¿Quiénes fueron los africanistas?
Es más que sabido que, al menos en
lo que se refiere al mundo militar”, por estos pagos el concepto
"africanista" no es para nada
equivalente a helenista. El concepto se
refiere al mando militar que, una vez consumada la derrota de 1898 frente a
Estados Unidos en Cuba, actuó como la
punta de lanza de la política expansionista que pretendía mantener a España
entre los países colonizadores. La colonización marroquí y el protectorado
fueron una
experiencia cuartelera, lo que la hizo odiosa para la población autóctona
pero "gloriosa" para unos tercios necesitados de espacio,
promoción y poder, y de ahí, el africanismo. Una historia sobre la que,
extrañamente, no se suele tratar ni de los lejos, todo lo que se debiera.experiencia cuartelera, lo que la hizo odiosa para la población autóctona
De hecho, no ha sido hasta fechas
recientes que se empezaron a publicar investigaciones históricas que nos
ayudaran a clarificar significados, trabajos como Abrazo mortal. De la guerra colonial a la Guerra Civil en
España y Marruecos (1909-1939), de Sebastián Balfour, aparecido en
Península, (Barcelona, 2002); es una contribución documentada, basada en buena
medida en fuentes primarias hasta la fecha inexploradas, sobre la cuestión de
Marruecos, sobre el ejército de África. Era un primer acercamiento de fondo a una
"epopeya guerrera" de la
España del siglo XX, la de la "guerra del moro",
por la expansión colonial en Marruecos. A comienzos de siglo, España emprendió
una misión colonizadora en el norte de Marruecos que parecía representar una
cierta compensación por la pérdida de sus colonias ultramarinas en 1898, y
prometía elevar el país al rango de potencia europea. Pero desde 1919 se vio
atrapada en una guerra colonial que provocó una serie de sucesivos desastres
militares que desembocaron en una dictadura en 1923 y en la caída de la
monarquía en 1931. La experiencia de la guerra politizó a muchos de los
reclutas españoles movilizados para luchar por una causa que apenas entendían.
Además, creó una elite de oficiales
brutalizados e intervencionistas, que se sublevaron contra la República en 1936. Sin
la intervención del Ejército colonial, respaldado por las fuerzas militares de
Hitler y Mussolini, aquel golpe habría fracasado. El denominado Ejército de
África cruzó el Estrecho de Gibraltar con la misión de destruir al enemigo
interno y transformar una España decadente desde el exterior. Los
autodesignados agentes para la purificación de España eran los mismos oficiales
que habían luchado en la guerra colonial y que la habían ganado, y esa guerra
inspiró su estrategia y su táctica iniciales en la Guerra Civil. El
régimen instaurado por Franco derivó su apuntalamiento mitológico e ideológico
de aquella misma experiencia colonial.
Desde este punto de vista, el libro
de Balfour es el primer estudio global sobre la influencia de la guerra
colonial y del "africanismo" en la Guerra Civil.
Pretende llenar los muchos huecos de que adolece la bibliografía existente, así
como poner en tela de juicio algunas de sus hipótesis, en concreto las que
hacen referencia a la guerra colonial. El vasto número de textos sobre el tema
trata sólo sobre coyunturas específicas, Y las conclusiones a las que llegan
son muy limitadas. Aparte de la conexión entre la guerra colonial, la Guerra Civil y la Dictadura de Franco, el
libro examina también la identidad, el racismo y las imágenes del enemigo en
ambas guerras, así como las divisiones y culturas existentes dentro del propio
ejército colonial. Además, muestra las condiciones en que tuvieron que luchar
los soldados, cómo sufrieron, cómo pasaban el tiempo de ocio y cómo todo ello
afectó su cultura a largo plazo. También se hace un intento de evaluar la
experiencia del pueblo del norte de Marruecos bajo el régimen español.
Seguramente el aspecto menos
estudiado en la literatura escrita sobre la guerra colonial es la ofensiva
química lanzada por el ejército español contra los marroquíes, donde se utilizó
gran cantidad de gas mostaza. El libro ofrece los primeros datos detallados
sobre el uso de bombas químicas por parte de las fuerzas aéreas y la artillería
españolas, extraídos de la investigación realizada en los archivos militares de
España, Francia y Gran Bretaña. A este efecto, se han registrado e incorporado
las entrevistas mantenidas con marroquíes que sufrieron sus efectos. Existen
presunciones de hechos relativos a los efectos cancerígenos padecidos por la
población marroquí y a sus consecuencias en la degradación del medio ambiente.
