martes, 14 de junio de 2016

¿Quiénes fueron los africanistas?




¿Quiénes fueron los africanistas?

Resultado de imagen de africanistas historiaEs más que sabido que, al menos en lo que se refiere al mundo militar”, por estos pagos el concepto "africanista"  no es para nada equivalente a  helenista. El concepto se refiere al mando militar que, una vez consumada la derrota de 1898 frente a Estados Unidos en Cuba, actuó como  la punta de lanza de la política expansionista que pretendía mantener a España entre los países colonizadores. La colonización marroquí y el protectorado fueron una
experiencia cuartelera, lo que la hizo odiosa para la población autóctona
pero "gloriosa" para unos tercios necesitados de espacio, promoción y poder, y de ahí, el africanismo. Una historia sobre la que, extrañamente, no se suele tratar ni de los lejos, todo lo que se debiera.
De hecho, no ha sido hasta fechas recientes que se empezaron a publicar investigaciones históricas que nos ayudaran a clarificar significados, trabajos como Abrazo mortal. De la guerra colonial a la Guerra Civil en España y Marruecos (1909-1939), de Sebastián Balfour, aparecido en Península, (Barcelona, 2002); es una contribución documentada, basada en buena medida en fuentes primarias hasta la fecha inexploradas, sobre la cuestión de Marruecos, sobre el ejército de África. Era un primer acercamiento de fondo a una "epopeya guerrera" de la España del siglo XX, la de la "guerra del moro", por la expansión colonial en Marruecos. A comienzos de siglo, España emprendió una misión colonizadora en el norte de Marruecos que parecía representar una cierta compensación por la pérdida de sus colonias ultramarinas en 1898, y prometía elevar el país al rango de potencia europea. Pero desde 1919 se vio atrapada en una guerra colonial que provocó una serie de sucesivos desastres militares que desembocaron en una dictadura en 1923 y en la caída de la monarquía en 1931. La experiencia de la guerra politizó a muchos de los reclutas españoles movilizados para luchar por una causa que apenas entendían.
Resultado de imagen de africanistas historiaAdemás, creó una elite de oficiales brutalizados e intervencionistas, que se sublevaron contra la República en 1936. Sin la intervención del Ejército colonial, respaldado por las fuerzas militares de Hitler y Mussolini, aquel golpe habría fracasado. El denominado Ejército de África cruzó el Estrecho de Gibraltar con la misión de destruir al enemigo interno y transformar una España decadente desde el exterior. Los autodesignados agentes para la purificación de España eran los mismos oficiales que habían luchado en la guerra colonial y que la habían ganado, y esa guerra inspiró su estrategia y su táctica iniciales en la Guerra Civil. El régimen instaurado por Franco derivó su apuntalamiento mitológico e ideológico de aquella misma experiencia colonial.
Desde este punto de vista, el libro de Balfour es el primer estudio global sobre la influencia de la guerra colonial y del "africanismo" en la Guerra Civil. Pretende llenar los muchos huecos de que adolece la bibliografía existente, así como poner en tela de juicio algunas de sus hipótesis, en concreto las que hacen referencia a la guerra colonial. El vasto número de textos sobre el tema trata sólo sobre coyunturas específicas, Y las conclusiones a las que llegan son muy limitadas. Aparte de la conexión entre la guerra colonial, la Guerra Civil y la Dictadura de Franco, el libro examina también la identidad, el racismo y las imágenes del enemigo en ambas guerras, así como las divisiones y culturas existentes dentro del propio ejército colonial. Además, muestra las condiciones en que tuvieron que luchar los soldados, cómo sufrieron, cómo pasaban el tiempo de ocio y cómo todo ello afectó su cultura a largo plazo. También se hace un intento de evaluar la experiencia del pueblo del norte de Marruecos bajo el régimen español.
