domingo, 26 de junio de 2016

MEMORIAS: DOS ANARQUISTAS Y UNA MONJA




MEMORIAS: DOS ANARQUISTAS Y UNA MONJA

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Sin embargo, plantado en el activismo fervoroso, a mí lo del comité me quedaba corto, y persistía cuanto menos en algunas actividades solidarias e internacionalistas puntuales, se reducía básicamente a ejercer como una especie de "compañero de ruta" de la vocalía de jubilados y pensionistas bajo la inspiración mayeústica de mi maestro, el todavía romántico hidalgo Francesc Pedra, en la última etapa de una vida confederal plena que había mamado el amor a la libertad y a la causa obrera en la subyugante biografía de su padre, ya al final de su enorme

aventura militante cuyos orígenes se remontaban medio siglo atrás, a mediados los años veinte, cuando encabezó una huelga de aprendices en el ramo del vidrio.
También estaba "su escudero", Pedro Rodríguez, un corajudo anarquista andaluz que había gozado de galones en la división del legendario albañil Cipriano Mera, y contra el que no habían podido las consecuencias de la derrota, que no fueron precisamente pocas. Esto, sin olvidar la labor callada de Merced Ridaura, una monja seglar que había sido la "eminencia gris" de "la asociación", y que dedicaba sus días a ayudar calladamente a los últimos que en el reino de los cielos serían los primeros. Estando un día en la puerta del local asociativo, se acercó a ella, creo que Carrasco, uno de los animadores del PSUC,  que con ganas de sorna, le dijo, "¿Qué hace Vd. Entre esta gente hermana, no ve que no creen en Cristo?". Y ella le respondió con una sonrisa abierta no exenta de picardía: "Hijo mío, has de saber que Cristo está en todos los que luchan por los pobres".  Para ellos, la democracia no era un final, sino el principio de muchas y urgentes mejoras sociales.
En esta complicidad mía tenía mucho que ver mi estrecha relación con aquel trío que me tenía poco menos que adoptado a pesar de que, en semejante movimiento, por mi edad no casaba ni con el sector más "juvenil". Pero el caso, es que, después de asistir y participar calurosamente en diversos actos por lo general, bastante multitudinarios- como un invitado un tanto especial. Como no era muy propio, podía haber alguien que preguntara que hacía yo allí, uno de los nuestros le contestaba diplomáticamente: "Viene con nosotros". Pedro, que era más expeditivo, solía añadir además un "¿pasa algo?").
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Por entonces, comencé a coleccionar recortes de prensa,  artículos, y finalmente, a adquirir libros sobre lo que, eufemísticamente, llamaban "la tercera edad". Para no hablar directamente de "viejo", o de "jubilado", un término sobre cuya significación el diccionario resultaba deprimente.  La consigna estaba muy clara, había que retirarse de la esclavitud del trabajo, pero nunca jubilarse de la vida, algo en absoluto fácil para quienes habían trabajado desde la infancia, y se habían habituado a hacer girar sobre el trabajo su vida. Esto en el abuelo de Romi era tan evidente que nunca dejó de desayunar su doble ración de "barretxa", o sea dos copas de orujo sin las que el día no era el día, luego, el hombre no sabía como sentirse útil, y trataba de ejercer de patriarca, y la abuela, no sabía como quitárselo de encima. 
Con todos los problemas propios de una edad inadecuada y a petición del trío de ancianos radicales,  comencé ejercer sin dificultades un papel de lo mío, de "intelectual orgánico" formado en una escuela en la que el propio Pedra era el primer referente. Alguien que, furores mitineros aparte, y que a veces, llevado por la confianza o por la indignación, me podían hacer desbarrar, asustando a los más atribulados y conservadores. Recuerdo que en una ocasión me vino una pareja catalanoparlante que empezaron felicitándome por lo bien que había hablado, pero dicho esto torcieron el gesto, y me riñeron encolerizados: "!Noi, le has mancat el respecte al President de la Generalitat¡".
Este despliegue de "profesional" se mostraba, en un medio en el que casi nadie sabía garabatear una carta a los diarios, capaz de ofrecer una base teórica, mucho más fundamentada de lo habitual, a lo que se desde las tribunas se quería decir.  A mi entender, se trataba ante todo de complementar lo que decían mis amigos, casi tan enérgicos y espontáneos todavía como dos muchachos. Pedra sobre todo ofrecía a su manera libertaria y proletaria, un modelo de actuación consecuente que nadie le negaba, pero a condición de que lo que había que hacer lo hiciera él, los demás si acaso le apoyaban. Los tres formaban el núcleo más democrático y radical, el que no se detenía ante nada, incluyendo las autoridades. Siempre que estas aparecían, le creaban un problema, arguyendo por ejemplo que la mejor manera de decir es hacer, después de lo cual recitaban una por una todas las cosas que habían prometido pero luego se habían olvidado.
Actuando normalmente a continuación que ellos, remachando sus líneas abiertas, servidor, como agitador "profesional", y que por lo mismo, no desaprovechaba la ocasión para apuntar contra las consecuencias de las políticas pactistas, entendidas como una claudicación y barruntar un día contra la maniobra Tarradellas, y el otro contra los pactos de la Moncloa, y abrumar con los datos negativos y los positivos no cumplidos nunca, por ejemplo, sacando a relucir la jugosa pensión institucional para el "President" no electo que entraba con el sello de la República para, después de desactivar el movimiento que le dio apoyo (y en que el que  nadie de mi entorno tomó parte)  acabar saliendo como un agradecido cortesano, con todos los honores de los que rendían servicio a la monarquía en la que la soberanía popular estaba "compartida" por un rey que, a su vez, era depositario de la fidelidad de unas fuerzas armadas innombrables, intocables,  y las que, por si no lo sabías, no se debía "provocar".
