MEMORIAS: DOS ANARQUISTAS Y UNA
MONJA
Sin
embargo, plantado en el activismo fervoroso, a mí lo del comité me quedaba
corto, y persistía cuanto menos en algunas actividades solidarias e
internacionalistas puntuales, se reducía básicamente a ejercer como una especie
de "compañero de ruta" de la vocalía de jubilados y pensionistas bajo
la inspiración mayeústica de mi maestro, el todavía romántico hidalgo Francesc
Pedra, en la última etapa de una vida confederal plena que había mamado el amor
a la libertad y a la causa obrera en la subyugante biografía de su padre, ya al
final de su enorme
aventura militante cuyos orígenes se remontaban medio siglo atrás, a mediados los años veinte, cuando encabezó una huelga de aprendices en el ramo del vidrio.
También
estaba "su escudero", Pedro Rodríguez, un corajudo anarquista andaluz
que había gozado de galones en la división del legendario albañil Cipriano
Mera, y contra el que no habían podido las consecuencias de la derrota, que no
fueron precisamente pocas. Esto, sin olvidar la labor callada de Merced
Ridaura, una monja seglar que había sido la "eminencia gris" de
"la asociación", y que dedicaba sus días a ayudar calladamente a los
últimos que en el reino de los cielos serían los primeros. Estando un día en la
puerta del local asociativo, se acercó a ella, creo que Carrasco, uno de los
animadores del PSUC, que con ganas de
sorna, le dijo, "¿Qué hace Vd. Entre esta gente hermana, no ve que no
creen en Cristo?". Y ella le respondió con una sonrisa abierta no exenta
de picardía: "Hijo mío, has de saber que Cristo está en todos los que
luchan por los pobres". Para ellos,
la democracia no era un final, sino el principio de muchas y urgentes mejoras
sociales.
En
esta complicidad mía tenía mucho que ver mi estrecha relación con aquel trío
que me tenía poco menos que adoptado a pesar de que, en semejante movimiento,
por mi edad no casaba ni con el sector más "juvenil". Pero el caso,
es que, después de asistir y participar calurosamente en diversos actos por lo
general, bastante multitudinarios- como un invitado un tanto especial. Como no
era muy propio, podía haber alguien que preguntara que hacía yo allí, uno de
los nuestros le contestaba diplomáticamente: "Viene con nosotros".
Pedro, que era más expeditivo, solía añadir además un "¿pasa algo?").
Por
entonces, comencé a coleccionar recortes de prensa, artículos, y finalmente, a adquirir libros
sobre lo que, eufemísticamente, llamaban "la tercera edad". Para no
hablar directamente de "viejo", o de "jubilado", un término
sobre cuya significación el diccionario resultaba deprimente. La consigna estaba muy clara, había que
retirarse de la esclavitud del trabajo, pero nunca jubilarse de la vida, algo
en absoluto fácil para quienes habían trabajado desde la infancia, y se habían
habituado a hacer girar sobre el trabajo su vida. Esto en el abuelo de Romi era
tan evidente que nunca dejó de desayunar su doble ración de
"barretxa", o sea dos copas de orujo sin las que el día no era el
día, luego, el hombre no sabía como sentirse útil, y trataba de ejercer de
patriarca, y la abuela, no sabía como quitárselo de encima.
Con
todos los problemas propios de una edad inadecuada y a petición del trío de
ancianos radicales, comencé ejercer sin
dificultades un papel de lo mío, de "intelectual orgánico" formado en
una escuela en la que el propio Pedra era el primer referente. Alguien que,
furores mitineros aparte, y que a veces, llevado por la confianza o por la
indignación, me podían hacer desbarrar, asustando a los más atribulados y
conservadores. Recuerdo que en una ocasión me vino una pareja catalanoparlante
que empezaron felicitándome por lo bien que había hablado, pero dicho esto
torcieron el gesto, y me riñeron encolerizados: "!Noi, le has mancat el respecte
al President de la
Generalitat¡".
Este
despliegue de "profesional" se mostraba, en un medio en el que casi
nadie sabía garabatear una carta a los diarios, capaz de ofrecer una base
teórica, mucho más fundamentada de lo habitual, a lo que se desde las tribunas
se quería decir. A mi entender, se
trataba ante todo de complementar lo que decían mis amigos, casi tan enérgicos
y espontáneos todavía como dos muchachos. Pedra sobre todo ofrecía a su manera
libertaria y proletaria, un modelo de actuación consecuente que nadie le
negaba, pero a condición de que lo que había que hacer lo hiciera él, los demás
si acaso le apoyaban. Los tres formaban el núcleo más democrático y radical, el
que no se detenía ante nada, incluyendo las autoridades. Siempre que estas aparecían,
le creaban un problema, arguyendo por ejemplo que la mejor manera de decir es
hacer, después de lo cual recitaban una por una todas las cosas que habían
prometido pero luego se habían olvidado.
Actuando
normalmente a continuación que ellos, remachando sus líneas abiertas, servidor,
como agitador "profesional", y que por lo mismo, no desaprovechaba la
ocasión para apuntar contra las consecuencias de las políticas pactistas,
entendidas como una claudicación y barruntar un día contra la maniobra Tarradellas,
y el otro contra los pactos de la
Moncloa, y abrumar con los datos negativos y los positivos no
cumplidos nunca, por ejemplo, sacando a relucir la jugosa pensión institucional
para el "President" no electo que entraba con el sello de la República para, después
de desactivar el movimiento que le dio apoyo (y en que el que nadie de mi entorno tomó parte) acabar saliendo como un agradecido cortesano,
con todos los honores de los que rendían servicio a la monarquía en la que la
soberanía popular estaba "compartida" por un rey que, a su vez, era
depositario de la fidelidad de unas fuerzas armadas innombrables,
intocables, y las que, por si no lo
sabías, no se debía "provocar".
