Evocación de Moshe Lewin
A finales del pasado agosto falleció
en País Moshe Lewin, nacido en 1921 en
Wilmo, Polonia, y autor de algunos de los estadios más importantes sobre la
controvertida historia de la
Rusia soviética. Según parece, la noticia solamente ha
llegado aquí a través de la Web
de Viento Sur.
Aunque muy poco conocido entre
nosotros, el nombre de Moshe Lewin es el de un historiador clave en la estirpe
de todos aquellos que desde los años sesenta marcaron una nueva mirada sobre el
historial de la revolución rusa, y de algunos capítulos primordiales, y estoy
pensando –entre otros- en Isaac Deutscher, E. H. Carr, Pierre Broué, Paul
Avrich....Esta aportación pasó a ser uno de los objetivos a liquidar por parte
de las emergente historiografía neoliberal heredera de la llamada
“sovietología” siguiendo las trazas de “cold warriors” como Robert Conquest, y
en la que –con diversos matices- se
inscriben nombres como el de François Furet
o Robert Service que suelen ser catapultados desde unos medias perfectamente
aleccionados al respecto, con sus intelectuales orgánicos del tipo de Antonio
Elorza o Santos Juliá que repiten como papagayos las fórmulas aprendidas.
Moshe Lewin estudió historia, filosofía y francés en la Universidad de Tel
Aviv y luego en la Sorbona,
y también fue profesor de historia en la Universidad de Pensilvania, Estados Unidos. Entre
sus libros anteriores, algunos traducidos al castellano, cabe mencionar El
campesinado y el poder soviético, El último combate de Lenin, La
formación del sistema soviético, La gran mutación soviética, y
finalmente, El siglo soviético, que sería, junto con el último Lenin, los
únicos que yo sepa, que se tradujeron al castellano. Así pues, El siglo
soviético se puede considerar como su “testamento”, y en su introducción, Lewin
se despacha a gusto con la prepotencia “liberal” y con la presunción –tan
repetida- que el acceso a los nuevos archivos convertían en obsoletos los
grandes estudios operados por autores de los sesenta como los mencionados.
En la reseña aparecida en Viento Sur
se hacen mención de sus obras en francés y en inglés, que son, respectivamente:
1) La grande mutation soviétique,
Ed. La Découverte
(1989); La formation du système soviétique, Ed. Gallimard (1987); Le dernier
combat de Lénine, Ed. de Minuit (1967) (en español también está publicado El
último combate de Lenin en Editorial Lumen, descatalogado).
2). Russia-USSR-Russia. The Drive
and Drift of a Superstate, Ed. New Press (1994) y Russian Peasants and Soviet
Power: a Study of Collectivization, Ed. Norton & Co (1975). Y otras dos
obras de una gran importancia para los debates socio-político-económicos:
Political Undercurrents in Soviet Economic Debates, Plusto Press (1975);
Stalinism and the Seeds of Soviet Reform. The Debates of the 1969s, Pluto Press
(1991).
El texto también hace hincapié en
que “algunos militantes, no muy numerosos, antiestalinistas, pero comunistas,
socialistas-revolucionarios –comprometidos en la acción política y social antes
de 1968, fecha mitológica que ha sustentado otro mito pseudo-sociológico: “la
generación de 1968”,
del que algunos se reivindican fraudulentamente –la obra El último combate de
Lenin tuvo importancia. El último combate de Lenin permitió reforzar sus
críticas frente al sistema estalinista revalorizando a la vez las aprensiones
del Lenín “que tocaba a su fin”. Al mismo tiempo, destacaba las fuerzas y las
debilidades del aparato analítico de los comunistas críticos desde comienzos de
los años 1920”.
Este libro fue editado aquí por Lumen en 1970 en traducción de Esteban
Busquets, y lamentablemente no se ha vuelto a editar.
En dicha reseña también se incluye
un trabajo de Danis Paillard, autor de la reseña, es un lingüista francés y
profundo conocedor él mismo del idioma y la sociedad rusa. La nota fue publicada
originalmente en Carré rouge nº 26, junio de 2003, y que fue traducido del
francés para Herramienta de Mónica Carsen.
En un próximo trabajo hablaremos de
sus libros editados en castellano.
Anexo:.
