Francia hace 80 años; Frente
Popular, revolución a medias
Aunque la propuesta de un Frente
Popular se concretó en países como Chile o Vietnam con condiciones propias,
pero sobre todo fue un acontecimiento de primer orden en la vecina Francia y
luego en España, ambas bastante paralelas, aunque mientras que este acabó en
las trincheras
de la resistencia, en Francia todo concluyó de una manera menos
heroica: con el pretexto de mantener la unidad con el Partido Radical, el
gobierno de izquierdas se niega a intervenir para ayudar al Frente Popular
español najo el pretexto de la política de “apaciguamiento”, o sea la misma que
el propio Churchill comenzó a cuestionar como una actitud suicida, punto en el
que la historia le daba la razón: lo que hacía esta política –compartida por
Stalin- era envalentonar a Hitler y sus huestes. Un año más tarde, en junio de
1937, dimitía León Blum, y su sucesor pondrá en cuestión las 40 horas y otras
reformas sociales, en nombre de la financiación de los gastos militares. Y será
la Asamblea Nacional
de Frente Popular, elegida en mayo de 1936, la que votará los plenos poderes a
Philippe Pétain, en julio de 1940… 1/
Aunque se suele presentar la
política de Frente Popular como una expresión de la aproximación comunista a la
“democracia”, en realidad se trataba de un giro más del Komintern en consonancia
con las exigencias de la política exterior soviética, un giro que pasó por el
reconocimiento de todos los símbolos de la burguesía, con la mano tendida hacia
el “enemigo”, incluso el fascista, de tal manera que el mismo partido que hasta
días antes consideraba que el “enemigo principal” era el “socialfascismo”,
apostó por un pacto de las izquierdas con el programa de los llamados “radicales” de Edouard
Herriot /2, contribuyó poderosamente
a desacreditar la República
y provocó escenas de motines en las calles de París.
Por entonces, el gobierno presidido
por Edouard Daladier había destituido al prefecto de policía Jean Chiappe,
conocido por sus opiniones de derecha 3/.
Hay una fecha clave: el 6 de febrero de 1934, que es cuando el Palais-Bourbon
fue amenazado por decenas de miles de miembros de organizaciones de derecha y
extrema derecha: Acción Francesa, Juventudes Patriotas, Cruz de Fuego, etc.
Poco antes, también los comunistas se habían manifestado contra el gobierno
Daladier. Desde “L ’Humanité”, André Marty, escribía aquel mismo día: “No se
puede luchar contra el fascismo sin luchar también contra la socialdemocracia”.
Por eso llamaba a los obreros a
manifestarse “contra las bandas fascistas, contra el gobierno que las fomenta y
contra la socialdemocracia que, al dividir a la clase obrera, se esfuerza en
debilitarla”. Aunque algunos hablan de un intento de golpe de Estado fascista,
se trata del primer ensayo de movilización de un movimiento fascistizante de
amplia tradición. De una “acción francesa” (tan influyente en nuestra derecha
monárquica) en la que se combinaban el nacionalismo, el antisemitismo, la
tradición monárquica y antiparlamentaria con la tradición bonapartista. Sin
embargo, a pesar de sus intelectuales, se trata -momentáneamente- de un
movimiento que no tenía jefe ni un proyecto unificador. No obstante, era un
aviso para los republicanos, no en vano esta derecha ya había mostrado una
enorme fuerza en la época del “caso Dreyfus”. El triunfo del nazismo los
animaba a recuperar una iniciativa de la que podían sentirse unos adelantados
ya que, justamente, se puede considerar la movilización prefascista durante el
“affaire Dreyfus”.
Aquel día, las fuerzas del orden
lograron a duras penas defender la sede gubernamental, y hubo cuanto menos 17
muertos amén de centenares de heridos. La prensa burguesa –esto es lo que se
dice un pleonasmo- no eximió a los comunistas. El 7 de febrero, bajo la presión
de los mandos militares, el gobierno Daladier, mayoritario en la Cámara, se vio obligado a
dimitir y fue sustituido por un gobierno orientado a la derecha y encabezado
por el antiguo presidente de la
República, Gastón Doumergue. Petain pasaba a ser ministro de la Guerra. A falta de un partido,
la ultraderecha buscaba un general, y no se equivocaba en homenajear al anciano
mariscal.