En
aquel momento, el de jubilados y pensionistas fue uno de los últimos movimientos
sociales surgidos al calor de la gran movilización social que acompañó el final
del franquismo, y aunque compuesto por veteranos de las más diversas
procedencias ideológicas. Recuerdo un debate en la sede de "Los Amigos de la ONU" presidido por el incansable
Francecs Noguero que tantos favores les había hecho a las primeras comisiones
obreras, y en el que un apuesto militar retirado con su bigote de cepillo y su bastón
de rigor, aducía elocuentemente como una
argumentación reiterativa y vehemente su "gran amistad" con el
mismísimo presidente Suárez, amistad que
ponía al servicio de los reunidos para arreglar las cosas. Parecía que el
presidente, nada más que lo supiera se pondría mano a la obra…
En
estos casos, había que ser prudentes, y le tocó a Pedra lidiarlo elegantemente,
explicando cuidadosamente que todo lo que hiciera por la causa se lo
agradecerían, pero sí se lo permitía con todo el respeto del mundo, él no se lo
creía, no por la falta de voluntad del señor militar, que la valoraba, sino porque
el presidente tenía mucho más amigos, y más poderosos que él. De todo aquello
salió una escéptica carta directa a la Moncloa, y al cabo del tiempo llegó una
respuesta que podía ser empleada
escolarmente como un ejemplo de cómo escribir mucho y no decir nada, y como el
mucho jabón y reconocimientos puede esconder las mayores mentiras.
Por
nuestros lares, esta "movida", que había comenzado como tantas otras,
impetuosamente, y todavía animaba convocatorias con centenares de
asistentes, tenía un carácter
experimental, y novedoso ya que era producto de una nueva realidad social que,
por ejemplo, apenas sí se llegó a vislumbrar en la luminosa crisis española de
los años treinta. Aparecido aquí y allá, no hubo el menor problema para que
"la asociación" creara en la segunda mitad de los años setenta una
vocalía, que a los pocos meses de su funcionamiento, era de aquellas que dejaba
a gente fuera del local. Hasta entonces, los abuelos del barrio carecían de la
más mínimas infraestructuras que los acogiera, en invierno se arrimaban
ateridos al sol, en el verano a las pocas sombras donde pudieran sentarse sin
pagar.
Buena
parte de ellos vivían solos y desamparados, casos que se nos permitía conocer
desde el ambulatorio, auténticos dramas, el de ancianos que llevaban tiempo
muertos y el vecindario se percataba cuando les llegaba el olor, o ancianas
abandonadas, como aquella agradable abuela malagueña que había perdido a su
hija, y que no sabía ahora ni como volver a su pueblo, o el de la señora que
falleció sin documentación en una calle y permaneció largo tiempo en la morgue
porque cada uno de sus muchos hijos pensaba que estaba en casa de uno de los
otros. Nuestros amigos del equipo de curas que en aquellos momentos se habían
trasladado a Nicaragua o a Bolivia, nos contaban que ellos "calaban"
inmediatamente a los hijos más descatados porque a la hora del entierro eran
los que más importancia daban a la cartera.
No obstante, ya aparecían los primeros centros,
los bancos ya estaban en el asunto con su dudosa filantropía, y nuestro barrio
de La Florida
ya se había abierto tiempo atrás, en pleno franquismo, un flamante Casal que,
por lo tanto tuvo la triste oportunidad de conocer una efímera gestión
burocrática adicta al régimen, contra la cual Pedra tuvo sonados altercados,
poniendo en evidencia privilegios y autoritarismos destinados a desaparecer, al
menos por algún tiempo. En un ambiente de resignación, a Pedra y a Pedro no les
costaba nada decir por ejemplo, muy bien, ahora nos sentamos aquí en el suelo
de la entrada con dos pancartas, y ya dirán ustedes algo. No necesitaban ni
siquiera tocar el suelo. Estas cosas le servían a Pedra y a Pedro más que todas
las medicinas que pudieran tomar, !como se reían los condenados cuando contaban
como aquel bedel que se había puesto borde llamada a su director, y luego los
trataba de señor por aquí señor por allá¡.
Inmediatamente,
nada más que se abrió la vocalía en Pubilla, hicieron actos de presencia varios
veteranos del PSUC como la tenaz Carmen Martínez, amén de diversos antiguos
combatientes, entre ellos algunos veterano anarcosindicalistas de fuste. El más
impresionantes que recuerdo era sencillamente "el compañero Marín",
un minero que escapó de la muerte en el 36 "por chiripa", cuando era
uno de los líderes de la CNT
en las minas de Río Tinto, en Huelva,
donde el fascismo hizo una de sus mayores "escabechinas" y
que, vivió desde entonces cárceles y vicisitudes se cuentos que, empero, por su
natural modestia, había que sacarle sus relatos casi con sacacorchos. El capítulo de su huida daba para una gran
película, y la de su resistencia ulterior, desarrollada en el exilio interior,
para más de dos. En algunas de aquellas reuniones, mi curiosidad se convertía
en un aliciente, y ante la cual, algunos como Marín, hombre curado de
dogmatismos, abierto y unitario, se desplegaban como una suma de datos
impresionantes y también terribles, siempre cotejado con otras historias
paralelas, ecos del gran terror, pero también de una estirpe de militantes
anarcosindicalistas que permanecían en el anonimato, pero que a mi me parecían
legendarios cuando oí lo que me contaban.