Resultado de imagen de africanistas historiaSeguramente el aspecto menos estudiado en la literatura escrita sobre la guerra colonial es la ofensiva química lanzada por el ejército español contra los marroquíes, donde se utilizó gran cantidad de gas mostaza. El libro ofrece los primeros datos detallados sobre el uso de bombas químicas por parte de las fuerzas aéreas y la artillería españolas, extraídos de la investigación realizada en los archivos militares de España, Francia y Gran Bretaña. A este efecto, se han registrado e incorporado las entrevistas mantenidas con marroquíes que sufrieron sus efectos. Existen presunciones de hechos relativos a los efectos cancerígenos padecidos por la población marroquí y a sus consecuencias en la degradación del medio ambiente. El Estado español nunca ha reconocido haber usado armas químicas, y el hecho es virtualmente desconocido en España incluso hoy día, mientras que el Estado marroquí ha realizado denodados esfuerzos para impedir que la noticia saliera a la luz, sobre todo para evitar un empeoramiento en sus relaciones con España.
Balfour pretende también ubicar el colonialismo español dentro de un contexto más amplio de experiencias coloniales, en particular la británica, italiana y francesa. En la bibliografía española sobre la guerra colonial destaca el hecho de estar demasiado centrada en sí misma. Es necesario desmantelar por fin el mito que ha dominado gran parte de la historiografía española hasta hace poco, consistente en creer que el caso español era excepcional, y hacerlo además en relación con el colonialismo español en Marruecos. Los desastres militares de España y el tratamiento brutal que se dio a quienes se resistieron a su penetración eran similares a los de otras potencias europeas, incluida la más fuerte, Gran Bretaña. Tanto Italia como Gran Bretaña sufrieron desastres coloniales tremendos al final del siglo XIX, y Francia estableció el precedente de la guerra total contra las colonias ya en 1845 en su ofensiva militar en la vecina Argelia. Entre otros temas comparativos, el libro también trata de comparar la experiencia de los soldados españoles en las espantosas condiciones de la guerra de Marruecos con las conocidas por los soldados de la 1ª Guerra Mundial.
En algunos ámbitos especializados, este tipo de libro se considera como Historia Militar, perteneciente a una escuela relativamente reciente de Nueva Historia Militar, que se inspira en diversas disciplinas, desde la tradicional "histoire bataille" a través de la historia política, cultural y social, hasta la "histoire des mentalités". La razón por la que se recurre a todos estos enfoques es la necesidad de comprender no sólo la táctica, entrenamiento y armamento, sino también los mitos que conforman la guerra, la vida cotidiana de los soldados y el impacto de la guerra en la sociedad. Pero Balfour parte -afortunadamente - desde otro enfoque, y ha tratado de entretejer el análisis temático con la narrativa cronológica, pero algunos de los puntos se imponían por sí solos hasta el punto de que sentí que sólo podría hacerles verdadera justicia si les dedicaba un capítulo separado.
Los temas que se mencionan sin entrar en detalle en la primera parte, más narrativa, se desarrollan con más amplitud en la segunda parte, que es más temática. El lector que desee hallar un tratamiento sistemático de materiales tales como la logística militar o la sociedad marroquí, deberá tener conciencia y esperar que sus expectativas se vean cumplidas a lo largo del libro, a través de ángulos diferentes y en lugares diferentes de la narración.
Resultado de imagen de africanistas historiaComo todo proyecto histórico que depende de una búsqueda de fuentes de información, éste ha sido para mí un viaje hacia lo desconocido, sembrado de descubrimientos emocionantes y también de largas frustraciones. Igual que la Guerra Civil, la guerra colonial ha sido objeto de una conspiración de silencio, en concreto en lo relativo al uso de armas químicas. El denominado pacto del olvido, que se supone que fue el precio que tuvo que pagar la democracia hace 25 años, ha contribuido a mantener bajo llave muchas de dichas fuentes, en manos de actores y de familiares que siguen aferrándose a documentos que contribuirían a aclarar una verdad que temen. En otros casos, como en el del gigantesco Archivo General de la Administración, que alberga documentos que datan de la primera mitad de los años treinta, Balfour cuenta que aún no han sido clasificados y que, por lo tanto, no se encuentran a disposición del investigador.
