Notas sobre el pobre de Asís en el cine
Lo primero que llama la atención en relación al ideario cristiano a toda
persona sincera, es el enorme contraste entre lo que se proclama y lo que
realmente se hace. Abundan los chistes como el de aquellos locos enamorados que
mueren de un accidente antes de casarse y al llegar al cielo piden un cura, a
lo que san Pedro le responde: “Hijos míos, aquí tenemos de todo menos curas”, o
de frases populares, como aquella que pone en boca de un clérigo esta: “Hijo
mío, tú tienes que hacer lo que yo te diga y no lo que yo hago”.
Una verdad aproximada de historias de la que muchos hemos sido testigos,
en mi caso allá en la segunda mitad de los años cincuenta en la Puebla de Cazalla, Sevilla.
Por aquel entonces nos llegó un ayudante del párroco oficial –un tipo al que
únicamente le importaba acaparar y quedar bien con los feligreses mejor
situados-, y empezó a dar trigo antes que predicar. Daba comer a hambriento,
sus zapatos al descalzo, su ayuda a los enfermos, su comprensión a las
magdalenas de lugar, etc., etc. No pasó mucho tiempo sin que el grupo social
beato moviera Roma con Santiago para echarlo del pueblo. Se llamaba don Ángel,
y según noticias, como muchos otros, acabó dejando el sacerdocio para dedicarse
a la causa obrera.
Esta y no otra es la madre del cordero en un país católico como se
proclamaba aquella y esta España. La misma Iglesia que consideraba pecado una
falda corta pero no matar campesinos. La de Cañizares que protesta rezando por
un gesto amoroso pero que da las espaldas y blasfema contra los refugiados
tachándolo de peligrosos….
Claro que no todos son iguales, que hay gente sencilla que trata
modestamente de ser consecuente, casos como el pobre de Asís que fue canonizado en
1228, dos años
después de su
muerte, consagrado
oficialmente por sucesivos
concilios, reconocido incluso
con el nombre de
una importante ciudad
norteamericana (San Francisco,
claro), y creador de una orden que finalmente, acabaría integrada y vaciada
básicamente de sus
contenidos aunque inicialmente fueron sospechosos por su
voto de pobreza, su
vida en comunidad y su
iluminismo, de simpatizar con el
milenarista Joaquín de Fiore. El de Asís no fue, sin embargo, lo que se dice un santo al uso
con su milagro y su culto correspondiente.
De hecho, la «locura» de
Francesco fueron una práctica y unos sentimientos que, de vivir
actualmente, merecería el total menosprecio de la agresiva intelligentzia neodarwinista
de la que se encuentra en las antípodas.
Se puede decir que fue un «idiota» que amaba a todas las criaturas, a los seres humanos más desfavorecidos, a los
animales --predicaba a las golondrinas y
a otros
pájaros--, y también
a los elementos, hablaba
amistosamente del Hermano Fuego.
Incluso antes de morir se
refirió a la
“hermana Muerte” de
la que «nadie escapaba»...Como se puede ver,
algo bastante ajeno también a lo
que conocemos del cristianismo «realmente existente».
El de Asís representa una de las
opciones prácticas más
opuestas a la premisa hobbiana
según la cual “el hombre es lobo con el
hombre”. Y está claro las pistas
“franciscanas” pueden reconocerse a través de grandes opciones actuales
como la
Teología
de la
Liberación, el pacifismo y el ecologismo, o más
llanamente, en las tradición creada en su propia ciudad, centro de animación de
toda clase de manifestaciones contra las guerras, la última, especialmente
masiva, en el 2003, contra la agresión
de la administración Bush jr contra el pueblo de Irak, hecho calificado
abusivamente como guerra.
Nacido en la ciudad de Asís (1118), ya eternamente ligada a su nombre, la
cronología de su vida es incierta por las muchas leyendas
que circundan los
acontecimientos que se le atribuyen. Hijo de
un rico comerciante
afrancesado que fue apodado Francesco
(el francés), fue bautizado como Juan
Bernardone. Pasó su juventud
entregado a los
placeres del mundo,
y soñaba aventuras caballerescas.
Habiendo estallado una guerra Asís y Perusa, se aprestó a la defensa de su ciudad natal, y permaneció prisionero un año. En 1205 partió para combatir en Apulia
contra el emperador al lado de las aguerridas tropas pontificias,
pero después de una grave
enfermedad acompañada de visiones
y experiencias místicas, sufrió
un cambio radical en su vida.
