SERGE Y TROTSKY. NOTAS SOBRE EL ANTICOMUNISMO DE SUSAN
SONTAG.
Esta auténtica ironía de
la historia es la que explica que una obra como La noche quedó atrás
(1941), de Jean Valtin (Seix Barral), sea considerada como un clásico de
aquellas "confesiones de ex comunistas" que se convertirían en
subgénero de la literatura memorialista durante la guerra fría, cuando su autor
fue un espartakista que creyó que en el estalinismo del tercer período. En la misma onda cabría registrar testimonios
tan impresionantes como los Relatos de Kolimá, de Varlam Shalámov,
compuesta por seis volúmenes (editadas
por la cuidadosa editorial Minúscula de Barcelona), las memorias de Anna
Larina, Lo que no puedo olvidar (Círculo de Lectores, Madrid), por no
hablar de las ya publicadas como El
vértigo, de Eugenia Ginzburg, se encuentran asequibles en las librerías.
Aquí también se incluye con todas las de la ley una de las obras mayores de
Víctor Serge, El caso Tuláyev (1),
casi treinta años después de otras obras suyas editadas en estos lares sobre la
misma experiencia como Los años sin perdón
y Medianoche en el siglo.
Pero en algunas de estos
casos conviene estar muy al tanto ya que las grandes editoriales comparten esa
misma conciencia de clase de los apólogos del presente (o sea de un tiempo en
el que la iniciativa de la lucha de clases la toman desde arriba), de manera
que tienen mucha cuidado a quienes ofrecen los prólogos, siendo en nuestro caso
muy significativo el caso de Antonio Muñoz Molina quien ha tenido a bien firmar
algunos de ellos siguiendo un criterio singular: el haber sido víctima o
incluso adversario radical del estalinismo no exonera al comunista de la mera
responsabilidad de serlo. No es necesario verificar que Molina jamás aplicará esta normativa a ninguna otra
ideología, que por ejemplo pueda molestar a católicos y populares por sus
connivencias con el franquismo. Pero el anticomunismo tiene esta
particularidad, y otra muestra de ello nos la ofrece una señora como Susana
Sontag que prologa esta impresionante novela de Víctor Serge con su
impresionante bagaje cultural, y con una sutileza de cirujano de alta
escuela, dedica buena parte de lo que
escribe a elogiar a Víctor Serge, eso sí, convertido en un exanarquista,
exbolchevique, extrotskista, con lo cual
parece querer convencernos de una variación del arrepentimiento cristiano: un
arrepentimiento final libra de los mayores pecados.
Y para que quede
constancia de que una cosa fue este Víctor Serge, héroe ético y escritor
apátrida por naturaleza, de un gran talla y al políglota (dominaba cinco
lenguas) que ninguna patria ha querido reconocer, y otra muy diferente el
“comunismo”, concepto que la escritora Norteamérica, conocida por sus
compromisos individuales, amplia igualmente a León Trotsky sobre el que
planifica una maniobra de simetría Trotsky, aparte de “excomulgar” a Serge, al
que “denunciaba como anarquista encubierto”,
es acusado nada menos que “mientras Serge manifestaba en Bruselas su
adhesión a la Cuarta Internacional- como se denominaba la liga de partidarios
de Trotsky- sabía que la propuesta del movimiento no era una alternativa viable
a las doctrinas y prácticas leninistas que habían llevado a la tiranía
estalinista (Para Trotsky, el crimen consistía en que se estaba ejecutando a la
gente equivocada)…” (p.XXI).
No resulta fácil justificar la “mala leche” que Trotsky
gastaba con Serge, que no fue diferente a la que dedicó contra Alfred Rosmer,
Andreu Nin o su colaborador más cercano,
León Sedov con los que remarcaba
sus diferencias pero a los les unía no pocas coincidencias en un tiempo trágico
donde los haya. X/ Pero conviene
recordar que semejante actitud no les impidió mantener una fluida
correspondencia en la que se manifestaban no tanto diferencias de contenido
como problemas tácticos urgentes. Ninguno de ellos dudaba de que había que
hacer otra revolución –la de la democracia obrera- en la URSS, como tampoco de que la
guerra que se avecinaba planteaba –más que nunca- el dilema entre el socialismo
la barbarie. Las diferencias radicaban en las respuestas. Así, mientras que
para problemas eran como determinados por exigencias y que entre
camaradas, esto a pesar de frases como esas que desde luego no tenían el
carácter peyorativo que le atribuye la Sontag, entre otras cosas porque la práctica
totalidad de los anarquistas que se hicieron bolcheviques (Serge, Monatte,
Rosmer, Nin, Maurín), fueron antiestalinistas “prematuros”, y el tema de fondo
radica en los acontecimientos de Kronstadt sobre los que Serge avanzaba unas
reservas que en la medida en que se conocen los hechos resultan cargadas de
razón.