Añadir leyenda |
Aquellos
encuentros tenían mucho de comunión, y todavía se me eriza la piel cuando
recuerdo el trato y la deferencia que me prodigaba aquel abuelo que ya estaba
medio ciego, y que no tardó en fallecer. La conexión era muy potente, lástima
que entonces mis talentos no dieran para pensar siquiera en una modesta
grabadora. Después de asistir a algunas de aquellos memoriales, me sentía
frustrado por carecer de una pluma capaz de registrar tantas luchas, y de
retratar personajes a los que alguien con un mínimo de talento o
profesionalidad les habría dado el debido tono.
No todos, claro está, tenían la talla de Marín, pero en general era gente muy interesante, y entre
ellos me viene a la memoria otro ácrata de inequívoco andaluz, muy pacifico y peculiar amante de singulares
alicientes vegetarianos, todo un teórico de las virtudes de las hortalizas, de
los milagros del ajo y el limón, amén de un crítico acerbo del sacrilegio que
significaba sacrificar a los pobres animales, nuestros compañeros en el planeta
y de los que hablaba como si fueran amigos.
Se
le encontraba esporádicamente en casa de Pedra para comer y dormir o en las
reuniones donde intervenía con mucho ingenio y con una salsa propia, pero un
día no volvió. Lo único que sabía Pedra era que le había contado que quería
volver a Andalucía de la misma manera que
llegó aquí, caminando. Aunque uno trataba de mantener una relación fraternal
con todos y con los viejos psuqueros ya no existían los rencores de viejas
batallas sectarias, mi debilidad
especial se inclinaba por los libertarios, sobre todo cuando eran gente que
hablaban más por sus propias acciones que por los abecedarios. En este ámbito,
recuerdo ásperas polémicas con Félix Carrasquer que nos visitó con su ceguera
santa y solemne, amén de una bastante agria con Severino Campos, una de las
leyendas vivas de las jornadas de julio del 1936 en Atarazanas, y ante el cual
sentí que no podía por menos que tratar de separarle la cabeza del tronco para
probar que detrás del abecedario podía haber valentía y coraje, pero muy escasa
materia gris.
Hay
que decir que, exceptuando los antiguos republicanos que no se habían rendido,
el grueso de los asociados carecían de la menor experiencia asociativa, y no
resultaba en nada fácil crear una dinámica más allá de alguna acción solidaria
puntual. Gestos magníficos cuyo hilo inicial partía del despacho como asistenta
social de la Merced,
que estaba al tanto de muchas realidades que los demás no sospechábamos.
Algunos casos fueron aleccionadores, en uno por ejemplo, se logró que con la
movilización y la solidaridad echar para
atrás un mandato de desahucio, que le sustrajeran su ridículo pisito a una
inocente pareja de abuelitos temerosos de todo y agradecidos hasta las
lágrimas. En otros se exigió al ayuntamiento medidas concretas de ayuda, algo
para lo que Merced se las pintaba sola, aunque a veces tenía que enfatizar que,
sí no tenía más remedio, pondría el caso en manos de "la asociación".
Hasta que cambió el gobierno municipal, y entró el PSOE, los de "la
asociación" formaban parte de aquellas comitivas que no se detenían ante
nada hasta que el atribulado alcalde, los recibía. Un día de aquellos, no
recuerdo el motivo pero sí que me pasé. Alguien dijo que más que una Casa
Consistorial parecía una casa de putas, y yo le eché en cara su pésima opinión
por "las compañeras". Entonces, el alcalde provisional Sr. Perelló,
mostró su parte de dignidad herida. Él no estaba allí por gusto, lo habían
escogido provisionalmente, y lo hacía lo mejor que sabía. Así que, por favor sí
teníamos alguna acusación, pues que la hiciéramos, pero no con juicios
precipitados. Por otro lado apreciaba la filosofía que se desprendía de mi
comentario, pero tenía que saber que no todos en el Ayuntamiento eran
funcionarios fascistas. Posiblemente,
nunca se consiguieron tantas mejoras y en tan poco tiempo, como bajo aquel
Ayuntamiento sin autoridad en el que los rudos y ruidosos representantes
populares se sentaban alrededor de la mesa de la alcaldía para exigir unos
derechos que parecían verdades como puños
De
una manera natural, los abuelos comenzaron a contar en otras acciones. Así, con
ocasión, de la gran movilización contra las tasas de las basuras, que congregó
a miles de vecinos en la calle en vísperas de la contienda electoral
municipalista, se recogió como una de las exigencias primordiales, el exonerar
a la "gent gran" del pago de las abusivas tasas. Igualmente, los
comenzamos a homenajear en nuestras actividades lúdicas, y a recoger dinero
para tal o cual cuestión. La generosa prodigalidad activista "la
asociación" llegó a crear un servicio de introducción didáctica a los
museos en general, y a la obra de Gaudí en particular, una gentileza tan
detallada como voluntariosa, gentileza de nuestro erudito particular, Eduardo
Rojo, un exfranciscano madrileño que había colgado los hábitos para unirse
arrebatadoramente con la Pepa,
una comadrona ácrata-cristiana del barrio. Con el tiempo, esta experiencia
acabaría creando un servicio estable en este inusual ámbito de la cultura
popular. Esto no era poco mérito sí tenemos en cuenta que se ofrecía a una
generación que apenas sí había tenido mayor oportunidad de saber, lo que lo
sabían, que el Prado era un museo muy importante, o el más grande del mundo,
según papá que desconocía cualquier otro. Eduardo y Pepa habían intentado antes
crear un servicio asociativo con los jóvenes más problemáticos, y descubrieron
un abismo contra el cual, decía él con su énfasis habitual, hasta una presunta revolución, por más que
profunda que fuese, necesitaría movilizar palancas gigantescas para convertir
en personas integras una extensa franja
de chavales desclasados, surgidos en familias destruidas, y destinados, casi irreversiblemente,
a ser carne de presidio.