Renunció a los bienes del mundo y abrazó una vida de pobreza evangélica al
lado de los pobres
y de los leprosos, condenados a vagar lejos de la
gente. “Nadie --escribe Barrows Dunham--
antes de aquel tiempo y nadie después de
él ha comprendido de manera tan clara y dulce que los hombres pueden ser
capaces de encontrarse en el mundo
como en
su casa. Se ha
dicho que fue la primera mente moderna; pero es
clarísimo que aún estamos lejos
de su visión. Le seguimos en el tiempo,
pero más en distancia moral; y
hasta que hayamos hecho la paz con el
lobo, es decir entre
nosotros, no nos asemejaremos a él” (Héroes
y herejes, 1969, p. 273, Ed. Seix Barral,).
A diferencia de otros heterodoxos,
Francesco no fue ni siquiera
sacerdote. Sin rebelarse
abiertamente llegó a
restaurar el clero secular e
impulsó la piedad y la solidaridad donde
predominaba el más sórdido egoísmo.
En su orientación
básica, sorteó la
herejía porque directamente no
estuvo en contra de nadie. No manifestó --como hicieron los cátaros,
tan próximos en las ideas y
en el tiempo
a él y exterminados sin piedad-
sus críticas a una Iglesia de la que
se distanció abismalmente poniendo en
práctica otra manera
de ver y tratar las personas, los
animales y las cosas. Cuando habla de Dios habla de todo ello, su Dios fue por ende más bien panteísta, a
través de Dios nos habla de una
comunión cósmica, de un sentimiento de amor infinito que se reconoce en una
«imitación de Cristo» llena de alegría y de
fe en el
otro, en lo otro.
Sin declarar su oposición al
sistema, el de Asís, empero,
permaneció ajeno a las
reglas establecidas, a la
doctrina y la
organización. En su
célebre “Testamento”, proclamó en
una reunión de su Orden en la que estuvo presente un
santo muy diferente,
santo Domingo, creador
de los “dominicos”, a los que el
Vaticano confió la
Inquisición, que Dios le dictó “que quería que fuese un pobre
y un idiota --un gran insensato-- en este mundo”, y rechazó «ningún otro sendero de ciencia
que no sea éste».
Dejando de lado las ignotas evocaciones del primitivo conde Guilio Antomoro (Frate
Francesco, Italia, 1926), que fue un
auténtico éxito en su tiempo y muy bien
acogida por el régimen fascista que puso de moda del cine religioso “de
estampitas”, tan usual por otro lado bajo el franquismo, o la tentativa del
mexicano Albert Gout (San
Francisco de Asís, 1943),
responsable de algunos de los títulos
más ridículamente kischs del cine de su país, nos encontramos con una hermosa
excepción: Francisco, juglar de Dios (Francesco,
giullare di Dio, Italia, 1950), una auténtica obra maestra realizada por Roberto Rossellini entre sus
dos mayores trabajos con Ingrid
Bergman: Stromboli (1949) y Europa 51, y en las que resulta patente
los sentimientos franciscano
tanto en el panteísmo de la primera como
en la convicción de la segunda de que el
cristianismo comporta la ruptura con
todas posiciones instaladas y de privilegios. Rossellini efectuó una recreación modélica
de once episodios de Las florecillas comenzando con el regreso de Francesco desde
Roma a su cabaña y acabando con la dispersión
de los frailes para predicar por el mundo.
Basada en un guión propio en el
que colaboran Fellini y Sergio Amidei
--responsables de Roma, ciudad abierta--, además de Feliz Morlion y Antonio
Lisandro. En las enciclopedias, esta película se registra ante todo porque
supone una adaptación del neorrealismo a un
cine religioso muy lejano del que
hemos analizado. Se habla de una realización humana colectiva y no de un
sometimiento. La tónica naturalista
comienza por el grupo actoral en el que el
único profesional es el inmenso
Aldo Fabrizi y Francesco fue interpretado por Fray Nazario, un franciscano.
Toda la
película respira sencillez y autenticidad
por los cuatro costados. Como
suele ocurrir con el cine religioso digno de tal nombre, Francesco... fue un fracaso comercial, careció de apoyos
de cualquier tipo y no se estrenó
comercialmente entre nosotros.
Rodada en blanco y negro
limpio y claro
fotografiado por Otello Martelli
en escenarios naturales,
Francesco... rehúsa cualquier forma de
espectacularidad aunque sea
decorativa, se transpira austeridad, sencillez,
una convicción y una
autenticidad que será difícil, sino
imposible de encontrar
en el cine
religioso convencional, a veces
carente incluso de sentido del ridículo como es patente en la escena de la
llegada de Fray Ginepro desnudo porque ha regalado su hábito
a un pobre.