La gran pregunta era ¿qué iban a
hacer los comunistas franceses?, ¿iban a seguir el mismo camino suicida que los
comunistas alemanes? Un artículo del “borrico” André Marty 4/ demostraba que, en lo fundamental, no habían tomado nota de la
lección. No obstante, es importante anotar que desde 1932, el Partido Comunista
Francés (PCF) había iniciado una cierta evolución sin salirse del “guión de
hierro” del Komintern. Bajo la iniciativa de dos importantes intelectuales
afines, Henri Barbusse (autor de El fuego y de una beatífica biografía de
Stalin) y del “compañero de ruta”, el humanista Romain Rolland, 5/ el 27 de agosto de 1932, organizaron
en Amsterdam un congreso mundial “contra la guerra”, con la participación de la Internacional y,
sobre todo, del PCF. Asistieron unos de 2500 delegados un tercio de los cuales
eran comunistas y, algunos socialistas de izquierdas, pero no se atrevieron a
dar un paso fuera de la línea general. Al año siguiente, la victoria de Hitler
en Alemania hizo imposible seguir dando la espalda a la unidad obrera contra el
fascismo. La primera iniciativa llegó....desde Internacional Socialista en
febrero de 1933. El Komintern por su parte persistió en el esquema de “unidad
por abajo” con manifestaciones en la calle, de manera que una y otra no
coincidían. Solamente personalidades políticas como Trotsky clamaban por dicha
unidad, al igual que lo había hecho desde el primer día en Alemania. 6/.
Más tarde (15-05-33), tuvo lugar en
la sala Pleyel de París un congreso antifascista que era la prolongación del de
Amsterdam. Los comités Amsterdam-Pleyel estaban compuestos por numerosos
intelectuales de izquierdas incluyendo algunos de filiación socialistas. Pero
estos prolegómenos no eran asumidos por el secretario general del Partido
Comunista Francés (PCF), que presidía una dirección que incluía a Jacques
Duclos, Marcel Gitton, André Marty y Jacques Doriot, para la que la Sección Francesa
de la Internacional
Obrera (SFIO), proseguía como el “enemigo principal” todavía
en enero de 1934, cuando los comunistas y socialistas alemanes ya conocían los
campos de concentración. La SFIO
sufrió por entonces una escisión de elementos llamados “neosocialistas”, encabezados
por Pierre Renaudel y Marcel Déat, que se orientaron hacia la derecha.
El análisis de Thorez era que el
partido de Blum estaba “encargado de retener bajo la influencia de la burguesía
y por medio de la demagogia más exagerada a los obreros que se orientan hacia
la lucha y que se aproximan a los comunistas”. Pero la realidad tenía la cabeza
dura, y entre las propias masas comenzó a mostrarse una poderosa reacción
contra el peligro fascista. Rebobinando, nos encontramos que los
acontecimientos del 6 de febrero acabaron auspiciando un giro. Así aunque en
ese día el PCF se había manifestado por igual contra las “Ligas” fascistas y
contra el gobierno, las bases se fueron inclinando hacia el antifascismo.
Todavía el partido rechazó una vez más las propuestas socialistas, pero esto se
hacía cada vez más insostenible.
Aún y así, a consecuencia de una
convocatoria del sindicato fraccional comunista (CGTU), tienen lugar las
primeras huelgas y manifestaciones que desbordan el marco partidario. En París,
el 9 de febrero una manifestación obrera es dispersada brutalmente por la
policía en la estación del Este, y deja seis muertos en la calle. La SFIO cuenta con una izquierda
cada vez más activa, y lanza una consigna de manifestaciones para el 12 de
febrero de 1934. Por su parte, la
CGT llamó a los trabajadores a la huelga, y por primera vez
el PCF instan a sus bases a participar. El alcance de las huelgas en París y en
provincias supera con creces las esperanzas de los propios organizadores. En la
capital, la manifestación del Cours de Vincennes reúne a más de 100.000
personas, y en un momento dado, desafiando las direcciones partidarias, los dos
desfiles -el socialista y el comunista- confluyen en la plaza de la Nation. La unidad de
acción antifascista se realizaba así en la práctica.
