martes, 21 de junio de 2016

La LCR, un poco de memoria personal

La LCR, un poco de memoria personal

Resultado de imagen de liga comunista revolucionariaEn la fragmentada historia de la izquierda radical española, la Liga jugó un papel, aunque ni la mitad de importante como el pudo haber jugado de no desaparecer...
Allá por la primera mitad de los años sesenta, un sector de la juventud española radicalizada contra el franquismo inició una evolución hacia lo que llamaban "trotskismo", (un concepto contaminado con otros más amplios) que culminaría con la creación de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) en 1971.

Aquella fue una época en la que el movimiento obrero comenzaba a recomponerse aceleradamente dando la espalda a la izquierda republicana tradicional, emergían las Comisiones Obreras y la universidad aparecía como el foco de agitación más estable contra la dictadura. Unas nuevas generaciones reemplazaban a las que habían sufrido los años más oscuros, y se manifestaba otorgando a la cultura y al debate político una importancia muy acentuada. Se trataba tanto de recuperar la memoria (un lugar en el que aparecían el POUM y las ediciones de obras de Trotsky) como de encontrar un nuevo «mapa» en una situación internacional determinada por el «equilibrio del terror», pero que se empezaba a mover, sobre todo en el Tercer Mundo. La revolución cubana aparecía plena de vitalidad, abierta, y demostraba que a veces las dictaduras no era tan fieras como lo pintaban.
Su "prólogo" organizativa fue el pequeño pero singular grupo posadista que no tuvo ningún reparo en denominarse Partido Obrero Revolucionario (POR), con un paréntesis en el que se afirmaba: «sección española de la IV Internacional», añadiendo a veces «(trotsquista)». Algunos de los componentes de este grupo como Jordi Dauder, Lucía González, Diosdado Toledano y Antonio Gil, jugaron un papel de primera magnitud en la LCR La siguiente oleada trotskiana apareció en el seno del FLP (ESBA en Euzkadi, FOC en Cataluña), un grupo que representó una tentativa intensa de renovación de una izquierda republicana destruida (CNT) y aletargada (PSOE), aparte de dividida, y que se cuestionaba abiertamente los aspectos más estalinistas del PCE, «el Partido» de la clandestinidad. El FLP encontró sus fuentes de energía en las revoluciones en el Tercer Mundo, en las diversas aportaciones de la «nueva izquierda», y fue un activo impulsor de la difusión cultural radical, auspició debates deslumbrantes en un medio tan apagado como el del franquismo oficial (que a lo máximo que llegaba en este terreno era a polemizar si el problema de España seguía vivo o no). Gracias al FLP sonaron nombres como el de Lukács (a través de José Ramón Recalde), el cristianismo socialista y Emmanuel Mournier (a través de Alfonso Carlos Comín), André Gorz, Lelio Basso, o sea, del PSU francés y del PSIUP italiano. El hilo también llevaba a Ernest Mandel, a las guerrillas peruanas con Hugo Blanco. Se puede decir que, por entonces, toda izquierda que sin rechazar el marxismo quería criticar el estalinismo, estaba obligada a hacer una visita a la tradición creada por León Trotsky con muchas ayudas.
El concepto cobró mayor actualidad cuando fue aplicado al sector «exterior» felipista. Dicho sector fue punto de partida de un nuevo agrupamiento reunido en torno a la revista Acción Comunista (AC), cuya primera editorial (1965) era algo así como una reproducción ampliada y más elaborada de la resolución que sobre España adoptó el Congreso de Reunificación de la Cuarta (1963). AC, que en 1967 daría su nombre a un grupo específico, acabó distanciándose de la Cuarta para optar por una línea más próxima a la tradición luxemburguista y más de acuerdo con la idea de un partido izquierdista amplio.1
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Mayo del 68 abrirá una nueva fase que resulta coincidente con la crisis final del grupo. Entonces aparecerá otra corriente trotskista, esta vez mayoritaria, y que crearía a finales de los años sesenta la revista Comunismo, que será la piedra angular de la LCR, fundada en 1971 siguiendo el modelo de las Ligas. Entre sus animadores destacaban viejos «felipistas» como Miguel Romero, Jaime Pastor, Manolo Garí, en Madrid; y Juan Tolosa («Carapalo», apodo popular de Buster Keaton), Martí Caussá, Meritxell y Miriam Josá, Joan Font («Duran»), Pau Pons, Jaume Roures («Melan»), Ricardo Huélamo («Arturo»), Xavier Montagut (Xarli), etcétera. La reunión constituyente en Barcelona tiene lugar en casa de los Maragall en presencia de dos hermanos, Ricard y Pasqual, pero este último no tardará en apartarse. El grupo se implanta rápidamente en universidades, en institutos y en amplios sectores de la juventud obrera radicalizada, así como en empresas como Seat (Diosdado Toledano y Antonio Gil), muy marcada por las referencias sindicalistas revolucionarias, con su enérgica defensa de los comités revocables elegidos abiertamente en las asambleas, la acción directa desde abajo, la huelga como punto de partida para la extensión territorial, su conexión con las barriadas, la defensa del frente único y de la unidad sindical, etcétera, planteamientos que guiarán una extensa lista de huelgas ejemplares en las que se demostraba que la clase obrera no era solamente la espina dorsal del antifranquismo, sino que podía plantearse objetivos políticos rechazando tirar del carro de una burguesía que pretende desviar el movimiento hacia sus propios propósitos…
Resultado de imagen de liga comunista revolucionariaEn esta enérgica evolución, la importancia de los escritos de Trotsky es más bien de orden secundario; el encuentro con éste y con la tradición que representaba se hizo primordialmente a través de la trilogía de Isaac Deutscher, cuyo enciclopedismo contribuye a crear la imagen del trotskista ilustrado, amén de muy sesentayochista por sus actitudes libertarias, lo que se ha podido definir como un «izquierdismo razonable». El engarce con la Cuarta se hacía sobre todo a través de la Liga francesa. Creada, pues, bajo este signo, la Liga española carecerá del soporte de una vieja guardia; sus «veteranos» son felipistas de mitad de los años sesenta. Serán éstos quienes trataran de conferirle una primera fundamentación teórica propia; no obstante, ésta será, al menos en los primeros años, plenamente deudora de los franceses.