En aquel momento, el de jubilados y pensionistas fue uno de los últimos movimientos sociales surgidos al calor de la gran movilización social que acompañó el final del franquismo, y aunque compuesto por veteranos de las más diversas procedencias ideológicas. Recuerdo un debate en la sede de "Los Amigos de la ONU" presidido por el incansable Francecs Noguero que tantos favores les había hecho a las primeras comisiones obreras, y en el que un apuesto militar retirado con su bigote de cepillo y su bastón de rigor,  aducía elocuentemente como una argumentación reiterativa y vehemente su "gran amistad" con el mismísimo presidente Suárez,  amistad que ponía al servicio de los reunidos para arreglar las cosas. Parecía que el presidente, nada más que lo supiera se pondría mano a la obra…
En estos casos, había que ser prudentes, y le tocó a Pedra lidiarlo elegantemente, explicando cuidadosamente que todo lo que hiciera por la causa se lo agradecerían, pero sí se lo permitía con todo el respeto del mundo, él no se lo creía, no por la falta de voluntad del señor militar, que la valoraba, sino porque el presidente tenía mucho más amigos, y más poderosos que él. De todo aquello salió una escéptica carta directa a la Moncloa, y al cabo del tiempo llegó una respuesta  que podía ser empleada escolarmente como un ejemplo de cómo escribir mucho y no decir nada, y como el mucho jabón y reconocimientos puede esconder las mayores mentiras. 
Por nuestros lares, esta "movida", que había comenzado como tantas otras, impetuosamente, y todavía animaba convocatorias con centenares de asistentes,  tenía un carácter experimental, y novedoso ya que era producto de una nueva realidad social que, por ejemplo, apenas sí se llegó a vislumbrar en la luminosa crisis española de los años treinta. Aparecido aquí y allá, no hubo el menor problema para que "la asociación" creara en la segunda mitad de los años setenta una vocalía, que a los pocos meses de su funcionamiento, era de aquellas que dejaba a gente fuera del local. Hasta entonces, los abuelos del barrio carecían de la más mínimas infraestructuras que los acogiera, en invierno se arrimaban ateridos al sol, en el verano a las pocas sombras donde pudieran sentarse sin pagar.
Resultado de imagen de francesc pedraBuena parte de ellos vivían solos y desamparados, casos que se nos permitía conocer desde el ambulatorio, auténticos dramas, el de ancianos que llevaban tiempo muertos y el vecindario se percataba cuando les llegaba el olor, o ancianas abandonadas, como aquella agradable abuela malagueña que había perdido a su hija, y que no sabía ahora ni como volver a su pueblo, o el de la señora que falleció sin documentación en una calle y permaneció largo tiempo en la morgue porque cada uno de sus muchos hijos pensaba que estaba en casa de uno de los otros. Nuestros amigos del equipo de curas que en aquellos momentos se habían trasladado a Nicaragua o a Bolivia, nos contaban que ellos "calaban" inmediatamente a los hijos más descatados porque a la hora del entierro eran los que más importancia daban a la cartera.
No  obstante, ya aparecían los primeros centros, los bancos ya estaban en el asunto con su dudosa filantropía, y nuestro barrio de La Florida ya se había abierto tiempo atrás, en pleno franquismo, un flamante Casal que, por lo tanto tuvo la triste oportunidad de conocer una efímera gestión burocrática adicta al régimen, contra la cual Pedra tuvo sonados altercados, poniendo en evidencia privilegios y autoritarismos destinados a desaparecer, al menos por algún tiempo. En un ambiente de resignación, a Pedra y a Pedro no les costaba nada decir por ejemplo, muy bien, ahora nos sentamos aquí en el suelo de la entrada con dos pancartas, y ya dirán ustedes algo. No necesitaban ni siquiera tocar el suelo. Estas cosas le servían a Pedra y a Pedro más que todas las medicinas que pudieran tomar, !como se reían los condenados cuando contaban como aquel bedel que se había puesto borde llamada a su director, y luego los trataba de señor por aquí señor por allá¡.
Inmediatamente, nada más que se abrió la vocalía en Pubilla, hicieron actos de presencia varios veteranos del PSUC como la tenaz Carmen Martínez, amén de diversos antiguos combatientes, entre ellos algunos veterano anarcosindicalistas de fuste. El más impresionantes que recuerdo era sencillamente "el compañero Marín", un minero que escapó de la muerte en el 36 "por chiripa", cuando era uno de los líderes de la CNT en las minas de Río Tinto, en Huelva,  donde el fascismo hizo una de sus mayores "escabechinas" y que, vivió desde entonces cárceles y vicisitudes se cuentos que, empero, por su natural modestia, había que sacarle sus relatos casi con sacacorchos. El  capítulo de su huida daba para una gran película, y la de su resistencia ulterior, desarrollada en el exilio interior, para más de dos. En algunas de aquellas reuniones, mi curiosidad se convertía en un aliciente, y ante la cual, algunos como Marín, hombre curado de dogmatismos, abierto y unitario, se desplegaban como una suma de datos impresionantes y también terribles, siempre cotejado con otras historias paralelas, ecos del gran terror, pero también de una estirpe de militantes anarcosindicalistas que permanecían en el anonimato, pero que a mi me parecían legendarios cuando oí lo que me contaban.