No podría ser mayor el contraste de esta situación con el estado de los archivos públicos existentes en Rusia. Los archivos de la Unión Soviética fueron puestos a disposición de quién quisiera consultarlos a finales de 1991, inmediatamente después de la disolución del régimen "socialista". Pero aquí aún no se pueden consultar, en los archivos públicos, documentos oficiales de más de setenta años de antigüedad que deberían estar disponibles bajo la legislación vigente en la actualidad. El resultado es que el historiador de la España del siglo XX tiene que confiar en conjeturas y deducciones para muchas de sus preguntas. Cuando éste ha sido el caso, lo he declarado. Espero que esta publicación anime a desvelar algunos de los documentos ocultos, incluso si el portador de las nuevas informaciones emerge para refutar parte de mis conclusiones.
Resultado de imagen de El fin del imperio español (1898-1923)La obra de Balfour trata especialmente de explicar las tensiones entre las distintas corrientes militares, los que buscan acuerdos con los jefes locales y tratan de respetar la autoridad del sultán de los que sólo creen en la victoria y la sumisión; la perspectiva marroquí de la presencia española y su evolución; el papel del rey y de la clase política; la experiencia vital de tantos soldados que se encontraron luchando en una guerra que no entendían ni sentían como propia, pero que tuvieron que sufrir calamidades de todo tipo; la visión de las potencias vecinas sobre el desarrollo de los acontecimientos...
Profesor en el Centro de Estudios Españoles Contemporáneos de la London School of Economics y autor de un excelente libro sobre El fin del imperio español (1898-1923) traducido al castellano (Crítica, 1997), Sebastián Balfour extiende el ámbito temporal y reduce el espacio territorial de esta nueva obra, dedicada al periodo transcurrido -como reza su subtítulo: De la guerra colonial a la guerra civil en España y Marruecos (1909-1939). El aspecto más original de Abrazo mortal es la inteligente articulación de enfoques complementarios proyectados sobre una compleja realidad histórica. El pistoletazo de salida de la carrera colonial africana dada por la Conferencia de Berlín en 1884 y la competencia entre las grandes potencias europeas (Francia, Gran Bretaña y Alemania) para controlar la ribera sur del Mediterráneo crearon el marco geopolítico donde ocupó un lugar subalterno la acción española en Marruecos. El acuerdo de 1904 entre Francia y España fijó las zonas de influencia de ambos países en el desfalleciente sultanato alauí; confirmado el reparto en la Conferencia de Algeciras de 1906, el Tratado de Fez de 1912 transformó en un Protectorado -con alguna merma territorial para España, esa situación de hecho.

Resultado de imagen de El fin del imperio español (1898-1923)Finalmente pues, la documentación va apareciendo como muestra la prolija investigación que ha servido de base al libro de Nerin: La guerra que vino de África, que podemos encontrar en Crítica (Barcelona, 2005, 410 pgs, 26,50 €). Aunque existe una gran cantidad de literatura sobre ambas guerras, no son muchos los estudios sobre las conexiones entre ellas. Sólo la guerra de Marruecos ha generado docenas de volúmenes, desde recuentos panegíricos y autoexculpatorios de los protagonistas militares de derechas, hasta novelas autobiográficas contra la guerra escritas por reclutas de clase media que lucharon en contra de su voluntad. Aun así, todas estas obras ofrecen como mucho un vistazo al conflicto y, en el peor de los casos, una distorsión total de la naturaleza del enfrentamiento entre españoles y marroquíes. Por su parte, la Guerra Civil ha inspirado más volúmenes que ningún otro acontecimiento o proceso histórico de la historia de España. Sin embargo, la influencia que la guerra colonial tuvo en su génesis y en su desarrollo ha sido objeto de atención sólo en la narrativa general sobre la historia española del siglo XX. Sin duda, esta fractura entre la literatura de cada una de las guerras se debe en parte a las demarcaciones tradicionales de tema y cronología. La guerra colonial terminó en 1927. Y la Guerra Civil empezó en 1936, después de los cinco azarosos años de la República que han absorbido el interés de los historiadores.