Su debut político será fulgurante, apareciendo como una ruptura frente al paternalismo de los partidos tradicionales, como un desafío abierto. Decir «Liga» era decir un proyecto para crear el «instrumento de la revolución» desde la periferia juvenil al centro proletario. La Liga despliega un impresionante élan militantista y divulgativo coincidente con una fase de incorporación masiva de una juventud izquierdista a la lucha, y refleja todos sus sueños liberadores, como el feminismo, la libertad sexual, el psicoanálisis, el rechazo del consumismo, etc. Todo ello como parte del reforzamiento de las expectativas socialistas alimentadas por los mayos, las crisis latinoamericanas, la revolución de los claveles, el cine político, la irrupción del libro de bolsillo, etc.
Aquí también se trata de imponer una línea de frente único para sobrepasar a los reformistas, atributo que también se hace extensible a los diversos grupos maoístas en una época en que la tarea primordial pasa por «desenmascarar» la política reformista del PCE (que por entonces sufrió constantes desbordamientos desde su área juvenil), homologado con el PCF. Después de poco más de un año de un izquierdismo rupturista que trata de crear comisiones revolucionarias, y una de cuyas acciones más significativas fue la de poner «patas arriba» la emblemática calle Tusset de la gauche divine barcelonesa, tiene lugar un fuerte debate de reconsideración en el que la Liga queda dividida en dos mitades.
Resultado de imagen de liga comunista revolucionariaUna la representa la tendencia «en marcha» y tiene el respaldo de la LCR francesa y del secretariado unificado, y su planteamiento pasa por una rectificación parcial del curso, mientras que la otra subraya que la organización se encuentra en una «encrucijada» (los nombres se derivan del título de los textos), que coincidirá con las posiciones de la minoría internacional liderada por el SWP, y que ofrece una enmienda más clasisista (había ayudar a recomponer el movimiento obrero antes de abordar actividades "luminosas", y trabajar por un frente proletario) al citado curso, y trata de recuperar las líneas estratégicas más de trabajos de masas y de inserción. El debate acaba bloqueando a la organización, y la dinámica rupturista se impone. Ahora se trataba ante todo de demostrar de parte de quién estaba la razón. Como no podía ser menos, el coste militante de estas crisis resultó muy grave, al tiempo que reforzaba el mito del trotskismo condenado inexorablemente a la división. Hay que decir que este tipo de argumentos eran muy propios de los grupos maoístas que competían entre sí a la hora de trabajar por ganar influencia, y que a su vez estaban fragmentados, al tiempo que se solían descalificar a la vieja usanza estalinista.
A pesar de este primer cisma, la Liga se impone netamente respecto de otras variantes de pequeñas organizaciones en las que la ligazón militante con la realidad es muy débil (como fue el caso del POR posadista o del lambertismo). No creo que exista la posibilidad de registrar el alcance de la implantación de la Liga en este primer período, pero, aun siendo un grupo menor al lado de los más importantes, antes de la primera crisis se llegó contabilizar solamente en el Baix Llobregat una cifra de setenta afiliados, en la que la mayor parte eran jóvenes simpatizantes. Vistas en perspectivas, aquellas crisis, como la que dio lugar a dos Ligas, la LCR y la Liga Comunista, ofrecen la idea de una militancia con 40º de fiebre, sin una conciencia precisa de las dificultades que comportaba la propuesta de convertir el derrocamiento del franquismo en la apertura de un proceso hacia la revolución socialista.
Había una conciencia de que se asistía a la «agonía de la dictadura», en particular gracias a las crecientes energías militantes las luchas obreras podían alcanzar el calificativo de «ejemplares» (hubo militantes que se hicieron como José Arán («Deguís»), José Borrás («Anarco»), Enric Montraveta, Pedro Navarro, etcétera, que fueron expertos en el «oficio» de lograr que una «chispa» que encendían empresas o cinturones industriales, la llanura de un sector), en la universidad, los trotskistas podían radicalizar cualquier «movida» y se imponía brillantemente en los debates. Algunos de ellos figurarán como líderes de la experiencia autogestionaria de Numax, y aparecen como tales en la película de Joaquín Jordá, Numax presenta...
En la Universidad de Barcelona fueron celebrados oradores y polemistas militantes como el gallego Joaquín Trigo («Trude») o el panameño José Eugenio Stoute («Tam Tam»), luego uno de los animadores de Fontamara en una época en que el libro «trotsko» era ampliamente perceptible en las librerías más avanzadas.