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Aquellos encuentros tenían mucho de comunión, y todavía se me eriza la piel cuando recuerdo el trato y la deferencia que me prodigaba aquel abuelo que ya estaba medio ciego, y que no tardó en fallecer. La conexión era muy potente, lástima que entonces mis talentos no dieran para pensar siquiera en una modesta grabadora. Después de asistir a algunas de aquellos memoriales, me sentía frustrado por carecer de una pluma capaz de registrar tantas luchas, y de retratar personajes a los que alguien con un mínimo de talento o profesionalidad les habría dado el debido tono.  No  todos, claro está,  tenían la talla de Marín, pero  en general era gente muy interesante, y entre ellos me viene a la memoria otro ácrata de inequívoco andaluz,  muy pacifico y peculiar amante de singulares alicientes vegetarianos, todo un teórico de las virtudes de las hortalizas, de los milagros del ajo y el limón, amén de un crítico acerbo del sacrilegio que significaba sacrificar a los pobres animales, nuestros compañeros en el planeta y de los que hablaba como si fueran amigos.
Se le encontraba esporádicamente en casa de Pedra para comer y dormir o en las reuniones donde intervenía con mucho ingenio y con una salsa propia, pero un día no volvió. Lo único que sabía Pedra era que le había contado que quería volver a Andalucía de la misma manera  que llegó aquí, caminando. Aunque uno trataba de mantener una relación fraternal con todos y con los viejos psuqueros ya no existían los rencores de viejas batallas sectarias,  mi debilidad especial se inclinaba por los libertarios, sobre todo cuando eran gente que hablaban más por sus propias acciones que por los abecedarios. En este ámbito, recuerdo ásperas polémicas con Félix Carrasquer que nos visitó con su ceguera santa y solemne, amén de una bastante agria con Severino Campos, una de las leyendas vivas de las jornadas de julio del 1936 en Atarazanas, y ante el cual sentí que no podía por menos que tratar de separarle la cabeza del tronco para probar que detrás del abecedario podía haber valentía y coraje, pero muy escasa materia gris.
Hay que decir que, exceptuando los antiguos republicanos que no se habían rendido, el grueso de los asociados carecían de la menor experiencia asociativa, y no resultaba en nada fácil crear una dinámica más allá de alguna acción solidaria puntual. Gestos magníficos cuyo hilo inicial partía del despacho como asistenta social de la Merced, que estaba al tanto de muchas realidades que los demás no sospechábamos. Algunos casos fueron aleccionadores, en uno por ejemplo, se logró que con la movilización y la solidaridad  echar para atrás un mandato de desahucio, que le sustrajeran su ridículo pisito a una inocente pareja de abuelitos temerosos de todo y agradecidos hasta las lágrimas. En otros se exigió al ayuntamiento medidas concretas de ayuda, algo para lo que Merced se las pintaba sola, aunque a veces tenía que enfatizar que, sí no tenía más remedio, pondría el caso en manos de "la asociación". Hasta que cambió el gobierno municipal, y entró el PSOE, los de "la asociación" formaban parte de aquellas comitivas que no se detenían ante nada hasta que el atribulado alcalde, los recibía. Un día de aquellos, no recuerdo el motivo pero sí que me pasé. Alguien dijo que más que una Casa Consistorial parecía una casa de putas, y yo le eché en cara su pésima opinión por "las compañeras". Entonces, el alcalde provisional Sr. Perelló, mostró su parte de dignidad herida. Él no estaba allí por gusto, lo habían escogido provisionalmente, y lo hacía lo mejor que sabía. Así que, por favor sí teníamos alguna acusación, pues que la hiciéramos, pero no con juicios precipitados. Por otro lado apreciaba la filosofía que se desprendía de mi comentario, pero tenía que saber que no todos en el Ayuntamiento eran funcionarios fascistas.  Posiblemente, nunca se consiguieron tantas mejoras y en tan poco tiempo, como bajo aquel Ayuntamiento sin autoridad en el que los rudos y ruidosos representantes populares se sentaban alrededor de la mesa de la alcaldía para exigir unos derechos que parecían verdades como puños
Resultado de imagen de francesc pedraDe una manera natural, los abuelos comenzaron a contar en otras acciones. Así, con ocasión, de la gran movilización contra las tasas de las basuras, que congregó a miles de vecinos en la calle en vísperas de la contienda electoral municipalista, se recogió como una de las exigencias primordiales, el exonerar a la "gent gran" del pago de las abusivas tasas. Igualmente, los comenzamos a homenajear en nuestras actividades lúdicas, y a recoger dinero para tal o cual cuestión. La generosa prodigalidad activista "la asociación" llegó a crear un servicio de introducción didáctica a los museos en general, y a la obra de Gaudí en particular, una gentileza tan detallada como voluntariosa, gentileza de nuestro erudito particular, Eduardo Rojo, un exfranciscano madrileño que había colgado los hábitos para unirse arrebatadoramente con la Pepa, una comadrona ácrata-cristiana del barrio. Con el tiempo, esta experiencia acabaría creando un servicio estable en este inusual ámbito de la cultura popular. Esto no era poco mérito sí tenemos en cuenta que se ofrecía a una generación que apenas sí había tenido mayor oportunidad de saber, lo que lo sabían, que el Prado era un museo muy importante, o el más grande del mundo, según papá que desconocía cualquier otro. Eduardo y Pepa habían intentado antes crear un servicio asociativo con los jóvenes más problemáticos, y descubrieron un abismo contra el cual, decía él con su énfasis habitual,  hasta una presunta revolución, por más que profunda que fuese, necesitaría movilizar palancas gigantescas para convertir en personas integras  una extensa franja de chavales desclasados, surgidos en familias destruidas, y destinados, casi irreversiblemente, a ser carne de presidio. 
