Fred Zinnemann, un cineasta a
redescubrir
Entre los cineastas más inquietos del Hollywood antifascista
("prematuro", se decía) el nombre de Fred Zinnemann (Viena,
1907-1997) ocupa un lugar destacado. Fred fue el autor de algunas películas
“míticas” y varios de sus
títulos se distinguen por su preocupación ética de izquierdas (posibilista como no podía ser menos en un medio como Hollywood) y contribuyó a ampliar el horizonte social y crítico de una generación que, sometida por el franquismo, encontró en el cine una vía para adquirir una conciencia crítica y antifascista. Solamente el enorme prestigio conseguido por algunos de sus títulos es lo que explica que su filmografía llegara a nuestras pantallas, aunque fuese con algún corte que otro. Zinnemann fue nominado Academia hasta en siete ocasiones y logró dos estatuillas como Mejor Director. Así es que, por más que cierta crítica lo consideró academicista y convencional, lo cierto es que se convirtió en un sólido referente de cierto cine clásico de izquierdas.
títulos se distinguen por su preocupación ética de izquierdas (posibilista como no podía ser menos en un medio como Hollywood) y contribuyó a ampliar el horizonte social y crítico de una generación que, sometida por el franquismo, encontró en el cine una vía para adquirir una conciencia crítica y antifascista. Solamente el enorme prestigio conseguido por algunos de sus títulos es lo que explica que su filmografía llegara a nuestras pantallas, aunque fuese con algún corte que otro. Zinnemann fue nominado Academia hasta en siete ocasiones y logró dos estatuillas como Mejor Director. Así es que, por más que cierta crítica lo consideró academicista y convencional, lo cierto es que se convirtió en un sólido referente de cierto cine clásico de izquierdas.
De origen judío, la
trayectoria profesional de Zinnemann, comenzó cuando dejó sus estudios de
leyes para trabajar como cameraman. En los años veinte formó parte
de la vanguardia germana de la inquieta República de Weimar, actuó como
de cámara en la capital parisina y en Berlín (1927-1929), colaborando
especialmente con Robert Siodmak. Fred (de Fréderic) emigró a finales de los
años veinte a los Estados Unidos y se integró como documentalista en la Escuela de Nueva York. En
México rodó Redes un largometraje
para Paul Strand, según dicen las historias, estaba claramente influido por
Eisenstein. También dirigió una veintena de cortos, entre ellos That Mothers Might Live, con el que gana el primer Oscar de su
carrera; en 1951 conseguirá otro por su documental Benji, sobre los
minusválidos.
A partir de ahí tiene
lugar su integración en el cine industrial, y en 1944 lleva a la pantalla una
de las novelas antifascista más emblemáticas de todos los tiempos, La séptima cruz (The
Seventh Cross, EUA, 1944), obra
militante de
Anna Seghers, que por cierto acaba de ser reeditada. Protagonizada por un
convincente Spencer Tracy, esta película decepciona al lector de la novela, con
todo se trata de un de los títulos más combativos del cine antifascista
norteamericano, y de las más difundidas (aunque finamente “coloreada”). A
continuación, Zinnemann conoció un inesperado éxito comercial con Los ángeles perdidos (The
Search, EUA, 1948) que aborda la terrible
trama de los niños alemanes desamparados entre las ruinas de la II Guerra Mundial,
ofreciendo un punto de vista que, si bien por un lado resulta conmovedor (el
cine suele rehuír este tipo de historias), por otro queda a años luz de la Alemania: año cero, de Rossellini, una película
impensable en los Estado Unidos.
Ya era un cineasta
famoso cuando volvió a tratar los desastres de la guerra con Hombres (The Men,
EUA, 1950) que nos
habla con la misma sensibilidad de los problemas de los paralíticos que
tienen que readaptarse al cada día y que contribuyó al lanzamiento de Marlon
Brando; y con Teresa (EUA,
1951) que en su momento pareció como el colmo de película socialmente
“atrevida”. Trata de la readaptación de un soldado en la vida civil, pero
lo más llamativo fue el personaje del título, Teresa (1951), una muchacha italiana
interpretada por Ana Mª Pierangeli, que causó conmoción en el público de la
época, y quien, tras una experiencia artística irregular y una vida sentimental
complicada (fue el “amour fou” de James Dean), y acabó suicidándose. Por
entonces, el nombre de Fred Zinnemann era el de los directores que llamaba la
atención del público.