Cuando
acabó el tiempo de la libertad vivida como algo concreto, con una significación
claramente percibida en los logros, animada por discusiones ilimitadas, con
abigarradas confrontaciones pero con muchos idealismo y nobleza, y llegó el
cierre de la sede de la utopía, las partes oscuras, ya visibles en muchos y
muchas que optaron por la militancia quizás para tratar de escapar de sus
fantasmas, empezaron entonces a mostrar su virulencia, y los casos trágicos se
convirtieron en lugares comunes de cada reencuentro, aquello de "sabes quién
está fatal…". Fue en no poca medida
el precio del "pragmatismo" de los años siguientes, cuando "la
asociación" se convirtió en un lugar de abandonos. En todas partes se
hablaba del "desencanto" que abarcó una franja de los componentes
militantes más desestructurados, y a veces también a los más soñadores, a los
creyentes de que la democracia extrema, hasta la anarquía, no solo era
necesaria sino también posible. Amigos y amigas ayer todavía jóvenes y
entusiastas, gente comprometida y de valor, líderes anónimos que habían jugado
su papel en tal o cual momento asociativo y que transitaron ingenuos por de los
diversos proyectos izquierdistas, y que acabaron en muchos casos enganchados en
la depresión, el desconcierto, cuando no en
la "moda" destructiva de la droga.
Numerosos fueron los casos estremecedores.
Debajo de la normalidad restaurada del pan y TV, emergió una espiral anónima de
ruina moral y de muerte que se manifestó en un doloroso reguero de
"colgados" y "colgadas",
cuando no de trágicos suicidios, más de uno y de dos, aunque ya no
habían reuniones ni para contarlos. Como el de Amparo, una vivaracha muchacha
sevillana militante garbosa del último POUM, toda rebosante de vida y de
simpatía natural en sus mejores momentos, feminista precoz, seguramente amante
desengañada, que al final de muchos
viajes se extravió, tomando parte de
experiencias en las que seguramente cada vez creía menos. Se mató como Elizenda
illamolas, una de mis "compas" más afectuosa y atenta a las lecturas,
una muchacha dulce y modesta siempre pendiente de tal o cual libro, que me
buscó denodadamente para que le dejara un Cahiers Léon Trotsky en el que
aparecía un artículo del viejo sobre Nietzsche, y que no sobrepasó este verano
del 81, como otras y otros que, en un
coletazo final de horror vacui, escogieron involuntariamente la muerte.
Fueron
muchas, muchas historias, pero quizás ninguna tan terrorífica como la de un
espigado muchacho de la CNT,
un tal Andreu, compañero de una de las numerosas e inquietas hermanas Martínez,
todas ellas implicadas en el activismos y en la búsqueda de otros mundos, la
segunda de las cuales, Carmen, no creó que tenga motivos para hablar bien de
mí. Éste muchacho sobresalía por su probidad y seriedad. Siempre estaba allí,
en los actos y reuniones y según mi testigo, otro poumista renovado, Mario
Acosta, el muchacho perteneció durante años al sector duro de la CNT en Banca. Esta actitud combativa le llevó una y otra
vez a ser relegado a la hora de los ascensos. Algo, quizás mucho, tuvo que
ocurrir, para que un día se presentara a la dirección con el siguiente ruego:
estaría dispuesto a emplear su "oficio" para cualquier cometido que
le impusieran con tal de recuperar su tiempo perdido y ascender también de escalafón.
No ha que decir que los cometidos pasaron por erradicar la influencia sindical
en diversas sucursales. Aunque pasado el tiempo, bajo formas más honorable, lo
de Judas se puede decir que se convirtió en uno de los nuevos oficios, sobre
todo en el ámbito sindical, cuando muchos y muchas decidieron que ellos no
caminarían a pie por las altas montañas, sino que preferían las autopistas, aunque
para ello, algunos tuvieran que pagar el
alto peaje de emplear su experiencia contra los románticos.
Aún
en medio de este retroceso global, todavía persistía entre los pensionistas un
impulso inicial que bien podía llenar un cine o una Iglesia donde airear las
denuncias contra las pensiones bajas y una subestimación que ya Buffon, en
plena Ilustración, no dudó en tildar de racista. No obstante, a pesar de esta
capacidad de soporte, la verdad era que pocos asumían responsabilidades, es
más, buena parte de ellos todavía seguían marcados por los espantajos del gran
terror franquista, tanto era así que con ocasión de las primeras elecciones
democráticas, corrió el rumor de que, sí no votaban a la UCD, le podían quitar la
pensión o causarle problemas. Un disparate obvio que, para mi sorpresa, papá y
mamá creían perfectamente verosímil, ellos también se creían todavía a merced
de los que seguían llamando "esta gente", y se atribulaban cuando yo
les rectificaba: "Querréis decir esta gentuza". Con su capacidad
innata de tomar el pulso de lo que sucedía en los hogares, Pedra y el Pedro
llevaron a cabo una campaña particular, y contaban anécdotas que confirmaban la
existencia de un pozo de miedo e ignorancia de cuya proporción no éramos
suficientemente conscientes los jóvenes radicales, para los que el viejo mundo
ya estaba detrás, y no, como era cada vez más evidente, por bastante delante.
