¿Sartre
anarquista?
un toque anarco convencidos de que el imperialismo era un tigre de papel…En
Repasando la parte de mi biblioteca ocupada por los dos como parte
de una operación de selección –tanto libro, tan poco tiempo, los años pasados
te demuestran que no lo vas a leer y sí quieres hacerlo, lo puedes encontrar
sin dificultades en editoriales como alianza-, me he preguntado sí Sartre no
era un anarquista…O sea un hombre que asume la cultura a tumba abierta, sin
miedo a que las reflexiones le lleven a lugares no convenientes, y de ahí que
se haya tratado de hacer con su legado dos cosas: a) ningunearla en lo posible
para ser sustituidos por otros que expresan la corrupción de la cultura
francesa en las últimas décadas del siglo pasado, b) darla a conocer en sus
variantes menos molestas, en la que aparece clasificado como restos
arqueológicos de un tiempo que el dinero se llevó por delante. La prueba de esta inclinación libertaria
radicaría sobre todo en que practicaba el lujo de la contradicción con más soItura
que muchos de sus contemporáneos, por lo general mucho mermados por la culpa,
por la indecisión o el miedo a los que manda. Sartre consiguió que los que
mandan (De Gaulle) tuviera que respetarlo porque lo de comprarlo parecía
imposible. Sartre no era un vencido, uno de estos señores como Vargas Llosa
convencido de que Roma sí paga traidores. Paga con honores, con influencia, con
los halagos.
Si no
escribió una reflexión sobre este punto quizás fue porque no tuvo tiempo o
porque la sentencia se halla constantemente enredada en sus escritos: "No
existen gobiernos de izquierda, tanto como no existe pensamiento de
derecha", obviamente se refería a la izquierda que él había conocido, al
engranaje que lo acaba integrando todo, en el cambio lampedusiano. Tomemos este
juicio por la cola: el "pensamiento" de derecha no es tal pensamiento,
es el orden de las cosas, lo que siempre se ha hecho: la jurisdicción, la ley.
Cuando se borran de una plumada los conceptos de oposición, de lucha, de
creación estrictamente humanas, es decir, históricas. Sartre se defiende de la
inmutabilidad de la muerte diciendo no, y diciéndolo casi indiscriminadamente.
El título
filokantiano de esta esquela es una broma, una broma pesada para tantos amigos
de izquierda que a la postre no son más que huracanes disfrazados de mayéutica.
Si Platón clamaba aquello, Sartre podría clamar: "Déjenme disparar tranquilo
porque es la única manera de que la selva no nos invada". Más, como
siempre, lo escuchamos poco. Y eso que él, con su implacable magisterio, nos lo
decía todos los días. La desilusión del zoon politikon no es menor que
la del científico que trata de entender las tormentas. Va por días. Tanto uno
coma el otro deben reflexionar, esceptizar, sobre la realidad de un
mundo que se hace y se deshace —¡dialécticamente!— por la lucha de la derecha y
la izquierda. Las conectivas son infinitas: Historia-Naturaleza,
Cultura-Naturaleza,
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