El nombre de Victor Serge fue uno de los que, allá
por mitad de los años sesenta, bajo la censura férrea del régimen franquista, comenzaron a “sonar” en nuestros círculos
compuestos por estudiantes desafiantes y por jóvenes obreros ávidos de
conocimientos. Por este hilo me viene a la memoria que por allá 1966 o 1967 uno
de mis amigos universitarios llegó a una de nuestras reuniones con uno libro de
Víctor Serge, y además publicado legalmente, algo que siempre suscitaba el
comentario de alguien que decía algo así como: “Vaya usted a saber”.
Aún y así, nuestro grupo de lectores ávidos, ya un tanto distanciados de los jóvenes comunistas, tan entusiastas como ajenos a aquel afán por leerlo, se había aclarado sobre la cuestión. La habíamos tenido con una revista igualmente legal llamada Índice que no nos ofrecía precisamente confianza a pesar de que algunos de sus artículos, como los que Juan Gómez Casas sobre el sindicalismo revolucionario, nos había servido para debatir de lo lindo, e incluso habíamos hecho copias a máquina y en papel cebolla. Ya sabíamos que el régimen había aprendido de la derecha internacional en general, y de sus colegas norteamericanos, a instrumentalizar autores revolucionarios contra el “comunismo” donde nosotros ya habíamos establecido una férrea distinción con el “estalinismo” que según y cómo, podía ser justo lo contrario. A veces decíamos cosas muy fuerte, tales como “!Stalin ha matado más comunistas que Hitler y Franco juntos¡”, que dejaba bocabierto a nuestros amigos del partido.
El título de aquel ejemplar era El caso Tulaev,,
obra escrita por Víctor Serge poco antes de su muerte (1947) y editada por la
no menos equívoca editorial Luis de Caralt en 1954 (en traducción de Jesús
Ruíz), y mi amigo universitario aseguraba que era mucho mejor que El cero y
el infinito, de Arthur Koestler, y con esta recomendación me quede con ella
unas semanas durante las cuales pude percibir que Serge tenía más claro que
nosotros la diferencia entre “comunismo” y “estalinismo”. En líneas generales,
mantengo la memoria de que Serge ofrecía una panorámica de Rusia de finales de
los años treinta, rememora con detalle las trágicas consecuencias de las
“purgas” de la que se había librado en 1936 gracias a las gestiones de André
Gide y de una potente campaña internacional ya que Serge, aunque ciudadano del
mundo, era medio francés y escribía en esta lengua. También sabíamos que había
escrito un potente testimonio de la huelga general española de agosto de 1917
en El nacimiento de nuestra fuerza de la que existía una edición de
1931, y que alguien guardaba tenía por algún sitio, quizás el “compañero
García”, el veterano cenetista que era algo así como una biblioteca andante,
primero porque te pasaba los libros caminando, luego porque todo aquello,
parecía un riesgo mayor que cualquier aventura del caballero de la Triste Figura.
También recuerdo un largo capítulo sobre la derrota
de la revolución española y las implicaciones del aparato estalinista en la Barcelona que había sido
obrera, y como se pasa a un ambiente que preludia los prolegómenos de la II Guerra Mundial. En
éste contexto es donde tiene lugar el asesinato de Tulaev, émulo de Serguei
Kirov, que había sido uno de los hombres de Stalin, y que sirve de pretexto
para un alud de detenciones, destierros y ejecuciones, de un monstruoso agujero
negro que acabará con toda la generación revolucionaria. No había una sola
línea del libro que no estuviese escrita desde la perspectiva de un antiguo
anarquista nacido en el seno de una familia de emigrados rusos ferviente
antizaristas.
No hace mucho que requería a Juan Manuel Vera, de la Fundación Andrés
Nin madrileña un ejemplar de la novela que figuraba en su catálogo (pero que ya
no tenía), y menos todavía cuando conversaba con Andy Durgan las posibilidades
de editar Ciudad sitiada en la magnífica traducción del poeta
republicano Tomás Segovia (y en manos extraviadas en los vericuetos de las
sugerencias a El Viejo Topo), y Andy que la había leído en fechas más
recientes, me aseguraba que El caso Tulaev, con toda probabilidad, era
la mejor novela que se había escrito sobre el “gran terror” estaliniano. Lejos
quedaban los tiempos que la
Fundación había publicado al menos un par de “dossier” sobre
Víctor Serge que, entre los primeros compañeros de Trotsky y de Nin en la Oposición de Izquierdas
rusa e internacional, el mejor amigo del POUM. De ahí que todos los poumistas
fueran del maíz que fueran, hablaran con entusiasmo de él y con él ya que
mantuvo una extensa correspondencia con algunos de ellos.. Esperemos que esta
edición sea algo así como la señala para otros libros, al igual que sucedió en
los años sesenta-setenta con parte de su obra, entre ellas El año 1 de la
revolución rusa (Siglo XXI, Madrid, 1972), uno de los mejores libros sobre
Octubre de los soviet; Los años sin perdón (Planeta, Barcelona, 1977),
que abunda en la misma materia, sin olvidar Medianoche en el siglo
(Ayuso, Madrid, 1976), dedicado a los líderes del POUM asesinados o
encarcelados...