En el libro de Gustau Nerín, La guerra que vino de África, que comienza en alguna manera donde Balfour acaba, desarrolla la siguiente tesis: las campañas de las "guerras moras" fueron la base de la formación de una mentalidad nacionalista, militarista, violenta y antisocial y verticalista sin la cual no se puede entender el 18 de julio ni su perfecto encaje con el falangismo, ni por supuesto la concepción franquista de "pax romana", o sea de una Victoria siguiendo los cánones que Roma aplicó con Cartago. El pueblo de izquierda fue tratado igual que los "moros", y en no poca medida reproduciría sus mismos estereotipos, ampliamente analizados por Balfour, y sobre cual el lector puede encontrar una visión ampliada de Eloy Martín Corrales en su inexcusable obra La imagen del magrebí en España (Bellaterra, Barcelona, 2004). Siendo esta última parte la más conocida, hace que la mayor atracción del libro de Nerín pase por el análisis de las campañas militares en Marruecos, un tema sobre el que en los años treinta comenzaron a darse testimonios tan avasalladores como el de Ramón J. Sender en Imán.
Resultado de imagen de El fin del imperio español (1898-1923)Conviene recordar que como potencia decadente, España apareció en Marruecos no tanto por "méritos propios", sino como instrumento de la diplomacia británica con el cometido de contrarrestar la presencia francesa en la puerta del Mediterráneo, todo ello bajo el pretexto de actuar en nombre del Sultán. Pero el caso es que la zona se convirtió para la mayoría de los militares españoles en una oportunidad para resarcirse del "desastre del 98" en un tiempo en que esto era sinónimo de potencia. Pero los tiempos habían cambiado, y la tentativa pacífica de penetración fracasó por la creciente resistencia de algunos notables, así como por las contradicciones entre las inversiones españolas y los intereses de la sociedad marroquí. Ni que decir tiene que dichas inversiones no trataban de modernizar Marruecos (buena estaba España para dar ejemplos de estos), ya que se trataba de buscar beneficios rápidos mediante el expolio y las distorsiones económicas.
Con las insurrecciones, pero sobre todo, con el Desastre de Annual, paradójicamente, se impuso la vía militar, nunca fue tan evidente la ausencia de una burguesía democrática capaz de dar expresión a una opinión pública escandalizada. Pero aún así, ésta no podía desenvolverse con éxito desde el momento en que el presupuesto militar se escapaba para mantener una estructura de personal desequilibrada y excesiva. Este desiquilibrio impedía la compra del armamento adecuado, y para colmo, hay que hablar de una oficialidad apenas formada. La misma que en la batalla de Annual había tratado de compensar con la carne de cañón de las tropas sus propias carencias profesionales. Cuando les llegaron las armas químicas, lo último que se plantearon fueron problemas de conciencia. Les pareció más bien una panacea para, de una vez por todas, imponer su ordeno y mando en nombre de la que había sido España imperial.
Por otro lado, la motivación del Gobierno español para firmar esos acuerdos no se limitaba al interés estratégico de reforzar el dominio de las "plazas" de Ceuta y MeIilla, siempre amenazadas por un entorno hostil. Marruecos era el desquite del 98, y figuraba igualmente como una oportunidad para la monarquía de dar ocupación a un ejército que había sido vapuleado por los jóvenes de Estados Unidos en 1898, todo un detalle para el imaginario conservador considerando que todavía se encontraba saboreando las pasadas conquistas de las Américas. No obstante, no se trataba de un paseo militar, en julio de 1909, una columna al mando del general Pintos, enviada por el general Marina desde Melilla a raíz del sabotaje realizado por unos rifeños insurrectos contra las líneas férreas de una explotación minera, fue atacada en la falda del monte Gurugú en un paraje llamado el Barranco del Lobo. La consecuencia fue doscientos muertos en su retirada días después. El embarque en el puerto de Barcelona de la "carne de cañón" de reemplazo destinada a Melilla provocó una huelga general y la Semana Trágica, un acontecimiento decisivo para la vida política española. Finalmente, el orden se impuso, y la burguesía democrática apenas si asomó la nariz.
