Paul Newman, un guapo con talento
Alguien
ayudó a Paul Newman a un buen morir. A un actor que se distinguió con varios
títulos inconformistas y memorables, y que, según los diarios, llevó una vida
marcada por el compromiso social. Que trató de ser solidario.
A finales de los años 50, principios de los 60, las películas de Paul Newman arrasaban en las taquillas, en Barcelona hasta las más convencionales (La ciudad contra mí, de Vincent Sherman), permaneció casi medio año en cartel, cuando se hablaba de él en presencia de las chicas, siempre habían algunas que gritaban o realizaban exclamaciones que los más antiguos consideraban cosas de hombres. En líneas generales, la carrera de Paul Newman podía dividirse entre antes y después de El buscavidas, obra redonda del marxista Robert Rossen: antes era muy dado a sobreactuar (y lo siguió haciendo cuando los directores se lo permitían), y después se mostró mucho más contenido, y con el tiempo fue madurando y ganando, distinguiéndose además por mostrarse mucho más riguroso y selectivo en la elección de papeles a lo que pudo ser Marlon Brando, sin duda su primer modelo junto con el meteórico James Dean.
A finales de los años 50, principios de los 60, las películas de Paul Newman arrasaban en las taquillas, en Barcelona hasta las más convencionales (La ciudad contra mí, de Vincent Sherman), permaneció casi medio año en cartel, cuando se hablaba de él en presencia de las chicas, siempre habían algunas que gritaban o realizaban exclamaciones que los más antiguos consideraban cosas de hombres. En líneas generales, la carrera de Paul Newman podía dividirse entre antes y después de El buscavidas, obra redonda del marxista Robert Rossen: antes era muy dado a sobreactuar (y lo siguió haciendo cuando los directores se lo permitían), y después se mostró mucho más contenido, y con el tiempo fue madurando y ganando, distinguiéndose además por mostrarse mucho más riguroso y selectivo en la elección de papeles a lo que pudo ser Marlon Brando, sin duda su primer modelo junto con el meteórico James Dean.
De
origen trabajador, nacido en el seno de familia judía de origen alemán, y algo
de ello se transmite en su telefilme La
caja oscura, de 1980 y que aquí se distribuyó en formato video, y
que narraba una trágica historia familiar que había sobrevivido parcialmente de
Auschwitz. Se trataba de drama contenido, bastante diferente a otros de tinte
sionista. Sus padres dirigían un almacén de artículos deportivos, según parece
hizo teatro en la escuela pero no demostró demasiado interés, de manera que a
los 19 años se alistó en la
Marina. De regreso de la vida militar estudió economía y
comenzó a dar sus primeros pasos en el teatro de aficionados, donde conoció a
su primera esposa. Al morir su padre heredó el negocio familiar pero tuvo que
venderlo porque no podía hacerse cargo de él; el teatro ocupaba toda su
actividad. Luego se trasladó a Nueva York para entrar en el famoso Actor's
Studio con el objetivo de convertirse en director pero su aspecto físico lo
llevaron a la escena. Fue en esta escuela donde conoció a Joanne Woodward que
pasará a ser su gran amor, un amor de toda la vida, y marcado por pruebas que a
otros no se les presentaban. Con Joanne tuvo tres hijos y rodó 12 películas,
algunas buenas como Esperando a Mr. Bridge, una de las
mejores de James Ivory, otras más bien malas.
Debutó
en el cine con El
Cáliz de plata (1954)
una película tan mala que cuando se estrenó en televisión el propio Newman
publicó un anuncio en la prensa pidiendo disculpas, además, tomó tal fijación
con ella que repitió su desdén casi en cada entrevista. Sin embargo, esta
apreciación merece ser matizada. Primero porque luego hizo películas mucho
peores como El premio, 500 millas o Samantha.