A este encuentro histórico le sigue
otro. En el sepelio de los seis obreros comunistas muertos el 9 de febrero
asisten dos altos representantes socialistas. Pero, aún y así, la cúpula se
resiste. En “L ’Humanité”, el muy estalinista Paul Vaillant-Couturier apunta a la SFIO: ¿Quién ha pagado las
balas?, se preguntaba Jacques Duclos que insistía en la misma dirección al
escribir igualmente: “Hay que desenmascarar esta política con tanto más ardor
cuanto que toma la apariencia de una pretendida oposición y de una supuesta
lucha contra el fascismo”. A pesar del ambiente unitario, todavía el 15 de
marzo, el PCF denunciaba que los socialistas “eran el principal apoyo de la
burguesía en el desarrollo del fascismo”. Pero, algo se mueve, y la muestra es
que el combativo Jacques Doriot, constituye un comité social-comunista en el
barrio de Saint-Denis y aboga por el frente único obrero durante un tiempo. El
partido considera intolerable dicha iniciativa, y el Komintern le convoca en
Moscú en compañía de Thorez, pero Doriot desobedece. Lo que sigue es ya una
página que se hace cada vez más repugnante del siglo XX, el bastión de Doriot
se pasa con armas y bagajes al fascismo, lo que crea una verdadera psicosis
entre los comunistas de base que comienzan a sospechar por la presencia de
traidores en su seno, en creer que lo que se dice sobre Trotsky puede ser
verdad. 7/
Pero los acontecimientos se hacen
incontrolables, y la unidad de acción antifascista con los surrealistas en
primera línea, se desarrolla en París y en provincias en medio de un encuentra
iluminador entre los obreros y los intelectuales que, desdichadamente, no
durarán mucho.
Finalmente, por más de que el PCF
sigue blandiendo el lenguaje burocrático ultraizquierdista, el hecho es se va
dando una aproximación a la socialdemocracia, sobre todo desde que la URSS se dispone a ingresar en
la Sociedad
de Naciones (a la que Lenin tildó de “cueva de ladrones”), de donde Alemania
salía en octubre de 1933, y el gobierno francés apoya su candidatura. Será el
11 de junio de 1934, cuando por primera vez, los dirigentes comunistas -Maurice
Thorez, Benoit Frachon y Marcel Gitton- se entrevistan con discuten con
delegados socialistas con Léon Blum al frente. A continuación, en una
conferencia nacional, el PCF propondrá un pacto que será ratificado el 27 de
julio de 1934, tras arduas conversaciones. Ambos partidos deciden llevar
adelante conjuntamente la acción contra el fascismo y la defensa de la
democracia. Acuerdan un pacto de no-agresión y se comprometen a no seguir
atacándose. En marzo de 1934 se constituyó un comité de vigilancia de los
intelectuales antifascistas alrededor de Paul Rivet, profesor socialista en el
Musseum, de Paul Langevin, un físico que se hizo comunista, y de filósofo
inconformista Alain. A partir de aquel momento, el Frente Popular estaba en
marcha
Pero justo en este momento, el PCF
opera un giro espectacular para abrazar ahora una “Unión Sagrada” contra el
fascismo pero no desde la perspectiva de la unidad obrera sino desde el frente
subordinado a la dirección de la burguesía liberal que ante todo, teme a la
revolución. Ahora, la lucha contra el fascismo solamente se podría hacer desde
la defensa de las instituciones republicanas, dicho de otra manera: del
capitalismo. El esquema era, de un lado la lucha por las exigencias obreras y
democráticas asimilables, y de otro la defensa de la URSS, “la patria del
socialismo”, que, no por casualidad, buscaba que al eje Londres-París, se le
uniera además el Moscú que justificaba los “procesos”· en un el sentido de una
demostración de que el bolchevismo había sido literalmente enterrado.
Por lo tanto, las consignas “rojas”
de “soviets por doquier” y clase-contra-clase, fueron desechadas, es más,
pasaban a ser sospechosas. En un marco de huelgas y movilizaciones obreras
tuvieron lugar las elecciones municipales (mayo de 1935) que fueron una
demostración de la voluntad antifascista de la mayoría de la población. Tras la
firma del pacto franco-soviético, Stalin recibió al presidente del Consejo francés,
Pierre Laval, y publicó una declaración apoyando los esfuerzos del gobierno
francés por la defensa nacional y en política exterior, incluyendo por supuesto
su política colonial. El 14 de julio de 1935, a primeras horas de la mañana,
una muchedumbre inmensa celebra, en el velódromo Buffalo, el aniversario de la
toma de la Bastilla
de 1789. el momento es solemne. La multitud presta juramento tras la lectura
del programa del Frente Popular. Por la tarde, varios centenares de miles de
personas desfilan con entusiasmo desde la Bastilla a la plaza de la Nation.
