SOCIALISTAS (UTÓPICOS) ESPAÑOLES
La expresión «socialismo utópico»
fue acuñada por Engels
en Del socialismo utópico al socialismo científico, una de las obras más
divulgadas del marxismo, y en la que, sin dejar de reconocer el mérito de los
socialutópicos en tanto que precursores en un tiempo pasado, Engels populariza
la expresión “socialismo utópico” con un valor negativo, como una rémora frente
al socialismo que trata de comprender y conocer la realidad para transformarla
a través de la acción de las masas obreras organizadas.
En esta fase inicial del ideario
socialista, se percibe ante
todo la voluntad de concebir comunidades ideales,
organizadas según principios democráticos y cuyas relaciones se fundan en la
igualdad. En algunos casos se desarrollan como alternativas a un presente
terrible, como en el caso de de Fourier, por otro lado, un escritor extraordinariamente
imaginativo, de gran influencia internacional. Otras, como la Icaria cabetiana podrían
estar ubicadas en unos espacios adecuados como el Nuevo Mundo. En otros casos,
se trata de diseños situados en un futuro más o menos mediato, como un ideal
social dotado de algún grado de perfección.
Este movimiento trascurre a través
de un conjunto de pensadores de la talla del conde Saint-Simon, Charles Fourier, Etienne Cabet, Robert Owen entre otros, que será
superados en la mitad de siglo por lo que algunos llaman socialismo de
transición en el que se incluye a Proudhom,
Weitling, Pierre Leroux, Louis Blanc, y Louis-Auguste Blanqui, sin duda el
más combativo y militante.
La introducción del socialismo
premarxista en España, se desarrolló en los medios intelectuales liberales y a
través de la prensa liberal y de los clubs políticos a los que asistían los
primeros trabajadores organizados. Su influencia provino ante todo de los
pensadores franceses, y tuvo dos ejes claros. Por un lado, el fourerismo,
mezclado con frecuencia de saintsimonismo, en tres zonas: Barcelona, Zona
Centro (Sixto Cámara, Javier Moya, Fernando Garrido) y Andalucía (Joaquín Abreu
y Sagrario Veloy). Por otro lado, la introducción del cabetismo en Barcelona a
través de Narcís Monturiol.
De entre ellos vale la pena
considerar por fecha de nacimiento, primero a Joaquín Abreu y Ortagu (Tarifa, Cádiz, 1782-Cádiz,
1851), uno de los primeros y principales exponentes de furierismo hispano que
había fue diputado liberal en las Cortes de 1822-1823, y que se vio forzado a
exiliarse a Francia. En París, al parecer conoció personalmente a Fourier.
Abreu veía en el falansterio, «la teoría de una población construida con todas
las reglas del arte para hacerla bella, cómoda y saludable a sus moradores: éstos
la gozarían según su voluntad y medios de costear medianos o suntuosos
alojamientos. La libertad individual sería un hecho en ella; la propiedad y su
libre uso estarían garantizados a sus dueños individuales de una manera
indestructible. Tras la muerte de Fernando VII, en 1833, volvió a España y se
dedicó al periodismo. Predicó la doctrina de Fourier, que le parece un adelanto
en relación a la dicotomía progresistas-moderados, solicita que un diputado
presente un proyecto a las Cortes, con la convicción de que en «un rincón de la
península o de cualquiera de sus islas se pudiera ensayar, ver con los ojos de
la cara y sin causar costos al Estado, si la práctica corresponde a la teoría».
Fue el promotor de un grupo en Cádiz, en el que tomaron parte entre otros Manuel Sagrario de Veloy, Pedro Luis Huarte y Faustino Alonso. Juntos trataron de
construir un falansterio, que encontró una radical oposición por parte del
Gobierno. Entre 1935-36 publica en El Vapor una serie de cinco artículos con el
seudónimo de “El proletario”. Abreu desestima el sistema dominante, pero sin
embargo, no cree que las luchas obreras violentas ofrezcan una solución.