Resultado de imagen de francesc pedraCuando acabó el tiempo de la libertad vivida como algo concreto, con una significación claramente percibida en los logros, animada por discusiones ilimitadas, con abigarradas confrontaciones pero con muchos idealismo y nobleza, y llegó el cierre de la sede de la utopía, las partes oscuras, ya visibles en muchos y muchas que optaron por la militancia quizás para tratar de escapar de sus fantasmas, empezaron entonces a mostrar su virulencia, y los casos trágicos se convirtieron en lugares comunes de cada reencuentro, aquello de "sabes quién está fatal…".  Fue en no poca medida el precio del "pragmatismo" de los años siguientes, cuando "la asociación" se convirtió en un lugar de abandonos. En todas partes se hablaba del "desencanto" que abarcó una franja de los componentes militantes más desestructurados, y a veces también a los más soñadores, a los creyentes de que la democracia extrema, hasta la anarquía, no solo era necesaria sino también posible. Amigos y amigas ayer todavía jóvenes y entusiastas, gente comprometida y de valor, líderes anónimos que habían jugado su papel en tal o cual momento asociativo y que transitaron ingenuos por de los diversos proyectos izquierdistas, y que acabaron en muchos casos enganchados en la depresión, el desconcierto, cuando no en  la "moda" destructiva de la droga.

 Numerosos fueron los casos estremecedores. Debajo de la normalidad restaurada del pan y TV, emergió una espiral anónima de ruina moral y de muerte que se manifestó en un doloroso reguero de "colgados" y "colgadas",  cuando no de trágicos suicidios, más de uno y de dos, aunque ya no habían reuniones ni para contarlos. Como el de Amparo, una vivaracha muchacha sevillana militante garbosa del último POUM, toda rebosante de vida y de simpatía natural en sus mejores momentos, feminista precoz, seguramente amante desengañada,  que al final de muchos viajes se extravió,  tomando parte de experiencias en las que seguramente cada vez creía menos. Se mató como Elizenda illamolas, una de mis "compas" más afectuosa y atenta a las lecturas, una muchacha dulce y modesta siempre pendiente de tal o cual libro, que me buscó denodadamente para que le dejara un Cahiers Léon Trotsky en el que aparecía un artículo del viejo sobre Nietzsche, y que no sobrepasó este verano del 81, como otras y otros que,  en un coletazo final de horror vacui, escogieron involuntariamente la muerte.
Resultado de imagen de anarquistasFueron muchas, muchas historias, pero quizás ninguna tan terrorífica como la de un espigado muchacho de la CNT, un tal Andreu, compañero de una de las numerosas e inquietas hermanas Martínez, todas ellas implicadas en el activismos y en la búsqueda de otros mundos, la segunda de las cuales, Carmen, no creó que tenga motivos para hablar bien de mí. Éste muchacho sobresalía por su probidad y seriedad. Siempre estaba allí, en los actos y reuniones y según mi testigo, otro poumista renovado, Mario Acosta, el muchacho perteneció durante años al sector duro de la CNT en Banca.  Esta actitud combativa le llevó una y otra vez a ser relegado a la hora de los ascensos. Algo, quizás mucho, tuvo que ocurrir, para que un día se presentara a la dirección con el siguiente ruego: estaría dispuesto a emplear su "oficio" para cualquier cometido que le impusieran con tal de recuperar su tiempo perdido y ascender también de escalafón. No ha que decir que los cometidos pasaron por erradicar la influencia sindical en diversas sucursales. Aunque pasado el tiempo, bajo formas más honorable, lo de Judas se puede decir que se convirtió en uno de los nuevos oficios, sobre todo en el ámbito sindical, cuando muchos y muchas decidieron que ellos no caminarían a pie por las altas montañas, sino que preferían las autopistas, aunque para ello, algunos  tuvieran que pagar el alto peaje de emplear su experiencia contra los románticos. 
Aún en medio de este retroceso global, todavía persistía entre los pensionistas un impulso inicial que bien podía llenar un cine o una Iglesia donde airear las denuncias contra las pensiones bajas y una subestimación que ya Buffon, en plena Ilustración, no dudó en tildar de racista. No obstante, a pesar de esta capacidad de soporte, la verdad era que pocos asumían responsabilidades, es más, buena parte de ellos todavía seguían marcados por los espantajos del gran terror franquista, tanto era así que con ocasión de las primeras elecciones democráticas, corrió el rumor de que, sí no votaban a la UCD, le podían quitar la pensión o causarle problemas. Un disparate obvio que, para mi sorpresa, papá y mamá creían perfectamente verosímil, ellos también se creían todavía a merced de los que seguían llamando "esta gente", y se atribulaban cuando yo les rectificaba: "Querréis decir esta gentuza". Con su capacidad innata de tomar el pulso de lo que sucedía en los hogares, Pedra y el Pedro llevaron a cabo una campaña particular, y contaban anécdotas que confirmaban la existencia de un pozo de miedo e ignorancia de cuya proporción no éramos suficientemente conscientes los jóvenes radicales, para los que el viejo mundo ya estaba detrás, y no, como era cada vez más evidente,  por bastante delante. 
