceleradamente dando la
espalda a la izquierda republicana tradicional, emergían las Comisiones Obreras
y la universidad aparecía como el foco de agitación más estable contra la
dictadura. Unas nuevas generaciones
reemplazaban a las que habían sufrido los
años más oscuros, y se manifestaba otorgando a la cultura y al debate político
una importancia muy acentuada. Se trataba tanto de recuperar la memoria (un
lugar en el que aparecían el POUM y las ediciones de obras de Trotsky) como de
encontrar un nuevo «mapa» en una situación internacional determinada por el
«equilibrio del terror», pero que se empezaba a mover, sobre todo en el Tercer
Mundo. La revolución cubana aparecía plena de vitalidad, abierta, y demostraba
que a veces las dictaduras no eran tan fieras como lo pintaban.
Su "prólogo"
organizativa fue el pequeño pero singular grupo posadista que no tuvo ningún
reparo en denominarse Partido Obrero Revolucionario (POR), con un paréntesis en
el que se afirmaba: «sección española de la IV Internacional»,
añadiendo a veces «(trotsquista)». Algunos de los componentes de este grupo
como Jordi Dauder, Lucía González, Diosdado Toledano y Antonio Gil, jugaron un
papel de primera magnitud en la
LCR La siguiente oleada trotskiana apareció en el seno del
FLP (ESBA en Euzkadi, FOC en Cataluña), un grupo que representó una tentativa
intensa de renovación de una izquierda republicana destruida (CNT) y aletargada
(PSOE), aparte de dividida, y que se cuestionaba abiertamente los aspectos más
estalinistas del PCE, «el Partido» de la clandestinidad. El FLP encontró sus
fuentes de energía en las revoluciones en el Tercer Mundo, en las diversas
aportaciones de la «nueva izquierda», y fue un activo impulsor de la difusión
cultural radical, auspició debates deslumbrantes en un medio tan apagado como
el del franquismo oficial (que a lo máximo que llegaba en este terreno era a
polemizar si el problema de España seguía vivo o no). Gracias al FLP sonaron
nombres como el de Lukács (a través de José Ramón Recalde), el cristianismo
socialista y Emmanuel Mournier (a través de Alfonso Carlos Comín), André Gorz,
Lelio Basso, o sea, del PSU francés y del PSIUP italiano. El hilo también
llevaba a Ernest Mandel, a las guerrillas peruanas con Hugo Blanco. Se puede
decir que, por entonces, toda izquierda que sin rechazar el marxismo quería
criticar el estalinismo, estaba obligada a hacer una visita a la tradición
creada por León Trotsky con muchas ayudas.
El concepto cobró mayor
actualidad cuando fue aplicado al sector «exterior» felipista. Dicho sector fue
punto de partida de un nuevo agrupamiento reunido en torno a la revista Acción
Comunista (AC), cuya primera editorial (1965) era algo así como una
reproducción ampliada y más elaborada de la resolución que sobre España adoptó
el Congreso de Reunificación de la
Cuarta (1963). AC, que en 1967 daría su nombre a un grupo
específico, acabó distanciándose de la Cuarta para optar por una línea más próxima a la
tradición luxemburguista y más de acuerdo con la idea de un partido
izquierdista amplio.1
Mayo del 68 abrirá una
nueva fase que resulta coincidente con la crisis final del grupo. Entonces
aparecerá otra corriente trotskista, esta vez mayoritaria, y que crearía a
finales de los años sesenta la revista Comunismo, que será la piedra angular de
la LCR, fundada
en 1971 siguiendo el modelo de las Ligas. Entre sus animadores destacaban
viejos «felipistas» como Miguel Romero, Jaime Pastor, Manolo Garí, en Madrid; y
Juan Tolosa («Carapalo», apodo popular de Buster Keaton), Martí Caussá,
Meritxell y Miriam Josá, Joan Font («Duran»), Pau Pons, Jaume Roures («Melan»),
Ricardo Huélamo («Arturo»), Xavier Montagut (Xarli), etcétera. La reunión
constituyente en Barcelona tiene lugar en casa de los Maragall en presencia de
dos hermanos, Ricard y Pasqual, pero este último no tardará en apartarse. El
grupo se implanta rápidamente en universidades, en institutos y en amplios
sectores de la juventud obrera radicalizada, así como en empresas como Seat (Diosdado
Toledano y Antonio Gil), muy marcada por las referencias sindicalistas
revolucionarias, con su enérgica defensa de los comités revocables elegidos
abiertamente en las asambleas, la acción directa desde abajo, la huelga como
punto de partida para la extensión territorial, su conexión con las barriadas,
la defensa del frente único y de la unidad sindical, etcétera, planteamientos
que guiarán una extensa lista de huelgas ejemplares en las que se demostraba
que la clase obrera no era solamente la espina dorsal del antifranquismo, sino
que podía plantearse objetivos políticos rechazando tirar del carro de una
burguesía que pretende desviar el movimiento hacia sus propios propósitos…
En esta enérgica
evolución, la importancia de los escritos de Trotsky es más bien de orden
secundario; el encuentro con éste y con la tradición que representaba se hizo
primordialmente a través de la trilogía de Isaac Deutscher, cuyo enciclopedismo
contribuye a crear la imagen del trotskista ilustrado, amén de muy
sesentayochista por sus actitudes libertarias, lo que se ha podido definir como
un «izquierdismo razonable». El engarce con la Cuarta se hacía sobre todo
a través de la Liga
francesa. Creada, pues, bajo este signo, la Liga española carecerá del soporte de una vieja
guardia; sus «veteranos» son felipistas de mitad de los años sesenta. Serán
éstos quienes trataran de conferirle una primera fundamentación teórica propia;
no obstante, ésta será, al menos en los primeros años, plenamente deudora de
los franceses.