Homenaje a Moshe Lewin
Homenaje a Moshe Lewin
Denis
Paillard
Moshe Lewin, al que la mayoría de los presentes hoy conocen como un gran historiador del mundo ruso y soviético, llegó a la historia muy tardíamente, a los 38 años cuando, de vuelta de Israel, emprendió la redacción de su tesis. Durante mucho tiempo permaneció silencioso, por pudor seguramente, sobre su vida “de antes de la historia”. Pero desde hace varios años ya, en las discusiones, esos casi 40 años de su vida estaban cada vez más presentes.
Había incluso tenido un proyecto de
escribir sobre este período, pero este proyecto no había ido más allá de un
título, Dancing with the fate. Más recientemente, con la ayuda preciosa de un
amigo de Moscú, Albert Nenarokov, había redactado una serie de notas, titulada
Por los senderos del pasado, en las que evoca la memoria de sus padres, amigos,
compañeros de juventud en Vilnö, así como a todos los que encontró durante los
años pasados en la
Unión Soviética: campesinos de la región de Tambov, mineros,
obreros de la fundición de Nadejdinsk en los Urales, compañeros de promoción en
la escuela militar de Podolsk. En esas instantáneas (snap shot como decía), se
encuentra la agudeza de su mirada, su capacidad para comprender el detalle que
da sentido a las cosas.
Voy a evocar brevemente este
itinerario con la ayuda de algunos cortos extractos de sus Senderos del pasado.
Los veinte primeros años de su vida,
ML los pasa en Vilnö, donde la comunidad judía se ve confrontada a un
antisemitismo agresivo tanto del lado polaco como lituano. Muy joven, se
convierte en miembro de la organización sionista de extrema izquierda, Hashomer
Hatsaïr (militará activamente en ella hasta los años cincuenta).
“El domingo 22 de junio de 1941 (el
día en que Hitler ataca la
URSS D.P.), por la mañana, toda nuestra clase había salido de
excursión por los alrededores de Vilnö. Por la tarde debía tener lugar la
entrega solemne de los diplomas de fin de estudios. Pero esto era ya cosa del
pasado: por encima de nuestras cabezas, con un zumbido ensordecedor, pasaban
los messerschmidt, y en la ciudad se oían las explosiones de las bombas.
Continuábamos avanzando sin apresurarnos demasiado, cuando en realidad todo iba
muy rápido. Vilnö estaba en llamas, y por la noche no quedaba ya nada de
nuestro instituto”.
“El día 23 de junio recibimos la
orden del dirigente de nuestro movimiento de partir inmediatamente en dirección
a la frontera rusa. Las chicas no debían venir. ¿Sabíamos lo que significaba
esto? Digamos simplemente que ninguno de nosotros comprendía la amplitud de la
catástrofe que se nos echaba encima”.
Con tres de sus compañeros, se
encuentra en un koljós de la región de Tambov, el koljós Vorochilov. “Un koljós
relativamente próspero, señala, incluso si llevaba el nombre de un hombre que,
como he comprendido más tarde, era de una gran mediocridad”. Descubre los duros
trabajos de las cosechas, se le inicia en el vodka (ML estaba muy orgulloso de
sus conocimientos en vodkología) y en el ritual de los baños rusos.
Ante al avance de las tropas
alemanas, ML llega a los Urales, en Nadejdinsk, donde es enviado a trabajar en
una mina, luego en una fundición, donde está encargado de echar el mineral en
los hornos, trabajo muy peligroso teniendo en cuenta la antigüedad de las
instalaciones. Declarado trabajador ejemplar, es blanco del antisemitismo del
ingeniero jefe. Y el Komsomol, sin pedirle su acuerdo, le envía a hacer
agitprop por los koljoses de la región.
Un día, abandona su puesto en la
fundición y se presenta en un centro de reclutamiento del ejército; su objetivo
era ir al frente, luchar contra los nazis. Pero le mandan como alumno de
oficial de la prestigiosa escuela militar de Podolsk. Un año más tarde, con 20
camaradas de su promoción, participa en el desfile de la Victoria, en Moscú, en la Plaza Roja.
De vuelta a Vilnius, en uniforme del
Ejército Rojo, logra hacerse desmovilizar. Y participa en una red de emigración
clandestina de los judíos bálticos (proseguirá su actividad militante en
Polonia primero, defendiendo a los supervivientes de los ghettos frente a los
nacionalistas polacos, luego en Francia y finalmente en Israel).