El Estado español nunca ha reconocido haber usado armas químicas, y el hecho es
virtualmente desconocido en España incluso hoy día, mientras que el Estado
marroquí ha realizado denodados esfuerzos para impedir que la noticia saliera a
la luz, sobre todo para evitar un empeoramiento en sus relaciones con España.
Balfour pretende también ubicar el
colonialismo español dentro de un contexto más amplio de experiencias
coloniales, en particular la británica, italiana y francesa. En la bibliografía
española sobre la guerra colonial destaca el hecho de estar demasiado centrada
en sí misma. Es necesario desmantelar por fin el mito que ha dominado gran
parte de la historiografía española hasta hace poco, consistente en creer que
el caso español era excepcional, y hacerlo además en relación con el
colonialismo español en Marruecos. Los desastres militares de España y el tratamiento
brutal que se dio a quienes se resistieron a su penetración eran similares a
los de otras potencias europeas, incluida la más fuerte, Gran Bretaña. Tanto
Italia como Gran Bretaña sufrieron desastres coloniales tremendos al final del
siglo XIX, y Francia estableció el precedente de la guerra total contra las
colonias ya en 1845 en su ofensiva militar en la vecina Argelia. Entre otros
temas comparativos, el libro también trata de comparar la experiencia de los
soldados españoles en las espantosas condiciones de la guerra de Marruecos con
las conocidas por los soldados de la 1ª Guerra Mundial.
En algunos ámbitos especializados,
este tipo de libro se considera como Historia Militar, perteneciente a una
escuela relativamente reciente de Nueva Historia Militar, que se inspira en
diversas disciplinas, desde la tradicional "histoire bataille" a
través de la historia política, cultural y social, hasta la "histoire des
mentalités". La razón por la que se recurre a todos estos enfoques es la necesidad
de comprender no sólo la táctica, entrenamiento y armamento, sino también los
mitos que conforman la guerra, la vida cotidiana de los soldados y el impacto
de la guerra en la sociedad. Pero Balfour parte -afortunadamente - desde otro
enfoque, y ha tratado de entretejer el análisis temático con la narrativa
cronológica, pero algunos de los puntos se imponían por sí solos hasta el punto
de que sentí que sólo podría hacerles verdadera justicia si les dedicaba un
capítulo separado.
Los temas que se mencionan sin
entrar en detalle en la primera parte, más narrativa, se desarrollan con más
amplitud en la segunda parte, que es más temática. El lector que desee hallar
un tratamiento sistemático de materiales tales como la logística militar o la
sociedad marroquí, deberá tener conciencia y esperar que sus expectativas se
vean cumplidas a lo largo del libro, a través de ángulos diferentes y en
lugares diferentes de la narración.
Como todo proyecto histórico que
depende de una búsqueda de fuentes de información, éste ha sido para mí un
viaje hacia lo desconocido, sembrado de descubrimientos emocionantes y también
de largas frustraciones. Igual que la Guerra Civil, la guerra colonial ha sido objeto
de una conspiración de silencio, en concreto en lo relativo al uso de armas
químicas. El denominado pacto del olvido, que se supone que fue el precio que
tuvo que pagar la democracia hace 25 años, ha contribuido a mantener bajo llave
muchas de dichas fuentes, en manos de actores y de familiares que siguen
aferrándose a documentos que contribuirían a aclarar una verdad que temen. En
otros casos, como en el del gigantesco Archivo General de la Administración, que
alberga documentos que datan de la primera mitad de los años treinta, Balfour
cuenta que aún no han sido clasificados y que, por lo tanto, no se encuentran a
disposición del investigador.
