miércoles, 8 de junio de 2016

Paul Newman, un guapo con talento



Paul Newman, un guapo con talento
Alguien ayudó a Paul Newman a un buen morir. A un actor que se distinguió con varios títulos inconformistas y memorables, y que, según los diarios, llevó una vida marcada por el compromiso social. Que trató de ser solidario. 

A finales de los años 50, principios de los 60, las películas de Paul Newman arrasaban en las taquillas, en Barcelona hasta las más convencionales (La ciudad contra mí, de Vincent Sherman), permaneció casi medio año en cartel, cuando se hablaba de él en presencia de las chicas, siempre habían algunas que gritaban o realizaban exclamaciones que los más antiguos consideraban cosas de hombres. En líneas generales, la carrera de Paul Newman podía dividirse entre antes y después de El buscavidas, obra redonda del marxista Robert Rossen: antes era muy dado a sobreactuar (y lo siguió haciendo cuando los directores se lo permitían), y después se mostró mucho más contenido, y con el tiempo fue madurando y ganando, distinguiéndose además por mostrarse mucho más riguroso y selectivo en la elección de papeles a lo que pudo ser Marlon Brando, sin duda su primer modelo junto con el meteórico James Dean.
De origen trabajador, nacido en el seno de familia judía de origen alemán, y algo de ello se transmite en su telefilme La caja oscura, de 1980 y que aquí se distribuyó en formato video, y que narraba una trágica historia familiar que había sobrevivido parcialmente de Auschwitz. Se trataba de drama contenido, bastante diferente a otros de tinte sionista. Sus padres dirigían un almacén de artículos deportivos, según parece hizo teatro en la escuela pero no demostró demasiado interés, de manera que a los 19 años se alistó en la Marina. De regreso de la vida militar estudió economía y comenzó a dar sus primeros pasos en el teatro de aficionados, donde conoció a su primera esposa. Al morir su padre heredó el negocio familiar pero tuvo que venderlo porque no podía hacerse cargo de él; el teatro ocupaba toda su actividad. Luego se trasladó a Nueva York para entrar en el famoso Actor's Studio con el objetivo de convertirse en director pero su aspecto físico lo llevaron a la escena. Fue en esta escuela donde conoció a Joanne Woodward que pasará a ser su gran amor, un amor de toda la vida, y marcado por pruebas que a otros no se les presentaban. Con Joanne tuvo tres hijos y rodó 12 películas, algunas buenas como Esperando a Mr. Bridge, una de las mejores de James Ivory, otras más bien malas.
Debutó en el cine con El Cáliz de plata (1954) una película tan mala que cuando se estrenó en televisión el propio Newman publicó un anuncio en la prensa pidiendo disculpas, además, tomó tal fijación con ella que repitió su desdén casi en cada entrevista. Sin embargo, esta apreciación merece ser matizada. Primero porque luego hizo películas mucho peores como El premio, 500 millas o Samantha. Segundo, aunque el tema era una irrisoria vida de santos y mártires en la línea de La túnica sagrada, la película sobresale por una ambientación realmente sorprendente, subyugante. Por otro lado, Victor Saville era un director interesante, y según contaría su compañera de reparto, Virginia Mayo, declaró que buena parte del metraje se había quedado en la sala de montaje, de manera que los personajes más interesantes, como el de Simon el Mago (Jack Palance), aparecen totalmente desquiciados. Tampoco merecería más interés Traidor a su patria (1957), que cuenta una historia similar a la de El mensajero del miedo, pero su director, Arnold Laven, no tenía ni la mitad del talento de John Frankenheimer. Por otro lado, la trama psicológica esconde un vulgar alegato anticomunista que cuando se estrenó aquí tardíamente, al socaire del prestigio del protagonista, a algunos nos supo a tonta y reaccionaria, indigna.
Alcanzó el estrellato en 1957 con Marcado por el odio, de Robert Wise (responsable de la magistral Nadie puede vencerme, uno de los mejores papeles de Robert Ryan), y se basa en la “biografía” de Rocky Graziano. Aunque viendo la versión que realizó del mismo personaje Martin Scorsese en Toro salvaje [Nota de Molodoi64: realmente Toro Salvaje trata la vida de Jake La Motta], puede parecer con toda razón que se trata de un “biopic” edulcorado un poco a lo Rocky, que la tomó como modelo. No obstante, aquí se estrenó varios años después y gracias a la fama adquirida por Paul Newman que volvió a trabajar con la dulce, bella y modesta Pier Angeli (Paul ya había compartido el cáliz con ella), y además con numerosos cortes de la censura, sobre todo en lo referente a la descripción de su vida familiar. A continuación trabajó en un par de títulos olvidables, Mujeres culpables (1957) de la mano de Robert Wise y en la que se cuenta un melodrama criminal en un contexto de mujeres solas con maridos en la guerra, y a continuación lo hizo al lado de Ann Blyth en Para ella un solo hombre. Dirigida por el veterano Michael Curtiz narraba la biografía de la cantante Helen Morgan que, cuando se encontraba ya en las puertas de Hollywood sufrió una decepción amorosa que le llevó al alcoholismo... Es bastante probable que una revisión de sus versiones integras nos permita otra impresión.