Pero para ML Vilnius es ya una
ciudad “trágica”. Al final de los Senderos del pasado, escribe: “En 1970,
cuando por primera vez volví a la Unión Soviética, la Academia de Ciencias de la URSS me autorizó a visitar
Vilnius, mi ciudad natal. Pasé allí cuatro días. Me paseé por las calles que me
eran familiares, exploré todos los rincones de mi antigua escuela. Sentía sobre
mí la mirada de las ventanas de las casas en que vivían mis amigos, en las que
bebía té en su compañía, con sus balcones en los que pasábamos el tiempo.
Desgraciadamente todos fueron asesinados o están muertos. Ventanas y balcones
de los muertos”.
Inmenso historiador, ML era un
superviviente. Y estos últimos años, sobre todo desde su vuelta a París en mayo
de 2008, no llegaba a despegarse de esos Senderos del pasado, invadido por el
recuerdo de quienes, parientes, amigos, compañeros, los habían poblado.
Hoy, este trabajo de memoria, nos corresponde proseguirlo alrededor de Moshe, para Moshe.
«Le Siècle soviétique», de Moshe Lewin /1.
Denis Paillard
La publicación de El Siglo soviético es un gran acontecimiento que marca un viraje en el conocimiento de ese "continente desaparecido" que es la Unión Soviética. Echa por tierra clichés e ideas establecidas, así como también ciertas opiniones que evaden el verdadero análisis de lo que fue el régimen surgido de la revolución de Octubre. Abre también el camino a una reconsideración crítica de ese pasado, en una época en la que se asiste a tomas de distancia, a veces vergonzantes y otras veces reivindicatorias, que a menudo testimonian el desconocimiento de lo que efectivamente sucedió. Como lo indica su título, el libro de Moshe Lewin abarca todo el período soviético, desde la revolución de 1905 a la implosión-hundimiento del régimen a fines de los años ochenta. La primera parte trata del período estaliniano, la segunda del período post-estaliniano, de Jruschov a Andropov. La ultima parte vuelve sobre la totalidad del período, echando luz sobre rupturas y continuidades. Los análisis desarrollados continúan los que propusiera M. Lewin en sus obras precedentes, desde El último combate de Lenin (1967) a La Formación del sistema soviético (1987), enriqueciéndolos y desplegándolos en base a un trabajo de muchos años sobre los archivos soviéticos, finalmente hechos públicos.
Revolución de Octubre, Lenin y el bolchevismo
M. Lewin emplea una aproximación
histórica desprendida de oropeles ideológicos de cualquier especie y logra un
verdadero retorno a Lenin. Inscribiendo la revolución de Octubre en la
articulación de la crisis del capitalismo (de la que la primera guerra mundial
fue una manifestación particularmente sangrienta) y la crisis de Rusia, el
autor insiste sobre la redefinición permanente de la estrategia de los
bolcheviques, cuando Lenin se hace "estratega de la incertidumbre"
frente a una situación profundamente inestable y cambiante. El análisis de 1917
y de los años siguientes muestran hasta qué punto Lenin, ante cada viraje, fue
capaz de repensar las tareas del momento. Lo que desmiente la visión del
"leninismo" como un cuerpo doctrinario establecido ( y fetichizado)
de una vez y para siempre (M. Lewin insiste justamente sobre la necesidad de
distinguir al menos tres leninismos"). La revolución de Octubre está
caracterizada como "revolución plebeya" (y no "socialista")
teniendo en cuenta las fuerzas sociales presentes (con el peso considerable del
campesinado), el retraso del país y el contexto internacional. Si la revolución
de octubre se inscribía en una perspectiva socialista, la misma sólo podía
serlo a largo plazo y en un contexto de ascenso revolucionario en Europa. Tal
caracterización de la revolución tiene consecuencias cruciales en lo
concerniente a la naturaleza del Estado que se instala luego de la guerra
civil. En definitiva, para M. Lewin el bolchevismo (en cuanto denominación de
la corriente radical de la social-democracia rusa alrededor de Lenin y de
Trotsky) no sobrevive a la guerra civil. El "partido" que existe en
1921 es un partido completamente transformado por la llegada de millares de
nuevos miembros, que no pasaron por la dura escuela de la clandestinidad y del
año 1917. Para los viejos bolcheviques, el Partido es irreconocible: ya no es
más un partido de revolucionarios totalmente entregados a la causa del
socialismo. Los recién llegados no comparten ni sus valores ni su pasado.