No podría ser mayor el contraste de
esta situación con el estado de los archivos públicos existentes en Rusia. Los
archivos de la Unión
Soviética fueron puestos a disposición de quién quisiera
consultarlos a finales de 1991, inmediatamente después de la disolución del
régimen "socialista". Pero aquí aún no se pueden consultar, en los
archivos públicos, documentos oficiales de más de setenta años de antigüedad
que deberían estar disponibles bajo la legislación vigente en la actualidad. El
resultado es que el historiador de la
España del siglo XX tiene que confiar en conjeturas y
deducciones para muchas de sus preguntas. Cuando éste ha sido el caso, lo he
declarado. Espero que esta publicación anime a desvelar algunos de los
documentos ocultos, incluso si el portador de las nuevas informaciones emerge
para refutar parte de mis conclusiones.
La obra de Balfour trata
especialmente de explicar las tensiones entre las distintas corrientes
militares, los que buscan acuerdos con los jefes locales y tratan de respetar
la autoridad del sultán de los que sólo creen en la victoria y la sumisión; la
perspectiva marroquí de la presencia española y su evolución; el papel del rey
y de la clase política; la experiencia vital de tantos soldados que se
encontraron luchando en una guerra que no entendían ni sentían como propia,
pero que tuvieron que sufrir calamidades de todo tipo; la visión de las
potencias vecinas sobre el desarrollo de los acontecimientos...
Profesor en el Centro de Estudios
Españoles Contemporáneos de la
London School of Economics y autor de un excelente libro
sobre El fin del imperio español (1898-1923)
traducido al castellano (Crítica, 1997), Sebastián Balfour extiende el ámbito
temporal y reduce el espacio territorial de esta nueva obra, dedicada al
periodo transcurrido -como reza su subtítulo: De la guerra colonial a la guerra civil en España y Marruecos
(1909-1939). El aspecto más original de Abrazo mortal es la inteligente
articulación de enfoques complementarios proyectados sobre una compleja
realidad histórica. El pistoletazo de salida de la carrera colonial africana
dada por la Conferencia
de Berlín en 1884 y la competencia entre las grandes potencias europeas
(Francia, Gran Bretaña y Alemania) para controlar la ribera sur del
Mediterráneo crearon el marco geopolítico donde ocupó un lugar subalterno la
acción española en Marruecos. El acuerdo de 1904 entre Francia y España fijó
las zonas de influencia de ambos países en el desfalleciente sultanato alauí;
confirmado el reparto en la
Conferencia de Algeciras de 1906, el Tratado de Fez de 1912
transformó en un Protectorado -con alguna merma territorial para España, esa
situación de hecho.
Finalmente pues, la documentación va
apareciendo como muestra la prolija investigación que ha servido de base al
libro de Nerin: La guerra que vino de África, que podemos encontrar en Crítica
(Barcelona, 2005, 410 pgs, 26,50 €). Aunque existe una gran cantidad de
literatura sobre ambas guerras, no son muchos los estudios sobre las conexiones
entre ellas. Sólo la guerra de Marruecos ha generado docenas de volúmenes,
desde recuentos panegíricos y autoexculpatorios de los protagonistas militares
de derechas, hasta novelas autobiográficas contra la guerra escritas por
reclutas de clase media que lucharon en contra de su voluntad. Aun así, todas
estas obras ofrecen como mucho un vistazo al conflicto y, en el peor de los
casos, una distorsión total de la naturaleza del enfrentamiento entre españoles
y marroquíes. Por su parte, la
Guerra Civil ha inspirado más volúmenes que ningún otro
acontecimiento o proceso histórico de la historia de España. Sin embargo, la
influencia que la guerra colonial tuvo en su génesis y en su desarrollo ha sido
objeto de atención sólo en la narrativa general sobre la historia española del
siglo XX. Sin duda, esta fractura entre la literatura de cada una de las
guerras se debe en parte a las demarcaciones tradicionales de tema y
cronología. La guerra colonial terminó en 1927. Y la Guerra Civil empezó
en 1936, después de los cinco azarosos años de la República que han
absorbido el interés de los historiadores.
