domingo, 5 de junio de 2016

Fred Zinnemann, un cineasta a redescubrir



Fred  Zinnemann, un cineasta a redescubrir
Resultado de imagen de fred zinnemann filmsEntre los cineastas más inquietos del Hollywood antifascista ("prematuro", se decía) el nombre de Fred Zinnemann  (Viena, 1907-1997) ocupa un lugar destacado. Fred fue el autor de algunas películas “míticas” y varios de sus
títulos se distinguen por su preocupación ética de izquierdas (posibilista como no podía ser menos en un medio como Hollywood) y  contribuyó a ampliar el horizonte social y crítico de una generación que, sometida por el franquismo, encontró en el cine una vía para adquirir una conciencia crítica y antifascista. Solamente el enorme prestigio conseguido por algunos de sus títulos es lo que explica que su filmografía llegara a nuestras pantallas, aunque fuese con algún corte que otro. Zinnemann fue nominado Academia hasta en siete ocasiones y logró dos estatuillas como Mejor Director. Así es que,   por más que cierta crítica lo consideró academicista y convencional, lo cierto es que se convirtió en un sólido referente de cierto cine clásico de izquierdas.
De origen judío, la trayectoria profesional de Zinnemann, comenzó cuando dejó sus  estudios de leyes para trabajar como  cameraman. En los años veinte  formó parte de la vanguardia germana de la inquieta República de Weimar, actuó como  de cámara en la capital parisina y en Berlín (1927-1929), colaborando especialmente con Robert Siodmak. Fred (de Fréderic) emigró a finales de los años veinte a los Estados Unidos y se integró como documentalista en la Escuela de Nueva York. En México rodó Redes un largometraje para Paul Strand, según dicen las historias, estaba claramente influido por Eisenstein. También dirigió una veintena de cortos, entre ellos That Mothers Might Live, con el que gana el primer Oscar de su carrera; en 1951 conseguirá otro por su documental Benji, sobre los minusválidos.
A partir de ahí tiene lugar su integración en el cine industrial, y en 1944 lleva a la pantalla una de las novelas antifascista más emblemáticas de todos los tiempos, La séptima cruz (The Seventh Cross, EUA,  1944), obra militante de Anna Seghers, que por cierto acaba de ser reeditada. Protagonizada por un convincente Spencer Tracy, esta película decepciona al lector de la novela, con todo se trata de un de los títulos más combativos del cine antifascista norteamericano, y  de las más difundidas (aunque finamente “coloreada”). A continuación, Zinnemann conoció un inesperado éxito comercial con Los ángeles perdidos (The Search, EUA, 1948)  que aborda la terrible trama de los niños alemanes desamparados entre las ruinas de la II Guerra Mundial, ofreciendo un punto de vista que, si bien por un lado resulta conmovedor (el cine suele rehuír este tipo de historias), por otro queda a años luz de la Alemania: año cero, de Rossellini, una película impensable en los Estado Unidos.
Ya era un cineasta famoso cuando volvió a tratar los desastres de la guerra con  Hombres (The Men, EUA, 1950) que nos habla con la misma sensibilidad  de los problemas de los paralíticos que tienen que readaptarse al cada día y que contribuyó al lanzamiento de Marlon Brando; y  con Teresa (EUA, 1951) que en su momento pareció como el colmo de película socialmente “atrevida”. Trata de la readaptación de un soldado en la vida  civil, pero lo más llamativo fue el personaje del título, Teresa (1951), una muchacha italiana interpretada por Ana Mª Pierangeli, que causó conmoción en el público de la época, y quien, tras una experiencia artística irregular y una vida sentimental complicada (fue el “amour fou” de James Dean), y acabó suicidándose. Por entonces, el nombre de Fred Zinnemann era el de los directores que llamaba la atención del  público.
En los dos años siguientes, Zinnemann alcanzará el cenit de su carrera con dos de las películas más famosas de todos los tiempos. La primera es nada menos que Solo ante el peligro (High Noon, EUA, 1952), un western trágico en el que se percibe claramente una analogía con el clima de la “caza de brujas” presidida por el senador MacCarthy, con el apoyo de toda la derecha norteamericana (resulta simbólica la implicación de algunos futuros presidentes de la nación como Richard Nixon, John F. Kennedy, y del entonces actor Ronald Reagan). Zinnemann negó que está implicación fuese suya, y lo cierto es que el prestigio de esta película es igualmente imputable a otros “actores” comenzando por el guionista Carl Foreman (que sufrió en su carnes la represión), la presencia de un Gay Cooper (cuyo cáncer de duodeno le ayudó para ofrecer la imagen del resistente que se impone a la cobardía y el “desencanto”)  que entendió su papel a la perfección, la música de Dmitri Tiomkin...el caso es que, más allá de los reparos críticos que ha sufrido, se impone como un modelo narrativo que ha calado en varias generaciones como señalaría acertadamente la equívoca Pilar Miró en Gary Cooper que estas en los cielos, sobre todo porque lo mejor de la película es su título.