Segundo, aunque el tema era una irrisoria vida de santos y mártires en la línea
de La túnica sagrada, la película sobresale por una ambientación
realmente sorprendente, subyugante. Por otro lado, Victor Saville era un
director interesante, y según contaría su compañera de reparto, Virginia Mayo,
declaró que buena parte del metraje se había quedado en la sala de montaje, de
manera que los personajes más interesantes, como el de Simon el Mago (Jack
Palance), aparecen totalmente desquiciados. Tampoco merecería más interés Traidor a su patria (1957), que cuenta una historia
similar a la de El
mensajero del miedo, pero su director, Arnold Laven, no tenía ni la
mitad del talento de John Frankenheimer. Por otro lado, la trama psicológica
esconde un vulgar alegato anticomunista que cuando se estrenó aquí tardíamente,
al socaire del prestigio del protagonista, a algunos nos supo a tonta y reaccionaria,
indigna.
Alcanzó
el estrellato en 1957 con Marcado
por el odio, de Robert Wise (responsable de la magistral Nadie puede vencerme, uno de los
mejores papeles de Robert Ryan), y se basa en la “biografía” de Rocky Graziano.
Aunque viendo la versión que realizó del mismo personaje Martin Scorsese en Toro salvaje [Nota de Molodoi64: realmente Toro Salvaje
trata la vida de Jake La Motta],
puede parecer con toda razón que se trata de un “biopic” edulcorado un poco a
lo Rocky, que la tomó
como modelo. No obstante, aquí se estrenó varios años después y gracias a la
fama adquirida por Paul Newman que volvió a trabajar con la dulce, bella y
modesta Pier Angeli (Paul ya había compartido el cáliz con ella), y además con
numerosos cortes de la censura, sobre todo en lo referente a la descripción de
su vida familiar. A continuación trabajó en un par de títulos olvidables, Mujeres culpables (1957) de la mano de Robert Wise y en
la que se cuenta un melodrama criminal en un contexto de mujeres solas con
maridos en la guerra, y a continuación lo hizo al lado de Ann Blyth en Para ella un solo hombre. Dirigida
por el veterano Michael Curtiz narraba la biografía de la cantante Helen Morgan
que, cuando se encontraba ya en las puertas de Hollywood sufrió una decepción
amorosa que le llevó al alcoholismo... Es bastante probable que una revisión de
sus versiones integras nos permita otra impresión.
Newman
volvió a gozar de las mieles del éxito de la mano de Richard Brooks en sendas
adaptaciones de Tennesse Williams, empezando por La gata sobre el tejado de zinc,
que aquí se convirtió en una película “mítica”, aunque los espectadores no se
enteraron de algo fundamental, a saber, que el hombre que desdeñaba las
encendidas insinuaciones de Elizabeth Taylor en su esplendor no lo hacía por el
luto que guardaba por el amigo muerto, sino porque estaba enamorado de él. Le
siguió Dulce pájaro de juventud,
no menos intensa y escabrosa que la anterior, amén de un éxito que le ligaban y
le equiparaban con el Marlon Brando de Un tranvía llamado deseo, y con un
autor tan osado e inquietante como Tennesse Williams, éxitos que de paso
contribuyeron a que este autor se pudiera pasear por los escenarios de los
teatros españoles desafiando las agobiantes normas de la censura. Entre las
cosas que se puede decir de las adaptaciones cinematográficas de las obras de
Tennesse Williams es que aquí llevaron una dura pelea contra el provincianismo
franquista, y amplió el listón de lo permitido hasta exigencias muchos más
altas. Algo de Williams hay en la versión que Arthur Penn hizo del mito de
Billy el Niño en El
zurdo, otra “parábola homosexual” cuyas claves fueron debidamente
recortadas por la censura de manera que apenas si pareció un “western” un poco
raro.