Existe una belleza en la película,
pero se trata de algo interior, inherente al contenido eminentemente
«franciscano» en la forma y en el
fondo. Su neorrealismo provocador,
responde a la misma manera de
ver las cosas de alguien como Francesco
que optó por los de abajo,
que no podía perdonarse darle la espalda a los leprosos como una gracia,
y que soñaba una
armonía con una
naturaleza que veía
como la manifestación más
evidente del Dios del amor, de un Dios
al que creía acercarse a través de las obras.
Más que una biografía de
Francesco, Rossellini estructura
libremente doce episodios que
encadena con plena libertad, sin
subrayados ni grandilocuencia, sin músicas sacras ni grandes palabras. Comienza con el "Laudato" que es todo un manifiesto, una
oración que suena
extraña a los
que estamos acostumbrados a oír
oraciones manidas, sin relación alguna
con lo que se vive. Luego se inicia la
acción cuando Francesco y sus discípulos
vuelven de Roma en una
noche especialmente lluviosa, y consienten dulcemente que un campesino mal encarado los
expulse de su propio hábitat, y por única respuesta el grupo alaba al Señor
bajo el agua y el frío hasta que amanece.
En el último capítulo cuanta como el grupo se despide de la Porciúncula para predicar su obra por
el mundo, y cuando los hermanos preguntan a Francesco sobre el
trayecto a seguir, éste en respuesta les
sugiere que den vueltas sobre sí y que
tomen el camino en la dirección en que indique su caída... Años después será
Pasolini el que llevará el «método» a dos de sus filmes con más profundo contenido religioso, El
Evangelio según San Mateo, y en Pajarillos y pajarracos (Uccellacci
e uccellini, Italia, 1965), otro título
ciertamente «franciscano» clave
en su filmografía. La historia
de dos caminantes
que discuten con un dicharachero cuervo
de izquierdas al
que acaban metiendo
en la cazuela se mezcla
con la "florecilla" en
la que se cuenta la encantadora historia
de dos seguidores de Francesco --maravillosos Totó y Ninetto Davoli-- que
tratan pacientemente de hablar con los pájaros. Después
de descubrir que los
gorriones --los trabajadores-- hablan
dando sus peculiares saltitos, fracasaran en su empresa desde el momento en
que los halcones --los burgueses-- se
los comen porque la voracidad forma
parte de
su más profunda
naturaleza.
También es perceptible la huella
«franciscana» en la
adaptación que Akira Kurosawa efectuó de El idiota (Hakuchi, Japón, 1951), la conocida novela de
Fiodor Dostoievski, y en la que un
hombre que se despoja de sus bienes y que no
se rebela ni ambiciona nada es considerado un «idiota», un término que, como es sabido, está
actualmente muy en uso en las plumas
de los legitimadores, de la intelligentzia
orgánica del capitalismo triunfante. Umn sistema cuya victoria garantizará el
final de un planeta que no da para tanto expolio y explotación de los recursos.
A continuación, el nivel artístico y moral baja
rotundamente con aportes como los siguientes:
--El pobre de Asís es curiosamente un nombre que evoca dos tiempos muy diferente en la
controvertida Liliana Cavani (Carpi, 1933), universitaria diplomada en
el Centro Sperimentale de roma, y una de las promesa femeninas del nuevo cine
italiano de los
sesenta y, finalmente, uno
de los nombres más execrables del cine moderno,
responsable de títulos tan abyectos como
Portero
de noche (1974)
o Más allá del bien y del mal (1977). Entre el primer Francesco (1966) y el segundo (1988) media
una evolución personal registrada
en la pantalla, y que va desde las izquierdas "contestarias"
hasta la conversión al catolicismo oficial y al sol que más calienta.. Convendría revisar aquel primer Francesco
que personalmente aprecié en su día,
y que significó el debut
de su directora en el campo del
largometraje, y que se trataba de una
modesta producción de la RAI. en la misma
línea que otro título suyo bastante apreciado entonces: Galileo (1969), que provocó reacciones
airadas en los medios eclesiásticos más conservadores. En este
Francesco, interpretado por el
actor-fetiche de la Cavani
entonces, Lou Castel, explora en
clave de docudrama una historia
que trata de ajustar a los cánones del rigor
realista, y le ayuda a conseguir
un reconocimiento por parte de la crítica, al tiempo que provoca
airada reacciones en la Iglesia oficial por subrayar justamente las
contradicciones existentes entre la actitud
del santo y la de la
Iglesia instalada, y por atribuirle a Francisco una tendencia
claramente anarquista.
--La producción de la Fox,
con todas las características propias de un producto religioso made in Hollywood Francisco de Asís» (Francis
de Asís, USA, 1961), basada en la novela The jouful
beggard, de L.