Resultado de imagen de liga comunista revolucionariaSe puede decir que las audacias en la acción aparecían complementadas por las dotes de militantes «palizas», muy leídos, especialmente atentos a cualquier debate, incluidos los que se podían dar en cualquier parroquia y cine-forum, bien para galvanizar, obligando a los líderes «reformistas» a emplearse a fondo, y muchas veces desbordarlos, hasta el punto de que esto se hizo casi una tradición…
Los de la Liga poseían un sentido de la historia que resultaba confirmado mediante una auténtica pirámide de obras maestras entre las que se contaban las de Pierre Broué, Edmund Wilson y un largo etcétera, como testimonian las diversas anotaciones bibliográficas de este trabajo, que no incluyen los manuales de todo tipo, buena parte de ellos aparecidos en los «Cahiers Rouge», editados por la Liga francesa con François Maspero, y cuya práctica totalidad fueron traducidos en unos modestos «Cuadernos Rojos».
Buena parte de esta documentación se citaba entre las interminables listas de «obras de consulta obligatoria» que se recomendaban en los seminarios. Las «buenas bibliotecas» -hasta los simpatizantes más tibios la podían tener; adquirir libros de izquierdas llegó a ser casi una forma más de acción- comprendían igualmente «lo último» de las producciones teóricas francesas de Daniel Bensaïd, Pierre Rousset, Henri Weber, pero también inglesas: Perry Anderson, Robin Blackburn, Norman Geras… Lo que no se poseía era una escuela propia, la capacidad de aplicar los esquemas a las realidades cercanas. Esto se suplía en buena medida mediante un entusiasmo que, ya después de las primeras elecciones libres (15-J de 1977), llevó a pensar a una importante minoría de la Liga unificada que se estaban creando las condiciones de una situación prerrevolucionaria, y esto fue objeto de un debate primordial en el congreso que unificó las dos Ligas. Sus componentes pertenecían tanto a una como a otra fracción. Hoy resulta evidente que padecían un eclipse político. No habían aprendido a tomar la medida de la historia, y que se confundía con sus tamaños, como cuando de niño te crees que la (próxima) iglesia de tu pueblo es mayor que un (lejano) rascacielos. Las clases dominantes habían recuperado la iniciativa, la izquierda tradicional se plegaba ante sus exigencias. Y, sin embargo, subsistía la impaciencia revolucionaria. Se había dicho que había que movilizar a las masas, adelantarse a que los burócratas instalaran sus despachos, pero no fue posible. Al poco tiempo toda la izquierda de filiación maoísta entraba en una crisis sin solución de continuidad.
En el calor de las luchas, el desbordamiento de las apuestas reformistas llegó a parecer perfectamente posible. Hubo momentos en que las huelgas y las movilizaciones, animadas por las corrientes izquierdistas y por sectores de las bases del PCE-PSUC, sobrepasaron los propósitos pactistas y causaron un desbordamiento de los planes de reformas. En ese estado de cosas, el trotskismo apareció como una forma de marxismo libertario, opuesto a las «burocratadas», y con una creciente capacidad de atracción que permitió creer en la posibilidad de estabilizar una alternativa de izquierdas capaz de superar las componendas.
Un buen ejemplo de esta atracción nos lo ofrece la trayectoria de una fracción, entonces mayoritaria en el seno de ETA, concretamente la que dio lugar a Komunistak (luego el MCE), y a partir de la cual se produjo un proceso de maduración política en el que se mezclaban aspectos programáticos y estratégicos: revolución permanente (realización de las tareas democráticas y proceso de revolución socialista), crítica de la estrategia militarista existente en ETA, crítica de la burocracia estalinista en la URSS, dimensión internacionalista de la lucha de liberación nacional, etc. En la VI Asamblea se produce una ruptura política en el seno del movimiento de liberación nacional vasco, en virtud de la cual los defensores de la antigua línea permanecerían agrupados en ETA V Asamblea (línea que condujo, con todas las crisis y vicisitudes posteriores, a la actual ETA). Dentro de la propia VI Asamblea, se produce un proceso de evolución político-ideológica hacia el trotskismo en un proceso que comienza con una campaña internacional de la Cuarta contra el proceso de Burgos. En esta evolución, la influencia de la LCR francesa fue determinante. La posterior unificación de la LCR con ETA VI constituyó un salto cualitativo que se complementaría con la ya mencionada de 1977. La influencia y las raíces sociales de ETA VI contribuyeron a hacer avanzar la implantación social y la experiencia en el trabajo de masas en el conjunto de LCR. ETA VI tomará el nombre de LKI, logrando ser a buen seguro el colectivo trotskista más implantado, e imprimiendo en la organización una mayor predisposición para asimilar la cuestión nacional así como la aceptación (no siempre lo suficientemente crítica, desde mi particular punto de vista) de la opción independentista…
Resultado de imagen de liga comunista revolucionariaEn estos primeros tiempos, las rupturas podían llegar a verse como problemas derivados de métodos con lógicas irreversibles, frente a las cuales únicamente cabía oponer una lógica opuesta y más correcta de la que emergería la oportunidad de ocupar un espacio decisivo en un territorio (todavía) ocupado por el PCE y por los diversos maoísmos, o bien por algunos nacionalismos como el vasco. Sin embargo, la crisis de 1973 provocó el distanciamiento de una franja significativa de la militancia, y confirmó el estereotipo del trotskismo fraccionalista del que nunca se acabaría enteramente de recuperar, un panorama ampliado por la aparición de otras fracciones, comenzando por la Organización Trotskista, que luego retomó idénticas siglas grandilocuentes del posadismo, PORE, y por supuesto «sección» integral, y verdadero trotskismo, algo que se demostraba acusando a los otros de falsos. La lista prosigue con las alimentadas desde Argentina por Nahuel Moreno, con sus respectivas divisiones y fracciones, todas auténticas. Luego siguen las británicas conectadas con Healy o con Militant, y más tarde con el SWP de Tony Clift, que en estos momentos está constituido como un colectivo llamado En Lucha (En Lluita, en Cataluña), muy activo y disciplinado y, cuando menos, ajeno a las pretensiones de ortodoxia, y con aportaciones propias generalmente bien valoradas. De todas ellas se ofrecen algunos detalles en el apartado de los diferentes «ismos» surgidos del tronco de la Cuarta, un árbol genealógico que obliga a abreviar so pena de marear hasta al lector más avezado. 