No
fue éste el único caso que puso en evidencia la existencia de "malos
rollos" con los "vejestorios", entre los que, naturalmente, los
había con actitudes y costumbres muy poco pulidas y muy "de campo",
propensos por ejemplo a soltar su colección de esputos sin demasiados
miramientos o de mearse en cualquier rincón, tampoco todos los verdes eran
caballerosos. Pero esto que para nosotros apenas era una mera anécdota que
podíamos ampliar con otras muchas, resultaba intolerable para la gente más
"chic" que ya se sentía mal en unos barrios que estimaban de poca
categoría. Estas actitudes se hicieron patentes con el brote de un visceral rechazo a los viejos de parte
de un sector del vecindario con ocasión de la instalación de un Casal
improvisado en los bajos de los rascacielos llamados Tres Torres, próximos la
boca del metro de Pubilla Casas,
plantados con cierta ínfulas de diferencia en el corazón del barrio.
Esta amplia zona había sido antes los terrenos del campo de fútbol del barrio,
hasta que el urbanismo franquista la clasificó impunemente como terreno
edificable, a pesar de que ser quizás la penúltima posibilidad de parque y zona
verde en un barrio cuya densidad de población le aproximaba a las mayores del
mundo. Pero a lo que íbamos. La inauguración de la sede desencadenó un
escándalo. Esta franja del vecindario, se negó a admitir la apertura del local
gritando despectivamente. Los testigos estaban fuera de sí, algunos aseguraban
que, de no haberlo visto no se lo hubieran creído. Entre la turba, incluso hubieron algunos más
expeditivos que llegaron a actuar con empujones y salivazos. Uno empujó al
Pedra, poniendo en evidencia que éste ya padecía serios achaques, por lo que el
incidente le afectó doblemente. Fue solo un momento, pero la noticia corrió
como un reguero de pólvora…Afortunadamente, antes de que el asunto se
enrareciera más, que la airada y justa
reacción de los más jóvenes y lanzados de "la asociación" diera lugar
a un enfrentamiento de "salón", sin saber muy bien quien estaba y quien
no. Un sector de los vecinos, empezaron ofreciendo sus disculpas, y se
prestaron a actuar de intermediario. El asunto pasó rápidamente por el
Ayuntamiento, por todo lo cual, como la situación lo requería, llegó rápidamente a una solución alternativa,
lejos de aquellos bajos de las elitistas Tres Torres. Apareció entonces un
local nuevo, el definitivo que, ciertamente, era muchísimo mejor, y en el que
pronto nos pusimos a trabajar, entre otras cosas, por crear una copiosa biblioteca.
En
el curso de este último empeño, a mí se me ocurrió tratar de trasplantar en los
años siguientes la experiencia de conversión a la novela del abuelo paterno
que, en sus últimos tiempos, descubrió que Julio Verne o Emilio Salgari eran
infinitamente más sugestivos que las lecturas machaconas de El Marca o de El Caso. También me venía a la mente una experiencia con mamá, y
aquella Sofía Loren ama de casa que cambiaba su punto de mira de ama de casa
oprimida en Una jornada particular,
de Ettore Scola, gracias a un "gai" (Marcello) que le brindaba la
lectura de Alejandro Dumas. Para la gente que han tenido los libros siempre a
su alcance, estas historias quizás les parezcan extrañas, pero a mí me parecían
sublimes y posibles, y tras llegar a un acuerdo con la coordinadora de
pensionistas de la ciudad, me puse a estudiar a los autores más populares, un
buen pretexto para entregarme a su lectura llevado de la mano del deslumbrante
ensayo de Fernando Savater La infancia
recuperada, que sustituyó por un tiempo a otras más politizados como libro
de cabecera, aunque también es verdad que descubrí indignado algunas
estimaciones reaccionarias en las que el autor de presunción libertaria, se
manifestaba mucho más próximo a Rudiard Kiplyng que a Frantz Fanon.
Semejante
tentativa didáctica encontró con el tiempo, su curso natural a través de los
servicios municipales, y dio pie a una campaña de divulgación, paralela a las
que Eduardo realizaba con sus diapositivas en su amenas charlas sobre Gaudí. La
idea era cubrir las estanterías con títulos claves de la literatura popular en
la que incluían hermosas ediciones como las de Legasa de Julio Verne, Emilio
Salgari, H.G. Wells o Jack London,, y a continuación desarrollar varios ciclos
de charlas comenzando hablando por ejemplo de La vuelta al mundo en 80 días. El caso es que, sí bien saqué
provecho para largas y sorprendentes discusiones, en ellas la literatura,
quedaba siempre de lado. Había debate, pero se hablaba de un totum revolutum, en el que contaban más
las experiencias de tal o cual de los presentes. Por ejemplo, un tarde un
anciano gallego nos deleitó con una conferencia improvisada sobre sus
sugestivas experiencias con las abejas, notas que daban para un hermoso cuento
de haber alguien para escribirlo. Ignoro sí al final hubieron algunos abuelos
que imitaran la conversión del mío, pero lo cierto es que, a pesar de que
mantuve una estrecha colaboración con la vocalía en los años siguiente, Pedra,
que era muy detallista en esta cosas, nunca me presentó a nadie, de hecho la biblioteca
era la atracción menos transitada.
Más
bien lo contrario, me confesaba éste.
Sin embargo, el dominó y otros juegos hacían furor hasta el punto que cuando se
interrumpían para presentar otra opción, se creaba un sordo rumor de protesta.
Sencillamente pues, a los libros les habían salido dos dedos de polvo. Además,
estaba la dichosa caja tonta, por otro lado, las mujeres ya tenían sus puntos y
manualidades. Lástima porque, a mi entender,
aquellos libros habrían significado, al menos para algunos, una posible
recuperación de los sueños liberadores y fantásticos de la juventud, algo que,
todo hay que decirlo, algunos como el apicultor galaico, encontraban en sus
propios hobbys más o menos creativos,
que los había, labrados modesta y calladamente, y que salían a flote en
aquellas charlas en las que evocaba con entusiasmo la historia del abuelo
agonizante gracias al cual encontré el placer por la literatura.