Su debut político será
fulgurante, apareciendo como una ruptura frente al paternalismo de los partidos
tradicionales, como un desafío abierto. Decir «Liga» era decir un proyecto para
crear el «instrumento de la revolución» desde la periferia juvenil al centro
proletario. La Liga
despliega un impresionante élan militantista y divulgativo coincidente con una
fase de incorporación masiva de una juventud izquierdista a la lucha, y refleja
todos sus sueños liberadores, como el feminismo, la libertad sexual, el
psicoanálisis, el rechazo del consumismo, etc. Todo ello como parte del
reforzamiento de las expectativas socialistas alimentadas por los mayos, las
crisis latinoamericanas, la revolución de los claveles, el cine político, la
irrupción del libro de bolsillo, etc.
Aquí también se trata de
imponer una línea de frente único para sobrepasar a los reformistas, atributo
que también se hace extensible a los diversos grupos maoístas en una época en
que la tarea primordial pasa por «desenmascarar» la política reformista del PCE
(que por entonces sufrió constantes desbordamientos desde su área juvenil),
homologado con el PCF. Después de poco más de un año de un izquierdismo
rupturista que trata de crear comisiones revolucionarias, y una de cuyas
acciones más significativas fue la de poner «patas arriba» la emblemática calle
Tusset de la gauche divine barcelonesa, tiene lugar un fuerte debate de
reconsideración en el que la Liga
queda dividida en dos mitades.
Una la representa la
tendencia «en marcha» y tiene el respaldo de la LCR francesa y del secretariado unificado, y su
planteamiento pasa por una rectificación parcial del curso, mientras que la
otra subraya que la organización se encuentra en una «encrucijada» (los nombres
se derivan del título de los textos), que coincidirá con las posiciones de la
minoría internacional liderada por el SWP, y que ofrece una enmienda más
clasisista (había ayudar a recomponer el movimiento obrero antes de abordar
actividades "luminosas", y trabajar por un frente proletario) al
citado curso, y trata de recuperar las líneas estratégicas más de trabajos de
masas y de inserción. El debate acaba bloqueando a la organización, y la
dinámica rupturista se impone. Ahora se trataba ante todo de demostrar de parte
de quién estaba la razón. Como no podía ser menos, el coste militante de estas
crisis resultó muy grave, al tiempo que reforzaba el mito del trotskismo
condenado inexorablemente a la división. Hay que decir que este tipo de
argumentos eran muy propios de los grupos maoístas que competían entre sí a la
hora de trabajar por ganar influencia, y que a su vez estaban fragmentados, al
tiempo que se solían descalificar a la vieja usanza estalinista.
A pesar de este primer
cisma, la Liga
se impone netamente respecto de otras variantes de pequeñas organizaciones en
las que la ligazón militante con la realidad es muy débil (como fue el caso del
POR posadista o del lambertismo). No creo que exista la posibilidad de
registrar el alcance de la implantación de la Liga en este primer período, pero, aun siendo un
grupo menor al lado de los más importantes, antes de la primera crisis se llegó
contabilizar solamente en el Baix Llobregat una cifra de setenta afiliados, en
la que la mayor parte eran jóvenes simpatizantes. Vistas en perspectivas,
aquellas crisis, como la que dio lugar a dos Ligas, la LCR y la Liga Comunista,
ofrecen la idea de una militancia con 40º de fiebre, sin una conciencia precisa
de las dificultades que comportaba la propuesta de convertir el derrocamiento
del franquismo en la apertura de un proceso hacia la revolución socialista.
Había una conciencia de
que se asistía a la «agonía de la dictadura», en particular gracias a las
crecientes energías militantes las luchas obreras podían alcanzar el
calificativo de «ejemplares» (hubo militantes que se hicieron como José Arán
(«Deguís»), José Borrás («Anarco»), Enric Montraveta, Pedro Navarro, etcétera,
que fueron expertos en el «oficio» de lograr que una «chispa» que encendían
empresas o cinturones industriales, la llanura de un sector), en la
universidad, los trotskistas podían radicalizar cualquier «movida» y se imponía
brillantemente en los debates. Algunos de ellos figurarán como líderes de la
experiencia autogestionaria de Numax, y aparecen como tales en la película de
Joaquín Jordá, Numax presenta...
En la Universidad de
Barcelona fueron celebrados oradores y polemistas militantes como el gallego
Joaquín Trigo («Trude») o el panameño José Eugenio Stoute («Tam Tam»), luego
uno de los animadores de Fontamara en una época en que el libro «trotsko» era
ampliamente perceptible en las librerías más avanzadas.
Se puede decir que las
audacias en la acción aparecían complementadas por las dotes de militantes
«palizas», muy leídos, especialmente atentos a cualquier debate, incluidos los
que se podían dar en cualquier parroquia y cine-forum, bien para galvanizar,
obligando a los líderes «reformistas» a emplearse a fondo, y muchas veces
desbordarlos, hasta el punto de que esto se hizo casi una tradición…
Los de la Liga poseían un sentido de la
historia que resultaba confirmado mediante una auténtica pirámide de obras
maestras entre las que se contaban las de Pierre Broué, Edmund Wilson y un
largo etcétera, como testimonian las diversas anotaciones bibliográficas de
este trabajo, que no incluyen los manuales de todo tipo, buena parte de ellos
aparecidos en los «Cahiers Rouge», editados por la Liga francesa con François
Maspero, y cuya práctica totalidad fueron traducidos en unos modestos
«Cuadernos Rojos».