En el momento de su reunificación en 1977 (de la que quedan fuera pequeños grupos autónomos; unos acabarán disolviéndose y otros apuestan por actitudes radicales como el movimiento okupa), el horizonte de una nueva revolución española a caballo de huelgas generales para dar nuevos pasos en el desbordamiento de la reforma pactada (muy moderada en sus inicios) parece alejarse, y la LCR se debatirá entre una mayoría que apuesta por una recomposición del movimiento frente a una potente minoría que lo hace por la previsión de una crisis revolucionaria próxima.
La victoria de la primera opción significó también el desaliento de muchos militantes que habían hecho de la ruptura revolucionaria casi un modus vivendi. La historia, pues, pasaba por el largo plazo, y durante más de una década la LCR, del brazo de otros grupos del izquierdismo razonable, permanecerá como expresión de una izquierda extraparlamentaria con la que se contaba en las luchas pero no en las urnas, ocupadas por una izquierda cada vez menos transformadora y cada vez más transformada; el «felipismo» será la medida de cómo el «socialismo», incluso el socialdemócrata, podía ser invertido y convertido en algo muy diferente, si no contrario. Los que quedan se enfrentaran a otra travesía del desierto de la que parecen que tendrá una salida a caballo de la revolución en Centroamérica, o del empuje de la movilización contra el ingreso en la OTAN, pero estas nuevas derrotas acabaron por quebrantar seriamente a una generación que ya comenzaba a peinar calvas o canas, mientras que las nuevas hornadas de militantes que aparecen son bastante minoritarias e inmersas en un contexto de declive, y no están, salvo contadas excepciones, por hacer de la militancia su manera de vida, y las comparten con otras exigencias más personales animando tal o cual sector en ebullición.
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Aunque toda esta historia quizás parece hoy más lejana que la de la Guerra Civil, recordemos que desde los años ochenta la LCR, junto con el MC, agrupaba algunos núcleos de activismo militante que, entre otras cosas, insuflaba vida a una izquierda sindical que, cuando menos, quitaba el sueño a los burócratas sindicales y daba la batalla en la calle contra el desmantelamiento industrial. A pesar de que en realidad contaban con una implantación reducida, se trataba de gente muy forjada, con incidencia en sectores no organizados entre el personal que daba la cara en todos los conflictos, aunque luego nadie los votaba. No obstante, estas «pasadas por las urnas» (en expresión castiza de José Borrás) no eran obstáculos para animar los cotarros combativos de sindicalistas, feministas, insumisos, gays-lesbianas, okupas…; contaba con periódicos en Madrid (Combate), Barcelona (Demà) y Euzkadi, de una rica revista de debate (Imprecor), etc. Cuando mejor se vería la importancia de su presencia radical fue cuando su ausencia debilitó -a veces de manera decisiva- la marcha ulterior de estos movimientos.
La alternativa de una «convergencia» revolucionaria con el MC, último reducto parcialmente reconvertido del maoísmo. Se trataba de un grupo más implantado, con una maquinaria dirigente mucho más engrasada, y que, después de una larga experiencia de activismo común, apareció como una tabla de salvación contra el que únicamente una minoría, acusada de sectaria, puso pegas tan razonables como la exigencia de mantener la sección de la Internacional, algo que habían hecho otras secciones inmersas en aventuras unificadoras. Esta exigencia resultó tanto más evidente cuando la realidad empezó a demostrar que se trataba de una huida hacia delante, y que la convergencia entre «revolucionarios» no era tal desde el momento en que el MC estaba dejando de revolución de un día para otro en una crisis de identidad que le llevó a un lugar ideológicamente incierto, con un mapa que únicamente conocía una dirección organizada como una secta en la que, los comités controlan la base, la dirección domina los comités, y un líder (Eugenio del Río) domina la dirección.
Quedó claro que, si bien la LCR estaba hecha a la pluralidad, para trabajar lealmente como minoría, la dirección verticalista del MC nunca haría lo propio. No hubo pues antídoto en el momento en que dicha dirección tiró por la borda toda su tradición marxista para seguir funcionando con una definición ideológica light pero con los hábitos internistas clásicos; el grupo mantenía sus prerrogativas (un periódico, una editorial), pero abandonaba la acción consciente y organizada.