Otro protosocialista español
destacado Ramón de la Sagra (La Coruña, 1798-París, 1871),
quien de «muy distinta manera influyó sobre el socialismo europeo --es decir no
sólo español, sino también el francés; y quizás incluso el cubano, pues en Cuba
vivió durante mucho tiempo, estudiando y enseñando» (Gianni Mª Bravo). En 1820
fue nombrado director del Jardín botánico de La Habana, y desde 1823
titular de una cátedra de botánica agraria. Fruto destacado de sus años de
actividad en la Habana
fue su defensa por la abolición del tráfico negrero, sobresaliendo por sus
posiciones antiesclavistas, muy minoritarias. Diputado liberal y naturalista de
fama mundial, investigador de problemas económicos, que ya en 1839 efectuó en
la cátedra del Ateneo de Madrid unas Lecciones de economía social que, según
Antonio Elorza «tienen como objeto mostrar que, dado el nivel de desigualdad
que resulta en las sociedades modernas del acceso o exclusión de los diferentes
individuos, al derecho de propiedad, y siendo éste el fulcro de la organización
social, se requiere una acción conjunta del Gobierno y la aristocracia rica a
favor de la clase trabajadora». Recibió las influencias de Alban de Villenueve (filántropo
cristiano francés), Colins
y Constantin Pecqueur,
y conoció y trató a Proudhom.
En 1848-49, de la Sagra conoció de primera
mano la experiencia del reformista Louis
Blanc como miembro del gobierno provisional y presidente de la Comisión de Luxemburgo,
así como muchos de los círculos del socialismo francés y la democracia radical
europea. En su ideario se cruzan el socialismo conservador cristiano y el
socialismo europeo más avanzado. Una de sus preocupaciones fundamentales era el
mundo del trabajo, que describe con vigor y realismo, pero esto no le impide
rechazar el derecho de asociación obrera. Consideraba que la sociedad estaba
dominada por los propietarios, que no existía la libertad del trabajo; «éste
estaba acondicionado por el suelo, por el capital, por la instrucción recibida,
por la herencia (e incluso, para él, existe una estrecha relación entre el
problema del capital y derivados de la herencia y la instrucción) y justamente
el trabajador carecía de estos elementos». El trabajo por lo tanto no era
libre, no existía la libre competencia y la unión entre los trabajadores era
imposible. También lo era entre los trabajadores y la patronal, por lo que
propone los primeros defiendan sus intereses, «uniéndose, tanto en el plano
interno del trabajo como en el supraestatal de la colaboración de clases»
(Bravo, 1976). Su esquema ideológico se apoya en un determinismo histórico de
raíz sansimoniana: «para nosotros, escribe en su Revista de los intereses
morales y materiales en 1844, es un principio que en el orden moral, lo mismo
que en el orden físico, todo aquello que debe suceder, como principio esencial
o consecuencia precisa, sucedió, sucede o sucederá». Distingue hasta cuatro
fases en la evolución de la humanidad y subraya así las consecuencias de la Revolución francesa:
«La mayoría de los escritores que han trazado la historia de la burguesía han
estado dominados por una fuerte prevención contra la nobleza. Creyeron que cada
victoria obtenida por la burguesía representaba un triunfo para el pueblo. Han
confundido a este último con la minoría de los ricos que se apodera del poder
arrancado a los nobles. De ahí el error que ha hecho llamar período de
libertad, de emancipación del pueblo, a lo que en realidad no era sino la
emancipación y la libertad de los poseedores del capital. De ahí también las
innumerables contradicciones de los economistas e historiadores que, creyendo
hacer la historia de las masas, se han limitado a trazar (...) el cuadro de los
nuevos privilegios obtenidos por las clases medias».
La lucidez lleva a de la Sagra a escribir en 1848:
«Las clases trabajadoras han dado la sanción revolucionaria a la doctrina
socialista, admitida hoy en el orden político como la base fundamental de la
política del futuro. Las doctrinas económicas que dominaban en las academias y
en las escuelas han sido condenadas por una revolución. La falsa ciencia,
condenada a priori por la razón, ha sido derribada por la opinión de las
masas». Sin embargo esta lucidez es temporal y no responde a una comprensión
coherente de la aparición del proletariado y del ideal socialista. Desengañado
tras sus tentativas para convencer al Gobierno español primero ya la Academia Francesa
de Ciencias Sociales después de sus alternativas, regresa a sus posiciones
místicas que nunca había abandonado totalmente, llegando a vincularse al
absolutismo. Dedicó especial atención a las reformas del sistema penitenciario
y a la enseñanza de ciegos y sordomudos en España. Entre sus obras destaca
especialmente una Historia física, política y natural de la isla de Cuba (12
vols, 1832-1855). Otras obras representativas son: Lecciones de economía social
(1840), Aphorismos sociales (1848), Artículos sobre las malas doctrinas (1859)
y El mal y el remedio (1859). El estudioso marxista Manuel Núñez de Arenas, escribió su
biografía, Ramón de la Sagra,
reformador social, publicada en 1924 por la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid.