Le siguió De aquí a la eternidad (From Here to Eternity. EUA, 1953)una adaptación de la novela de James Jones (un escritor bastante interesante, en particular la autobiográfica Como un torrente, uno de los grandes títulos de Vincente Minnelli). En su momento, y desde la perspectiva de un país como éste en el que el mando militar tenía un carácter casi sagrado, la película de Zinnemann pudo verse como fábula crítica sobre la mezquindad de una vida cuartelaría en la que los mandos eran unos cretinos. Trufada de magníficas interpretaciones, conviene recordar que Zinnemann, gran director de actores,  impuso a Montgomery Clift, y consiguió que  Frank Sinatra (¿lo impuso la mafia como se sugiere en El Padrino?) se llevara un Oscar el Mejor Actor Secundario, aunque se sabe que su elección fue una imposición de la Mafia como se sugiera abiertamente en la primera entrega de El Padrino. También se llevó un Oscar Donna Red por su papel de “mujer de la vida”, aunque aquí la cosa fue mucho más suave, ya se sabe que se podía pecar pero mencionar el pecado.  El encuentro entre Burt Lancaster y Deborah Kerr resultó una auténtica bofetada a las censuras, un momento en la historia del cine que años más tarde homenajearía John Frankenheimer en la magnífica Los temerarios del aire (1969).
A continuación de la insulsa “opereta-western”: Oklahoma (que tiene sus partidarios), Zinnemann realizó su aporte a la resistencia antifranquista con Behold a Pale Horse (Y llegó el día de la venganza, EUA,  1964) que incluso provocó un conflicto entre el gobierno franquista y la Columbia; la mayor conocida por una productora norteamericana. La película estaba basada vagamente en las actividades del “maquis” anarquista "Quico" Sabater y se convirtió en uno de los títulos prohibidos que los españolitos tenían que ver en Francia. Interpretada por un adecuado Gregory Peck, al final la película hacia una apuesta por una “reconciliación nacional” representada por el cura joven encarnado por Omar Shariff.
Antes había rodado la menos ambiciosa, y también menos reconocida fue Tres vidas errantes (The Sundowners, EUA, 1960), un filme nada despreciable sobre uno trashumantes esquiladores de ovejas australianos que viven al día y estiman las pequeñas cosas buenas de la ida, con interpretaciones de lujo de  Robert Mitchum (la más apreciada por el actor según declaración propia), Deborah Kerr y Peter Ustinov como protagonistas.
En un lejano artículo para Kaos (Monjas dudosas en el Congo belga), me he referido ampliamente a Historia de una monja, con Audrey Hepburn.
Habría que revisar algunas películas suyas más olvidadas como Un sombrero lleno de lluvia ('A hatful of rain, EUA, 1957), película estrenada aquí tardíamente y con problemas con la censura,  representa una aproximación al drama de la drogadicción que aquí se estrenó tarde y muy cortada, y que tienen sus partidarios. Zinnemann tuvo no pocas similitudes con Otto Preminger, tanto en el enfoque temático avanzado como en su constante desafío de las normas de la censura. Sin embargo Zinnemann supo ofrecer un duro retrato de la realidad social y de las contradicciones norteamericanas, con un estilo directo y una cuidada dirección de actores. Esta revisión tendría que abarcar también la poco conocida  Act of Violence (1948), que reunió un elenco compuesto por Van Heflin, Robert Ryan y Janeth Leigh...Apartado de Hollywood, realizó uno de los filmes históricos de sello británico más sólidos de la historia,  Un hombre para la eternidad. Adaptación de la obra teatral de Robert Bolt (el guionista de los “colosales” de David Lan), aborda con muchas matizaciones la vida y época de Tomás Moro, el célebre autor de Utopía, una película que merece ser conocida por toda persona interesada en la historia de las ideas y sobre la que también he publicado un extenso artículo en Kaos.
Le siguió  Julia (EUA, 1977)  otra adaptación literaria, esta de una parte de las memorias de Lillian Hellmann, interpretada por Jane Fonda, y que penetra en dos ámbitos complementarios, su relación con Hammet (Jason Robards), y su estrecha amistad con la militante antifascista Vanessa Redgrave, que optará por dejar su vida de comodidades para luchar en la resistencia. Julia contribuyó a la difusión de la obra de Lillian Hellmann, y contó -como de costumbre- con grandes interpretaciones. Llegó a ser una de las películas feministas  más populares de su tiempo, y todavía se ve con agrado.
Aunque su adaptación del best-seller del nefasto Frederick Forsythe, Chacal desmerece del grueso de su obra, es como cien mil veces mejor que el irrisorio “remake” de Michael-Caton Jones. Tampoco resulta demasiado recordable el drama montañero con el que despidió del cine, Cinco días, un verano (Five Days One Summer, 1982 ) No se trata de un filme muy valorado, pero en absoluto se le puede considerar despreciable,  ni mucho menos. Es una película  de hermosos escenarios suizos con una trama amorosa que a la vez refleja un conflicto generacional, y es mucho mejor que otras muchas de Sean Connery, que aquí está mucho más ajustado que de costumbre. Se le volvió a acusar de monotonía narrativa, pero hay que mirar hacia dentro de los personajes para encontrar una intensidad oculta. Su cine además, tiene la virtud de provocar el debate y la discusión. Ese es mi primer recuerdo de Zinnemann, cuando un reconocido beato local discutía acaloradamente lo “atrevida” que la perecía Teresa...Creo que desde entonces me interesó su cine, un cine para discutir, maltratado por cierta crítica, a veces pesado, pero siempre interesante.  
En los últimos años de su vida se habló de él para una ambiciosa adaptación de La condición humana, de Andre Malraux, pero en la década de los ochenta, un proyecto de este tipo, con militantes comunistas dispuestos a morir por sus ideales era algo que ya no se permitía. El último fue Reds (1980), de Warren Beatty, y fue víctima de una campaña denigratoria en la que intervino hasta el propio Reagan. Sentir los sones de La Internacional en la ceremonia de los Oscars no fue muy diferente a cuando en 1965 la cantaron los extras de Doctor Zivago, de David Lean.


No hay comentarios:

Publicar un comentario