De Wolh, y cuyo guión
fue asesorado por varios consejeros eclesiásticos e incluso un cardenal Asístió al
rodaje, ya que
al parecer hasta
Juan XXIII estuvo interesado en el
proyecto; fue rodada con abundancia evidente de medios y en color de Luxe y Cinemascope, un "toque" muy lejano de espíritu del santo que se quería
glorificar. Dirigida por un ya decadente
Michael Curtiz, no añadió ninguna gloria a un largo curriculum en el que, por cierto, es difícil apreciar alguna inquietud religiosa que no fuera sus famosas
composiciones bíblicas en la época del mudo, y en las que el elemento
primordial era la magia y la espectacularidad.
Rodada en hermosos
escenarios de postales turísticas, con música del celebrado Mario Nascimbene.
A pesar de sus buenas intenciones, Francisco
de Asís no dejó de ser otra película
más de «estampitas» un poco más cara que
las habituales y con unos intérpretes
relativamente famosos como un
"malo" tradicional de Hollywood, Bradford Dillman
como Francesco, Dolores Hart
(seguramente la más singular de todas las Santa Clara ya que inmediatamente después
abandonó Hollywood para
ingresar en un convento), Stuart Whitman, Cecil Kellaway,
Finlay Currie (tan habitual en este tipo
de cine le
prestó su porte
de apóstol al
Papa Inocencio), y el gran Pedro Arméndariz en el papel del Sultán. Todo
un montaje espectacular debajo
del cual no
existía la suficiente convicción y coherencia con
el «mensaje» que se quería ofrecer. Aquí cabría
recordar otro curioso
producto que cuenta
una historia muy
franciscana, El hombre que no
quería ser santo
(The relutant saint, 1962)
que su director Edward Dmytryck, considera extrañamente como una de
sus mejores películas. Cuenta las
vicisitudes de una especie de
«tonto del pueblo»
(Maximilian Schell) de la Italia medieval que
acaba siendo santo
sin quererlo, y que, al parecer,
es una de las películas favoritas de su autor.
--En una línea no muy alejada se encuentra Hermano
Sol, Hermana Luna
(Fratello sole, sorella luna, Italia, 1972), presentada como la primera película de
su autor, el muy irregular Franco Zefferelli, después de su gran éxito de la
muy atractiva adaptación de William Shakespeare (con quien este director ha
mostrado entenderse mejor) Romeo y Julieta. Rodada también en los
escenarios de la Italia
medieval en Technicolor y Panavisión,
e interpretada --en inglés--
por dos jóvenes actores
británicos --Graham Faulkner y Judi Bowker-- como Francisco y Clara, más el
siempre soberbio Alec Guinnes como
el Papa Inocencio
III presentado como
un «franciscano reprimido» --besa los pies del santo--
con la evidente intención de
soldar las diferencias existentes entre el
de Asís y el Estado Vaticano,
Zeffirelli consiguió el repudio general de la crítica que coincidió en acusarle
de amanerado esteticista, vacuo e hipócrita. Basada en un guión en el que aparecen
nombres como los de Suso Cecchi
D’Amico, Lina Wertmuller,
Kenneth Ross y
el propio director, evidentemente pensando
en la «modernidad» de
los personajes presentados casi
como una edición religiosa de
Romeo y Julieta, la película enfoca al
santo y la santa en su juventud, en los años de su despertar evangélico.
Todo sin embargo está aderezado a la
luz de una filosofía «hippie» visiblemente
edulcorada, enfoque que refuerza las canciones melosas de Donovan.
Nota
1. Animalismo. Actualmente resulta obvio que en el empleo secular del lobo como arquetipo del mal,
de la actitud
depredadora entre los humanos, existe una gran desinformación, un prejuicio ancestral que tiene su explicación en la
historia pero que no coincide con la naturaleza atribuida esta animal. En este sentido vale la pena películas como Los lobos no lloran (Never
cry wolf, USA, 1981), de
Caroll Ballard y producida por la Disney. La trama sitúa la
cuestión de este desprestigiado animal en unos términos muy lejanos a los
que concita la frase de Hobbes, y rompe una hermosa lanza en la
defensa de una especie que, como se encarga de demostrar la propia película,
será puesta en peligro por el propio científico desde el momento en que pone
sobre sus pista a los mercaderes deseosos de beneficios. Desde este último punto de vista, el autor de estas líneas recuerda una irónica
viñeta de Chumy Chumez en la
inolvidable revista satírica Hermano Lobo, clave para desmontar el
tardofranquismo. En ella un pájaro dice a otro: «Sabes que dicen que el hombre
es lobo con el hombre, pues con nosotros
es simplemente hombre, que es mucho peor".
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