domingo, 26 de junio de 2016

Memorias: Cines en L´Hospitalet



Memorias: Cines en L´Hospitalet
Creo que la generación de los sesenta mantuvo una relación privilegiada con el cine.
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Era la época, la expansión económica que sigue la II Guerra Mundial, en una coyuntura excepcional en el que se encuentran el capitalismo norteamericano, el exilio europeo y un arte popular que será elevado a las alturas. Es un encuentro en el que las salas de cine se multiplican. En los años cincuenta, en La Puebla que debía de tener unos quince mil habitantes (una parte de los cuales vivían en el campo), llegó a haber hasta cinco cines, dos de invierno y tres de verano, que era cuando más apetecía por el calor.
En los años sesenta, L´Hospitalet hubo hasta cuatro salas en Coll-Blanch-Torratxa, dos en Pubilla Casas…Los fines de semanas no podías llegar un poco tarde porque, por lo general,  ya no quedaban asientos, y a media tarde no era fácil caminar por los laterales. En el pueblo, las puertas de las salas permanecían abiertas (al igual que las casas), y sus paredes estaban repletas de carteles con títulos por estrenar, y no me cansaba de mirarlos un día tras otro. Me sobrecogían como lo habían hecho algunos paisajes, o  hizo la Iglesia en mis primeros años. Se podían encontrar carteles en cualquier esquina, y se hablaba de las películas un poco en todas partes.
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Esta expansión era diferente a la de los años treinta o cuarenta, a las épocas convulsas en las que, por lo general, entrar en el cine era casi un lujo para la mayoría de la población. Por eso mis mayores se limitaban a citar algunos títulos que recordaban o algunos actores, normalmente los más locales como Imperio Argentina, Miguel Ligero o Manuel Luna o Estrellita Castro en caso de mamá, en cuanto a los norteamericanos conocían unos pocos y les costaba decir sus nombres. También fue diferente después, a partir de los ochenta, un tiempo en la que las salas empezaron a decaer, y finalmente a cerrarse. 
  En el marco en el que crecí el cine comenzó a ser el espectáculo preferido del pueblo. Decían en casa que yo nací “cuando había pasado lo peor”, los tiempos de “la jambre”, un tiempo en el que el pueblo llegó a contarse hasta cinco salas de cine, dos de invierno y tres de verano. Ni antes ni después, la cosa fue igual. 
En el tiempo que nos prendía, una entrada podía ser un lujo para la mayoría, en el que nos sigue,  llegó la caja tonta con sus trivialidades. Al final  todo desapareció y solamente quedaron las multisalas de los centros comerciales, en el caso de L´Hospitalet, en lo que antaño había sido La Farga. Es verdad que también se veían más películas, pero eso era otra cosa, sobre todo para los que apenas si llegaron a saber lo que era ver un programa doble de los buenos tiempos con todo lo que comportaba. Por lo general, la gente que sigue viendo cine  a través de la pequeña pantalla es la que más hace vida en casa, y  viven mucho de los recuerdos. Es lo que explica por ejemplo el éxito del pase de western, cuando este género consta entre los menos atractivos de las nuevas generaciones, parte de la cual cree que el cine comienza con la trilogía de La guerra de las galaxias.
No sabría decir muchas cosas de la cinefilia de estas nuevas generaciones, pero si me consta que la nuestra, por poco que sea, son posibles largas conversaciones sobre lo que insisto en subrayar, fue un encuentra entre el pueblo y la mayor expresión de cultura popular que jamás haya existido. Y no tengo la menor duda que esta relación aceleró y moldeó nuestra pasión política.

Resultado de imagen de Cines antiguos en L´HospitaletEn otros trabajos he evocado con mayor o menor acierto mi intensa relación con el cine, de una dimensión vital que, vista a grandes trazos, se inicia en la falda de mama, sigue a través de las sesiones infantiles del pueblo, se intensifica en los cines de barriada de L´Hospitalet (de hecho, por toda Barcelona), y se amplia con los cine-club, primero universitarios, luego de barriada; transcrecer con las lecturas de revistas, sobre todo de Nuestro Cine (Films Ideal ya me parecía demasiado de derechas, aunque nunca dejé de maravillarme con el Hollywood de su época dorada), y más tarde, con el Dirigido por…; atraviesa la frontera y me lleva a París, y allí a convertirme en una verdadera “rata” de  Filmoteca, en el caso de la de Trocadero de cuando Henri Langlois (glorificado por Bertolucci en Soñadores) aparecía en escena para explicar que dientres había sucedido con las escenas que faltaban.
Resultado de imagen de Cines antiguos en L´HospitaletLos setenta siguen siendo de esplendor de los programas dobles, pero también de los ciclos en blanco y negro de la TVE sobre Gary Cooper, Bette Davis, Errol Flynn y tantos otros, una fascinación cultivada a pesar de mi menosprecio del medio,  el agotamiento laboral y militante, así hasta llegar a los ochenta en la que ya se trataba de ver tal o cual película. Luego llegó el momento de la llegada del vídeo casero animado por el deslumbramiento causado por  Cosmos de Carl Sagan, sin olvidar la filmoteca televisiva de la medianoche. De aquí hasta llegar a los delirios del coleccionismo, primero en Beta, luego en VHS, y finalmente en DVD, como si quisiera abarcarlo todo. A todo lo cual habría que añadir una experiencia de cine-club en Sant Pere de Ribes en los años noventa con momentos únicos como el suscitado por los pases de tierra y Libertad para los colegios, y una sesión nocturna que se quedó sin un asiento libre, algo que ya solamente ocurría excepcionalmente.
A lo largo de todo este tiempo puedo distinguir una continuidad que se manifiesta por un cierto culto a las películas que más me emocionaron en tiempo de inocencia, pero también una evolución en la que Hollywood cuenta con una primacía de primer orden aunque fuese combinada por el aprecio hacia cine europeo, el neorrealismo y el nacional-popular italiano en primer lugar, pero también del francés, y por supuesto el hispano a pesar del horror del franquismo, en especial el de las tres B (Buñuel, Berlanga, Bardem). Esta  inclinación también se manifiesta por gusto de memorizar –nada me ayuda más a reconocer tiempos pasaos que las fechas de las películas-, el hobby de los programas y las revistas, sin olvidar una fascinación por el “star system” que, como en el caso del gusto por ver buen fútbol, por más que he tratado de neutralizar, sigue ahí, pegado a la piel.

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