Y ya
que estamos en ello, podemos decir que la contribución de Newman al género del
“western” no fue demasiado brillante. Llegó tarde a éste, cuando todavía no se
había recuperado del espasmo del eurowestern. El presunto toque demistificador
que John Huston le confirió a El
juez de la horca, la historia del juez Roy Bearn, interpretado por
el gran Walter Brennan en El
forastero, de William Wyler, hizo que rememoramos con nostalgia la
versión clásica. Mucho mejor sería Hombre,
uno de las dos que Paul Newman interpretó para Martin Ritt. Pero aun tratándose
de una película muy proindia, que tiene la virtud de situar en la cabeza de una
serie de “malos” tan perversos como el que encarna Richard Boone, a una pareja
de hipócritas burgueses (Fredric March, Barbara Rush), y de poseer otros
elementos de interés, se trata de una película que parece totalmente orientada
a ilustrar una tesis radical, y la verdad, situados en el mismo terreno, uno
prefiere con mucho La
puerta del diablo, de Anthony Mann, a pesar del imposible Robert
Taylor, tan poco indio como Paul Newman. La otra, el “remake” del Rashomon de Akira Kurosawa, también dirigida
por Martin Ritt, y titulada Cuatro
confesiones, todavía resiste menos la comparación con el original,
aparte de eso se trata de una de las peores interpretaciones de Paul Newman...
Por otro lado, creo que Dos
hombres y un destino no
ha aguantado bien el paso del tiempo, y mucho menos El golpe, hechas junto con Robert
Redford y con Robert Redford, me parecen como una especie de “vamos hacer un
western” o “una de gángsters”, y se hace una combinación de elementos con
talento y dinero pero sin inspiración. Me da la sensación de que los
responsables se han fijado más en otras películas y no se han preocupado por
contar algo que además de muy entretenido y somático, resulte auténtico. Newman
hizo con su director, El
Castañazo, que no ha pasado precisamente a la historia. Sobre Buffalo Bill y los indios (1976), de Robert Altman, en la que se
pone de vuelta y media a mítico “Poney Express”, no creo que se pueda decir
muchas más cosas pues, que al parecer, una película fue la que se vio en el
Festival de Cannes donde fue premiada, y otra la que vimos aquí, con un montaje
que fue rechazado por Altman, con el que Newman protagonizó una cosa llamada “Quintet”
o algo así con Fernando Rey y Vittorio Gassman que el descifrador que la
descifre buen...
Paul
Newman tuvo que tener una gran afinidad con Martin Ritt con el que comenzó a
trabajar en una imposible adaptación de William Faulkner en Un largo y cálido verano, también
su primer trabajo con Joanne Wooward, y con el concurso de un apabullante Orson
Welles y Tony Franciosa. Fue un éxito considerable, y cuenta con buenos
momentos, pero el lector de Faulkner no puede por menos que notar que se trata
de una versión digerible, ajena totalmente al original. Tampoco las siguientes
se cuentan entre las mejores, ni del actor ni del director. Cuando se tiene 20 años, es un
lamentable “biopic” del Ernest Hemingway joven con un Paul Newman haciendo el
número y el inefable Richard Beymer (el niñato que casi logra estropear West Side Story) encarnando al
autor de París era una fiesta; puesto en biografías prefiero la que ofrece el
támden Henry King-Gregory Peck en Las
nieves del Kilimanjaro. Siendo mucho mejor Hud (1963), un drama psicológico situado
en la Norteamérica
profunda que cuenta con buenas composiciones de los veteranos Melvin Douglas
(al que dieron un Oscar) y Patricia Neal (así como Brandon de Wilde), no
obstante me pareció como si Newman hubiera querido hacerse un traje a la
medida, aunque la película contiene los suficientes elementos amargos como para
decepcionar al público menos exigente. Paris
blue me parece digna
de olvidar si no fuese por los números de jazz.