Como no podía ser menos, Fontamara publicó Todo
lo que un revolucionario debe saber sobre la represión, un breve estudio
sobre los métodos de la policía zarista sobre el que la LCR hizo un uso de manual como
lo habían hecho los camaradas galos. Lástima que no se hiciera de sus Memorias
de un revolucionario, igualmente traducida también por Tomás Segovia, y
sobre la que Siglo XXI de México ha hecho una reedición reciente ilustrada con
dibujos de su hijo, el destacado pintor Vlady Serge. Estas memorias han contado
finalmente con una muy cuidada edición española en la editorial Veintisiete
Letras y que recomendamos con la convicción de que se trata de unas memorias
comparables a Mi vida, de Trotsky, aunque con más perspectiva por lo
demás sobre el inicio del gran terror estalinista contra la vieja guardia
bolcheviques.
Dada la infame sequía editorial que ha conocido su
obra en los últimos treinta años, no debe de haber muchos jóvenes que conozcan
a este singular escritor exiliado de nacimiento, ligado a la subversión
prácticamente desde su más temprana infancia, alguien como Serge sobre el que
Susan Sontag dice en su muy anticomunista y discutible prólogo: “Serge fue para
mí un ejemplo de la fusión de dos cualidades opuestas: la intransigencia moral
e intelectual con la tolerancia y la compasión. Aprendí que la política no es
sólo acción...” Y yo añado: del que también podría haber aprendido que puede (y
deber ser) acción colectiva, debatida e ilustrada, amante de la verdad, algo a
lo que la muy individualista escritora norteamericana no siempre resulta fiel,
no hay más que leer algunos de sus totalmente injusto y falsos comentarios
sobre Trotsky.
Nacido en 1890 en Rusia, criado en Bélgica, militó
a comienzos del siglo XX en la radicalizada Joven Guardia socialista de
Bruselas, pero no tardó en ligarse con los anarquistas franceses, concretamente
con los llamados “ilegalistas”, allí conoció al padre de Jean Vigo, y conoció
la cárcel durante 5 años por sus no probadas implicaciones con la audaz banda
de Bonnot. Escritor militante desde que nada más salir denunció el sistema
penal francés en Los Hombres en la cárcel (y que según nos cuenta Carmen
Castillo, se ha convertido en una suerte de best seller entre los presos, y se
vinculó con los internacionalistas que se oponían a la “Unión Sagrada”, época
en la que colaboró con grandes del sindicalismo revolucionario galo como Alfred
Rosmer y Pierre Monatte, y con un tal Trotsky. Viajero incansable, Víctor vivió
en la “Rosa de Foc” donde se hizo amigo de Salvador Seguí. Sería en Barcelona
donde nació como Víctor Serge ya que adoptó el seudónimo para escribir en el
semanario “Tierra y Libertad” y como tal firmó la ya cita páginas catalanas de El
nacimiento de nuestra fuerza, obra que está esperando su reedición (y nueva
traducción) a gritos.
No hace mucho que el urbanista (y antiguo
izquierdista luego moderado y finalmente resucitado) Jordi Borja, la citaba en
uno de su artículo, ¿Hay un camino a la izquierda?:
“La ciudad fue nuestra universidad política y como
los ciudadanos de la revolución francesa nuestra patria fue la izquierda, la
resistencia al franquismo, las causas populares, las esperanzas generadas por
las ideas y los combates compartidos. Recuerdo haber leído hace muchos años El
nacimiento de nuestra fuerza de Victor Serge, crónica novelada de la Barcelona obrera de
1916, relato dominado por la presencia de Darío, que así llama al líder
sindicalista el Noi del Sucre. Darío, contemplando la ciudad desde la montaña
le dice al cronista: esta ciudad la hicimos los trabajadores, la burguesía nos
la ha arrebatado pero un día la conquistaremos, y será nuestra”.
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