Ingrid Bergman, el modelo de “la mejor actriz”
El tiempo pasa también
en el cine. El mismo cine ha pasado desde la sala oscura a la “caja tonta”, y
aunque se dice que se ven más películas que nunca, ya no es lo mismo. El
misterio y la fascinación ya no eran igual. El mejor cine fue en blanco y
negro, expresión única de una época dorada, pero hasta hace poco en los
videoclub te advertían cuando cogía una que “no era
en color”. Por lo tanto es posible que mucha gente joven que descubre el cine no tenga una idea muy precisa de quien fue esta actriz, una mujer que conseguía que con solamente la evocación de su nombre arrancar la sonrisa de un hermoso recuerdo.
en color”. Por lo tanto es posible que mucha gente joven que descubre el cine no tenga una idea muy precisa de quien fue esta actriz, una mujer que conseguía que con solamente la evocación de su nombre arrancar la sonrisa de un hermoso recuerdo.
Ingrid Bergman se
instaló en Hollywood, donde su carrera prosiguió durante seis años, modelada de
forma directa o en la sombra de David SeIznick, contra el cual no tardó en
sublevarse contra los gustos y exigencias de su mentor. Exigió papeles más
duros, siendo el primero el de lvy, la encargada de bar en El extraño caso del
Dr. Jekyll (1941). Desde
entonces, alternó de forma sistemática los papeles perversos y virtuosos,
pasando desde melodramas fallidos La exótica (con Gary Cooper) a muy seráfica Las campanas de
Santa María, pasando por dos obras mayores
del maestro Hitchcock Recuerda pero sobre todo Encadenados, una
de las películas más perturbadoras
de la historia del cine, pasando por la igualmente antifascista (y amputada)
Arco de triunfo así como
por la grandilocuente Juana de Arco, que
fue no de sus mayores fracasos. Mostró sus dotes para el cine
“noir” en títulos como Alma en la sombra, El extraño caso del Dr. Jekyll, Arco
de triunfo o Atormentada,obras que tejen a su alrededor mundos
llenos de trampas, y la convierten en frágil víctima de largas pesadillas o en
una hedonista apática, abocada a la degradación.
No obstante, rechazando
el contraste sin matices, en dos obras tan emblemáticas del antifascismo más
elaborado de su tiempo como Casablanca o la citada Encadenados, Ingrid borda
papeles en los que emerge con una sutileza más europea, la indecisión moral del
personaje bergmaniano, o sea con su propio toque personal. En ellos, se debate
entre dos antagonistas masculinos, desarraigada, arrojada a un turbio contexto
cosmopolita. Es un juguete en manos de unas fuerzas que la rebasan, la
protagonista ambivalente de unos dramas históricos, en los que el egoísmo y la
razón política no están jamás claramente diferenciados, y en los que sacrificio
no significa ya necesariamente redención. A finales de los años cuarenta,
Ingrid Bergman era la actriz europea más popular de HollyWood, quizás menos
mítica que sus rivales inmediatas, Garbo y Dietrich, pero su maleabilidad, su
gusto por la composición su contacto continuo con el teatro le permitió obtener
una considerable independencia.
La Bergman no sería la misma sin el período
Rossellini, iniciado en 1949, con un sonado “escándalo” que hoy hubiera dado risa,
pero que mostró los lazos afectivos entre Ingrid Bergman y el público. Empujada
a la fuerza a emprender una nueva carrera, la actriz se aventuraría, de la mano
del citado director, a explorar líneas narrativas más abiertas. Las películas
de esta etapa (de las que tres relatan curiosamente la descomposición de una
pareja) no fueron sin embargo tanto una refutación de la mitología
hollywoodiense de Ingrid Bergman, como una desnaturalización de ésta. Todas
ellas explotaban en efecto, su reciente pasado la tentación de la entrega a los
demás de una burguesa en crisis en Europa 51, el infierno conyugal de
Stromboli y Angst, tan cercanos a los sufrimientos de Luz que
agoniza,un título cuyo
significado último fue incorporado al saber popular: “M estas haciendo luz de
gas”, o sea quieres que me vuelva loca, algo más común de lo que pueda parecer
con tanto santo varón suelto. Pero la forma de interpretar de
la actriz, siempre muy ajustada y racional se casaban mal a los métodos de un
director que buscaba un incierto término medio entre naturalismo y drama
burgués. Así, su trabajo se desecaba, y dejaba entrever la tensión y una
tendencia inédita al histerismo; todo ello quedó recogido en esa muestra de
cine-verdad que fue Viagio in Italia, conocida aquí como Te querré siempre. De
hecho, un prólogo al mejor cine de Antonioni.
Después seis años de
inquietante esplendor, Ingrid Bergman regresó al Hollywood más tradicional con
Anastasia, casi una película de ciencia-ficción monárquica vehículo construido a su medida
para explotar todas las facetas de su talento de manera que hasta le dieron un
Oscar que había merecido mil veces más por otras como Encadenados. Los
siguientes filmes no tendrán ni el lirismo, ni la perfidia ni la fantasía de
los que hizo en los años cuarenta. Bergman
recuperó parcialmente el tiempo perdido, Hollywood era una sobra de lo que
había sido, la propaganda campaba por sus respeto, y la Bergman tuvo que
apañársela con personajes de una pieza, tan buenísimos como El albergue de la
sexta felicidad, y algún que otro que, por más que pueda tener algún encanto (y
pienso en Indiscreta), no merecían a una actriz como ella.
El último gran recuerdo
suyo será a los 63 años con Sonata de
otoño su
mejor papel desde el final de la etapa Selznick, y rodado con el otro Bergman
en Suecia, todo un triple salto mortal. Con un valor inusual a la mirada
escrutadora de lngmar Bergman, trazó, con la complicidad del director, un
personaje rico en matices y ambigüedades oscuras, logrando una de las
creaciones más equilibradas y conmovedoras de su carrera. Luego interpretó
algunos papeles para la televisión, entre ellos un insufrible “biopic” de la
sionista de Golda Meir, un patético epitafio para una carrera que conoció dos
fase esplendorosas, os cuarenta en Hollywood, y los siguientes en Italia de la
mano de Rossellini.
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