En
todas ellas recalqué hasta la saciedad
mi agradecimiento por haber tenido todavía la ocasión de hacerme las primeras
ideas sobre la vida escuchando a mis mayores, en el invierno alrededor del
brasero, en el verano con una manta tirada en el suelo, y de haber sentido
partícipe y prolongación de sus propias historias en un tiempo en los que ni la
caja tonta ni los artefactos tecnológicos habían llegado para desconectarte de "lo
antiguo", e instaba a los presentes en no desistir en "contar
batallas" a sus nietos. En los mejores momentos de la vocalía, Pedra,
siempre situado en la onda, organizó con
maestros inquietos algunos encuentros entre abuelos y niños que
provocaron el entusiasmo general, pero que carecieron de continuidad. Quizás
faltaban puentes entre un tiempo y otro, y la apatía acababa dejando las cosas
en su sitio, o sea donde los viejos se preparaban para despedirse sin molestar,
y en donde los nietos creían que el mundo comenzaba con ellos, y casi nadie se
cuestionaba nada.
Era
pues evidente que a pesar de los primeros destellos reivindicativos o
personales de unos pocos, entre la mayoría primaba una actitud de repliegue
individual, cuando no de arrinconamiento, tendencias que comenzaron a cobrar
cada vez mayor peso desde el momento en que se concretaron unos primeros
logros, hogares, ventajas y descuentos diversos, sin olvidar algunas que otras
mejoras en comedores público o de atenciones médicas y sanitarias más particularizadas
como la de los callistas, o algunos casos de asistencia a domicilio, poca en
realidad, unos logros en los que mis amigos fueron parte del motor que elevó y
concretó las exigencias. Pero la conciencia colectiva, sí existía o si existió,
había sido mortalmente herida con la barbarie franquista y arrinconada en la
guerra o en aquella larga postguerra del sálvese quien pueda. Esta reacción
contra la acción colectiva se hacía notar un poco en todas partes, por ejemplo
con expresiones como "no es mi problema", o la "y a mí que me
cuentas", o el "no hay nada que hacer" que se había instalado
precisamente cuando las libertades tendrían que posibilitar sueños que antes
parecían irrealizables por la dictadura.
Observando
entre mis próximos, los papas aparecían como un ejemplo perfecto de esta
actitud individual, y en la que lo solidario únicamente alcanzaba a manifestarse
con los nuestros. Ellos se habían habituado a sentirse al margen y no querían
ni oír hablar de ninguna clase de asociación, y mucho menos de jubilados,
viejos al decir recalcado de mamá. No querían ni oír de hablar de excursiones
cuando descubrieron que algunas de sus
amistades eran propensas al baile. Más de uno o una buscaba alternativas a una viudedad que
convertía al hombre en un extraño en su casa, y a la mujer en alguien que no
podía salir de ésta porque no tenía el marido que la acompañara. Mamá además no
hubiera soportado sentirme ni un minuto hablar sobre la sexualidad viva a pesar
de los años. Ella se encontraba en las antípodas de la duquesa de Metternich,
que cuando le preguntaron sobre cuando concluía la vida sexual, respondió: "¿Y
a mi que me cuentan, yo sólo tengo ochenta años?". Situado en lado
contrario, a Pedra le encantaban anécdotas, la evocación de los amores tardíos,
él seguía ahíto de besos, y quería a Lola como el primer día sino más, y no
perdía su ocasión, al menos de palabra. Ella reía cuando le oía repetir esto, y
repetía socarrona: "Menos lobos".
El
pase de papá de trabajador a pensionista tuvo lugar aquel año. Desde hacía
cierto tiempo, su empresa, la Comercial Ebro, en
la que había trabajado desde principios de los años sesenta con un sentido de
la responsabilidad exacerbado, comenzó a reducir plantilla. A aquellos pulcros
empresarios yanquis ligados a tradiciones protestantes integristas, muy amantes
de una jerarquización extremadamente minuciosa que creaba salarios diferenciados
entre trabajadores que prácticamente hacían lo mismo, no se les ocurrió nada mejor que echar mano a
los métodos de la escuela de Chicago que entonces conocía su años del
esplendoroso ensayo de economía neoliberal en el Chile de Pinochet. Contrataron
a un contramaestre al que los trabajadores, en buena parte ya mayores como
papá, no tardaron en tildar de "negrero".
Estaba
clara la intención de precipitar la marcha "voluntaria" de los que
les estorbaba para sus piadosos beneficios. De carácter pusilánime, siempre
temeroso de lo que podía pasar, papá
había estado durante años efectuando una misma faena: revisando metros y metros
de tela para detectar las posibles taras. En los últimos años, comenzó a tener
problemas con la vista, una dificultad que fue aprovechada por el
"negrero" para amargarle la vida. Cada vez que éste le sacaba a
relucir despóticamente las taras que le habían pasado inadvertida, papá
regresaba a casa deshecha, inmersa en un ataque de tensión histérica que
trasladaba en no poca medida a mamá. En algunos momentos pareció estar al borde
de una depresión, y de eso me habló el médico de cabecera que lo atendió.
Durante un tiempo porfié en acompañarle, y encararme yo mismo con el
"negrero", pero él no quería ni oír hablar de nada parecido.