No menos curiosa es la figura de Wenceslao Ayguals de Izco (Vinaroz,
1801-Madrid, 1875), que fue algo así como el equivalente español del novelista
socialutópico francés Eugene Sue,
célebre entonces por obras como Los misterios de París. Diputado en Cortes
durante varias legislaturas, en 1840 fue deportado a las islas Baleares por sus
ideas avanzadas. En 1843, Ayguals de Izco fundó la editorial la Sociedad literaria donde
se imprimieron la mayor parte de sus novelas de tono folletinesco y exaltación
de las clases pobres, de una gran influencia en su época: María o La hija de un
jornalero (1845-46), La marquesa de Bellaflor o El niño de la Inclusa (1846-47) y El
palacio de los crímenes o El pueblo y sus opresores (1855). Desde una posición
próxima a los socialistas utópicos --aunque su socialismo fue por lo menos bastante
discutible-- Ayguals toma en su obra una defensa apasionada de los pobres que
influyeron poderosamente en las clases populares. Dirigió el semanario
republicano La guindilla, fue editor y publicó varios periódicos. Fue autor
también de unas Páginas de enseñanza universal (1852), y de un monólogo teatral
con el título emblemático de El héroe de las barricadas (1854), que obtuvo un
gran éxito en Madrid y provincias.
Mucho más militante y radical fue Narcís Monturiol (Figueras,
1819-Barcelona, 1885), principal exponente del cabetismo catalán y célebre
inventor del submarino Ictineu (1859). Animó en el verano de 1847 la
constitución del grupo cabetiano catalán, año en que fundó La fraternidad,
«periódico de reorganización social, dirigido bajo los auspicios de M. Cabet
por Monturiol, y en el que se expresa la siguiente esperanza: «...y no dudamos
que, antes de verificar se la primera partida para Icaria, millares de
españoles moralizados e instruidos en el Sistema Icariano, llenos de fe y de entusiasmo,
vendrán con nosotros a acompañar al Reformador del siglo XIX que fundará el
reinado de Dios sobre la tierra». La fraternidad es suprimida por la censura en
1848, entonces el grupo crea El padre de familia en 1849 que, aunque utiliza un
tono mucho más moderado también es prohibido al año siguiente. En 1849,
Monturiol dio a conocer una obra, Reseña de las doctrinas antiguas y modernas,
en la que explica detalladamente los principios de las ideas de Cabet. En 1847
será el año de la aparición pública del grupo cabetiano en Barcelona: Narcís Monturiol, el principal
animador; los hermanos Ignacio y Pedro
Montaldo; el médico Joan
Rovira; el músico Josep
Anselm Clavé; los ampurdaneses Martí Carlé y Francesc Sunyer i Capdevila; el militar Francisco José Arellana. La Fraternidad será el
portavoz de este grupo. En 1848, Orellana y Monturiol publican la traducción
del Viaje a Icaria de Cabet.
Finalmente, este grupo se centrará
en la preparación del primer viaje a Icaria, la sociedad ideal que se ha de
construir en Tejas (EEUU), viaje en el cual participarán Joan Rovira e Ignacio
Montaldo. Las vicisitudes de esta accidentada experiencia de construir -una
sociedad ideal están recogidas en un excelente trabajo, desconocido todavía
debido al poco interés que sigue suscitando entre nosotros las aportaciones del
exilio republicano, Pels camins d'utopia (Por los caminos de la utopía), de Josep Soler Vidal, editado en México
en 1958.
