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Su director, Jerczy Kawalerowicz
(Gwozdca, Ucrania, 1922-Varsovia, 2009),
está considerado como el mejor cineasta polaco de su generación. Su película más famosa sería Madre Juana de los
Ángeles (1960), una rigurosa crítica del fanatismo religioso, un
antecedente de Faraón consiguió el premio
especial del jurado del festival de Cannes de 1961 y recibió numerosos
galardones en diversos festivales.
Faraón representó una experiencia
completamente atípica dentro del entonces pujante cine del Este, en nada dado a
los grandes presupuestos. El guión,
firmado por el escritor Tadeusz
Konswicki y por el propio Kawalerowicz, era una adaptación de la obra homónima
(1895) de Boreslaw Prús, seudónimo de Alexander
Glowacki (1845-1912). Encarcelado en su juventud, en una prisión rusa por
haberse sublevado contra la ocupación rusa y puesto en libertad gracias a las
gestiones de su familia, Prús contribuyó a que
su visión del nacionalismo polaco, adquiriera un carácter muy personal, Prús fue uno de los grandes escritores nacionales
polacos y su obra fue en su tiempo interpretada como una parábola laica sobre
el reino de Polonia, pero este es un terreno en el que las opiniones varían
mucho.
La trama comienza brillantemente
cuando Ramsés XIII (George Zelnik), hijo
del faraón, se encuentra en la cuenca del Nilo amenazada por los asirios que están construyendo un Imperio que
se está extendiendo rápidamente y presiona con insistencia e impaciencia en las
fronteras de Fenicia y Judea. En estas maniobras aparecen algunos de los hilos
de la historia. Dos escarabajos enfrentados en el desierto detienen a un ejército. El sumo sacerdote Heror (Pietr Pawloski), posible
trasunto de Herihor, sacerdote-guerrero que gobernó de manera independiente en
el Valle del Nilo durante el reinado del último faraón de la XII Dinastía, Ramsés
(1100-1070), aconseja como alternativa de paso cegar el canal que un miserable
esclavo ha dedicado toda su vida a
excavar para conseguir la manumisión de sus hijos. Su lamento no traspasa los
sentimientos de los poderosos.
Kawalerowicz nos muestra, en medio de un desierto de tonos de oro y
cielo, cómo la prepotencia de los poderosos no se detiene ante nada. El mismo
ejército detenido por la superstición religiosa pasa por delante del cuerpo
exánime del esclavo ahorcado, una escena impresionante que daja constancia de
la nula importancia del trabajador.
Otro hilo se extiende hasta
Sarah (Lucyna Winnicka, esposa de Kawalerowicz), una bella
muchacha hebrea, a la que el príncipe se lleva consigo a palacio. Sin embargo,
Sarah será olvidada
por otra mujer, Kama (Barbara Bryl), una sacerdotisa bailarina del templo de
Astoreth, que un día se entera de que Sarah le ha dado un hijo a Ramsés y que
éste pretende proclamarle su heredero. Más tarde, Kama le dice que el niño ha
sido bautizado en la religión judía siguiendo las órdenes de Heror. Éste se propone ofrecer a los
israelitas el hijo medio judío medio egipcio del futuro faraón como el Mesías
que han estando buscando. Cuando fallece el anciano Faraón, que se había negado
a escuchar las críticas de su hijo a los sacerdotes, Ramsés ocupa el trono con
una actitud desafiante.
Rodada en Turkmenistán, Faraón debe
su prodigiosa ambientación a que muchos planos se filmaron entre las ruinas de
templos egipcios. Por primera vez en nuestras pantallas los egipcios mostraban
rasgos negroides en una caracterización que Terenci Moix califica como
“portentosa”...