Aunque
pueda parecer mentira, en la superproducción Éxodo (1960), colaboraron algunos de los artistas
de izquierdas más coherentes de Hollywood comenzando por Dalton Trumbo que
acababa de hacer lo propio con Espartaco, aunque esta vez no adaptó la obra de
un escritor comunista como Howard Fast, sino de un buen exponente de la extrema
derecha, Leon Uris, identificado más tarde como un repulsivo colaborador de la CIA. Fue dirigida por
Otto Preminge, quien logró que Trumbo apareciera en los títulos de créditos, y
que se había distinguido como un cineasta en constante enfrentamiento contra
las censuras. Pero Preminger demostró una capacidad mucho mayor en el cine
“negro” (ahí están joyas como Laura y Anatomía de un asesinato, dignas
de Fritz Lang). Es cierto que la película no gustó a las autoridades sionistas
porque la trama no escondía la actuación de una fracción sionista terrorista, a
la que el autor trata de explicar a través del personaje de Sal Mineo. Ni que
decir tiene que, como cine, la película engancha. Y si desconoces que los
palestinos estaban en sus tierras, y además, que no tuvieron nada que ver con
la Shoah (más bien al contrario, acogieron judíos perseguidos, lo que no
hizo los Estados Unidos), hasta te puede gustar. Pero sí estas informado, el
asunto del buen palestino colaborador (John Derek, el Josué de Los
10 mandamientos) repugna y mucho. De hecho, Éxodo puede verse como una clara
manifestación de la ceguera de la izquierda norteamericana de origen judío,
parte de la cual acabó tirando por la borda sus antiguos ideales como sería el
caso de Howard Fast.
Mucho menos exitosa sería la mejor de sus películas, El buscavida (1961), el testamento de Robert Rossen, una de las víctimas de la “caza de brujas” más controvertida que, después de un exilio europeo, regresó a los Estados unidos para realizar antes de fallecer dos películas para la historia del cine, Lillith, uno de los más penetrantes encuentros entre la psiquiatría y el cine, y esta obra de “perdedores” que contiene una profundísima carga contra la ideología burguesa tratada como lo que es: una enfermedad. Aquí Paul Newman encontró el papel de su vida secundado por un equipo actoral que brilla igualmente a una gran altura y en el que cabe distinguir a Piper Laurie (que no gozó de oportunidades semejantes ni antes ni después), Jackie Gleason, y George S. Scott. Se trata de un título perfectamente asequible, por la mula se baja en poco tiempo, quedaría perfecta para una buena sección de cine-club ya que contentaría por igual a los “puristas” del cine como a los que nos interesa igualmente saber a dónde dan las películas. Está da directamente en el estómago del sistema, aunque no todo el mundo lo puede percibir, de ahí que aquí fuera estrenada sin problemas. Como es sabido, ésta era la película favorita de Paul Newman, hasta el punto de empeñarse en una continuación con el mismo personaje en compañía de Tom Cruise y con Martin Scorsese detrás de la cámara. El empeño se llamó El color del dinero, su afán crítico resulta mucho más evidente, pero como suele ocurrir en estos casos, la comparación con el original no resultó como había resultado con Toro salvaje...
Mucho menos exitosa sería la mejor de sus películas, El buscavida (1961), el testamento de Robert Rossen, una de las víctimas de la “caza de brujas” más controvertida que, después de un exilio europeo, regresó a los Estados unidos para realizar antes de fallecer dos películas para la historia del cine, Lillith, uno de los más penetrantes encuentros entre la psiquiatría y el cine, y esta obra de “perdedores” que contiene una profundísima carga contra la ideología burguesa tratada como lo que es: una enfermedad. Aquí Paul Newman encontró el papel de su vida secundado por un equipo actoral que brilla igualmente a una gran altura y en el que cabe distinguir a Piper Laurie (que no gozó de oportunidades semejantes ni antes ni después), Jackie Gleason, y George S. Scott. Se trata de un título perfectamente asequible, por la mula se baja en poco tiempo, quedaría perfecta para una buena sección de cine-club ya que contentaría por igual a los “puristas” del cine como a los que nos interesa igualmente saber a dónde dan las películas. Está da directamente en el estómago del sistema, aunque no todo el mundo lo puede percibir, de ahí que aquí fuera estrenada sin problemas. Como es sabido, ésta era la película favorita de Paul Newman, hasta el punto de empeñarse en una continuación con el mismo personaje en compañía de Tom Cruise y con Martin Scorsese detrás de la cámara. El empeño se llamó El color del dinero, su afán crítico resulta mucho más evidente, pero como suele ocurrir en estos casos, la comparación con el original no resultó como había resultado con Toro salvaje...