Resultado de imagen de anarquistasNo fue éste el único caso que puso en evidencia la existencia de "malos rollos" con los "vejestorios", entre los que, naturalmente, los había con actitudes y costumbres muy poco pulidas y muy "de campo", propensos por ejemplo a soltar su colección de esputos sin demasiados miramientos o de mearse en cualquier rincón, tampoco todos los verdes eran caballerosos. Pero esto que para nosotros apenas era una mera anécdota que podíamos ampliar con otras muchas, resultaba intolerable para la gente más "chic" que ya se sentía mal en unos barrios que estimaban de poca categoría. Estas actitudes se hicieron patentes con el brote  de un visceral rechazo a los viejos de parte de un sector del vecindario con ocasión de la instalación de un Casal improvisado en los bajos de los rascacielos llamados Tres Torres, próximos la boca del metro de Pubilla Casas,  plantados con cierta ínfulas de diferencia en el corazón del barrio. Esta amplia zona había sido antes los terrenos del campo de fútbol del barrio, hasta que el urbanismo franquista la clasificó impunemente como terreno edificable, a pesar de que ser quizás la penúltima posibilidad de parque y zona verde en un barrio cuya densidad de población le aproximaba a las mayores del mundo. Pero a lo que íbamos. La inauguración de la sede desencadenó un escándalo. Esta franja del vecindario, se negó a admitir la apertura del local gritando despectivamente. Los testigos estaban fuera de sí, algunos aseguraban que, de no haberlo visto no se lo hubieran creído.  Entre la turba, incluso hubieron algunos más expeditivos que llegaron a actuar con empujones y salivazos. Uno empujó al Pedra, poniendo en evidencia que éste ya padecía serios achaques, por lo que el incidente le afectó doblemente. Fue solo un momento, pero la noticia corrió como un reguero de pólvora…Afortunadamente, antes de que el asunto se enrareciera más,  que la airada y justa reacción de los más jóvenes y lanzados de "la asociación" diera lugar a un enfrentamiento de "salón", sin saber muy bien quien estaba y quien no. Un sector de los vecinos, empezaron ofreciendo sus disculpas, y se prestaron a actuar de intermediario. El asunto pasó rápidamente por el Ayuntamiento, por todo lo cual, como la situación lo requería,  llegó rápidamente a una solución alternativa, lejos de aquellos bajos de las elitistas Tres Torres. Apareció entonces un local nuevo, el definitivo que, ciertamente, era muchísimo mejor, y en el que pronto nos pusimos a trabajar, entre otras cosas,  por crear una copiosa biblioteca.
En el curso de este último empeño, a mí se me ocurrió tratar de trasplantar en los años siguientes la experiencia de conversión a la novela del abuelo paterno que, en sus últimos tiempos, descubrió que Julio Verne o Emilio Salgari eran infinitamente más sugestivos que las lecturas machaconas de El Marca o de El Caso. También me venía a la mente una experiencia con mamá, y aquella Sofía Loren ama de casa que cambiaba su punto de mira de ama de casa oprimida en Una jornada particular, de Ettore Scola, gracias a un "gai" (Marcello) que le brindaba la lectura de Alejandro Dumas. Para la gente que han tenido los libros siempre a su alcance, estas historias quizás les parezcan extrañas, pero a mí me parecían sublimes y posibles, y tras llegar a un acuerdo con la coordinadora de pensionistas de la ciudad, me puse a estudiar a los autores más populares, un buen pretexto para entregarme a su lectura llevado de la mano del deslumbrante ensayo de Fernando Savater La infancia recuperada, que sustituyó por un tiempo a otras más politizados como libro de cabecera, aunque también es verdad que descubrí indignado algunas estimaciones reaccionarias en las que el autor de presunción libertaria, se manifestaba mucho más próximo a Rudiard Kiplyng que a Frantz Fanon.
Semejante tentativa didáctica encontró con el tiempo, su curso natural a través de los servicios municipales, y dio pie a una campaña de divulgación, paralela a las que Eduardo realizaba con sus diapositivas en su amenas charlas sobre Gaudí. La idea era cubrir las estanterías con títulos claves de la literatura popular en la que incluían hermosas ediciones como las de Legasa de Julio Verne, Emilio Salgari, H.G. Wells o Jack London,, y a continuación desarrollar varios ciclos de charlas comenzando hablando por ejemplo de La vuelta al mundo en 80 días. El caso es que, sí bien saqué provecho para largas y sorprendentes discusiones, en ellas la literatura, quedaba siempre de lado. Había debate, pero se hablaba de un totum revolutum, en el que contaban más las experiencias de tal o cual de los presentes. Por ejemplo, un tarde un anciano gallego nos deleitó con una conferencia improvisada sobre sus sugestivas experiencias con las abejas, notas que daban para un hermoso cuento de haber alguien para escribirlo. Ignoro sí al final hubieron algunos abuelos que imitaran la conversión del mío, pero lo cierto es que, a pesar de que mantuve una estrecha colaboración con la vocalía en los años siguiente, Pedra, que era muy detallista en esta cosas, nunca me presentó a nadie, de hecho la biblioteca era la atracción menos transitada.
Más bien lo  contrario, me confesaba éste. Sin embargo, el dominó y otros juegos hacían furor hasta el punto que cuando se interrumpían para presentar otra opción, se creaba un sordo rumor de protesta. Sencillamente pues, a los libros les habían salido dos dedos de polvo. Además, estaba la dichosa caja tonta, por otro lado, las mujeres ya tenían sus puntos y manualidades. Lástima porque, a mi entender,  aquellos libros habrían significado, al menos para algunos, una posible recuperación de los sueños liberadores y fantásticos de la juventud, algo que, todo hay que decirlo, algunos como el apicultor galaico, encontraban en sus propios hobbys más o menos creativos, que los había, labrados modesta y calladamente, y que salían a flote en aquellas charlas en las que evocaba con entusiasmo la historia del abuelo agonizante gracias al cual encontré el placer por la literatura.