Buena parte de esta
documentación se citaba entre las interminables listas de «obras de consulta
obligatoria» que se recomendaban en los seminarios. Las «buenas bibliotecas»
-hasta los simpatizantes más tibios la podían tener; adquirir libros de
izquierdas llegó a ser casi una forma más de acción- comprendían igualmente «lo
último» de las producciones teóricas francesas de Daniel Bensaïd, Pierre
Rousset, Henri Weber, pero también inglesas: Perry Anderson, Robin Blackburn,
Norman Geras… Lo que no se poseía era una escuela propia, la capacidad de
aplicar los esquemas a las realidades cercanas. Esto se suplía en buena medida
mediante un entusiasmo que, ya después de las primeras elecciones libres (15-J
de 1977), llevó a pensar a una importante minoría de la Liga unificada que se estaban
creando las condiciones de una situación prerrevolucionaria, y esto fue objeto
de un debate primordial en el congreso que unificó las dos Ligas. Sus
componentes pertenecían tanto a una como a otra fracción. Hoy resulta evidente
que padecían un eclipse político. No habían aprendido a tomar la medida de la
historia, y que se confundía con sus tamaños, como cuando de niño te crees que
la (próxima) iglesia de tu pueblo es mayor que un (lejano) rascacielos. Las
clases dominantes habían recuperado la iniciativa, la izquierda tradicional se
plegaba ante sus exigencias. Y, sin embargo, subsistía la impaciencia
revolucionaria. Se había dicho que había que movilizar a las masas, adelantarse
a que los burócratas instalaran sus despachos, pero no fue posible. Al poco
tiempo toda la izquierda de filiación maoísta entraba en una crisis sin
solución de continuidad.
En el calor de las
luchas, el desbordamiento de las apuestas reformistas llegó a parecer
perfectamente posible. Hubo momentos en que las huelgas y las movilizaciones,
animadas por las corrientes izquierdistas y por sectores de las bases del
PCE-PSUC, sobrepasaron los propósitos pactistas y causaron un desbordamiento de
los planes de reformas. En ese estado de cosas, el trotskismo apareció como una
forma de marxismo libertario, opuesto a las «burocratadas», y con una creciente
capacidad de atracción que permitió creer en la posibilidad de estabilizar una
alternativa de izquierdas capaz de superar las componendas.
Un buen ejemplo de esta
atracción nos lo ofrece la trayectoria de una fracción, entonces mayoritaria en
el seno de ETA, concretamente la que dio lugar a Komunistak (luego el MCE), y a
partir de la cual se produjo un proceso de maduración política en el que se
mezclaban aspectos programáticos y estratégicos: revolución permanente
(realización de las tareas democráticas y proceso de revolución socialista),
crítica de la estrategia militarista existente en ETA, crítica de la burocracia
estalinista en la URSS,
dimensión internacionalista de la lucha de liberación nacional, etc. En la VI Asamblea se produce
una ruptura política en el seno del movimiento de liberación nacional vasco, en
virtud de la cual los defensores de la antigua línea permanecerían agrupados en
ETA V Asamblea (línea que condujo, con todas las crisis y vicisitudes
posteriores, a la actual ETA). Dentro de la propia VI Asamblea, se produce un
proceso de evolución político-ideológica hacia el trotskismo en un proceso que
comienza con una campaña internacional de la Cuarta contra el proceso de Burgos. En esta
evolución, la influencia de la LCR
francesa fue determinante. La posterior unificación de la LCR con ETA VI constituyó un
salto cualitativo que se complementaría con la ya mencionada de 1977. La
influencia y las raíces sociales de ETA VI contribuyeron a hacer avanzar la
implantación social y la experiencia en el trabajo de masas en el conjunto de
LCR. ETA VI tomará el nombre de LKI, logrando ser a buen seguro el colectivo
trotskista más implantado, e imprimiendo en la organización una mayor
predisposición para asimilar la cuestión nacional así como la aceptación (no
siempre lo suficientemente crítica, desde mi particular punto de vista) de la
opción independentista…
En estos primeros
tiempos, las rupturas podían llegar a verse como problemas derivados de métodos
con lógicas irreversibles, frente a las cuales únicamente cabía oponer una
lógica opuesta y más correcta de la que emergería la oportunidad de ocupar un
espacio decisivo en un territorio (todavía) ocupado por el PCE y por los
diversos maoísmos, o bien por algunos nacionalismos como el vasco. Sin embargo,
la crisis de 1973 provocó el distanciamiento de una franja significativa de la
militancia, y confirmó el estereotipo del trotskismo fraccionalista del que
nunca se acabaría enteramente de recuperar, un panorama ampliado por la aparición
de otras fracciones, comenzando por la Organización Trotskista,
que luego retomó idénticas siglas grandilocuentes del posadismo, PORE, y por
supuesto «sección» integral, y verdadero trotskismo, algo que se demostraba
acusando a los otros de falsos. La lista prosigue con las alimentadas desde
Argentina por Nahuel Moreno, con sus respectivas divisiones y fracciones, todas
auténticas. Luego siguen las británicas conectadas con Healy o con Militant, y
más tarde con el SWP de Tony Clift, que en estos momentos está constituido como
un colectivo llamado En Lucha (En Lluita, en Cataluña), muy activo y
disciplinado y, cuando menos, ajeno a las pretensiones de ortodoxia, y con
aportaciones propias generalmente bien valoradas. De todas ellas se ofrecen
algunos detalles en el apartado de los diferentes «ismos» surgidos del tronco
de la Cuarta,
un árbol genealógico que obliga a abreviar so pena de marear hasta al lector
más avezado.