Años más tarde, en 1921, llegó el Desastre de Annual, que alcanzaría dimensiones todavía más trágicas. Entre el 22 de julio y el 9 de agosto, la imprevisión del general Manuel Fernández Silvestre, un protegido por la camarilla de Alfonso XIII, fue causante en buena medida de la muerte de varios millares de soldados que habían sido desplegados en un insostenible frente discontinuo de casi cien kilómetros en la zona oriental del Protectorado. El "glorioso" Ejército español fue nuevamente derrotado y humillado por fuerzas irregulares muy inferiores en número, por una "guerrilla" reclutada entre las tribus rifeñas de la zona y mandadas por el lider nacionalista Abd el Krim, redactor de las páginas árabes de El Telegrama del Rif y colaborador de las autoridades coloniales hasta que el desencanto le había impulsado a la insurrección. El ejército "africanista" respondió con la utilización por la aviación y la artillería españolas del gas mostaza, que tan devastadores efectos había producido durante la Gran Guerra. La oposición brilló por su mediocridad, de tal manera que las exigencias de responsabilidades por el desastre de Annual, a las que había que añadir las justas sospechas sobre la implicación del Rey en el origen de la catástrofe, contribuyeron al desprestigio de la Restauración y a la dictadura de Primo de Rivera, o sea por una fuga hacia adelante.
Balfour subraya la singularidad política de Abd el Krim, movido por la ambición de crear una república del Rif, a la vez independiente de Marruecos y libre de ocupación extranjera; en contraste, otros rebeldes ocasionales como el pintoresco Raisuni, una combinación de bandido y señor feudal, siempre estaban dispuestos a poner precio a su colaboración con los ocupantes. La derrota de los rebeldes rifeños, que llegaron a movilizar a más de 60.000 combatientes, exigió la colaboración de Francia con España y un ejército de casi medio millón de hombres: el desembarco de Alhucemas en septiembre de 1925 marcó el principio del fin de Abd el Krim, que se entregó en mayo de 1926 a las autoridades francesas y fue desterrado a la isla de la Reunión. Desde esa fecha hasta la recuperación en 1956 por el reino alauí de su plena soberanía, el Protectorado español del norte de Marruecos no tuvo que afrontar mayores desafíos; la corrupción, utilizada para ganarse las voluntades de los notables locales, también permitió enriquecerse a los administradores -civiles y militares- del Protectorado.
Como es bien sabido, el Ejército de África regresó al escenario bélico de forma despiadada y cruenta en 1936: esta vez no contra los rifeños alzados en armas, sino contra los españoles que se habían mantenido leales a las instituciones republicanas.
Las tropas mercenarias de la Legión, fundada en 1919 por Millán Astray, habían realizado ya en 1934 el primer ensayo general con todo en la represión asturiana; el general Franco también hizo entonces acto de presencia como asesor del ministro de la Guerra, Diego Hidalgo. El golpe del 18 de julio hubiese probablemente fracasado, si, durante las semanas siguientes a la sublevación el Ejército de África, no hubiese logrado cruzar el Estrecho con la ayuda de los aviones enviados por Hitler y Mussolini. La ferocidad y la brutalidad utilizadas con los rifeños por militares africanistas como Franco, Mola, Queipo, Yagüe o Varela durante la guerra colonial fueron aplicadas -corregidas y aumentadas- a sus desventurados compatriotas; las técnicas de limpieza de la retaguardia empleadas en Marruecos (esto es, el fusilamiento no sólo de los prisioneros sino también de los sospechosos) igualmente fueron puestas en práctica en lugares como Badajoz. El papel del Otro, desempeñado antes por el rifeño como receptor del odio de los militares africanistas, correspondía ahora al campesino andaluz o extremeño, al "rojo" anatemizado por la Iglesia.