Resultado de imagen de liga comunista revolucionariaEl peso de la restauración conservadora (del «nosotros» al «yo») había llegado incluso a minar la voluntad organizativa que había hecho del socialismo, y la organización llegó a aparecer como algo opresivo. Algo había de verdad, sobre todo si consideramos que en el MC había una veta estalinista que todavía funcionaba. Por más que la gente de base podría comenzar a pensar una cosa, al final acababa aceptando las directrices de sus líderes. Éstos, antes de que «su gente» pudiera optar por la Liga, preferían la disolución. Dicha disolución afectó muy gravemente a todos los colectivos sociales insumisos, y la vida personal se convirtió en una meta en sí misma; no había que tratar cambiar el mundo -como se decía en una película de Ettore Scola-, porque al final es el mundo el que te cambia a ti. Se trata de una formulación propia de los ex comunistas, y hoy sabemos mejor lo que significa: no hay más que ver la evolución «socialdemócrata» sin reformas del partido de D’Alema.
Así pues, la Liga se desplomó justo cuando su presencia era más necesaria para una recomposición que se aplazaba, pero que se iba a mostrar más necesaria que nunca, y cuando comenzaba a cobrar alma y cuerpo en algunos lugares como Andalucía. La caída produjo no una reacción, sino un profundo desaliento; sólo una minoría muy exigua persistió en una apuesta de reconstrucción.
En esta «implosión» pesaron muchos factores, en primer lugar la suma de derrotas, al final de las cuales llegó a parecer que el mundo cambiaba de base pero al revés, como la planteaba la letra de La internacional. Repasemos muy brevemente: a) derrotas internacionales devastadoras, triunfo de la estrategia «contra» en Asia, América Latina y en el África portuguesa; la práctica desaparición de la izquierda en el Este después del desplome de la URSS, etc.; b) el 23-F ya había recortado drásticamente los límites de lo social y democráticamente posible; luego el PSOE ganó unas elecciones para aplicar el programa que la derecha no estaba en condiciones de aplicar; y c) el PCE y el PSUC ya se habían «suicidado» como partidos-movimientos, y luego se habían desmontado los aguerridos partidos maoístas (PTE, ORT, BR), de manera que llegó un momento en que el escenario «radical» quedó cada vez más limitado a la difusa franja libertaria, sobre todo a los grupos independentistas -un ámbito en el que la gangrena de ETA se fue haciendo cada vez más tenebrosa y contraproducente-, al MC y la Liga, y poco más.
Después de haber apostado a fondo por la solidaridad activa con Nicaragua y El Salvador, esta izquierda radical puso toda la carne en el asador de la campaña anti-OTAN, una campaña movilizadora cuya derrota llegó «desde dentro», por un PSOE erigido en la única izquierda «posible», y el voto a favor del «sí» tuvo consecuencias nuevamente devastadoras. Al final llegó una reedición del llamado «desencanto», y muchos y muchas optaron por agarrarse a una piedra en tal o cual entidad solidaria o quedarse en casa, cuando no por buscarse un lugar al sol que más calentaba…Parecía que el paradigma marxista se había hundido. La clase obrera sufría un brutal proceso de derrotas y desestructuración, la realidad sobrepasaba los análisis, y la historia volvía a parecer algo que te invitaba a pensar únicamente en las cosas más inmediatas y cotidianas.
Resultado de imagen de liga comunista revolucionariaNo obstante, en condiciones de adversidad muy similares, otras secciones de la IV Internacional superaron embates similares y sobrevivieron, aunque notablemente afectadas. No obstante, quizás quepa subrayar que el retroceso de la izquierda social fue aquí más brutal que en otros países; aquí los que eran niños en la última huelga general ahora casi peinan canas; después se «negocia» con cada vez menos capacidad y fuerza, pero, aun así, era posible persistir aunque fuese con menos exigencias. Sólo faltaba la vinculación orgánica y la voluntad de mantenerla, pero para ello había que estar de acuerdo con el paradigma revolucionario, que, en aquellos momentos de crisis, parecía extraviado, y optar por un pensamiento fuerte se le antojaba a muchos un tren que ya no llevaba a ninguna parte. Sin embargo, dicho tren convirtió en parlamentarios a los antiguos extraparlamentarios, y, a todo esto, llegaron los nuevos vientos de Porto Alegre.
Afectada por esta suma de crisis, por un cansancio generacional, este escenario imprevisto sorprendió a la dirección de la Liga exhausta y con el paso cambiado. Había cometido la solemne estupidez de quemar los barcos (o las barcas), de no prever la garantía de una asociación -una fundación, lo que fuese- afiliada a la IV Internacional. Esto impidió que hubiese una red de recogida en la hora del desconcierto. En vez del reagrupamiento y el habitual furor polémico, llegó el estupor, un vacío que impedía cualquier valoración para la que, se pensaba, se carecía de las suficientes perspectivas.
Resultado de imagen de liga comunista revolucionariaPara colmo, algunos de los portavoces (Joaquín Nieto, Ramón Górriz) de la aguerrida Izquierda Sindical que había mostrado su potencial en las sucesivas convocatorias de huelgas general o en las movilizaciones contra los desmantelamientos industriales (que tan bien escenifica Fernando León de Aranoa en Los lunes al sol), reaparecieron en la siguiente escena, pero ahora como «martillos» de los «críticos» de CC.OO., en una película que recordaba La invasión de los ladrones de cuerpos (Donald Siegel, 1956). Los sectores obreros que comenzaban un proceso de radicalización contra las consecuencias del neoliberalismo, con la ayuda inestimable de los más rigurosos y creativos discípulos de Mandel en España, Jesús Albarracín y Pedro Montes, se encontraron con que alguno de los antiguos profetas ahora agitaban el pretexto de liberarse de la «tutela» del PCE para caer en la tutela burocrática cuando no soterradamente gubernamental, según la cual hay que escoger lo menos malo, y negociar y negociar aunque no se tenga apenas una maldita carta en las manos...