En los dos años
siguientes, Zinnemann alcanzará el cenit de su carrera con dos de las películas
más famosas de todos los tiempos. La primera es nada menos que Solo ante el peligro (High Noon, EUA, 1952), un
western trágico en el que se percibe claramente una analogía con el clima de la
“caza de brujas” presidida por el senador MacCarthy, con el apoyo de toda la
derecha norteamericana (resulta simbólica la implicación de algunos futuros
presidentes de la nación como Richard Nixon, John F. Kennedy, y del entonces
actor Ronald Reagan). Zinnemann negó que está implicación fuese suya, y lo
cierto es que el prestigio de esta película es igualmente imputable a otros
“actores” comenzando por el guionista Carl Foreman (que sufrió en su carnes la
represión), la presencia de un Gay Cooper (cuyo cáncer de duodeno le ayudó para
ofrecer la imagen del resistente que se impone a la cobardía y el “desencanto”) que entendió su papel a la perfección, la
música de Dmitri Tiomkin...el caso es que, más allá de los reparos críticos que
ha sufrido, se impone como un modelo narrativo que ha calado en varias
generaciones como señalaría acertadamente la equívoca Pilar Miró en Gary Cooper que estas en los cielos, sobre
todo porque lo mejor de la película es su título.
Le siguió De aquí a la eternidad (From Here to Eternity. EUA, 1953)una adaptación de la
novela de James Jones (un escritor bastante interesante, en particular la
autobiográfica Como
un torrente, uno de
los grandes títulos de Vincente Minnelli). En su momento, y desde la
perspectiva de un país como éste en el que el mando militar tenía un carácter
casi sagrado, la película de Zinnemann pudo verse como fábula crítica sobre la
mezquindad de una vida cuartelaría en la que los mandos eran unos cretinos.
Trufada de magníficas interpretaciones, conviene recordar que Zinnemann, gran
director de actores, impuso a Montgomery Clift, y consiguió que
Frank Sinatra (¿lo impuso la mafia como se sugiere en El Padrino?) se llevara un Oscar el Mejor Actor Secundario, aunque
se sabe que su elección fue una imposición de la Mafia como se sugiera
abiertamente en la primera entrega de El
Padrino. También se llevó un Oscar Donna Red por su papel de “mujer de la
vida”, aunque aquí la cosa fue mucho más suave, ya se sabe que se podía pecar
pero mencionar el pecado. El encuentro entre Burt Lancaster y Deborah
Kerr resultó una auténtica bofetada a las censuras, un momento en la historia
del cine que años más tarde homenajearía John Frankenheimer en la magnífica Los temerarios del aire (1969).
A continuación de la
insulsa “opereta-western”: Oklahoma (que tiene sus partidarios),
Zinnemann realizó su aporte a la resistencia antifranquista con Behold a Pale Horse (Y llegó el día de la venganza,
EUA, 1964) que incluso provocó un
conflicto entre el gobierno franquista y la Columbia; la mayor conocida por una productora
norteamericana. La película estaba basada vagamente en las actividades del
“maquis” anarquista "Quico" Sabater y se convirtió en uno de los
títulos prohibidos que los españolitos tenían que ver en Francia. Interpretada
por un adecuado Gregory Peck, al final la película hacia una apuesta por una
“reconciliación nacional” representada por el cura joven encarnado por Omar
Shariff.
Antes había rodado la
menos ambiciosa, y también menos reconocida fue Tres vidas errantes (The
Sundowners, EUA, 1960), un filme nada despreciable sobre uno trashumantes esquiladores
de ovejas australianos que viven al día y estiman las pequeñas cosas buenas de
la ida, con interpretaciones de lujo de Robert Mitchum (la más apreciada
por el actor según declaración propia), Deborah Kerr y Peter Ustinov como
protagonistas.