En el momento de su
reunificación en 1977 (de la que quedan fuera pequeños grupos autónomos; unos
acabarán disolviéndose y otros apuestan por actitudes radicales como el
movimiento okupa), el horizonte de una nueva revolución española a caballo de
huelgas generales para dar nuevos pasos en el desbordamiento de la reforma
pactada (muy moderada en sus inicios) parece alejarse, y la LCR se debatirá entre una
mayoría que apuesta por una recomposición del movimiento frente a una potente
minoría que lo hace por la previsión de una crisis revolucionaria próxima.
La victoria de la
primera opción significó también el desaliento de muchos militantes que habían
hecho de la ruptura revolucionaria casi un modus vivendi. La historia, pues,
pasaba por el largo plazo, y durante más de una década la LCR, del brazo de otros grupos
del izquierdismo razonable, permanecerá como expresión de una izquierda
extraparlamentaria con la que se contaba en las luchas pero no en las urnas,
ocupadas por una izquierda cada vez menos transformadora y cada vez más
transformada; el «felipismo» será la medida de cómo el «socialismo», incluso el
socialdemócrata, podía ser invertido y convertido en algo muy diferente, si no
contrario. Los que quedan se enfrentaran a otra travesía del desierto de la que
parecen que tendrá una salida a caballo de la revolución en Centroamérica, o del
empuje de la movilización contra el ingreso en la OTAN, pero estas nuevas
derrotas acabaron por quebrantar seriamente a una generación que ya comenzaba a
peinar calvas o canas, mientras que las nuevas hornadas de militantes que
aparecen son bastante minoritarias e inmersas en un contexto de declive, y no
están, salvo contadas excepciones, por hacer de la militancia su manera de
vida, y las comparten con otras exigencias más personales animando tal o cual
sector en ebullición.
Aunque toda esta
historia quizás parece hoy más lejana que la de la Guerra Civil,
recordemos que desde los años ochenta la
LCR, junto con el MC, agrupaba algunos núcleos de activismo
militante que, entre otras cosas, insuflaba vida a una izquierda sindical que,
cuando menos, quitaba el sueño a los burócratas sindicales y daba la batalla en
la calle contra el desmantelamiento industrial. A pesar de que en realidad
contaban con una implantación reducida, se trataba de gente muy forjada, con
incidencia en sectores no organizados entre el personal que daba la cara en
todos los conflictos, aunque luego nadie los votaba. No obstante, estas
«pasadas por las urnas» (en expresión castiza de José Borrás) no eran
obstáculos para animar los cotarros combativos de sindicalistas, feministas,
insumisos, gays-lesbianas, okupas…; contaba con periódicos en Madrid (Combate),
Barcelona (Demà) y Euzkadi, de una rica revista de debate (Imprecor), etc.
Cuando mejor se vería la importancia de su presencia radical fue cuando su
ausencia debilitó -a veces de manera decisiva- la marcha ulterior de estos
movimientos.
La alternativa de una
«convergencia» revolucionaria con el MC, último reducto parcialmente
reconvertido del maoísmo. Se trataba de un grupo más implantado, con una
maquinaria dirigente mucho más engrasada, y que, después de una larga
experiencia de activismo común, apareció como una tabla de salvación contra el
que únicamente una minoría, acusada de sectaria, puso pegas tan razonables como
la exigencia de mantener la sección de la Internacional, algo
que habían hecho otras secciones inmersas en aventuras unificadoras. Esta
exigencia resultó tanto más evidente cuando la realidad empezó a demostrar que
se trataba de una huida hacia delante, y que la convergencia entre
«revolucionarios» no era tal desde el momento en que el MC estaba dejando de
revolución de un día para otro en una crisis de identidad que le llevó a un
lugar ideológicamente incierto, con un mapa que únicamente conocía una
dirección organizada como una secta en la que, los comités controlan la base,
la dirección domina los comités, y un líder (Eugenio del Río) domina la
dirección.
Quedó claro que, si bien
la LCR estaba
hecha a la pluralidad, para trabajar lealmente como minoría, la dirección
verticalista del MC nunca haría lo propio. No hubo pues antídoto en el momento
en que dicha dirección tiró por la borda toda su tradición marxista para seguir
funcionando con una definición ideológica light pero con los hábitos
internistas clásicos; el grupo mantenía sus prerrogativas (un periódico, una
editorial), pero abandonaba la acción consciente y organizada.