En el libro de Gustau Nerín, La
guerra que vino de África, que comienza en alguna manera donde Balfour acaba,
desarrolla la siguiente tesis: las campañas de las "guerras moras"
fueron la base de la formación de una mentalidad nacionalista, militarista,
violenta y antisocial y verticalista sin la cual no se puede entender el 18 de
julio ni su perfecto encaje con el falangismo, ni por supuesto la concepción
franquista de "pax romana", o sea de una Victoria siguiendo los
cánones que Roma aplicó con Cartago. El pueblo de izquierda fue tratado igual
que los "moros", y en no poca medida reproduciría sus mismos
estereotipos, ampliamente analizados por Balfour, y sobre cual el lector puede
encontrar una visión ampliada de Eloy Martín Corrales en su inexcusable obra La
imagen del magrebí en España (Bellaterra, Barcelona, 2004). Siendo esta última
parte la más conocida, hace que la mayor atracción del libro de Nerín pase por
el análisis de las campañas militares en Marruecos, un tema sobre el que en los
años treinta comenzaron a darse testimonios tan avasalladores como el de Ramón
J. Sender en Imán.
Conviene recordar que como potencia
decadente, España apareció en Marruecos no tanto por "méritos propios",
sino como instrumento de la diplomacia británica con el cometido de
contrarrestar la presencia francesa en la puerta del Mediterráneo, todo ello
bajo el pretexto de actuar en nombre del Sultán. Pero el caso es que la zona se
convirtió para la mayoría de los militares españoles en una oportunidad para
resarcirse del "desastre del 98" en un tiempo en que esto era
sinónimo de potencia. Pero los tiempos habían cambiado, y la tentativa pacífica
de penetración fracasó por la creciente resistencia de algunos notables, así
como por las contradicciones entre las inversiones españolas y los intereses de
la sociedad marroquí. Ni que decir tiene que dichas inversiones no trataban de
modernizar Marruecos (buena estaba España para dar ejemplos de estos), ya que se
trataba de buscar beneficios rápidos mediante el expolio y las distorsiones
económicas.
Con las insurrecciones, pero sobre
todo, con el Desastre de Annual, paradójicamente, se impuso la vía militar,
nunca fue tan evidente la ausencia de una burguesía democrática capaz de dar
expresión a una opinión pública escandalizada. Pero aún así, ésta no podía
desenvolverse con éxito desde el momento en que el presupuesto militar se
escapaba para mantener una estructura de personal desequilibrada y excesiva.
Este desiquilibrio impedía la compra del armamento adecuado, y para colmo, hay
que hablar de una oficialidad apenas formada. La misma que en la batalla de
Annual había tratado de compensar con la carne de cañón de las tropas sus
propias carencias profesionales. Cuando les llegaron las armas químicas, lo
último que se plantearon fueron problemas de conciencia. Les pareció más bien
una panacea para, de una vez por todas, imponer su ordeno y mando en nombre de
la que había sido España imperial.
Por otro lado, la motivación del
Gobierno español para firmar esos acuerdos no se limitaba al interés
estratégico de reforzar el dominio de las "plazas" de Ceuta y
MeIilla, siempre amenazadas por un entorno hostil. Marruecos era el desquite
del 98, y figuraba igualmente como una oportunidad para la monarquía de dar
ocupación a un ejército que había sido vapuleado por los jóvenes de Estados
Unidos en 1898, todo un detalle para el imaginario conservador considerando que
todavía se encontraba saboreando las pasadas conquistas de las Américas. No
obstante, no se trataba de un paseo militar, en julio de 1909, una columna al
mando del general Pintos, enviada por el general Marina desde Melilla a raíz
del sabotaje realizado por unos rifeños insurrectos contra las líneas férreas
de una explotación minera, fue atacada en la falda del monte Gurugú en un
paraje llamado el Barranco del Lobo. La consecuencia fue doscientos muertos en
su retirada días después. El embarque en el puerto de Barcelona de la
"carne de cañón" de reemplazo destinada a Melilla provocó una huelga
general y la Semana
Trágica, un acontecimiento decisivo para la vida política
española. Finalmente, el orden se impuso, y la burguesía democrática apenas si
asomó la nariz.