A partir de aquí, cualquier proyecto de recomposición únicamente podría venir a partir de una resituación estratégica (una palabra que daba pavor a quienes, ante todo, querían sobrevivir) y de un encuentro con las nuevas generaciones que, de momento, no se veían en el reducido teatro de lo que se movía más allá de algunos casos aislados. Muy poco en medio de un abrumador peso conservador, en no poca medida derivado de las propias conquistas sociales de décadas atrás, del «bienestar» de una clase obrera que ahora empezaba a perder más o menos lentamente, y cuyos descendientes actuaban en muchos casos como hijos de papá que querían que siempre fuera domingo. Y sin la energía básica de una juventud, minoritaria ciertamente en momentos tan significativos como la campaña contra la primera guerra del petróleo, apenas se podía pensar en algo que no fuera apostar por preparar tiempos mejores en los que, de nuevo, luchar y transcrecer, en consonancia, finalmente, con una nueva contestación provocado por las propias victorias del neoliberalismo.
Resultado de imagen de liga comunista revolucionariaLos restos del naufragio se refugiaron en grupos como el Espacio Alternativo, Izquierda Alternativa, el Col·lectiu per una Esquerra Alternativa en Cataluña o la Plataforma de Izquierdas en Madrid, y luego aparecieron grupos juveniles como Batzac, como parte de un conglomerado trotskiano afín ahora delimitado no tanto por la historia, sino por qué hacer frente a la globalización neoliberal. Entre los primeros, algo estaba claro: tenían que vincular su apuesta de recomposición con el proyecto «transformador» de IU como el «tercer partido», o sea, como una opción alternativa a la «casa común» de la socialdemocracia light. Cabría anotar que IU, con todas sus contradicciones, permitía unos grados de democracia interna que al viejo PCE (y también al MCE) le habrían parecido excesivas, y ello a pesar de la línea quebradiza de Julio Anguita.
El «anguitismo» era una rara avis en la cultura comunista tradicional (aunque el nuevo clan mediático de Javier Pradera en El País le atribuía los rasgos que podían ser los propios del institucionalmente canonizado Santiago Carrillo). Anguita era capaz de vuelos de altura, pero también lo era de tropezar en cuestiones elementales. No obstante, la cuestión es que, por primera vez desde los años veinte, permitía trabajar en una plataforma pluralista por la construcción de una «tercera izquierda» enérgica y movilizadora en el camino inicial de Refundazione antes de la caída.
Este camino de recomposición vendrá duramente allanado por la intervención activa en las Marchas contra el Paro, en ocupaciones como las protagonizadas en Andalucía y en Barcelona (iglesia del Pi; un momento para hacer un homenaje al entrañable mossèn Vidal, que seguía tan noble y activo como cuando daba cobijo a las primeras comisiones obreras), en huelgas como la de Miniwatt, en la lucha por un sindicalismo por otra globalización, abierto y participativo en la CGT a pesar de las tentativas uniformistas del anarquismo más político-antipolítico, etc.
Resultado de imagen de liga comunista revolucionariaUn campo de prueba de esta posibilidad tendría lugar en Cataluña con EUiA, en un tiempo que antecede a la consolidación del movimiento por una globalización alternativa. Existían tres tests para dictaminar la realidad de esta prueba: uno era el papel que se le daba a la opción institucional; el segundo, la actitud que se debía tomar en relación con el conflicto con la burocracia instalada en Comisiones; y en tercer lugar, la democracia interna. En contra de lo que pensaban el PCC (con una alianza privilegiada con la fracción del POR ya de vuelta de pasados furores) y una parte del PSUC viu, las elecciones fueron la constatación de que el proyecto llegaba cuando se invertía el ascenso del «anguitismo» electoral y el PSOE-PSC se recuperaban. Cerrada esta posibilidad, ambas formaciones sometían sus «críticos» al juego del poder en el sindicalismo institucional de Comisiones… El PCC entonces recuperó su esquema del programa mínimo (o sea, de no perder el tren institucional ni los puestos en la dirección de Comisiones), y puso su maquinaria en marcha… En lugares como la pequeña localidad en la que resido pude contemplar cómo funcionan las tradiciones estalinistas, aunque sea en su fase más decadente. En una agrupación pequeña, y en la que apenas cuatro se movían como militantes reconocidos, el voto era ferozmente disputado con tal de asegurar un delegado del PCC. Estos delegados, ajenos a cualquier activismo, eran ciegamente apoyados por la afiliación pasiva y votaban lo que el partido mandaba. Había que cumplir la consigna.
De esta manera, el cosuttismo (de Cosutta, que rompió con Refundazione para mantener sus prerrogativas institucionales en alianza con el ex comunista D’Alema, quien desde su nueva izquierda evolucionó hacia... el Opus Dei) conseguía una amplia mayoría en la que los representantes de los movimientos se encuentran en franca minoría. Así, cuando tiene lugar una lucha (como la de los sin papeles encerrados en la iglesia del Pi, de Barcelona) o movilizaciones (como la de marzo de 2002 contra la cumbre europea en dicha ciudad), cada uno ocupa un lugar diferente en el escenario. Mientras que los sectores activos de EUiA buscan ante todo proteger estos pasos hacia adelante de las maniobras integradoras del poder municipal (PSC, IC, más Comisiones Obreras-UGT), la dirección de EUiA reedita la enésima variación de una opción institucional, aunque para ello tenga que enfrentarse a los movimientos.