Esa maniobra de prestidigitación necesitaba al tiempo que los mercenarios marroquíes contratados por Franco (80.000 hombres, de los que 11.000 murieron) perdieran su antigua condición de enemigos de la verdadera religión y alimañas inhumanas. Si las implicaciones de las anécdotas narradas por Balfour no fuesen macabras, esa milagrosa transformación alcanzó extremos ridículos. Algunas piadosas damas andaluzas bordaban el Sagrado Corazón de Jesús en los uniformes de los marroquíes alistados en los Tercios de Regulares como detente bala; en un pueblo de la sierra de Aracena, la figura del moro alanceado por Santiago Apóstol fue sustituida por la efigie de Lenin. La absolución de los rifeños se prolongó después de la guerra: Franco organizó para su servicio personal una Guardia Mora propia de un sultán.
Dentro del imperioso proceso de recuperación de la memoria histórica en que estamos inmersos, la obra de Nerin, doctor en Antropología, merece un punto y aparte por lo que suponen de innovación. Su punto de vista -la guerra vino de África- es una auténtica revelación. El suyo es un trabajo pormenorizado y documentado que da vida a la tesis de Paul Preston, sobre la importancia decisiva de los orígenes africanistas o del militarismo colonialista español en la gestación y desarrollo de la Guerra Civil y la ideología franquista. "Quien más ayudó a Franco a alcanzar el poder no fue Hitler sino el rebelde rifeño, Abd-EI-Krim". Esta ayuda se deriva del hecho de que, desdichadamente, la insurrección rifeña, no consiguió derrotar al ocupante, y en cambio facilitó su desarrollo en una "España invertebrada", o sea en un país donde no había nada por encima de un ejército que aparecía como última garantía para la monarquía, para las antiguas castas, la Iglesia, y ante el miedo a la revolución, para las clases dirigentes.
Así pues, tan clarificador resulta este trabajo que no sólo ofrece una nueva y sólida perspectiva para el conocimiento de los factores que conducen al 18 de julio de 1936, sino que facilita la comprensión tanto del golpe de Estado, del tipo de guerra que llevaron a cabo los "nacionales", de la ideología totalitaria que caracterizó la larga dictadura de Franco, y por supuesto del antimilitarismo que nos honra. Sus características recogen toda la basura moral de siglos de historia: la corrupción, el poder absoluto, el machismo, la violencia, el caciquismo, el chantaje y el soborno, las intrigas y las paranoias conspirativas, el racismo, el odio a la cultura, el anticomunismo, el antisemitismo, la antimasonería y la indignación por las "grandezas del imperio" perdidas.
Estos son algunos de los puntos determinantes en la formación social y política de aquellos africanistas, el olor que detectaron aquellos que en la película de Jaime Camino Dragon Rapide (España, 1986) comentan que Franco era su hombre con una anécdota: "Un legionario se niega a comer el rancho, y lo tira al suelo. Llega Franco, le obliga recoger lo que ha tirado, a comerse la comida y luego lo fusila". Qué más se podía pedir en una situación en la que todo este mundo se sentía amenazado. Además, aunque en el trabajo de Nerín no cabe la especulación ni la historia-ficción, y todo se encuentra rigurosamente avalado, uno no puede por menos que establecer comparaciones entre las "glorias africanistas" y algunos de los conceptos ideológicos de la actual derecha española cuyo eje primordial es: la izquierda podrá gobernar, pero somos nosotros los que mandamos.