Pero éste Trotsky no
rehuía sus responsabilidades, y debatía con Serge sobre la oportunidad de una
internacional que éste último consideraba precipitada, debate que Trotsky
desarrollará también con un joven Isaac Deutscher. La dureza polémica no impidió que en su
evolución humanista y desencantada Víctor Serge, mantuviera firme su idea de
que la revolución rusa fue “traicionada”, que entre el leninismo y el
estalinismo mediaba un abismo, sobre todo en unas condiciones que la señora
Sontag se pasa por el forro. Víctor
Serge dijo siempre lo contrario, por lo tanto aquí Susan habla por “motu
propio” aunque juega de manera que parece que es Serge el que habla. Lo mismo
que su caracterización de la Cuarta internacional responde más allá a sus
propias querellas con el trotskismo norteamericano sobre todo cuando la mayoría
de éste dio un paso hacia el castrismo mientras daba oro fuera de la
Internacional.
En cuanto a lo de “el
crimen consistía”, es una demostración de que el los métodos estalinistas
pueden florecer en los jardines más insospechados. No hay una sola línea en Trotsky que permite semejante
afirmación, no es más rigurosa que la afirmación que si los judíos hubieran
podido habrían aplicado el “holocausto” a los alemanes, ni desde luego más
honesta. Y desde luego no tiene nada que
ver con Víctor Serge que nunca mostró la menor diferencia con Trotsky sobre
esta cuestión, no en vano fue el traductor al francés de La revolución
traicionada, y no en vano Serge dedicó
uno de sus últimos libros a la Vida y
muerte de León Trotsky (2), cuyos párrafos finales dicen lo siguiente:
“Toda su larga y laboriosa
existencia de luchas, de pensamiento,
de oposición inflexible a lo inhumano, León Davidovitch la había consagrado a la causa de los
trabajadores. Cuantos
se le han aproximado conocen la medida de su desinterés, saben que no concebía
su propia vida sino en función de una gran tarea histórica, no vinculada a su particular
destino, sino al movimiento
de las masas socialistas conscientes de los peligros y de las posibilidades de
nuestra época. "Vivimos tiempos amargos, escribía, pero no nos queda otra patria que
elegir". Era íntegro
de carácter, en el más amplio sentido del término:' no concebía discontinuidades entre la conducta y las
convicciones, entre la
idea y el acto; jamás admitió que a lo transitorio, a lo personal, al pequeño egoísmo sin
trascendencia, pudieran
sacrificarse los intereses superiores que dan sentido a la vida. Su rectitud moral se vinculaba con una
inteligencia objetiva pero apasionada, siempre tensa hacia lo profundo y
amplio, hacia el esfuerzo creador y el combate justo... Y era a la vez sencillo. Le ocurrió escribir sobre
el margen de un libro cuyo
autor aludía a sus "ansias de poder": "(Otros) habrán querido el poder por el poder. Yo he ignorado
siempre ese
sentimiento... He buscado el poder sobre las inteligencias y las voluntades...". Más que un
autoritario, aunque apreciaba
la utilidad práctica de la autoridad, se sentía un animador, un educador de hombres, no porque halagase sus
bajos instintos, sino
porque apelaba al idealismo, a la claridad mental, a la grandeza de ser hombres cabales, de nuevo tipo,
llamados a transformar la
sociedad.
Quienes lo han hostigado y muerto, .corno han
muerto a la revolución rusa y
martirizado al pueblo soviético, conocerán .el castigo. Ya han atraído sobre la URSS.,
debilitada por las masacres
denominadas "depuraciones estalinianas", la invasión más desastrosa. Continuarán marchando hacia el
abismo... Pocos días después
de su muerte, yo escribía —y nada cambiaré de esas líneas— lo siguiente: "A lo largo
de su heroica vida, León
Davidovitch creyó en el porvenir, en la liberación de los hombres. Lejos de debilitarla, los años
últimos y sombríos,
maduraron su fe, que el infortunio afianzó. La humanidad futura, libre de toda opresión, eliminará de
su vida la violencia. Como a
tantos otros, él me ha enseñado a creer en ello".
Está claro: Susan Sontag utiliza el nombre de
Víctor Serge en vano.
Notas
---1) El caso Tuláyev, Alfaguara, Madrid, 2007, 429 págs.
---2) Escrito con la
colaboración con Natalia Sedova, en el cierre del libro se da el siguiente dato
“Coyoacán, junio de 1947”.
La cita está tomada de El Yunque editora,
Buenos Aires, 1974, p. 279.
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