El peso de la
restauración conservadora (del «nosotros» al «yo») había llegado incluso a
minar la voluntad organizativa que había hecho del socialismo, y la
organización llegó a aparecer como algo opresivo. Algo había de verdad, sobre
todo si consideramos que en el MC había una veta estalinista que todavía
funcionaba. Por más que la gente de base podría comenzar a pensar una cosa, al
final acababa aceptando las directrices de sus líderes. Éstos, antes de que «su
gente» pudiera optar por la Liga,
preferían la disolución. Dicha disolución afectó muy gravemente a todos los
colectivos sociales insumisos, y la vida personal se convirtió en una meta en
sí misma; no había que tratar cambiar el mundo -como se decía en una película
de Ettore Scola-, porque al final es el mundo el que te cambia a ti. Se trata
de una formulación propia de los ex comunistas, y hoy sabemos mejor lo que
significa: no hay más que ver la evolución «socialdemócrata» sin reformas del partido
de D’Alema.
Así pues, la Liga se desplomó justo cuando
su presencia era más necesaria para una recomposición que se aplazaba, pero que
se iba a mostrar más necesaria que nunca, y cuando comenzaba a cobrar alma y
cuerpo en algunos lugares como Andalucía. La caída produjo no una reacción,
sino un profundo desaliento; sólo una minoría muy exigua persistió en una
apuesta de reconstrucción.
En esta «implosión»
pesaron muchos factores, en primer lugar la suma de derrotas, al final de las
cuales llegó a parecer que el mundo cambiaba de base pero al revés, como la
planteaba la letra de La internacional. Repasemos muy brevemente: a) derrotas
internacionales devastadoras, triunfo de la estrategia «contra» en Asia,
América Latina y en el África portuguesa; la práctica desaparición de la
izquierda en el Este después del desplome de la URSS, etc.; b) el 23-F ya había recortado
drásticamente los límites de lo social y democráticamente posible; luego el
PSOE ganó unas elecciones para aplicar el programa que la derecha no estaba en
condiciones de aplicar; y c) el PCE y el PSUC ya se habían «suicidado» como
partidos-movimientos, y luego se habían desmontado los aguerridos partidos
maoístas (PTE, ORT, BR), de manera que llegó un momento en que el escenario
«radical» quedó cada vez más limitado a la difusa franja libertaria, sobre todo
a los grupos independentistas -un ámbito en el que la gangrena de ETA se fue
haciendo cada vez más tenebrosa y contraproducente-, al MC y la Liga, y poco más.
Después de haber
apostado a fondo por la solidaridad activa con Nicaragua y El Salvador, esta
izquierda radical puso toda la carne en el asador de la campaña anti-OTAN, una
campaña movilizadora cuya derrota llegó «desde dentro», por un PSOE erigido en
la única izquierda «posible», y el voto a favor del «sí» tuvo consecuencias
nuevamente devastadoras. Al final llegó una reedición del llamado «desencanto»,
y muchos y muchas optaron por agarrarse a una piedra en tal o cual entidad
solidaria o quedarse en casa, cuando no por buscarse un lugar al sol que más
calentaba…Parecía que el paradigma marxista se había hundido. La clase obrera
sufría un brutal proceso de derrotas y desestructuración, la realidad
sobrepasaba los análisis, y la historia volvía a parecer algo que te invitaba a
pensar únicamente en las cosas más inmediatas y cotidianas.
No obstante, en
condiciones de adversidad muy similares, otras secciones de la IV Internacional
superaron embates similares y sobrevivieron, aunque notablemente afectadas. No
obstante, quizás quepa subrayar que el retroceso de la izquierda social fue
aquí más brutal que en otros países; aquí los que eran niños en la última
huelga general ahora casi peinan canas; después se «negocia» con cada vez menos
capacidad y fuerza, pero, aun así, era posible persistir aunque fuese con menos
exigencias. Sólo faltaba la vinculación orgánica y la voluntad de mantenerla,
pero para ello había que estar de acuerdo con el paradigma revolucionario, que,
en aquellos momentos de crisis, parecía extraviado, y optar por un pensamiento
fuerte se le antojaba a muchos un tren que ya no llevaba a ninguna parte. Sin
embargo, dicho tren convirtió en parlamentarios a los antiguos
extraparlamentarios, y, a todo esto, llegaron los nuevos vientos de Porto
Alegre.
Afectada por esta suma
de crisis, por un cansancio generacional, este escenario imprevisto sorprendió
a la dirección de la Liga
exhausta y con el paso cambiado. Había cometido la solemne estupidez de quemar
los barcos (o las barcas), de no prever la garantía de una asociación -una
fundación, lo que fuese- afiliada a la IV Internacional.
Esto impidió que hubiese una red de recogida en la hora del desconcierto. En
vez del reagrupamiento y el habitual furor polémico, llegó el estupor, un vacío
que impedía cualquier valoración para la que, se pensaba, se carecía de las
suficientes perspectivas.
Para colmo, algunos de
los portavoces (Joaquín Nieto, Ramón Górriz) de la aguerrida Izquierda Sindical
que había mostrado su potencial en las sucesivas convocatorias de huelgas
general o en las movilizaciones contra los desmantelamientos industriales (que
tan bien escenifica Fernando León de Aranoa en Los lunes al sol), reaparecieron
en la siguiente escena, pero ahora como «martillos» de los «críticos» de
CC.OO., en una película que recordaba La invasión de los ladrones de cuerpos
(Donald Siegel, 1956). Los sectores obreros que comenzaban un proceso de
radicalización contra las consecuencias del neoliberalismo, con la ayuda
inestimable de los más rigurosos y creativos discípulos de Mandel en España, Jesús
Albarracín y Pedro Montes, se encontraron con que alguno de los antiguos
profetas ahora agitaban el pretexto de liberarse de la «tutela» del PCE para
caer en la tutela burocrática cuando no soterradamente gubernamental, según la
cual hay que escoger lo menos malo, y negociar y negociar aunque no se tenga
apenas una maldita carta en las manos...
