Buongiorno, notte, de Bellocchio
o la sinrazón del terrorismo izquierdista
En su
libro sobre Cine y anarquismo: La utopia
anarquista en imagenes (Gedisa, 2009), su autor, Richard Porton, evoca
el “radicalismo antiestalinista” de Bellocchio para señalar alguien próximo
pero de otra escuela... Sí bien parte de la trayectoria de
Bellocchio podría definirse así, su obra, desarrolla con constancia y coherencia es una de las supervivientes del cine italiano de los años de esplendor, de los tiempos en que todavía trabajaban Visconti, Pasolini, Fellini, Monicelli, Risi, etc, tiempos de gloria de las que apenas si quedan algunos vestigios…
Bellocchio podría definirse así, su obra, desarrolla con constancia y coherencia es una de las supervivientes del cine italiano de los años de esplendor, de los tiempos en que todavía trabajaban Visconti, Pasolini, Fellini, Monicelli, Risi, etc, tiempos de gloria de las que apenas si quedan algunos vestigios…
Perteneciente
a la generación de los sesenta, ligado a un grupo tan interesante como Lotta Continua, Bellocchio cuenta con
una de las filmografías más apasionantes, y más claramente radical, de la
historia del cine con apartados tan intensos como La mano en los bolsillos (I pugni in tasca, Italia,
1966), que tanto gustó a Buñuel; En el nombre del padre (Nel nome del
padre, Italia, 1971), en el que atacó frontalmente a la Iglesia y sus normas
educativas; La China
está cerca (La Cina è vicina,
Italia, 1967) que da de pleno en la emergencia del maoísmo; Paola, que aborda una historia de “ocupas”;
en Locos de desatar pone en cuestión todo el sistema psiquiátrico; en Marcha
triunfal arremete contra el militarismo. Habría que hablar de sus brillantes
adaptaciones literarias (El príncipe de
Hamburgo), a mí en concreto me entusiasmó el clasicismo crítico de La balia (1998), igualmente muy asequible...
En
aquellos años fue uno de sus autores más asiduos del cine-clubismo más
militante, y desde entonces, ha seguido trabajando con regularidad, desde otras
preocupaciones, muestra de ello es esta Buenos días, noche (Buongiorno,
notte, Italia, 2003) con la que se presentó en el Festival
de Venecia del 2003 (junto con el discutible Soñadores, el mayo francés
cinéfilo de Bertolucci), película que no pude ver en cine, y que he tenido la
oportunidad de visionar gracias a uno de los últimos viernes del diario Público
que de tanto en tanto nos depara alguna buena película y demás reciente.
Esta
película nos evoca un final de época, un tiempo de rebeldía desvinculada de un
movimiento que está quedando atrás, de hecho una fuga hacia delante en la que
la creatividad ha dado paso a la desesperación y al sectarismo todo punteado por la música de Pink Floyd. Buongiorno, notte, aborda con perspectiva
y rigor un episodio histórico que convulsionó la vida política italiana en
1978. Se trata del secuestro durante 55 días de Aldo Moro, presidente de la Democracia Cristiana,
empresa realizada por las Brigadas Rojas, y sobre el cual ya existen al menos
títulos más El caso Moro (Giuseppe
Ferrara, 1986), en la que Aldo Moro es interpretado por Gian Mª Volonté, más
bien inencontrable, y Piazza dalle cinque lune, de Renzo Martinelli, del mismo año que la de Bellocchio, pero
que no ha llegado hasta aquí.
Se
trata de un acontecimiento sobre el que existen numerosas hipótesis, y que
resultó el más significativo de los llamados “años del plomo” que señalan el
agotamiento del “mayo rampante” italiano, y la tentativa descabellado de
remontar la situación a través de una “acción ejemplar”. Sin embargo,
entre la mística “partisana” y la
realidad mediaba un abismo, y los raptores ni tan siquiera se plantearon en
serio la más simple de las preguntas: ¿A
quién beneficié la eliminación de Moro?
Bellocchio tiene clara una cosa: no
beneficiaba a ninguna izquierda. Anotemos que Aldo Moro era entonces uno de los
artífices del “deshielo” entre democristianos y los (euro)comunistas, algo que la OTAN no podía consentir, por
lo que alimentó o facilitó tramas tan siniestras como la llamada, y anotemos
que el como se ha demostrado, el PCI no quería transformar la vieja sociedad
sino “entrar en las instituciones”.
La
película incide con precisión en la descripción de una clase política corrupta
que quiere —o le prefiere— a Moro muerto,
que sabe asumir su ejecución como favorable al sistema. Ni la llamada
Democracia Cristiana le reconocía en sus
cartas, y por supuesto, las pláticas de Pablo VI eran pura retórica, Moro hasta
era les estorbaba. Resulta demoledora la imagen del funeral, sin el cadáver de
Moro, con ese despliegue de altos
funcionarios de los pasillos del poder (dignatarios, ministros,
eclesiásticos..., en desfile a ralentí, comprendiendo a Giovanni Leone,
presidente de la República,
celebrantes de su desaparición. Sabían que mataban dos pájaros de su solo tiro.