El cabetismo atrajo a Monturiol y al
grupo catalán por su doble carácter, pacífico y culturalista en los medios y
radical igualitario en sus fines. En su aplicación, Monturiol no dejó de
imponerle una impronta realista e inmediata, fruto de sus preocupaciones
inmediatas. Es profundamente antimonárquica (“¿Pensáis que los pueblos
sometidos a las monarquías creen en el derecho de los reyes? No; los pueblos
callan y obedecen, porque el rey la fuerza, y contra la fuerza, ni los pueblos,
ni los niños tienen nada que decir; se someten y obedecen. ¿Creéis vosotros que
sí la Humanidad
discurriese y tuviese desarrollados los sentimientos elevados, habría un solo
monarca en toda la redondez de la tierra?»), anticlerical e igualitario: «Edad
hermosa, escribe qué vemos ante nosotros y qué los espíritus raquíticos y
poseedores de lo que el mundo llama riquezas y poder, se esfuerzan en retardar,
combatiendo sin tregua r para perpetuar la situación actual, situación
aflictiva para todos, para los ricos y para los pobres. Los sentimientos r
proclaman la igualdad...». Puig i Pujades" (Josep), Vida d'heroi Narcis Monturiol,
inventor de la navegació submarina, Barcelona, 1918; Riera i Tèbols (S), Narcís
Monturiol. Una vida apasionant, una obra apassionada (Barcelona,, 1986). El
cine catalán le dedicó una epopeya tan esforzada como frustrante: Monturiol, El
senyor del mar (1992), guión y dirección de Francesc Bellmunt, protagonizado
por Abel Folk, Jordi Bosch, etc.
En la misma onda se situó el
inquieto Joan Rovira (Barcelona?-Nueva
Orleáns, 1849), médico barcelonés que tuvo una experiencia dramática en la
primera expedición icariana dirigida por el propio Cabet. Sus actividades se
iniciaron en el republicanismo catalán en el que comienza a destacar en 1842
como orador. Fue uno de los animadores del grupo cabetiano catalán en 1847. En
1848, vendió todos sus bienes, dejó a su mujer que estaba embarazada en manos
de sus compañeros, y embarcó para Nueva Orleáns, para formar parte de la
comunidad. Cuando las contradicciones internas hicieron imposible la
convivencia en ésta, Rovira fue uno de los adversarios de Cabet al que acusó de
«haber engañado y abandonado las dos primeras avanzadas...». Este drama le
llevó a suicidarse delante de su mujer, adelantándose al fracaso del grupo que
brillaría en otras actividades...
El más activo y formado de los
primeros socialistas españoles fue Fernando
Garrido (Cartagena, 1821-Córdoba, 1883), quien a los 18 años se
trasladó con su familia a Cádiz. Educado en un medio liberal, participa
activamente en la política republicana en Madrid, donde había llegado en 1841.
Influenciado por el grupo furierista gaditano, comenzó a dirigir en 1845 el
periódico La atracción, con el que se propagaron las primeras ideas furieristas
en España, que Garrido compartía con otras influencias, entre ellas la de Owen.
Fue director y redactor de diversos periódicos, prohibidos sistemáticamente por
la autoridad. También participó en la organización secreta republicana
"Los hijos del pueblo". En 1850 fue condenado por su folleto Defensa
del socialismo --el primer programa socialista escrito por un español-- a
54.000 reales de multa y a un mes de cárcel por cada mil reales que no pudiese
pagar. Marchó exiliado a Inglaterra (1851), y actuó como delgado español en el
comité por la democracia europea, junto con Ledru-Rollin, Ruge,
Kossuth y Mazzini.