Entonces,
después de una de sus mayores crisis, me reuní con dos amigos sindicalistas
bastante fornidos y decididos. No hubo mucho que contar. Entonces ideamos una
de aquellas medidas de salud laboral que la CNT había adoptado en sus tiempos dorados como un
método lícito de lucha. El plan era sencillo, yo señalaría al
"negrero" al final de una jornada, y ellos le montarían un
"número" fuerte en un escenario adecuado. Le enseñarían a respetar a
los más débiles. Todo estaba en marcha cuando, después de una visita de papá al
oculista, éste me vino a decir que, con las cataratas que tenía, no estaba
obligado a trabajar. Lo llevé también a
un cardiólogo, y este detecto un pequeño soplo en el corazón, nada grave siempre
que no estuviera expuesto a grandes emociones. Entonces apareció la solución,
una baja de larga enfermedad. Luego, un tiempo en el paro, y al final, una
jubilación relativamente prematura que sería (y fue) como una justa recompensa
de tantos años de fatigas. Claro que, al principio casi me arrepentí. El hombre
no paraba de darle vueltas y más vueltas sobre la letra de lo que le
correspondía o no. Cuando le aclarabas tal concepto, reaparecía al día
siguiente con que había encontrado a alguien que le "decía" algo
diferente, aunque se tratase de un ramo, convenio o situación totalmente
extraña a la suya. Era cuando volvía a darle vueltas a lo "le
quedaría", y después de cada respuesta, persistía en con la misma noria.
Tanto fue así que llegó a agobiar a nuestro consejero, el flexible y encantador
señor de la Rosa,
el más amable y bromista de los funcionarios de la agencia que gestionaba su
caso. Ambos lo celebramos jubilosos cuando a papá le llegó la primera pensión,
y comprobó que era más de lo que esperaba. Entonces hacíamos bromas, pero sin
olvidar que en algunos momentos lo habríamos estrangulados en legitima defensa.
Durante
este mismo enero acabé de redactar un librito puesto al servicio del
movimiento, en particular de la vocalía de Pubilla Casas, y que estaba dedicado
a algunos de los citados, "gente tan noble como los sueños que sostienen
su lucha cotidiana". Era mi segunda tentativa de escribidor, y después de
dar muchas vueltas, tuve enormes dificultades para encontrar un editor
comprensivo, hasta que lo encontré gracias a la recomendación que me brindó
Eduardo Pons Prades, una llamada por teléfono que me llevó hasta el
almacén-despacho del barrio de Gracia de la editorial Hacer que gerentaba el
inclasificable Pep Ricou, un "antiguo" de Acción Comunista, ahora
empeñado en mantener una colección resistente de libros radicales y utópicos en
ediciones muy modestas, pero no por ello menos ruinosas, y que en aquel momento
era coeditor de la edición en castellano de la célebre Revista Mensual/Monthly Review.
Para
facilitar su difusión conseguí la complicidad del maestro Francisco Candel, que
en unas extensas páginas demostró que se había leído el texto y además, le
había interesado. Curiosamente, tiempo después el prólogo apareció con algunas
rectificaciones, reproducido por una revista que era una cutre versión hispana
del Play Boy, y cuyo título Mastías, no tardé mucho en
descifrar…Este nuevo libro se trataba de un texto pésimamente editado con el
cual trataba de llenar un hueco en una cuestión sobre la cual abundaban títulos
de ensayo e investigación, pero que, como tal movimiento no contaba con los
propios para la agitación y la propaganda, algo propio de todo movimiento en
alza, pero que en este apenas si hubo tiempo para llegar a emplear semejantes
armas, ya que la política institucional no tardó en absorber cualquier
autonomía, y los más combativos acabaron marginados o integrados, como el propio
Pedra, quien no obstante nunca olvidó la dignidad de su biografía. Por su
parte, Pedro se apartó amargado ante algo que no acababa de entender,
.justamente en un tiempo en el que sus problemas médicos comenzaron a
agravarse.
Pretendía
ser una aportación asequible que pudiera leer, por ejemplo el Pedro, que lo
hizo, luego se acercó a la Liga
más que nunca. Un texto que buscaba la polémica, con un enfoque propio de una
opción marxista que intentaba ser al mismo tiempo flexible y "dura",
y que abundaban la citas y las referencias de lecturas de todo tipo, pero que
ante todo era deudor de dos grandes aportaciones de la izquierda, de una de las
obras magnas de Simone de Beauvoir, La Vejez, y la magnífica aproximación amble en
la forma pero radical en el fondo del médico libertario británico Alex
Comfort, La tercera edad. Una buena edad, y de la que, por resultar mucho
más asequible, me convertí en un activo divulgador. Aquellas lecturas fueron
mucho más que unas fuentes, pasaron a ser referentes de primer orden para una
concepción vitalista y creativa de una vida que se tenía que vivir cuidada e
intensamente porque se envejecía igual que se vivía. Por otro lado, eran libros
sagrados que confirmaban la pertinencia del esquema marxista, que insistían en
el enfoque de la lucha de clases al tiempo que abordaban una sabiduría sobre la
que desde los griegos y los romanos, y no digamos en la Ilustración, existía
una abundante conciencia de que los prejuicios escondían la exigencia de
mantener los privilegios, una causa que los políticos modernos habían aprendido
a disfrazar con grandes palabras.