Harper (1966) me gustó mucho en su
día, pero una vez revisada se nota la falta de talento de su director Jack
Smigth que luego nunca más realizó una película de interés; aunque mucho menos
conocida, creo que Con
el agua al cuello, de Stuart Rosenberg, que retoma el mismo
personaje, es bastante mejor. El mismo año, Paul Newman tuvo la fortuna de
trabajar con un penúltimo Alfred Hitchcock en Cortina
rasgada junto con
Julie Andrews, una película propia de la “guerra fría”, de aquellas que veían
la paja en el ojo ajeno, lo que cual no quita que sea tan apasionante como lo
son hasta la más flojas del maestro. Ye me referido ampliamente a La leyenda del indomable, de
Stuart Rosenberg, en un artículo sobre el cine carcelario para Kaosenlared, y ésta,
si no está entre las mejores, sí es bastante buena y don Pablo está
impresionante... Su segundo filme realizado parece que está hecho para
desmontar la idea de un Paul Newman progresista. Se trata de la infumable Casta invencible,
que seguramente permite más de una lectura, pero a mí me pareció una película
que anteponía la unión familiar a la solidaridad de clase, aunque seguramente
la tendría que volver a ver, además parece que Newman se puso detrás de la
cámara porque la peli se quedó sin
director. La verdad es que los 70 no fueron especialmente interesantes en la
carrera de Newman. Anotemos títulos olvidables como la frustrante Los indeseables, de Stuart
Rosenberg, donde trabajo con Lee Marvin; El
hombre de Mackintosh, de John Huston, que tiene su punto a lo John
Le Carré aunque no llega a otra de Huston sobre los asuntos sucios de la
“guerra fría”, La
carta del Kremlin, aunque está lejos de ser un filme despreciable, y
se recuerda por la calidad de sus interpretes, aparte de Newman, el inmenso James
Mason y una muy idónea Dominique Sanda. En esta época, Newman realizó dos
películas-homenaje a dos personajes femeninos interpretados por Joanne
Woodward, Rachel, Rachel, y El efecto de los rayos gammas sobre las
margaritas, dos pequeñas joyas de un cine feminista e intimista que
dejaron patente su talento como realizador.
Esta
era una película digna para un adiós, pero Newman siguió trabajando, aunque
desde entonces se mostró muy cuidadoso en sus elecciones. Entre sus grandes
trabajos de esa fase destacan dos de los mejores de Robert Benton como
realizador, Ni un pelo de tonto,
donde hasta Bruce Willis está bien, y A
caer el sol, un “noir” de primera, con un Harper cansado y de vuelta
de todo, y en la que estuvo flanqueado por Susan Sarandon y Gene Hackman.
Aquejado de un cáncer de pulmón desde principios de 2008, se sometió al tratamiento
de quimioterapia, el cual no fue efectivo. Paul Newman tomó la decisión de
pasar sus últimos días junto a su familia, hasta su fallecimiento facilitado
según todos los indicios... Fue un señor privilegiado que dice que llevó muy
mal el ser uno de los hombres más envidiado del planeta, el escogido para que
la amiguita de Emmanuelle se hiciera la “manola” femenina más
famosa de la historia del cine. Para él hubo una sola mujer, doña Joanne
Woodward, y será recordado también por su sencillez, su actitud profesional
lejos de toda la basura mediática que rodea el cine, y según he leído en
diversas ocasiones, un señor que estaba en contra de las injusticias y que
desde sus medios trató de ayudar a los últimos. Supongo que todo esto habría
que verlo, pero lo que está fuera de duda es que su nombre figura en algunas de
las mejores películas de la segunda mitad del siglo XX.
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