Al margen de los numerosos elementos políticos e históricos que conformaron el contexto en el que se ubican las campañas del Rif, Nerin nos ofrece toda clase de detalles culturales y sociológicos que contribuyeron a la formación de una prepotente cruel y prácticamente ágrafa elite -así se consideraban ellos- de militares colonialistas autoconvencidos de su verdad, de sí mismos y de misión redentora e imperial. "Los africanistas, escribe el autor, "más que creer en Dios, creían que Dios creía en ellos."
Tenían muy claro que al César -la espada- lo que es del César, pero a Dios lo que manda el César. El propio Vaticano los refrendaría. Así pues, Mola, Yagüe, Jordana, Queipo de Llano, Castejón, García-Valiño, Millán Astray y tantos otros militares forjados en Marruecos, constituyeron un núcleo homogéneo y monolítico capaz de hacer valer sus argumentos por la fuerza de las armas a una sociedad que apenas si acababa de salir de siglos de oscuridad. Fueron la elección para los que temían perder algo, muchos de los cuales se hicieron franquistas con la nariz tapada, como tantos intelectuales, o porque donde manda capitán no manda marinero.
Creían lo que necesitaban creer -igual que ahora leen los piosmoas que necesitan leer-, y para ello no dudaron en seguir al más mediocre Caudillo -que era como diría Marx de Napoleón III, la quintaesencia de las clases pudientes-, en aplicar las técnicas bélicas y de represión practicadas en el Rif porque nadie hace preguntas a los que ganan. La conquista "manus militari" de la península, fue su cruzada de salvación, una forma de vida que se prolongaría hasta la muerte del dictador. Éste gobernó el país como un alto comisario colonial, aterrorizando a la población civil. También supo urdir estratagemas que fomentaban las contradicciones entre los diferentes sectores de la derecha, no fue otra cosa lo que hizo en Marruecos con los notables árabes. Y detrás de esta aristocracia guerrera (la misma que utilizaba parte de la tropa como "machaca" o sea como sirviente gratis en sus propios domicilios), se aglutinó también una derecha reaccionaria y una Iglesia que "creyó" en todo aquello, sin olvidar la intelligentzia fascista que sirvió para justificar y enaltecer sus desmanes criminales, personajes olvidados como Giménez Caballero, Manuel Aznar, Giménez Arnau, José Mª Areilza, y un largo etcétera. Toda esa plana que ocupó academias y plataformas culturales, un sector que ha sabido evolucionar al compás de los tiempos y que actualmente navega igual de gusto en las aguas del neoliberalismo y que leen a Vargas Llosa en vez de a José Mª Pemán.
Ni que decir tiene que a lo largo de la dictadura, la historia colonial española fue monopolio de los apologistas franquistas cuyos productos más populares pueden verse en películas como Alba de América o La mies es mucha, y tantas otras. Gustau Nerín es una pluma activa de nuestro débil anticolonialismo y es igualmente autor de Guinea Ecuatorial, historia en blanco y negro (1998) y El imperio que nunca existió (2001), de aportaciones inexcusables sobre las conexiones entre franquismo y colonialismo, un eslabón que la izquierda tradicional había extraviado. Nerin señala que hay que tener en cuenta que el fenómeno constituye en sí uno de nuestros hechos diferenciales como europeos. "El sistema colonial -escribe- allí donde se implantó, generó un monstruo: bajo el pretexto de difundir los valores de la civilización, Europa transfirió a todo el mundo no sus ideales, sino sus peores prácticas." Considerando que el colonialismo bajo nuevas formas sigue siendo una pieza clave en la política capitalista de nuestros días, nos encontramos que obras como las de Balfour y Nerin también nos ayudan (y no poco), a comprender el fenómeno emigratario, así como la insufrible indiferencia de la mayor parte de nuestra ciudadanía, y de los representantes de nuestra izquierda institucional, tan limitada por los estrechos márgenes que les permiten quienes de verdad ostentan el poder.
Porque, al decir de Eric Fried, aquí, naturalmente, manda el pueblo soberano. Si, sí, el pueblo soberano, pero ¿quién manda realmente?

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