A
lo largo de múltiples conversaciones, mis amistades destacaron el hecho de que
abordara un tema tan poco conocido por la izquierda militante, y que, además,
lo hiciera sin la menor concesión a una infecta sentimentalidad. En Nuestro viejos. Problemas y alternativas
denunciaba el sistema no en nombre de la caridad sino de la justicia, y
advertía ya contra las crecientes tentativas del "Estado barato" que
acabaría amenazando seriamente las conquistas que habían caracterizado el
llamado "Estado del Bienestar". Igualmente arremetía contra la cada
vez más presente ideología neoliberal que trataba de llevar la situación de los
mayores (o de los minusválidos) hacia la exclusiva responsabilidad de las
familias, como sí todas las familias fuesen como, por citar una que hablaba
mucha de las "responsabilidades" familiares en estos casos, la de
Pujol-Ferrusola. Al tiempo, la obra divulgaba una concepción filosófica
ampliamente argumentada con razones argüidas por mis autores preferidos, y
según la cual la vejez podía ser una buena edad a condición de no vivir a la
manera de un cohete, quemando la juventud sin pensar en un mañana que, al decir
de Trotsky, llegaba la vejez, y que, paradójicamente, resultaba lo más
inatendido que te ocurría en la vida. Pasaba la vida, y llegabas a la vejez,
pero como cualquier otra edad, e insistía con persistencia, esta podía ser en
lo posible, dichosa y creativa. Los ejemplos abundaban, hasta podías aspirar a
una buena muerte, sólo se requería tener una pasión creativa, algo que te
mantuviera vivo en el sentido más pleno de la palabra.
Argumentaba
en este sentido presentando el libro en un programa de radio con Luis de Olmo,
cuando un avieso Luis Fariñas me preguntó sí en la URSS los viejos estaban mejor
que en Occidente. Le respondí que de vivir en la URSS habría tratado de
escribir un libro análogo, con idéntico sentido reivindicativo, y sí algún
burócrata infame me hubiese preguntado lo mismo, le habría respondido que en
Occidente lo habría escrito por un igual.
Al salir, el tipo me extendió la mano pero yo me hice el despistado.
Errores
(múltiples) y limitaciones (a tope) aparte, quizás el principal problema del
libro radicaba en el hecho de que el movimiento ya había iniciado su curva de
decadencia y de rápida integración en las políticas institucionales, y que por
lo tanto, se convirtió en una expresión excesivamente crítica y punzante en un
tiempo en el que, hasta el propio Pedra, tuvo que olvidarse de los sueños de
construir un amplio movimiento social como los que funcionaban en Francia o
Italia, y limitarse con la mayor honradez posible, a negociar con los políticos
que, a su vez, tratarían de utilizarlo como bandera. Sin embargo, más allá de
los avatares editoriales, tanto la experiencia como todas aquellas lecturas de
base me sirvieron para consolidar una idea militante de la vida, una concepción
de la existencia desde una perspectiva de a largo plazo y en la que la suma de
los años no tenían porque ser un problema irresoluble, ya que, como afirmaba
Picasso en una de las innumerables citas evocadas a lo largo del texto,
"se necesitaba mucho tiempo para aprender a ser joven", desarrollando
un equilibrio en el que la serenidad que daban los años no impedía la
persistencia de los impulsos juveniles. Ese y o no otro, era el secreto. El
problema era contar con la suma de circunstancias favorables, y de la capacidad y de la conciencia para
aplicarlo, pero a mí entonces todo esto me parecía obvio, y no veía ninguna
nube que temer en un horizonte en una plena y bergsoniana militancia de la
vida...
Entre
mis notas de aquel mes destacan unas sobre un viaje al Montseny para disfrutar
melancólicamente de los paisajes y saludar a los colegas del VI Congreso de la LCR, y por el que levanté ni
un dedo por participar, mi cabeza estaba en otra parte, y de ahí que mis
encuentros fuesen más bien entrevistas sobre posibles actividades editoriales o
sobre mis crónicas al periódico, Combate,
que, sí no recuerdo mal, todavía era semanal, claro que el Rouge francés era ya diario. En el día 25 se evoca lo bien que me lo pasé contemplando (en el
cine Diagonal) La vida de Brian,
tanto fue así que Romi me tuvo que recoger del suelo más de una vez. Hacía
tiempo que no me reía tan exageradamente, y en ello tenía que ver mi propia identificación
de antiguo creyente con aquel Ben-Hur al revés, pero también la discusión que
mantuvimos en Dosrrius durante las navidades con una amiga compartida con la
familia Burgues-Abril. Era una señorita de menos de treinta años que llevaba
los rutilantes apellidos de Codina y Martorell,
que era sobrina de un antiguo ministro de Franco, amén de devota del
ascendente Opus Dei. Para pitorreo máximo de los presentes, comenzó a lanzar
anatemas contra la película mientras servidor actuaba como sí estuviese de
acuerdo. Con este encuentro en mente añadía mayor salsa a la trama. A finales
de mes hay un registro de mi pertinaz negativa en acompañar a unos
amigos de la casi dinastía Barreto-Sánchez o Sánchez-Barreto, a una discoteca un sábado noche, y se enumeran
las razones: "a) tengo sueño; b) odio un lugar con una música que no me
gusta y lo anula todo, y c) no me hace maldita gracia tener dolor de cabeza el
día siguiente…".
Sin
embargo, Romi consiguió convencerme, y la verdad es que no fue para tanto
aunque seguí sintiéndome condenado a ser un "patoso" en eso del
baile, algo que en mi casa solo veíamos en las películas. Claro que tardé años
en volver. Claro, que uno en estas cosas era un rancio consciente y quizás
deliberado. Hay una nota que me trae a la memoria un encuentro con algunos
jóvenes ligueros y en el curso del cual, uno tuvo a bien preguntarme cual era
la música que prefería, y se echó las manos a la cabeza cuando le respondí con
unas buenas dosis de provocación: "Para mí desde que murió Antonio Machín,
nada vale ya la pena" Si participé
mucho más a gusto en una fiesta en solidaridad con El Salvador celebrada en
Montjuich, una noche de verano con éxito de público, y en la que encontré
amigos y conocidos por todas partes. Como en todas las manifestaciones.
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