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En todas ellas  recalqué hasta la saciedad mi agradecimiento por haber tenido todavía la ocasión de hacerme las primeras ideas sobre la vida escuchando a mis mayores, en el invierno alrededor del brasero, en el verano con una manta tirada en el suelo, y de haber sentido partícipe y prolongación de sus propias historias en un tiempo en los que ni la caja tonta ni los artefactos tecnológicos habían llegado para desconectarte de "lo antiguo", e instaba a los presentes en no desistir en "contar batallas" a sus nietos. En los mejores momentos de la vocalía, Pedra, siempre situado en la onda, organizó con  maestros inquietos algunos encuentros entre abuelos y niños que provocaron el entusiasmo general, pero que carecieron de continuidad. Quizás faltaban puentes entre un tiempo y otro, y la apatía acababa dejando las cosas en su sitio, o sea donde los viejos se preparaban para despedirse sin molestar, y en donde los nietos creían que el mundo comenzaba con ellos, y casi nadie se cuestionaba nada.
Era pues evidente que a pesar de los primeros destellos reivindicativos o personales de unos pocos, entre la mayoría primaba una actitud de repliegue individual, cuando no de arrinconamiento, tendencias que comenzaron a cobrar cada vez mayor peso desde el momento en que se concretaron unos primeros logros, hogares, ventajas y descuentos diversos, sin olvidar algunas que otras mejoras en comedores público o de atenciones médicas y sanitarias más particularizadas como la de los callistas, o algunos casos de asistencia a domicilio, poca en realidad, unos logros en los que mis amigos fueron parte del motor que elevó y concretó las exigencias. Pero la conciencia colectiva, sí existía o si existió, había sido mortalmente herida con la barbarie franquista y arrinconada en la guerra o en aquella larga postguerra del sálvese quien pueda. Esta reacción contra la acción colectiva se hacía notar un poco en todas partes, por ejemplo con expresiones como "no es mi problema", o la "y a mí que me cuentas", o el "no hay nada que hacer" que se había instalado precisamente cuando las libertades tendrían que posibilitar sueños que antes parecían irrealizables por la dictadura.
Observando entre mis próximos, los papas aparecían como un ejemplo perfecto de esta actitud individual, y en la que lo solidario únicamente alcanzaba a manifestarse con los nuestros. Ellos se habían habituado a sentirse al margen y no querían ni oír hablar de ninguna clase de asociación, y mucho menos de jubilados, viejos al decir recalcado de mamá. No querían ni oír de hablar de excursiones cuando  descubrieron que algunas de sus amistades eran propensas al baile. Más de uno o una  buscaba alternativas a una viudedad que convertía al hombre en un extraño en su casa, y a la mujer en alguien que no podía salir de ésta porque no tenía el marido que la acompañara. Mamá además no hubiera soportado sentirme ni un minuto hablar sobre la sexualidad viva a pesar de los años. Ella se encontraba en las antípodas de la duquesa de Metternich, que cuando le preguntaron sobre cuando concluía la vida sexual, respondió: "¿Y a mi que me cuentan, yo sólo tengo ochenta años?". Situado en lado contrario, a Pedra le encantaban anécdotas, la evocación de los amores tardíos, él seguía ahíto de besos, y quería a Lola como el primer día sino más, y no perdía su ocasión, al menos de palabra. Ella reía cuando le oía repetir esto, y repetía socarrona: "Menos lobos". 
El pase de papá de trabajador a pensionista tuvo lugar aquel año. Desde hacía cierto tiempo, su empresa, la Comercial Ebro, en la que había trabajado desde principios de los años sesenta con un sentido de la responsabilidad exacerbado, comenzó a reducir plantilla. A aquellos pulcros empresarios yanquis ligados a tradiciones protestantes integristas, muy amantes de una jerarquización extremadamente minuciosa que creaba salarios diferenciados entre trabajadores que prácticamente hacían lo mismo,  no se les ocurrió nada mejor que echar mano a los métodos de la escuela de Chicago que entonces conocía su años del esplendoroso ensayo de economía neoliberal en el Chile de Pinochet. Contrataron a un contramaestre al que los trabajadores, en buena parte ya mayores como papá, no tardaron en tildar de "negrero".
Estaba clara la intención de precipitar la marcha "voluntaria" de los que les estorbaba para sus piadosos beneficios. De carácter pusilánime, siempre temeroso de lo que podía pasar,  papá había estado durante años efectuando una misma faena: revisando metros y metros de tela para detectar las posibles taras. En los últimos años, comenzó a tener problemas con la vista, una dificultad que fue aprovechada por el "negrero" para amargarle la vida. Cada vez que éste le sacaba a relucir despóticamente las taras que le habían pasado inadvertida, papá regresaba a casa deshecha, inmersa en un ataque de tensión histérica que trasladaba en no poca medida a mamá. En algunos momentos pareció estar al borde de una depresión, y de eso me habló el médico de cabecera que lo atendió. Durante un tiempo porfié en acompañarle, y encararme yo mismo con el "negrero", pero él no quería ni oír hablar de nada parecido. 