Sobre el estalinismo
Sobre el estalinismo
Sobre este punto, se aprecian
igualmente desplazamientos significativos. El primero está ligado a una
relectura de los enfrentamientos políticos en el curso de los últimos años de
la vida de Lenin (ya extensamente evocados en El último combate de Lenin). M.
Lewin muestra que no se trata de un problema de "personas" (con
Stalin en el rol del "malo") sino del enfrentamiento entre dos líneas
radicalmente opuestas acerca de la cuestión nacional y más globalmente sobre el
problema de la formación de la Unión Soviética. La primera es representada por
Lenin que se empeña en conservar una perspectiva socialista a largo plazo, la
segunda representada por Stalin quien, luego de la guerra civil, defiende la
instalación de un Estado fuerte por encima de la sociedad, en una muy fuerte
continuidad de la autocracia zarista (como lo testimonian los epítetos
utilizados por Lenin para calificar a Stalin en su "Testamento"). En
otros términos, el stalinismo, en cuanto orientación política opuesta a la de
Lenin, está instalado desde el comienzo de los años veinte, durante la guerra
civil: los gérmenes del estalinismo se encuentran en la ideología estatista que
se desarrolla entre los combatientes de la guerra civil que gravitan en el
entorno de Stalin en la época en que se instala la NEP. Como se ve, para M.
Lewin la "ruptura" se sitúa en el comienzo de los años veinte, aún
durante la vida de Lenin, único dirigente verdaderamente consciente de lo que
ocurre entonces. No sólo M. Lewin rechaza la utilización extensiva del término
estalinismo (como designación de todo el período soviético), sino que insiste
en la necesidad de distinguir dos períodos en el estalinismo. Durante el primer
período, que llega hasta la guerra, la industrialización a paso forzado (que
incluye el Gulag, pues los campos son una inmensa reserva de mano de obra
forzada) y el poder dictatorial de un solo hombre se alimentan mutuamente. El
estalinismo de la posguerra es un régimen en crisis, incapaz de superar sus
propias contradicciones: se asiste a la restauración de un modelo estaliniano
en descomposición, incapaz de escapar a sus aberraciones y a sus
manifestaciones de irracionalidad, y la primera causa de esa decadencia
obedecía a las contradicciones internas del régimen. Existía además una
incompatibilidad profunda entre ese absolutismo de otra época y la
industrialización a paso forzado lanzada en respuesta a los desafíos de los
nuevos tiempos. El poder, que en un principio había regido los ritmos
desenfrenados de desarrollo no podía integrar, ni las nuevas realidades, ni los
grupos de intereses, ni las presiones que soportaban las estructuras y las
capas sociales surgidas en el curso de este proceso. Las purgas patológicas
fueron prueba de ello: el estalinismo no podía acomodarse a lo que su política
había creado, empezando por su propia burocracia. De cierta manera el régimen
estaliniano está en profunda crisis aún antes de la desaparición física de
Stalin. Como lo testimonia la rapidez con la cual los sucesores de Stalin
(Jruschov a la cabeza) hacen reformas bajo el signo de la desestalinización del
sistema, ya sea del sistema de los campos, como de la legislación laboral. En
el período postestaliniano el régimen se distingue en puntos esenciales de la
autocracia estaliniana con la aparición de espacios de negociación entre el
poder y clases sociales, que se encuentran en situación de defender de diversos
modos sus propios intereses.
Poder y sociedad
Como historia social de la URSS, El siglo soviético es
una crítica radical del modelo totalitario que se empeña en negar toda
autonomía a la sociedad, y reduce a "los de abajo" al status de
simples juguetes en manos del poder y de su aparato de represión todopoderosa.
M. Lewin describe en detalle los trastornos de la sociedad soviética, por el
pasaje de una sociedad compuesta en un 80 por ciento de campesinos a fines de
los años veinte a una sociedad moderna en que la mayoría de los habitantes vive
en las ciudades en los años sesenta. Esta sociedad que conoció transformaciones
radicales es irreductible al poder instalado. Y se observa una distorsión cada
vez más grande entre la sociedad, en que las diferentes capas sociales que la
componen defienden sus intereses, y un poder, incapaz de reformarse, que
perpetúa alrededor de la figura del "secretario general" un poder de
otrora: "mientras la sociedad explotaba, el poder estaba en vías de
glaciación". Es esta contradicción lo que explica la implosión del sistema
en los años ochenta.