Al tratar de utilizar el tesoro con
el que pretende recomponer el ejército se encuentra con el voto en contra de
los sacerdotes de Amón, que lo guardan en un laberinto secreto del templo y
argumentan que únicamente podrá usarse cuando Egipto se encuentre en grave
peligro, momento que todavía no creen llegado. El Faraón decide entonces
recurrir a la acción, busca alianzas con los banqueros fenicios que le
advierten contra las maniobras de los sacerdotes y que no conocen más Dios que
el poder y el dinero. También busca alianza con los mercenarios que se venden
al mejor postor, a los libios cuyas
características están tomadas de los relieves funerarios de Ramsés II en
Medinet-Habú. Su plan es mover los hilos en un complot con el que se propone
arrestar a los sacerdotes para acusarles de alta traición con pruebas facilitadas por agentes
fenicios. Al mismo tiempo quiere que los
soldados y sus fieles ocupen el templo y el laberinto. Pero el sumo sacerdote
descubre la maniobra y consigue precipitar los acontecimientos. Los sacerdotes
neutralizan a los partidarios del rey explotando astutamente un eclipse de sol,
un fenómeno que únicamente la casta
sacerdotal estaba en condiciones de predecir. Este poder, aboca a las filas
adversarias a la descomposición por temor a las manifestaciones airadas de la
naturaleza. Esto ocurre en unas escenas en las que la cámara se agita
nerviosamente. Quizás para dar una sensación de pánico generalizado. El
sacerdote demuestra que Osiris está enojado con Egipto con un altavoz cuyo
potencial recuerda a la voz de Yahvé en el cine bíblico. Al final Ramsés XIII,
que se halla solo en el laberinto, es asesinado y el ejército, fiel a la
dinastía, esperará en vano su salida por la puerta del templo. El Estado
seguirá así dominado por la casta sacerdotal, detentadora de innumerables
privilegios.
Resumiendo: por más que se avive la
polémica sobre su contenido, Faraón sigue siendo una sugestiva
excepción, un ejemplo de otra manera de
hacer cine sobre el Antiguo Egipto que, desdichadamente, no tuvo
continuidad. Su éxito crítico fue considerable, sobre todo cuando fue
reestrenada con sus más de dos horas de metraje.
Faraón
sufrió una distribución pésima en España; se estrenó en círculos restringidos y
con un metraje menguado. Más tarde corrió una
versión catalana de dos horas. De
ahí que la edición en DVD, restaurada y remasterizada digitalmente, merezca ser
anotada. Dicha edición incluye algunas escenas que desaparecieron de la versión
que se había visto normalmente en nuestro país; aún así su metraje (145
minutos), es todavía inferior al original, de 183. Hay que hablar, ante todo,
de dos escenas que en DVD aparecen en lengua polaca subtituladas al castellano.
Ambas secuencias inciden en la concepción marxista originaria del autor, que
subraya el enfoque de orden económico, normalmente ausente en el cine, y no
digamos en el “peplum”. En la primera, de aproximadamente cuatro minutos de
duración, se presenta a Ramsés entrevistándose con un banquero fenicio al que
le pide un préstamo de diez talentos. El fenicio, arquetipo del hombre de
negocios que sabe jugar con las apremiantes necesidades del cliente, acaba
prestándole 15 talentos a devolver en el plazo de tres años, con diez talentos
al año en concepto de interés. En la segunda escena, de la misma duración,
vemos una reunión entre el joven faraón y los sumos sacerdotes. El joven rey
les anuncia que ha decidido decretar un día de fiesta para el pueblo por cada
seis días de trabajo, una mejora a la que el principal sacerdote responde con
la siguiente razón: el Estado perderá de esta manera diez mil talentos anuales.
Será entonces cuando Ramsés decida emplear el tesoro del laberinto, el tesoro
de los dioses según la casta sacerdotal, para sufragar las decisiones que deben
cambiar el rumbo de todo un país.
Detalles.
2.
Esta fue la última ocasión en que el llamado “socialismo real” apareció
como una vía de progreso frente a la
Iglesia polaca, ligada al “ancien régime” monárquico y a la derecha
tradicional y centro de la oposición interior al régimen “comunista”. Ni que decir tiene que el desprestigio de la
burocracia estalinista ha afectado a la alta consideración habitual sobre Faraón,
oscurecida por una agobiante propaganda
y en la cual todo proyecto social ajeno al capitalismo resultará sistemáticamente denigrado.
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