En un lejano artículo
para Kaos (Monjas dudosas en el Congo belga),
me he referido ampliamente a Historia
de una monja, con
Audrey Hepburn.
Habría que revisar
algunas películas suyas más olvidadas como Un
sombrero lleno de lluvia ('A hatful of rain, EUA, 1957), película
estrenada aquí tardíamente y con problemas con la censura, representa una aproximación al drama de la
drogadicción que aquí se estrenó tarde y muy cortada, y que tienen sus
partidarios. Zinnemann tuvo no pocas similitudes con Otto Preminger, tanto en
el enfoque temático avanzado como en su constante desafío de las normas de la
censura. Sin embargo Zinnemann supo ofrecer un duro retrato de la realidad
social y de las contradicciones norteamericanas, con un estilo directo y una
cuidada dirección de actores. Esta revisión tendría que abarcar también la poco
conocida Act
of Violence (1948),
que reunió un elenco compuesto por Van Heflin, Robert Ryan y Janeth
Leigh...Apartado de Hollywood, realizó uno de los filmes históricos de sello
británico más sólidos de la historia, Un
hombre para la eternidad. Adaptación de la obra teatral de Robert
Bolt (el guionista de los “colosales” de David Lan), aborda con muchas
matizaciones la vida y época de Tomás Moro, el célebre autor de Utopía, una película que merece ser
conocida por toda persona interesada en la historia de las ideas y sobre la que
también he publicado un extenso artículo en Kaos.
Le siguió Julia (EUA, 1977) otra adaptación literaria, esta de una
parte de las memorias de Lillian Hellmann, interpretada por Jane Fonda, y que
penetra en dos ámbitos complementarios, su relación con Hammet (Jason Robards),
y su estrecha amistad con la militante antifascista Vanessa Redgrave, que
optará por dejar su vida de comodidades para luchar en la resistencia. Julia
contribuyó a la difusión de la obra de Lillian Hellmann, y contó -como de
costumbre- con grandes interpretaciones. Llegó a ser una de las películas
feministas más populares de su tiempo, y todavía se ve con agrado.
Aunque su adaptación del
best-seller del nefasto Frederick Forsythe, Chacal desmerece
del grueso de su obra, es como cien mil veces mejor que el irrisorio “remake”
de Michael-Caton Jones. Tampoco resulta demasiado recordable el drama montañero
con el que despidió del cine, Cinco
días, un verano (Five Days One Summer, 1982 ) No se trata de un filme muy valorado, pero en absoluto se le
puede considerar despreciable, ni mucho
menos. Es una película de hermosos escenarios suizos con una trama
amorosa que a la vez refleja un conflicto generacional, y es mucho mejor que
otras muchas de Sean Connery, que aquí está mucho más ajustado que de
costumbre. Se le volvió a acusar de monotonía narrativa, pero hay que mirar
hacia dentro de los personajes para encontrar una intensidad oculta. Su cine
además, tiene la virtud de provocar el debate y la discusión. Ese es mi primer
recuerdo de Zinnemann, cuando un reconocido beato local discutía acaloradamente
lo “atrevida” que la perecía Teresa...Creo
que desde entonces me interesó su cine, un cine para discutir, maltratado por
cierta crítica, a veces pesado, pero siempre interesante.
En los últimos años de
su vida se habló de él para una ambiciosa adaptación de La condición humana, de Andre Malraux, pero en la década de los
ochenta, un proyecto de este tipo, con militantes comunistas dispuestos a morir
por sus ideales era algo que ya no se permitía. El último fue Reds (1980), de Warren Beatty, y fue
víctima de una campaña denigratoria en la que intervino hasta el propio Reagan.
Sentir los sones de La
Internacional en la ceremonia de los Oscars no fue muy
diferente a cuando en 1965 la cantaron los extras de Doctor Zivago, de David Lean.
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