Se trataba por lo tanto de un giro
pactado a tan alto nivel que hasta el mismo Komintern se sintió desconcertado.
De ahí que uno de sus dirigentes, el italiano “Ercoli” (PalmiroTogliatti), se
personara en Paris para impedir que Maurice Thorez hiciera un llamamiento en
favor de un Frente Popular, concepto que todavía se entendía en las claves
desarrolladas por el VII Congreso de la Internacional
celebrado entre julio y agosto de 1935. La propuesta no tardó en llegar
(9-10-35), Maurice Thorez, lanzó la idea del Frente Popular, con un añadido que
no aparecía en las resoluciones de la Internacional: extenderlo hasta “las capas
medias”. Lo más original en entre las organizaciones de este cariz se situaba
en primer lugar al viejo Partido Radical de Edouard Herriot, que por cierto, no
era muy diferente al que aquí presidía un tal Alejandro Lerroux...
Coherente con esta lógica, el
programa del Frente Popular se situaba muy a la derecha de lo que hasta ahora
había defendido la SFIO,
que ahora se veía sacudida por una poderosa ala izquierda liderada por Marceau
Pivert, con unas juventudes en la el trotskismo goza de una creciente
influencia. En el plano interior preconizaba una decidida política antifascista
y democrática y proponía algunas medidas sociales, pero en el punto central de
la economía todo resultaba bastante difuso. Por ejemplo, no incluía ninguna
medida de nacionalización, exceptuando las industrias de guerra. Era una línea
impuesta por comunistas y radicales contra los socialistas argumentando que no
había asustar a la pequeña burguesía. El propio PCF se opuso a otras propuestas
nacionalizadotas de la SFIO,
porque las consideraba... reformistas. En política internacional, el Frente
Popular abogaba por una verdadera política de seguridad, así como por cambiar
la “paz armada” por la “paz desarmada”. Se trataba por lo tanto de aplacar a
Hitler y al nazismo por una vía convencional, justamente la que el nazismo
había abandonado. Una línea en la que el pacto de no-intervención encajaba como
un guante.
Inmerso en un movimiento de masas
impresionante, el momento creó unas ilusiones extraordinarias en el pueblo
llano. Fueron las bases de afiliados las que obligaran a la CGT y la CGTU a reubicarse en el
famoso Congreso de Toulouse. La consulta electoral del 26 de abril y del 3 de
mayo de 1936 dio la victoria electoral a los partidos del Frente Popular. En la
primera vuelta, los comunistas con su imaginario revolucionario duplicaron el
número de sus sufragios con 1.468.000 votos, ven la segunda vuelta el Frente
Popular obtuvo la mayoría en la
Cámara de los Diputados. Los comunistas ocuparon 72 escaños
(en lugar de 10), los socialistas 146(en lugar de 97), en tanto que los
radicales bajaron de 159 a 116. En conclusión: las izquierdas, el Frente
Popular logró 370 escaños frente a los 258 de las formaciones de derecha.
Siendo los socialistas los más
numerosos, la coalición designó a León Blum como presidente del Consejo, y para
no asustar a la pequeña burguesía el PCF decidió no participar en el gobierno.
En el curso del congreso del PCF en
Villeurbanne (enero de 1936), Thorez proclamó: “A los que creen que la táctica
del Frente Popular debería llevarnos a una vulgar política de colaboración
ministerial, les contestaremos muy claramente que no somos un partido de la
burguesía. Somos el Partido de la clase obrera. Jamás hemos prometido
participación alguna al gobierno burgués”. Se podía pensar que entonces el PCF
ejercería una presión desde la izquierda, pero no fue así.