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Esto ocurre en un momento histórico en que la izquierda «realmente existente» carece del más mínimo margen de maniobra para ofrecer aunque sean unas reformas sociales dignas de este nombre, a lo más una gestión más abierta. Se olvida que, históricamente, las mejoras sociales tuvieron lugar cuando el orden establecido, aparte de tener miedo a la revolución, era sobrepasado por unas luchas sociales que se expresaron en vísperas de los mayos del 68 como «huelgas salvajes», es decir, que desbordaban la dinámica integradora de los sindicatos mayoritarios. Dicho de otra manera, sin la existencia de poderosos movimientos sociales, sin el desbordamiento de esos márgenes en los que la socialdemocracia en el poder ni tan siquiera es capaz de hacer retroceder las privatizaciones, cualquier tentativa de izquierdas por arriba está condenada a plegarse a la razón de Estado y, a la postre, a oponerse a los movimientos, aunque los hayan apoyado antes de ganar las elecciones. Los casos de Felipe, Mitterrand y compañía son lo suficientemente claros como para saber lo que significan los gobiernos de izquierdas cercados por la globalización capitalista y el unilateralismo norteamericano.
La apuesta por conformar una corriente alternativa en Izquierda Unida fue iniciada en un contexto de final de época, en un vacío social que todavía no había comenzado a reactivarse. Cuando Seattle apareció como un prólogo, la izquierda seguía discutiendo todavía sobre las «terceras vías» al amparo de Clinton, y el PSOE tenía la partida institucionalista ganada y sumaba «renovadores» de IU e Iniciativa, ya volcada hacia el socialiberal Maragall y en la acaparamiento de cargos institucionales, acérrima defensora de la burocracia de Comisiones situada incluso a la derecha de la UGT, como se confirmará en plena movilización contra la segunda guerra del petróleo en Irak. Esta victoria acondicionaría el curso mayoritario en IU y EUiA. Sin embargo, la expansión del movimiento por una globalización alternativa, con su carácter internacionalista y sus evidentes deficiencias organizativas (que ya no lo son tanto, por ejemplo en la universidad), junto con las impresionantes movilizaciones contra el trasvase del Ebro, contra el desastre ecológico neoliberal que ha tenido su pequeño Chernobil con el Prestige y contra el fascismo exterior norteamericano, permiten una lectura que no puede ser la de la resignación, ni tan siquiera la de una nueva travesía del desierto.
No hay que ser Nostradamus para prever el resurgimiento de una izquierda social animada por unas nuevas generaciones que están dando sus primeros grandes pasos en la recuperación de la pasión política. El pueblo vuelve a aparecer en las citas históricas creando las condiciones para que la apuesta radical (la que va a la «raíz», según Marx) vuelva a ocupar aquel espacio que el Manifiesto atribuía al «partido comunista», la de tener una conciencia de conjunto, ser su fracción más consecuente y decidida, un instrumento para orientar una estrategia de avances y conquistas. Este «partido» está cobrando alas con la recuperación del activismo político en las universidades y en las barriadas, en una nueva generación de sindicalistas no resignados a la negociación pasiva de una suma de derrotas devastadoras que apuntan contra todas las conquistas sociales logradas desde 1945. Porque, por si alguno no lo sabe, está claro que con las bombas contra los pueblos se están vendiendo medidas como la privatización del Estado social, la flexibilización del mercado laboral, le destrucción de los recursos naturales, etcétera.
Existen numerosos referentes para este «partido», pero quizás el más idóneo e influyente haya sido hasta ahora Refundazione, aunque este es un proceso que apenas acaba de comenzar. Recordemos que en este «partido» coinciden algunos aspectos primordiales, como a) la recuperación de las tradiciones revolucionarias en un sentido plural, y por lo tanto del trotskismo que puede mantener lealmente sus propias actividades como sección de una internacional; b) la claridad a la hora de entender que no se puede pactar con el socialiberalismo, porque desde el gobierno aplica medidas que la derecha no se atreve a aplicar, y porque para hacerlo necesita domesticar y desactivar los movimientos; c) un planteamiento no hegemonista, de impulso a los movimientos, de democracia directa y de diálogo (contaminación; enseñar aprendiendo) con todos los activismos; y d) compromiso activo con todos los encuentros y acuerdos internacionalistas, respetando todas las corrientes radicales no hegemonistas…
Pero seguramente nos estemos adelantando en un terreno histórico sobre el que se están dando todavía los primeros pasos, y sobre el cual el lector encontrará reflexiones añadidas en los epílogos que acompañan la reciente edición de Trotskismos, de Daniel Bensaïd, .uno de los "maestros de pensamiento" de la actual izquierda anticapitalista emergente que acaba de aprobar el examen de las elecciones presidenciales francesas, sobre todo por su capacidad de movilización y por la riqueza y ductilidad de su discurso.