Años más tarde, en 1921, llegó el
Desastre de Annual, que alcanzaría dimensiones todavía más trágicas. Entre el
22 de julio y el 9 de agosto, la imprevisión del general Manuel Fernández
Silvestre, un protegido por la camarilla de Alfonso XIII, fue causante en buena
medida de la muerte de varios millares de soldados que habían sido desplegados
en un insostenible frente discontinuo de casi cien kilómetros en la zona
oriental del Protectorado. El "glorioso" Ejército español fue
nuevamente derrotado y humillado por fuerzas irregulares muy inferiores en
número, por una "guerrilla" reclutada entre las tribus rifeñas de la
zona y mandadas por el lider nacionalista Abd el Krim, redactor de las páginas
árabes de El Telegrama del Rif y colaborador de las autoridades coloniales
hasta que el desencanto le había impulsado a la insurrección. El ejército
"africanista" respondió con la utilización por la aviación y la
artillería españolas del gas mostaza, que tan devastadores efectos había
producido durante la Gran
Guerra. La oposición brilló por su mediocridad, de tal manera
que las exigencias de responsabilidades por el desastre de Annual, a las que
había que añadir las justas sospechas sobre la implicación del Rey en el origen
de la catástrofe, contribuyeron al desprestigio de la Restauración y a la
dictadura de Primo de Rivera, o sea por una fuga hacia adelante.
Balfour subraya la singularidad
política de Abd el Krim, movido por la ambición de crear una república del Rif,
a la vez independiente de Marruecos y libre de ocupación extranjera; en
contraste, otros rebeldes ocasionales como el pintoresco Raisuni, una
combinación de bandido y señor feudal, siempre estaban dispuestos a poner
precio a su colaboración con los ocupantes. La derrota de los rebeldes rifeños,
que llegaron a movilizar a más de 60.000 combatientes, exigió la colaboración
de Francia con España y un ejército de casi medio millón de hombres: el
desembarco de Alhucemas en septiembre de 1925 marcó el principio del fin de Abd
el Krim, que se entregó en mayo de 1926 a las autoridades francesas y fue
desterrado a la isla de la
Reunión. Desde esa fecha hasta la recuperación en 1956 por el
reino alauí de su plena soberanía, el Protectorado español del norte de
Marruecos no tuvo que afrontar mayores desafíos; la corrupción, utilizada para
ganarse las voluntades de los notables locales, también permitió enriquecerse a
los administradores -civiles y militares- del Protectorado.
Como es bien sabido, el Ejército de África regresó al escenario bélico de forma despiadada y cruenta en 1936: esta vez no contra los rifeños alzados en armas, sino contra los españoles que se habían mantenido leales a las instituciones republicanas.
Como es bien sabido, el Ejército de África regresó al escenario bélico de forma despiadada y cruenta en 1936: esta vez no contra los rifeños alzados en armas, sino contra los españoles que se habían mantenido leales a las instituciones republicanas.
Las tropas mercenarias de la Legión, fundada en 1919 por
Millán Astray, habían realizado ya en 1934 el primer ensayo general con todo en
la represión asturiana; el general Franco también hizo entonces acto de
presencia como asesor del ministro de la Guerra, Diego Hidalgo. El golpe del 18 de julio
hubiese probablemente fracasado, si, durante las semanas siguientes a la
sublevación el Ejército de África, no hubiese logrado cruzar el Estrecho con la
ayuda de los aviones enviados por Hitler y Mussolini. La ferocidad y la
brutalidad utilizadas con los rifeños por militares africanistas como Franco,
Mola, Queipo, Yagüe o Varela durante la guerra colonial fueron aplicadas
-corregidas y aumentadas- a sus desventurados compatriotas; las técnicas de
limpieza de la retaguardia empleadas en Marruecos (esto es, el fusilamiento no
sólo de los prisioneros sino también de los sospechosos) igualmente fueron
puestas en práctica en lugares como Badajoz. El papel del Otro, desempeñado
antes por el rifeño como receptor del odio de los militares africanistas,
correspondía ahora al campesino andaluz o extremeño, al "rojo"
anatemizado por la Iglesia.