En realidad, por mucho que se
quisiera creer (y se podían creer muchas cosas sí se dejaba de lado lo
fundamental: la filiación estalinista), que el Frente Popular representaba una
nueva política digamos neorrevolucionaria, una vía de rodeo que se iniciaba como
un paso democrático y pacífico hacia el socialismo a través de reformas
graduales de estructura, y de la mano de socialistas y de católicos de
izquierdas (que los había como Emmanuel Mournier), que criticaban al PCF por la
izquierda. Representaban la voluntad expresada por Stalin según la cual nadie
quería la revolución, y menos que nadie los comunistas. Así pues, el “enigma”
de la no-participación no era tal. Se explicaba por la misma razón que Thorez
proclamó en frase célebre que “Había que saber terminar una huelga”. Fue una
decisión de primer orden, era la primera vez que se daba un gobierno de estas
características, y la decisión no se tomó solamente en París. Se trataba de
contener al propio electorado que había votado a los “camaradas” que sacaban
las banderas rojas a las calles. Las mismas banderas que aparecieron con la
victoria electoral.
Sin entender de maniobras de alta
política, las masas interpretaron la victoria del Frente Popular como una
confirmación de las razones de las poderosas exigencias que ya habían latido en
1789, que enrojecieron la “Gran Revolución”. No en vano la palabra “socialismo”
se había acuñado en Francia al calor de las revoluciones de 1830 y 1848...Ya
había sido asumida con todos sus matices por los comuneros. Había alimentado el
sindicalismo revolucionario de Amiens y el socialismo reformista-revolucionario
desde Jaurés hasta Emile Zola, por cierto, ambos asesinados.
Se puede pues hablar de una memoria
roja y negra que se manifestó a través de una oleada de huelgas sin precedentes
que culminaron en muchos casos con ocupaciones de fábricas. No las convocó
nadie fuera de la minoriaza izquierda revolucionaria. Iniciada en las factorías
Bréguet de El Havre, la lucha se extendió a continuación por las fábricas de
aviones y después a muchas otras empresas, a excepción de los servicios
públicos. Los empleados de los grandes almacenes, en general mujeres, fueron a
la huelga. Las huelgas tomaron el carácter de una verdadera fiesta. En las
fábricas ocupadas, los trabajadores organizaban bailes, representaciones
teatrales (realizadas por el grupo Octubre), conciertos. Acudían cantantes,
escritores y artistas enviados por las Casas de la Cultura, fundadas por
iniciativa de André Malraux y Louis Aragon, según el modelo de la Casa de la Cultura de la calle
Navarin de París (en el distrito IX). El 28 de mayo de 1936, 600000 personas
desfilaron ante el Muro de los Federados, en el cementerio del Pere Lachaise,
en presencia de León Blum, Maurice Thorez y dirigentes radicales, que iban, empero,
en otra dirección (política).
Constituido el 4 de junio de 1936,
lo primero que el gobierno presidido por Léon Blum se planteó fue poner fin a
las huelgas. Lo consiguió organizando negociaciones entre los representantes de
la patronal y la CGT. Las
discusiones se llevaron a cabo en el Hotel Matignon, sede de la Presidencia del
Consejo. Terminaron con la conclusión de los llamados “acuerdos Matignon” La
patronal retrocedía para luego saltar mejor. De momento no tuvo más remedio que
ceder en muchos puntos importantes. A partir de entonces, los asalariados
tendrían 15 días de vacaciones pagadas. Trabajarían 40 horas en 5 jornadas de 8
horas. Sus salarios aumentarían por término medio el 12 %, medidas que en
buena medida apuntaban lo que luego sería bastante propia de lo que luego será
distintivo del llamado “Estado Benefactor”.
Una vez lograda la desmovilización,
el gobierno asumió su política de gestión de los intereses capitalistas, y
ejerció la política internacional y colonial de siempre pero ahora con el
marchamo del Frente Popular. La política que llevaron a cabo en Vietnam o en el
Zagreb, una política que se adaptó a la de los conservadores británicos con el
visto bueno de la URSS
de Stalin que por aquellas fechas ofrecía la cabeza de la vieja guardia
bolchevique como muestra de que la aventura de la revolución ya se había
acabado.
En oposición a esta orientación
social-comunista se erigió una izquierda revolucionaria representada en primer
lugar por los socialistas de izquierda que acabaron fuera de la SFIO, y crearon el Partido
Obrero y Campesino en una línea paralela a la del POUM, al que ayudaron durante
la guerra española.
El POiP fue el único partido que se
movilizó de verdad en ayuda a los refugiados españoles. También estaban los
sindicalistas revolucionarios agrupados entorno a la revista Revolution
Proletarienne, los anarquistas de Le Libertaire, y la corriente trotskista, muy
influyente entre las juventudes socialistas y en sectores de la cultura, sobre
todo entre los surrealistas.