Bellocchio se permite jugar con la metáfora, presentarnos a un Moro liberado,
con las imágenes de un pobre hombre libre, feliz bajo la lluvia, que recorre
las calles del barrio donde fue secuestrado.
En
esta producción de la RAI
(¿se imagina alguien que TVE haga algo así?),
Bellocchio se “mete” en la historia, y la interpreta desde el presente,
y lo hace desde sus obsesiones
(psicoanalíticas y temáticas), entre el sarcasmo y la utopía, tan airado como
sereno. De la ausencia del padre a la noción de familia. Este es también un
film que aborda la historia de un padre (tempranamente fallecido), cuya
protagonista ha perdido al suyo, partícipe del asesinato de un hombre que puede
ser una suerte de (anti?) padre ideal y cuyo hijo, Pier Giorgio Bellocchio
(idéntico a su progenitor treinta años después), Ernesto, uno de los brigadistas,
acaba por administrar el error histórico de la ejecución de Moro, una “gesta”
que resulta devastadora para las “ideas” que los secuestradores creen
representar. Sí estuviésemos en un cine-forum, podríamos hablar de las
sinrazones del terrorismo llamado “de izquierdas”.
Del valor de las que ya hicieron en su
día los más lúcidos representantes del socialismo, a saber que la consecuencia
fundamental del terrorismo “de izquierdas” es, al margen de su fraseología
(marxista, anarquista, patriótica), es el reforzamiento de la legitimación del
Estado y de sus fuerzas represivas; se sitúa en el “todo vale” y por lo tanto
de espaldas a los ideales liberadores que pretende representar…Sustituye y
neutraliza la apuesta por la acción democrática de las masas. Entra en una dinámica en la que el debate y la
reflexión abierta son remplazados por la lógica de las armas. Destruye gente
militante que podía haber sido mil vece más valiosa en el trabajo militante con
el pueblo. Podíamos seguir, y podría añadir que esto no tiene nada que ver con
situaciones muy específicas en los que la lucha armada puede ser necesaria, por
ejemplo el maquis contra Franco, o la insurrección sandinista. ..
Quizás
lo mejor de la película sea la vivisección del corazón de los llamados “años de
plomo”, y de los propios desastres de la izquierda radical. Para ello articula
una suerte de combinación o mixtura, de la dramaturgia de la ficción y de los
modos del
documental (documentos televisivos re trabajados y remontados, extractos de reportajes y vetustos films soviéticos, canciones partisanas...), enlace de realidad y
fugaz oníricas. Ofrece con seguridad un contundente discurso (ideológico), que elude el peaje de la reconstrucción periodística e histórica y del panfleto, optando por recrear la existencia cotidiana, casi familiar, de los cuatro secuestradores que ven los mismos programas de televisión que el reaccionario que tienen secuestrado. Deja un retrato inmisericorde de los brigadistas, con su estrecho dogmatismo, su miopía política, evidente cuando todos a coro musitan una suerte de plegaria en la que dice “la clase obrera debe dirigirlo todo”, por no hablar de su atención bobalicona a los shows televisivos de Raffaella Carrá, tan populares en estos lares).
documental (documentos televisivos re trabajados y remontados, extractos de reportajes y vetustos films soviéticos, canciones partisanas...), enlace de realidad y
fugaz oníricas. Ofrece con seguridad un contundente discurso (ideológico), que elude el peaje de la reconstrucción periodística e histórica y del panfleto, optando por recrear la existencia cotidiana, casi familiar, de los cuatro secuestradores que ven los mismos programas de televisión que el reaccionario que tienen secuestrado. Deja un retrato inmisericorde de los brigadistas, con su estrecho dogmatismo, su miopía política, evidente cuando todos a coro musitan una suerte de plegaria en la que dice “la clase obrera debe dirigirlo todo”, por no hablar de su atención bobalicona a los shows televisivos de Raffaella Carrá, tan populares en estos lares).
Por
supuesto, Bellocchio no se olvida ni un momento de de describirnos una Italia
históricamente bloqueada entre el entramado democristiano (esas grotescas
apariciones papales que me recordaron todos los incalificables oropeles que
siguieron a la muerte del capo Wotyla) y
la nomenclatura del PCI entonces
eurocomunista, punteado con imágenes de coros y danzas estalinianos, ejemplos
de la jerarquía y de la uniformidad burocrática, aunque en este punto, a mí la
mirada de Bellocchio me suena un tanto simplificadora.
Bellocchio
nos ofrece una recreación histórica tan seria como apasionada, podríamos halar
de ella durante horas. Su relato se
inviste de un tono mortuorio, en tanto crónica de una muerte anunciada,
auspiciado por la luz cenicienta, unos colores ocres, el uso del claroscuro de
pesadilla. Nos describe un submundo donde Aldo Moro inicialmente sometido se
hace cada vez más visible, deja de ser un político cretino para convertirse en
un ser humano. Un Moro necesariamente abierto, que no oculta su hipocresía católica, una
imagen que hizo en su momento que al cineasta le llovieran críticas. En mi
opinión es el secuestro, la fragilidad de la situación lo que hace que el
personaje que la humanidad, y es la acción carcelaria la que deshumaniza a los
“extremistas”…Y es que Bellocchio está contando la historia de unos antiguos
radicales en proceso de corrupción sectaria.
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