Esa maniobra de prestidigitación necesitaba
al tiempo que los mercenarios marroquíes contratados por Franco (80.000
hombres, de los que 11.000 murieron) perdieran su antigua condición de enemigos
de la verdadera religión y alimañas inhumanas. Si las implicaciones de las
anécdotas narradas por Balfour no fuesen macabras, esa milagrosa transformación
alcanzó extremos ridículos. Algunas piadosas damas andaluzas bordaban el
Sagrado Corazón de Jesús en los uniformes de los marroquíes alistados en los
Tercios de Regulares como detente bala; en un pueblo de la sierra de Aracena,
la figura del moro alanceado por Santiago Apóstol fue sustituida por la efigie
de Lenin. La absolución de los rifeños se prolongó después de la guerra: Franco
organizó para su servicio personal una Guardia Mora propia de un sultán.
Dentro del imperioso proceso de recuperación de la memoria histórica en que estamos inmersos, la obra de Nerin, doctor en Antropología, merece un punto y aparte por lo que suponen de innovación. Su punto de vista -la guerra vino de África- es una auténtica revelación. El suyo es un trabajo pormenorizado y documentado que da vida a la tesis de Paul Preston, sobre la importancia decisiva de los orígenes africanistas o del militarismo colonialista español en la gestación y desarrollo de la Guerra Civil y la ideología franquista. "Quien más ayudó a Franco a alcanzar el poder no fue Hitler sino el rebelde rifeño, Abd-EI-Krim". Esta ayuda se deriva del hecho de que, desdichadamente, la insurrección rifeña, no consiguió derrotar al ocupante, y en cambio facilitó su desarrollo en una "España invertebrada", o sea en un país donde no había nada por encima de un ejército que aparecía como última garantía para la monarquía, para las antiguas castas, la Iglesia, y ante el miedo a la revolución, para las clases dirigentes.
Dentro del imperioso proceso de recuperación de la memoria histórica en que estamos inmersos, la obra de Nerin, doctor en Antropología, merece un punto y aparte por lo que suponen de innovación. Su punto de vista -la guerra vino de África- es una auténtica revelación. El suyo es un trabajo pormenorizado y documentado que da vida a la tesis de Paul Preston, sobre la importancia decisiva de los orígenes africanistas o del militarismo colonialista español en la gestación y desarrollo de la Guerra Civil y la ideología franquista. "Quien más ayudó a Franco a alcanzar el poder no fue Hitler sino el rebelde rifeño, Abd-EI-Krim". Esta ayuda se deriva del hecho de que, desdichadamente, la insurrección rifeña, no consiguió derrotar al ocupante, y en cambio facilitó su desarrollo en una "España invertebrada", o sea en un país donde no había nada por encima de un ejército que aparecía como última garantía para la monarquía, para las antiguas castas, la Iglesia, y ante el miedo a la revolución, para las clases dirigentes.
Así pues, tan clarificador resulta
este trabajo que no sólo ofrece una nueva y sólida perspectiva para el
conocimiento de los factores que conducen al 18 de julio de 1936, sino que
facilita la comprensión tanto del golpe de Estado, del tipo de guerra que
llevaron a cabo los "nacionales", de la ideología totalitaria que
caracterizó la larga dictadura de Franco, y por supuesto del antimilitarismo
que nos honra. Sus características recogen toda la basura moral de siglos de
historia: la corrupción, el poder absoluto, el machismo, la violencia, el
caciquismo, el chantaje y el soborno, las intrigas y las paranoias
conspirativas, el racismo, el odio a la cultura, el anticomunismo, el
antisemitismo, la antimasonería y la indignación por las "grandezas del
imperio" perdidas.
Estos son algunos de los puntos
determinantes en la formación social y política de aquellos africanistas, el
olor que detectaron aquellos que en la película de Jaime Camino Dragon Rapide (España, 1986) comentan
que Franco era su hombre con una anécdota: "Un legionario se niega a comer
el rancho, y lo tira al suelo. Llega Franco, le obliga recoger lo que ha
tirado, a comerse la comida y luego lo fusila". Qué más se podía pedir en
una situación en la que todo este mundo se sentía amenazado. Además, aunque en
el trabajo de Nerín no cabe la especulación ni la historia-ficción, y todo se
encuentra rigurosamente avalado, uno no puede por menos que establecer
comparaciones entre las "glorias africanistas" y algunos de los
conceptos ideológicos de la actual derecha española cuyo eje primordial es: la
izquierda podrá gobernar, pero somos nosotros los que mandamos.