Partido, Estado, burocracia
A lo largo de todo su libro, Lewin
insiste en la necesidad de distinguir cuidadosamente la burocracia del partido
(un partido que no tiene de partido más que el nombre, reducido de hecho sólo a
su aparato) de la burocracia de Estado, cada vez más autónoma y celosa en la
defensa de sus propios intereses. Se está a cien leguas de la idea tan
profundamente arraigada de un "partido Estado" todopoderoso. De
hecho, la burocracia del partido se mostró incapaz de controlar la burocracia
del Estado, a pesar de sus intentos sucesivos, luego de la guerra o aún con
Jruschov. Esta historia renovada de la burocracia muestra el fracaso del
partido (de su aparato) frente a una burocracia de Estado todopoderosa que
termina por absorber a la del partido.
El partido dejó de ser un partido
para transformarse un servicio entre otros, el eje central de una
administración. Es lo que justifica utilizar la palabra "partido"
entre comillas. Se puede hasta llegar a deci que el sistema de partido único,
sobre el que tanto se ha hablado, era a fin de cuentas un sistema "sin
partido" […] La contradicción era la siguiente: cuando el partido se
ocupaba de política perdía el control de la economía de la burocracia. Pero
cuando se comprometía plenamente en el control de economía e intervenía
directamente en lo que hacían los ministerios y en la manera en que lo hacían,
perdía sus funciones específicas y aún la comprensión de cuáles eran ellas. La
segunda lógica es la que predominó, y ella permitió la absorción de facto del
Partido por el mastodonte burocrático. […] El Partido y sus dirigentes fueron
expropiados y reemplazados por una hidra burocrática, que formó una clase que
detentaba el poder.
Estas citas dan una idea del cambio
de perspectiva introducido por M. Lewin.
Otra idea se reitera en todo el
libro: el sistema podía auto reformarse. Sobre este punto, la explicación
aportada por M. Lewin es mas contrastada. Por un lado, muestra detalladamente
el fracaso sucesivo de todos los intentos de reforma, de Jruschov a Andropov.
Pero, por el otro insiste en la existencia, esencialmente en el período
poststaliniano, de un verdadero espacio de debates y enfrentamientos acerca de
las opciones de desarrollo del país. Pero esos debates, esas divergencias, esos
enfrentamientos se desarrollaban a puertas cerradas, sin salir nunca a la plaza
pública. Y un sistema hasta tal punto incapaz de conducir públicamente sus
debates y de hacer participar en ellos a la sociedad, atravesada también por
corrientes de opinión profundamente heterogéneas entre las cuales los
disidentes (en sí mismos profundamente heterogéneos) eran apenas un componente,
estaba condenado. Este análisis arroja también una nueva visión sobre el
desmoronamiento del sistema, víctima de sus propias contradicciones, y sobre el
curso seguido por los acontecimientos luego de la desaparición de la Unión Soviética.
El capítulo dedicado a "la economía de la sombra" (3ª. Parte) muestra
hasta qué punto el dogma de la propiedad de Estado estaba cuestionado de hecho
por una privatización reptante que se desarrolló en gran escala desde los años
setenta y que abrió el camino a las reformas ultraliberales del comienzo de los
noventa, que significaron la confiscación de todas las riquezas del país en
provecho de una ínfima minoría. En esta contribución a la historia de la URSS, M. Lewin muestra hasta
qué punto las anteojeras ideológicas (tanto de los estalinianos, como de los
otros, las corrientes trotskistas) dieron lugar a una serie de sinsentidos
sobre la realidad del régimen surgido de la revolución de octubre. Queda por
escribir la historia de esos sinsentido, o de esa ceguera (y es una tarea
esencial), pero ya desde ahora El siglo soviético proporciona el espacio para
una revaloración de ese pasado cercano y abre el camino a una verdadera
reapropiación lúcida del mismo. Como epígrafe de La Revolución Traicionada
de Trotsky había puesto esta frase: "Ni reír ni llorar sino
comprender". La misma adquiere todo su sentido en El Siglo soviético.
Le Monde Diplomatique, 2003
Publicado en
http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-24/le-siecle-sovietique-de-moshe-lewin
El conjunto está publicado en francés en http://www.labreche.ch/Ecran/HommageMosheLewin08_10.html
Notas:
El conjunto está publicado en francés en http://www.labreche.ch/Ecran/HommageMosheLewin08_10.html
Notas:
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