El propio Trotsky que había
permanecido exiliado en Francia hasta que lo deportaron nuevamente a Noruega,
escribió numerosos textos e influyó en los numerosos cambios tácitos del grupo
para insertarse...Pero no hubo tiempo para una coincidencia entre el pueblo en
macha y la izquierda rupturista, y al final, todo concluyó patéticamente sin
alternativa. El debate sobre sí la situación francesa era revolucionaria en
junio de 1936, es un debate inconcluso
sobre el que todavía queda una discusión abierta. De lo que no hay la menor
duda es que hubo un enorme impulso popular, que desbordó al Frente Popular,
pero no hasta el punto de crear otra alternativa.
Tampoco existe la menor duda de que
el Frente Popular actuó como muro de contención, como la última barricada del sistema,
que es como Malraux definió la actuación del PCF en 1968. Ciertamente, los
campesinos y las capas medias estaban lejos de querer una revolución, pero
también es cierto que los primeros empezaron a movilizarse. Tampoco la hay en
que la coalición se agotó en sí misma, ante el “desencanto” de los que tanto
habían creído en su victoria en junio de 1936...Cuando llegó la ocupación, no
hubo resistencia. Esta surgió desde otra perspectiva, entre los comunistas que
no se habían plegado al pacto nazi-soviético, el mismo bajo el cual el PCF
trató de adaptarse en nombre de que, al fin de cuentas, se trataba de un
conflicto interimperialista. En manos del estalinismo, el marxismo se había
convertido en algo tan flexible como la goma.
Pero esta es ya otra historia que no
ha dejado de continuar. La misma que ahora se dirime en las calles por jóvenes
y sindicalistas en contra de otra vuelta a la tuerca más, ahora impuesta por
señores que tienen el desvergüenza de llamarse socialistas. Socialista como
Bettino Craxi, Tony Blair o Felipe González. Pero hasta hemos llegado, con la
diferencia de que mucha gente creyó en Blum, pero no creo que hayan muchas
trabajadores que crean en Hollande o Sánchez.
Notas
1) En mi opinión, el mejor libro
sobre este época es el de Daniel Guérin, Front
Populaire, revolution manquée (Masprop, París, 1970), lástima que no esté
traducido. El Trotsky francés es mucho mejor que el español. Dado los pocos
trabajos traducidos en fechas recientes, se puede encontrar una buena
información sobre toda esta historia en una obra como La guerra civil española y el cine francés (Inmaculada Sánchez
Alarcón, Los Libros de la
Frontera, Barcelona, 2006).
2). Herriot que apoyó la Union Sagrada fue en
1918 a la Rusia
soviética como ministro de Exteriores y
el comisario León Trotsky le organizó un desfile con guardias rojas cantando La Marsellesa, ante lo que Herriot clamó: ¡Esto es lo que queremos nosotros¡, y
Trotsky de evidente mal humor le respondió: ¡Sí
si, pero nosotros lo hemos hecho¡¡, en francés naturalmente.
3) El argumento del PCf que el Partido Radical representaba
a la “pequeña burguesía” es una de las “trolas” estalinistas más descabelladas
y cínicas.
4) Chiappe ocuparía dos páginas de la historia del cine,
cuando prohibió la proyección de L´Age d´or, de Buñuel-Dali, y cuando Buñuel se
vengó haciendo que en la manifestación fascista de Diario de una camarera, se
oigan gritos como ¡Vive Chiappe¡.
5) Trotsky entendió que lo que en
Alemania estaba en juego era el acontecimiento más importante después de la
revolución e Octubre, y de hecho, su negación total...Sus escritos sobre este
periodo, como los que dedicó a Francia, forman parte de uno de los mayores
esfuerzos teóricos en la historia del socialismo. Evidentemente, esto no quiere
decir que tuviera razón en todo momento...
6) El “caso Doriot” (Jacques,
1898-1945), fue uno de los más inquietantes de su tiempo, en una evolución que
fue un ferviente estaliniano hasta que la victoria de Hitler le llevó a ser uno
de los defensores del frente único, colaboró en la formación del buró de
Londres, hasta que se convirtió al fascismo. Doriot murió en Alemania en
circunstancias todavía oscuras.
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