A partir de aquí,
cualquier proyecto de recomposición únicamente podría venir a partir de una
resituación estratégica (una palabra que daba pavor a quienes, ante todo,
querían sobrevivir) y de un encuentro con las nuevas generaciones que, de
momento, no se veían en el reducido teatro de lo que se movía más allá de
algunos casos aislados. Muy poco en medio de un abrumador peso conservador, en
no poca medida derivado de las propias conquistas sociales de décadas atrás,
del «bienestar» de una clase obrera que ahora empezaba a perder más o menos
lentamente, y cuyos descendientes actuaban en muchos casos como hijos de papá
que querían que siempre fuera domingo. Y sin la energía básica de una juventud,
minoritaria ciertamente en momentos tan significativos como la campaña contra
la primera guerra del petróleo, apenas se podía pensar en algo que no fuera
apostar por preparar tiempos mejores en los que, de nuevo, luchar y transcrecer,
en consonancia, finalmente, con una nueva contestación provocado por las
propias victorias del neoliberalismo.
Los restos del naufragio
se refugiaron en grupos como el Espacio Alternativo, Izquierda Alternativa, el
Col·lectiu per una Esquerra Alternativa en Cataluña o la Plataforma de
Izquierdas en Madrid, y luego aparecieron grupos juveniles como Batzac, como
parte de un conglomerado trotskiano afín ahora delimitado no tanto por la
historia, sino por qué hacer frente a la globalización neoliberal. Entre los
primeros, algo estaba claro: tenían que vincular su apuesta de recomposición
con el proyecto «transformador» de IU como el «tercer partido», o sea, como una
opción alternativa a la «casa común» de la socialdemocracia light. Cabría
anotar que IU, con todas sus contradicciones, permitía unos grados de
democracia interna que al viejo PCE (y también al MCE) le habrían parecido
excesivas, y ello a pesar de la línea quebradiza de Julio Anguita.
El «anguitismo» era una
rara avis en la cultura comunista tradicional (aunque el nuevo clan mediático
de Javier Pradera en El País le atribuía los rasgos que podían ser los propios
del institucionalmente canonizado Santiago Carrillo). Anguita era capaz de
vuelos de altura, pero también lo era de tropezar en cuestiones elementales. No
obstante, la cuestión es que, por primera vez desde los años veinte, permitía
trabajar en una plataforma pluralista por la construcción de una «tercera
izquierda» enérgica y movilizadora en el camino inicial de Refundazione antes de
la caída.
Este camino de
recomposición vendrá duramente allanado por la intervención activa en las
Marchas contra el Paro, en ocupaciones como las protagonizadas en Andalucía y
en Barcelona (iglesia del Pi; un momento para hacer un homenaje al entrañable mossèn
Vidal, que seguía tan noble y activo como cuando daba cobijo a las primeras
comisiones obreras), en huelgas como la de Miniwatt, en la lucha por un
sindicalismo por otra globalización, abierto y participativo en la CGT a pesar de las tentativas
uniformistas del anarquismo más político-antipolítico, etc.
Un campo de prueba de
esta posibilidad tendría lugar en Cataluña con EUiA, en un tiempo que antecede
a la consolidación del movimiento por una globalización alternativa. Existían
tres tests para dictaminar la realidad de esta prueba: uno era el papel que se
le daba a la opción institucional; el segundo, la actitud que se debía tomar en
relación con el conflicto con la burocracia instalada en Comisiones; y en
tercer lugar, la democracia interna. En contra de lo que pensaban el PCC (con
una alianza privilegiada con la fracción del POR ya de vuelta de pasados
furores) y una parte del PSUC viu, las elecciones fueron la constatación de que
el proyecto llegaba cuando se invertía el ascenso del «anguitismo» electoral y
el PSOE-PSC se recuperaban. Cerrada esta posibilidad, ambas formaciones
sometían sus «críticos» al juego del poder en el sindicalismo institucional de
Comisiones… El PCC entonces recuperó su esquema del programa mínimo (o sea, de
no perder el tren institucional ni los puestos en la dirección de Comisiones),
y puso su maquinaria en marcha… En lugares como la pequeña localidad en la que
resido pude contemplar cómo funcionan las tradiciones estalinistas, aunque sea
en su fase más decadente. En una agrupación pequeña, y en la que apenas cuatro
se movían como militantes reconocidos, el voto era ferozmente disputado con tal
de asegurar un delegado del PCC. Estos delegados, ajenos a cualquier activismo,
eran ciegamente apoyados por la afiliación pasiva y votaban lo que el partido
mandaba. Había que cumplir la consigna.
De esta manera, el
cosuttismo (de Cosutta, que rompió con Refundazione para mantener sus
prerrogativas institucionales en alianza con el ex comunista D’Alema, quien
desde su nueva izquierda evolucionó hacia... el Opus Dei) conseguía una amplia
mayoría en la que los representantes de los movimientos se encuentran en franca
minoría. Así, cuando tiene lugar una lucha (como la de los sin papeles
encerrados en la iglesia del Pi, de Barcelona) o movilizaciones (como la de
marzo de 2002 contra la cumbre europea en dicha ciudad), cada uno ocupa un
lugar diferente en el escenario. Mientras que los sectores activos de EUiA
buscan ante todo proteger estos pasos hacia adelante de las maniobras
integradoras del poder municipal (PSC, IC, más Comisiones Obreras-UGT), la
dirección de EUiA reedita la enésima variación de una opción institucional,
aunque para ello tenga que enfrentarse a los movimientos.