Entonces, después de una de sus mayores crisis, me reuní con dos amigos sindicalistas bastante fornidos y decididos. No hubo mucho que contar. Entonces ideamos una de aquellas medidas de salud laboral que la CNT había adoptado en sus tiempos dorados como un método lícito de lucha. El plan era sencillo, yo señalaría al "negrero" al final de una jornada, y ellos le montarían un "número" fuerte en un escenario adecuado. Le enseñarían a respetar a los más débiles. Todo estaba en marcha cuando, después de una visita de papá al oculista, éste me vino a decir que, con las cataratas que tenía, no estaba obligado a trabajar.  Lo llevé también a un cardiólogo, y este detecto un pequeño soplo en el corazón, nada grave siempre que no estuviera expuesto a grandes emociones. Entonces apareció la solución, una baja de larga enfermedad. Luego, un tiempo en el paro, y al final, una jubilación relativamente prematura que sería (y fue) como una justa recompensa de tantos años de fatigas. Claro que, al principio casi me arrepentí. El hombre no paraba de darle vueltas y más vueltas sobre la letra de lo que le correspondía o no. Cuando le aclarabas tal concepto, reaparecía al día siguiente con que había encontrado a alguien que le "decía" algo diferente, aunque se tratase de un ramo, convenio o situación totalmente extraña a la suya. Era cuando volvía a darle vueltas a lo "le quedaría", y después de cada respuesta, persistía en con la misma noria. Tanto fue así que llegó a agobiar a nuestro consejero, el flexible y encantador señor de la Rosa, el más amable y bromista de los funcionarios de la agencia que gestionaba su caso. Ambos lo celebramos jubilosos cuando a papá le llegó la primera pensión, y comprobó que era más de lo que esperaba. Entonces hacíamos bromas, pero sin olvidar que en algunos momentos lo habríamos estrangulados en legitima defensa.
Durante este mismo enero acabé de redactar un librito puesto al servicio del movimiento, en particular de la vocalía de Pubilla Casas, y que estaba dedicado a algunos de los citados, "gente tan noble como los sueños que sostienen su lucha cotidiana". Era mi segunda tentativa de escribidor, y después de dar muchas vueltas, tuve enormes dificultades para encontrar un editor comprensivo, hasta que lo encontré gracias a la recomendación que me brindó Eduardo Pons Prades, una llamada por teléfono que me llevó hasta el almacén-despacho del barrio de Gracia de la editorial Hacer que gerentaba el inclasificable Pep Ricou, un "antiguo" de Acción Comunista, ahora empeñado en mantener una colección resistente de libros radicales y utópicos en ediciones muy modestas, pero no por ello menos ruinosas, y que en aquel momento era coeditor de la edición en castellano de la célebre Revista Mensual/Monthly Review.
Para facilitar su difusión conseguí la complicidad del maestro Francisco Candel, que en unas extensas páginas demostró que se había leído el texto y además, le había interesado. Curiosamente, tiempo después el prólogo apareció con algunas rectificaciones, reproducido por una revista que era una cutre versión hispana del Play Boy, y cuyo título Mastías, no tardé mucho en descifrar…Este nuevo libro se trataba de un texto pésimamente editado con el cual trataba de llenar un hueco en una cuestión sobre la cual abundaban títulos de ensayo e investigación, pero que, como tal movimiento no contaba con los propios para la agitación y la propaganda, algo propio de todo movimiento en alza, pero que en este apenas si hubo tiempo para llegar a emplear semejantes armas, ya que la política institucional no tardó en absorber cualquier autonomía, y los más combativos acabaron marginados o integrados, como el propio Pedra, quien no obstante nunca olvidó la dignidad de su biografía. Por su parte, Pedro se apartó amargado ante algo que no acababa de entender, .justamente en un tiempo en el que sus problemas médicos comenzaron a agravarse.
Pretendía ser una aportación asequible que pudiera leer, por ejemplo el Pedro, que lo hizo, luego se acercó a la Liga más que nunca. Un texto que buscaba la polémica, con un enfoque propio de una opción marxista que intentaba ser al mismo tiempo flexible y "dura", y que abundaban la citas y las referencias de lecturas de todo tipo, pero que ante todo era deudor de dos grandes aportaciones de la izquierda, de una de las obras magnas de Simone de Beauvoir, La Vejez, y la magnífica aproximación amble en la forma pero radical en el fondo del médico libertario británico Alex Comfort,  La tercera edad. Una buena edad, y de la que, por resultar mucho más asequible, me convertí en un activo divulgador. Aquellas lecturas fueron mucho más que unas fuentes, pasaron a ser referentes de primer orden para una concepción vitalista y creativa de una vida que se tenía que vivir cuidada e intensamente porque se envejecía igual que se vivía. Por otro lado, eran libros sagrados que confirmaban la pertinencia del esquema marxista, que insistían en el enfoque de la lucha de clases al tiempo que abordaban una sabiduría sobre la que desde los griegos y los romanos, y no digamos en la Ilustración, existía una abundante conciencia de que los prejuicios escondían la exigencia de mantener los privilegios, una causa que los políticos modernos habían aprendido a disfrazar con grandes palabras.