Anexo
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1. Una voz crítico a la unificación me escribió en su día la siguiente nota. "Creo que es necesario aludir a que en el seno de la LCR hubo una resistencia organizada, una auténtica batalla política, que produjo una tendencia organizada durante el congreso previo a la unificación con el MC, en defensa de mantener una relación plena con la IV Internacional (al menos la parte de la antigua LCR, o quienes lo desearan), como garantía para la evolución política de la unificación y como válvula de seguridad para reagruparse si las cosas iban mal). Recuerdo perfectamente que las informaciones que ya teníamos sobre la evolución político-ideológica de la cúpula de MC eran inquietantes. Dicha tendencia, fundamentalmente catalana (estábamos, entre otros y otras, Brian Anglo, gente de la enseñanza, la gente de SEAT, etc.), aunque no sólo, desempeñó un papel esencial en la recomposición posterior de los trotskistas tras el fracaso de la unificación. Basta ver la realidad actual del Col·lectiu per una Esquerra Alternativa… La gente de aquella tendencia en defensa de la IV impulsó el agrupamiento de posiciones en el proceso final de la crisis de la unificación, y en el último congreso anterior a la disolución (la tendencia en defensa de la organización política y la estructura confederal, que permitió entrar en contacto con «Kemal» (Javier González Pulido) y diversa gente de la antigua LCR de Madrid).
La gente agrupada en esta lucha de posiciones constituyó una parte muy importante de la acumulación de fuerzas que, tras la crisis de la unificación de LCR-MC, dio lugar a la organización cuartista Izquierda Alternativa. Esta organización entró en crisis posteriormente, dando lugar a las organizaciones actuales de la IV en el Estado español: Cuadernos Internacionales (que comprende el Col·lectiu per una Esquerra Alternativa) e Izquierda Alternativa (que comprende en Cataluña una parte de los militantes de Batzac). Grosso modo, las diferencias políticas que originaron tal separación fueron: distinto énfasis en la necesidad de organizarse autónomamente como cuartistas, en combinación con la intervención en marcos más amplios (IU); valoración desigual del papel de la clase obrera en el proceso de lucha política y revolucionaria y sobre la necesidad de apoyar e impulsar la corriente critica en CC.OO. (frente a los sectores que teorizaban que la clase obrera ya no era sujeto revolucionario y se había adaptado a la dirección burocrática y derechista de CC.OO. bajo el liderazgo de Antonio Gutiérrez); diferencias de apreciación sobre los sectores de izquierda en IU y en el PCE, para configurar una política de alianzas y la formación de una corriente, que se materializó exitosamente en la creación de la Plataforma de Izquierda -20% de los votos en la VI Asamblea federal de IU-, que ha dado lugar en la actualidad a Corriente Roja, en la cual militantes de Cuadernos y del Col·lectiu desempeñan un papel destacado, y la corriente Espacio Alternativo, animada por militantes de Izquierda Alternativa (Diosdado Toledano, carta de 4-5-03).
Resultado de imagen de liga comunista revolucionaria2. Bibliografía. La mejor documentación sobre la LCR continúa siendo la colección de su órgano central, Combate, que en su período clandestino se puede encontrar reproducido en la página web de Viento Sur, la revista teórica de Espacio Alternativo, cuya colección resulta bastante representativa de un posicionamiento que toma a la IV Internacional como un referente. Otro sector ha editado más modestamente Cuadernos Internacionales con diversos números especiales, como el prólogo de Daniel Bensaïd a la historia de la IV de François Moreau, el trabajo de Enzo Traverso sobre Trotsky o los de Albarracín-Montes sobre el capitalismo tardío. Entre los estudios sobre la resistencia antifranquista, aparte de los ya citados sobre el FLP, hay que anotar el de Valentina Fernández Vargas, La resistencia interior en la España de Franco (Istmo, Madrid, 1981), y también dos aparecidos en Los Libros de la Catarata: Consuelo Laiz, La lucha final. Los partidos de la izquierda radical durante la transición española, y José Manuel Roca, El proyecto radical. Auge y declive de la izquierda revolucionaria en España (1964-1992), que abarcan (casi) toda la izquierda radical, enfocada además desde el ángulo de las ideas programáticas; la extensa entrevista de Ernesto Portuondo a Jaime Pastor en la revista L’Avenç (n.º 202). De momento, existe ya una tesina escrita, la de Aurora Luengo y Concepción Lallana: La LCR (1971-1978) (UCM, Madrid, 1979), y otra preparada por Ricard Martínez y Marti Caussá, realizada bajo el prisma de los reconstrucción de la historia a través de los documentos y tyextos escritos por algunos protagonistas…:
Una experiencia de la izquierda revolucionaria en el Estado Español: la LCR (1971-1991). También se puede encontrar una cierta información en dos libros del autor de estas líneas: Memorias de un bolchevique andaluz (El Viejo Topo, Barcelona, 2002), un retrato de época desde una experiencia estrechamente relacionada con las Ligas, así como Miniwatt-Phillips: la memoria obrera (El Viejo Topo, Barcelona, 2003), una evocación de una lucha obrera contra corriente que abarca desde la gran huelga de 1975, a través de los recuerdos de los componentes de las Comisiones en la empresa, sobre todo del cuartista Juan Montero («Johnny»). Y a titulo de suma curiosidad cabe registrar la novela del jefe de la policía local de Gijón Alejandro M. Gallo, que ha escrito una apasionante novela negra, Asesinato de un trotskista, y en la que se ofrece sólido retrato de generaciones dentro de una trama policíaca que se lee de un tirón.

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