Esto ocurre en un
momento histórico en que la izquierda «realmente existente» carece del más
mínimo margen de maniobra para ofrecer aunque sean unas reformas sociales
dignas de este nombre, a lo más una gestión más abierta. Se olvida que,
históricamente, las mejoras sociales tuvieron lugar cuando el orden establecido,
aparte de tener miedo a la revolución, era sobrepasado por unas luchas sociales
que se expresaron en vísperas de los mayos del 68 como «huelgas salvajes», es
decir, que desbordaban la dinámica integradora de los sindicatos mayoritarios.
Dicho de otra manera, sin la existencia de poderosos movimientos sociales, sin
el desbordamiento de esos márgenes en los que la socialdemocracia en el poder
ni tan siquiera es capaz de hacer retroceder las privatizaciones, cualquier
tentativa de izquierdas por arriba está condenada a plegarse a la razón de
Estado y, a la postre, a oponerse a los movimientos, aunque los hayan apoyado
antes de ganar las elecciones. Los casos de Felipe, Mitterrand y compañía son
lo suficientemente claros como para saber lo que significan los gobiernos de
izquierdas cercados por la globalización capitalista y el unilateralismo
norteamericano.
La apuesta por conformar
una corriente alternativa en Izquierda Unida fue iniciada en un contexto de
final de época, en un vacío social que todavía no había comenzado a
reactivarse. Cuando Seattle apareció como un prólogo, la izquierda seguía
discutiendo todavía sobre las «terceras vías» al amparo de Clinton, y el PSOE
tenía la partida institucionalista ganada y sumaba «renovadores» de IU e
Iniciativa, ya volcada hacia el socialiberal Maragall y en la acaparamiento de
cargos institucionales, acérrima defensora de la burocracia de Comisiones
situada incluso a la derecha de la
UGT, como se confirmará en plena movilización contra la
segunda guerra del petróleo en Irak. Esta victoria acondicionaría el curso
mayoritario en IU y EUiA. Sin embargo, la expansión del movimiento por una
globalización alternativa, con su carácter internacionalista y sus evidentes
deficiencias organizativas (que ya no lo son tanto, por ejemplo en la
universidad), junto con las impresionantes movilizaciones contra el trasvase
del Ebro, contra el desastre ecológico neoliberal que ha tenido su pequeño
Chernobil con el Prestige y contra el fascismo exterior norteamericano,
permiten una lectura que no puede ser la de la resignación, ni tan siquiera la
de una nueva travesía del desierto.
No hay que ser
Nostradamus para prever el resurgimiento de una izquierda social animada por
unas nuevas generaciones que están dando sus primeros grandes pasos en la
recuperación de la pasión política. El pueblo vuelve a aparecer en las citas
históricas creando las condiciones para que la apuesta radical (la que va a la
«raíz», según Marx) vuelva a ocupar aquel espacio que el Manifiesto atribuía al
«partido comunista», la de tener una conciencia de conjunto, ser su fracción
más consecuente y decidida, un instrumento para orientar una estrategia de
avances y conquistas. Este «partido» está cobrando alas con la recuperación del
activismo político en las universidades y en las barriadas, en una nueva
generación de sindicalistas no resignados a la negociación pasiva de una suma
de derrotas devastadoras que apuntan contra todas las conquistas sociales
logradas desde 1945. Porque, por si alguno no lo sabe, está claro que con las
bombas contra los pueblos se están vendiendo medidas como la privatización del
Estado social, la flexibilización del mercado laboral, le destrucción de los
recursos naturales, etcétera.
Existen numerosos
referentes para este «partido», pero quizás el más idóneo e influyente haya
sido hasta ahora Refundazione, aunque este es un proceso que apenas acaba de
comenzar. Recordemos que en este «partido» coinciden algunos aspectos
primordiales, como a) la recuperación de las tradiciones revolucionarias en un
sentido plural, y por lo tanto del trotskismo que puede mantener lealmente sus
propias actividades como sección de una internacional; b) la claridad a la hora
de entender que no se puede pactar con el socialiberalismo, porque desde el
gobierno aplica medidas que la derecha no se atreve a aplicar, y porque para
hacerlo necesita domesticar y desactivar los movimientos; c) un planteamiento
no hegemonista, de impulso a los movimientos, de democracia directa y de
diálogo (contaminación; enseñar aprendiendo) con todos los activismos; y d)
compromiso activo con todos los encuentros y acuerdos internacionalistas,
respetando todas las corrientes radicales no hegemonistas…
Pero seguramente nos
estemos adelantando en un terreno histórico sobre el que se están dando todavía
los primeros pasos, y sobre el cual el lector encontrará reflexiones añadidas
en los epílogos que acompañan la reciente edición de Trotskismos, de Daniel Bensaïd, .uno de los
"maestros de pensamiento" de la actual izquierda anticapitalista
emergente que acaba de aprobar el examen de las elecciones presidenciales
francesas, sobre todo por su capacidad de movilización y por la riqueza y
ductilidad de su discurso.