Garrido también estudió el
movimiento cooperativo británico. Regreso defendiendo con entusiasmo el sistema
de Rochdale, pero aquí las circunstancias eran distintas, el problema básico
seguía siendo la revolución democrática. Colaboró con Cervera en la publicación
de diversos folletos como El eco de las barricadas y La república democrática
universal (1855), que le acarreó nuevos problemas con el poder. Republicano,
aunque siempre próximo a los ideales socialistas, Garrido se distanció de la
evolución radical-anarquista que tomaría el primer movimiento obrero organizado
en España. Conoció personalmente a Bakunin pero no se sintió atraído por sus
ideas, también prestó cierta atención al marxismo. Saludó con simpatía la Internacional y la
defendió como diputado progresista en las Cortes. Escudado en el seudónimo de
Alfonso Torres Castilla, escribió varias obras, entre ellas, Historia de las
persecuciones religiosas (1864), y con su propia nombre, Historia de las
asociaciones obreras en Europa (1864; editada en cuatro tomos por ZYX, en la
mitad de los años setenta), y una biografía de su amigo Sixto Cámara. Instalado
en París, escribió La España
contemporánea (1865-67), traducida en varios idiomas, y La humanidad y sus
progresos (1867), condenada por el obispo de Barcelona. De nuevo en España,
publicó su obra más influyente, Historia del reinado del último Borbón de
España (1868-69), un sólido alegato republicano. Dirigió el periódico La
revolución social (1871), y ocupó en cargo en Filipinas con ocasión de la Primera República.
La restauración monárquica le llevó de nuevo al exilio. Una buena de sus
escritos es La federación y el socialismo, precedida por un estudio exhaustivo
de Jordi Maluquer Motes (Ed. Mateu, col. Maldoror, Madrid, 1977), pero el
trabajo más completo es el de Eliseo Aja, Democracia y socialismo en el siglo
XIX español. El pensamiento político de Fernando Garrido (Cuadernos para el
diálogo, Madrid, 1976).
En esta lista no podía faltar por
supuesto, Sixto Sáenz de la Cámara (Milagro,
Navarra, 1825-Olivenza, Badajoz, 1856), escritor y político sociautópico
español. Fue con La Sagra
la figura más sugestiva del primer socialismo español. Empezó a colaborar con
el periodismo en 1842. En 1846 conoció a Fernando Garrido, amigo y
correligionario furierista que años más tarde escribió una Biografía de Sixto
Cámara. En 1849 fundó el diario La reforma económica, que más tarde fusionó con
El Amigo del Pueblo de Garrido creando entre ambos La asociación y durante el
«bienio progresista, (1854-1856) dirigió La soberanía nacional, combatió el
gobierno que desvirtuaba la revolución al conferirle un carácter meramente
político.
En 1848, Sixto Cámara proclamó en el
periódico La organización del trabajo, que la política muere sin remedio, más
tarde amplió esta tesis en su obra El espíritu moderno, donde afirma: «Ahora
los individuos no toman el rango en el orden industrial, social y político,
sino, poned, mucho cuidado, por el dinero. La instrucción o el favor suponen
positivamente medios y fortunas. La fortuna, faltando una buena organización de
intereses, no se transmite en general sino por nacimiento y las alianzas.
Resulta de aquí que, a pesar del liberalismo metafísico del derecho nuevo; a
pesar de la instrucción legal del derecho antiguo, del derecho nobiliario; a
pesar de la igualdad constitucional de los ciudadanos ante la ley; a pesar de
todo, el orden de cosas de hoy no es todavía sino un orden aristocrático; un
orden de grandes diferencias, no de principios y de derecho, más sí de hecho y
le mismo se me da»... Escribió una crítica al libro de Thiers, La propiedad,
con el título de La cuestión social donde introduce la denuncia de las «siete
verdades en estado de mentiras; libertad, igualdad, progreso, orden, derecho
del hombre, producto del trabajo y propiedad»; otras obras suyas son, La
cuestión social y Guía de la juventud (algunos de sus escritos ocupan el
capítulo del libro. Elorza, 1970). Militante comprometido, Sixto Cámara trató
en 1856 de organizar en Andalucía la resistencia contra el golpe de O'Donnell y
murió poco después de agotamiento cerca de la frontera portuguesa mientras que
su compañero fue fusilado.
Su nombre ha sido retomado y
popularizado por el escritor Manuel
Vázquez Montalbán (fue uno de los pseudónimos por él utilizados
en la escritura de textos periodísticos) en la época del tardofraqnuismo,
cuando se publicó la obra (Socialismo
utópico español, Alianza Editorial, Madrid, 1970.) del primer Antonio
Elorza (historiador y militante comunista) que ordenaba los escritos utópicos
españoles según criterios cronológicos y de afinidad doctrinal, y que sigue
siendo una obra de consulta obligada.
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