Al margen de los numerosos elementos
políticos e históricos que conformaron el contexto en el que se ubican las
campañas del Rif, Nerin nos ofrece toda clase de detalles culturales y
sociológicos que contribuyeron a la formación de una prepotente cruel y
prácticamente ágrafa elite -así se consideraban ellos- de militares
colonialistas autoconvencidos de su verdad, de sí mismos y de misión redentora
e imperial. "Los africanistas, escribe el autor, "más que creer en
Dios, creían que Dios creía en ellos."
Tenían muy claro que al César -la
espada- lo que es del César, pero a Dios lo que manda el César. El propio
Vaticano los refrendaría. Así pues, Mola, Yagüe, Jordana, Queipo de Llano,
Castejón, García-Valiño, Millán Astray y tantos otros militares forjados en
Marruecos, constituyeron un núcleo homogéneo y monolítico capaz de hacer valer
sus argumentos por la fuerza de las armas a una sociedad que apenas si acababa
de salir de siglos de oscuridad. Fueron la elección para los que temían perder
algo, muchos de los cuales se hicieron franquistas con la nariz tapada, como
tantos intelectuales, o porque donde manda capitán no manda marinero.
Creían lo que necesitaban creer
-igual que ahora leen los piosmoas
que necesitan leer-, y para ello no dudaron en seguir al más mediocre Caudillo
-que era como diría Marx de Napoleón III, la quintaesencia de las clases
pudientes-, en aplicar las técnicas bélicas y de represión practicadas en el
Rif porque nadie hace preguntas a los que ganan. La conquista "manus
militari" de la península, fue su cruzada de salvación, una forma de vida
que se prolongaría hasta la muerte del dictador. Éste gobernó el país como un
alto comisario colonial, aterrorizando a la población civil. También supo urdir
estratagemas que fomentaban las contradicciones entre los diferentes sectores
de la derecha, no fue otra cosa lo que hizo en Marruecos con los notables
árabes. Y detrás de esta aristocracia guerrera (la misma que utilizaba parte de
la tropa como "machaca" o sea como sirviente gratis en sus propios
domicilios), se aglutinó también una derecha reaccionaria y una Iglesia que
"creyó" en todo aquello, sin olvidar la intelligentzia fascista que sirvió para justificar y enaltecer sus
desmanes criminales, personajes olvidados como Giménez Caballero, Manuel Aznar,
Giménez Arnau, José Mª Areilza, y un largo etcétera. Toda esa plana que ocupó
academias y plataformas culturales, un sector que ha sabido evolucionar al
compás de los tiempos y que actualmente navega igual de gusto en las aguas del
neoliberalismo y que leen a Vargas Llosa en vez de a José Mª Pemán.
Ni que decir tiene que a lo largo de
la dictadura, la historia colonial española fue monopolio de los apologistas
franquistas cuyos productos más populares pueden verse en películas como Alba de América o La mies es mucha, y tantas otras. Gustau Nerín es una pluma activa
de nuestro débil anticolonialismo y es igualmente autor de Guinea Ecuatorial,
historia en blanco y negro (1998) y El imperio que nunca existió (2001), de
aportaciones inexcusables sobre las conexiones entre franquismo y colonialismo,
un eslabón que la izquierda tradicional había extraviado. Nerin señala que hay
que tener en cuenta que el fenómeno constituye en sí uno de nuestros hechos
diferenciales como europeos. "El sistema colonial -escribe- allí donde se
implantó, generó un monstruo: bajo el pretexto de difundir los valores de la
civilización, Europa transfirió a todo el mundo no sus ideales, sino sus peores
prácticas." Considerando que el colonialismo bajo nuevas formas sigue
siendo una pieza clave en la política capitalista de nuestros días, nos
encontramos que obras como las de Balfour y Nerin también nos ayudan (y no
poco), a comprender el fenómeno emigratario, así como la insufrible
indiferencia de la mayor parte de nuestra ciudadanía, y de los representantes
de nuestra izquierda institucional, tan limitada por los estrechos márgenes que
les permiten quienes de verdad ostentan el poder.
Porque, al decir de Eric Fried,
aquí, naturalmente, manda el pueblo soberano. Si, sí, el pueblo soberano, pero
¿quién manda realmente?
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