A lo largo de múltiples conversaciones, mis amistades destacaron el hecho de que abordara un tema tan poco conocido por la izquierda militante, y que, además, lo hiciera sin la menor concesión a una infecta sentimentalidad. En Nuestro viejos. Problemas y alternativas denunciaba el sistema no en nombre de la caridad sino de la justicia, y advertía ya contra las crecientes tentativas del "Estado barato" que acabaría amenazando seriamente las conquistas que habían caracterizado el llamado "Estado del Bienestar". Igualmente arremetía contra la cada vez más presente ideología neoliberal que trataba de llevar la situación de los mayores (o de los minusválidos) hacia la exclusiva responsabilidad de las familias, como sí todas las familias fuesen como, por citar una que hablaba mucha de las "responsabilidades" familiares en estos casos, la de Pujol-Ferrusola. Al tiempo, la obra divulgaba una concepción filosófica ampliamente argumentada con razones argüidas por mis autores preferidos, y según la cual la vejez podía ser una buena edad a condición de no vivir a la manera de un cohete, quemando la juventud sin pensar en un mañana que, al decir de Trotsky, llegaba la vejez, y que, paradójicamente, resultaba lo más inatendido que te ocurría en la vida. Pasaba la vida, y llegabas a la vejez, pero como cualquier otra edad, e insistía con persistencia, esta podía ser en lo posible, dichosa y creativa. Los ejemplos abundaban, hasta podías aspirar a una buena muerte, sólo se requería tener una pasión creativa, algo que te mantuviera vivo en el sentido más pleno de la palabra.
Argumentaba en este sentido presentando el libro en un programa de radio con Luis de Olmo, cuando un avieso Luis Fariñas me preguntó sí en la URSS los viejos estaban mejor que en Occidente. Le respondí que de vivir en la URSS habría tratado de escribir un libro análogo, con idéntico sentido reivindicativo, y sí algún burócrata infame me hubiese preguntado lo mismo, le habría respondido que en Occidente lo habría escrito por un igual.  Al salir, el tipo me extendió la mano pero yo me hice el despistado.
Errores (múltiples) y limitaciones (a tope) aparte, quizás el principal problema del libro radicaba en el hecho de que el movimiento ya había iniciado su curva de decadencia y de rápida integración en las políticas institucionales, y que por lo tanto, se convirtió en una expresión excesivamente crítica y punzante en un tiempo en el que, hasta el propio Pedra, tuvo que olvidarse de los sueños de construir un amplio movimiento social como los que funcionaban en Francia o Italia, y limitarse con la mayor honradez posible, a negociar con los políticos que, a su vez, tratarían de utilizarlo como bandera. Sin embargo, más allá de los avatares editoriales, tanto la experiencia como todas aquellas lecturas de base me sirvieron para consolidar una idea militante de la vida, una concepción de la existencia desde una perspectiva de a largo plazo y en la que la suma de los años no tenían porque ser un problema irresoluble, ya que, como afirmaba Picasso en una de las innumerables citas evocadas a lo largo del texto, "se necesitaba mucho tiempo para aprender a ser joven", desarrollando un equilibrio en el que la serenidad que daban los años no impedía la persistencia de los impulsos juveniles. Ese y o no otro, era el secreto. El problema era contar con la suma de circunstancias favorables,  y de la capacidad y de la conciencia para aplicarlo, pero a mí entonces todo esto me parecía obvio, y no veía ninguna nube que temer en un horizonte en una plena y bergsoniana militancia de la vida...
                 
Entre mis notas de aquel mes destacan unas sobre un viaje al Montseny para disfrutar melancólicamente de los paisajes y saludar a los colegas del VI Congreso de la LCR, y por el que levanté ni un dedo por participar, mi cabeza estaba en otra parte, y de ahí que mis encuentros fuesen más bien entrevistas sobre posibles actividades editoriales o sobre mis crónicas al periódico, Combate, que, sí no recuerdo mal, todavía era semanal, claro que el Rouge francés era ya diario. En el día 25 se evoca  lo bien que me lo pasé contemplando (en el cine Diagonal) La vida de Brian, tanto fue así que Romi me tuvo que recoger del suelo más de una vez. Hacía tiempo que no me reía tan exageradamente, y en ello tenía que ver mi propia identificación de antiguo creyente con aquel Ben-Hur al revés, pero también la discusión que mantuvimos en Dosrrius durante las navidades con una amiga compartida con la familia Burgues-Abril. Era una señorita de menos de treinta años que llevaba los rutilantes apellidos de Codina y Martorell,  que era sobrina de un antiguo ministro de Franco, amén de devota del ascendente Opus Dei. Para pitorreo máximo de los presentes, comenzó a lanzar anatemas contra la película mientras servidor actuaba como sí estuviese de acuerdo. Con este encuentro en mente añadía mayor salsa a la trama. A finales de mes hay un  registro de  mi pertinaz negativa en acompañar a unos amigos de la casi dinastía Barreto-Sánchez o Sánchez-Barreto,  a una discoteca un sábado noche, y se enumeran las razones: "a) tengo sueño; b) odio un lugar con una música que no me gusta y lo anula todo, y c) no me hace maldita gracia tener dolor de cabeza el día siguiente…".
Sin embargo, Romi consiguió convencerme, y la verdad es que no fue para tanto aunque seguí sintiéndome condenado a ser un "patoso" en eso del baile, algo que en mi casa solo veíamos en las películas. Claro que tardé años en volver. Claro, que uno en estas cosas era un rancio consciente y quizás deliberado. Hay una nota que me trae a la memoria un encuentro con algunos jóvenes ligueros y en el curso del cual, uno tuvo a bien preguntarme cual era la música que prefería, y se echó las manos a la cabeza cuando le respondí con unas buenas dosis de provocación: "Para mí desde que murió Antonio Machín, nada vale ya la pena"  Si participé mucho más a gusto en una fiesta en solidaridad con El Salvador celebrada en Montjuich, una noche de verano con éxito de público, y en la que encontré amigos y conocidos por todas partes. Como en todas las manifestaciones.

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