Anexo
1. Una voz crítico a la
unificación me escribió en su día la siguiente nota. "Creo que es
necesario aludir a que en el seno de la
LCR hubo una resistencia organizada, una auténtica batalla
política, que produjo una tendencia organizada durante el congreso previo a la
unificación con el MC, en defensa de mantener una relación plena con la IV Internacional
(al menos la parte de la antigua LCR, o quienes lo desearan), como garantía
para la evolución política de la unificación y como válvula de seguridad para
reagruparse si las cosas iban mal). Recuerdo perfectamente que las
informaciones que ya teníamos sobre la evolución político-ideológica de la
cúpula de MC eran inquietantes. Dicha tendencia, fundamentalmente catalana
(estábamos, entre otros y otras, Brian Anglo, gente de la enseñanza, la gente
de SEAT, etc.), aunque no sólo, desempeñó un papel esencial en la recomposición
posterior de los trotskistas tras el fracaso de la unificación. Basta ver la
realidad actual del Col·lectiu per una Esquerra Alternativa… La gente de
aquella tendencia en defensa de la
IV impulsó el agrupamiento de posiciones en el proceso final
de la crisis de la unificación, y en el último congreso anterior a la
disolución (la tendencia en defensa de la organización política y la estructura
confederal, que permitió entrar en contacto con «Kemal» (Javier González Pulido)
y diversa gente de la antigua LCR de Madrid).
La gente agrupada en
esta lucha de posiciones constituyó una parte muy importante de la acumulación
de fuerzas que, tras la crisis de la unificación de LCR-MC, dio lugar a la
organización cuartista Izquierda Alternativa. Esta organización entró en crisis
posteriormente, dando lugar a las organizaciones actuales de la IV en el Estado español:
Cuadernos Internacionales (que comprende el Col·lectiu per una Esquerra
Alternativa) e Izquierda Alternativa (que comprende en Cataluña una parte de
los militantes de Batzac). Grosso modo, las diferencias políticas que
originaron tal separación fueron: distinto énfasis en la necesidad de
organizarse autónomamente como cuartistas, en combinación con la intervención
en marcos más amplios (IU); valoración desigual del papel de la clase obrera en
el proceso de lucha política y revolucionaria y sobre la necesidad de apoyar e
impulsar la corriente critica en CC.OO. (frente a los sectores que teorizaban
que la clase obrera ya no era sujeto revolucionario y se había adaptado a la
dirección burocrática y derechista de CC.OO. bajo el liderazgo de Antonio
Gutiérrez); diferencias de apreciación sobre los sectores de izquierda en IU y
en el PCE, para configurar una política de alianzas y la formación de una
corriente, que se materializó exitosamente en la creación de la Plataforma de Izquierda
-20% de los votos en la VI
Asamblea federal de IU-, que ha dado lugar en la actualidad a
Corriente Roja, en la cual militantes de Cuadernos y del Col·lectiu desempeñan
un papel destacado, y la corriente Espacio Alternativo, animada por militantes
de Izquierda Alternativa (Diosdado Toledano, carta de 4-5-03).
2. Bibliografía. La
mejor documentación sobre la LCR
continúa siendo la colección de su órgano central, Combate, que en su período
clandestino se puede encontrar reproducido en la página web de Viento Sur, la
revista teórica de Espacio Alternativo, cuya colección resulta bastante
representativa de un posicionamiento que toma a la IV Internacional
como un referente. Otro sector ha editado más modestamente Cuadernos
Internacionales con diversos números especiales, como el prólogo de Daniel
Bensaïd a la historia de la IV
de François Moreau, el trabajo de Enzo Traverso sobre Trotsky o los de
Albarracín-Montes sobre el capitalismo tardío. Entre los estudios sobre la
resistencia antifranquista, aparte de los ya citados sobre el FLP, hay que
anotar el de Valentina Fernández Vargas, La resistencia interior en la España de Franco (Istmo,
Madrid, 1981), y también dos aparecidos en Los Libros de la Catarata: Consuelo Laiz,
La lucha final. Los partidos de la izquierda radical durante la transición
española, y José Manuel Roca, El proyecto radical. Auge y declive de la
izquierda revolucionaria en España (1964-1992), que abarcan (casi) toda la
izquierda radical, enfocada además desde el ángulo de las ideas programáticas;
la extensa entrevista de Ernesto Portuondo a Jaime Pastor en la revista L’Avenç
(n.º 202). De momento, existe ya una tesina escrita, la de Aurora Luengo y
Concepción Lallana: La LCR
(1971-1978) (UCM, Madrid, 1979), y otra preparada por Ricard Martínez y Marti
Caussá, realizada bajo el prisma de los reconstrucción de la historia a través
de los documentos y tyextos escritos por algunos protagonistas…:
Una experiencia de la
izquierda revolucionaria en el Estado Español: la LCR (1971-1991). También se
puede encontrar una cierta información en dos libros del autor de estas líneas:
Memorias de un bolchevique andaluz (El Viejo Topo, Barcelona, 2002), un retrato
de época desde una experiencia estrechamente relacionada con las Ligas, así
como Miniwatt-Phillips: la memoria obrera (El Viejo Topo, Barcelona, 2003), una
evocación de una lucha obrera contra corriente que abarca desde la gran huelga
de 1975, a través de los recuerdos de los componentes de las Comisiones en la
empresa, sobre todo del cuartista Juan Montero («Johnny»). Y a titulo de suma
curiosidad cabe registrar la novela del jefe de la policía local de Gijón
Alejandro M. Gallo, que ha escrito una apasionante novela negra, Asesinato de
un trotskista, y en la que se ofrece sólido retrato de generaciones dentro de
una trama policíaca que se lee de un tirón.
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