Newman volvió a gozar de las mieles del éxito de la mano de Richard Brooks en sendas adaptaciones de Tennesse Williams, empezando por La gata sobre el tejado de zinc, que aquí se convirtió en una película “mítica”, aunque los espectadores no se enteraron de algo fundamental, a saber, que el hombre que desdeñaba las encendidas insinuaciones de Elizabeth Taylor en su esplendor no lo hacía por el luto que guardaba por el amigo muerto, sino porque estaba enamorado de él. Le siguió Dulce pájaro de juventud, no menos intensa y escabrosa que la anterior, amén de un éxito que le ligaban y le equiparaban con el Marlon Brando de Un tranvía llamado deseo, y con un autor tan osado e inquietante como Tennesse Williams, éxitos que de paso contribuyeron a que este autor se pudiera pasear por los escenarios de los teatros españoles desafiando las agobiantes normas de la censura. Entre las cosas que se puede decir de las adaptaciones cinematográficas de las obras de Tennesse Williams es que aquí llevaron una dura pelea contra el provincianismo franquista, y amplió el listón de lo permitido hasta exigencias muchos más altas. Algo de Williams hay en la versión que Arthur Penn hizo del mito de Billy el Niño en El zurdo, otra “parábola homosexual” cuyas claves fueron debidamente recortadas por la censura de manera que apenas si pareció un “western” un poco raro.
Y ya que estamos en ello, podemos decir que la contribución de Newman al género del “western” no fue demasiado brillante. Llegó tarde a éste, cuando todavía no se había recuperado del espasmo del eurowestern. El presunto toque demistificador que John Huston le confirió a El juez de la horca, la historia del juez Roy Bearn, interpretado por el gran Walter Brennan en El forastero, de William Wyler, hizo que rememoramos con nostalgia la versión clásica. Mucho mejor sería Hombre, uno de las dos que Paul Newman interpretó para Martin Ritt. Pero aun tratándose de una película muy proindia, que tiene la virtud de situar en la cabeza de una serie de “malos” tan perversos como el que encarna Richard Boone, a una pareja de hipócritas burgueses (Fredric March, Barbara Rush), y de poseer otros elementos de interés, se trata de una película que parece totalmente orientada a ilustrar una tesis radical, y la verdad, situados en el mismo terreno, uno prefiere con mucho La puerta del diablo, de Anthony Mann, a pesar del imposible Robert Taylor, tan poco indio como Paul Newman. La otra, el “remake” del Rashomon de Akira Kurosawa, también dirigida por Martin Ritt, y titulada Cuatro confesiones, todavía resiste menos la comparación con el original, aparte de eso se trata de una de las peores interpretaciones de Paul Newman... Por otro lado, creo que Dos hombres y un destino no ha aguantado bien el paso del tiempo, y mucho menos El golpe, hechas junto con Robert Redford y con Robert Redford, me parecen como una especie de “vamos hacer un western” o “una de gángsters”, y se hace una combinación de elementos con talento y dinero pero sin inspiración. Me da la sensación de que los responsables se han fijado más en otras películas y no se han preocupado por contar algo que además de muy entretenido y somático, resulte auténtico. Newman hizo con su director, El Castañazo, que no ha pasado precisamente a la historia. Sobre Buffalo Bill y los indios (1976), de Robert Altman, en la que se pone de vuelta y media a mítico “Poney Express”, no creo que se pueda decir muchas más cosas pues, que al parecer, una película fue la que se vio en el Festival de Cannes donde fue premiada, y otra la que vimos aquí, con un montaje que fue rechazado por Altman, con el que Newman protagonizó una cosa llamada “Quintet o algo así con Fernando Rey y Vittorio Gassman que el descifrador que la descifre buen...
Paul Newman tuvo que tener una gran afinidad con Martin Ritt con el que comenzó a trabajar en una imposible adaptación de William Faulkner en Un largo y cálido verano, también su primer trabajo con Joanne Wooward, y con el concurso de un apabullante Orson Welles y Tony Franciosa. Fue un éxito considerable, y cuenta con buenos momentos, pero el lector de Faulkner no puede por menos que notar que se trata de una versión digerible, ajena totalmente al original. Tampoco las siguientes se cuentan entre las mejores, ni del actor ni del director. Cuando se tiene 20 años, es un lamentable “biopic” del Ernest Hemingway joven con un Paul Newman haciendo el número y el inefable Richard Beymer (el niñato que casi logra estropear West Side Story) encarnando al autor de París era una fiesta; puesto en biografías prefiero la que ofrece el támden Henry King-Gregory Peck en Las nieves del Kilimanjaro. Siendo mucho mejor Hud (1963), un drama psicológico situado en la Norteamérica profunda que cuenta con buenas composiciones de los veteranos Melvin Douglas (al que dieron un Oscar) y Patricia Neal (así como Brandon de Wilde), no obstante me pareció como si Newman hubiera querido hacerse un traje a la medida, aunque la película contiene los suficientes elementos amargos como para decepcionar al público menos exigente. Paris blue me parece digna de olvidar si no fuese por los números de jazz.
Aunque pueda parecer mentira, en la superproducción Éxodo (1960), colaboraron algunos de los artistas de izquierdas más coherentes de Hollywood comenzando por Dalton Trumbo que acababa de hacer lo propio con Espartaco, aunque esta vez no adaptó la obra de un escritor comunista como Howard Fast, sino de un buen exponente de la extrema derecha, Leon Uris, identificado más tarde como un repulsivo colaborador de la CIA. Fue dirigida por Otto Preminge, quien logró que Trumbo apareciera en los títulos de créditos, y que se había distinguido como un cineasta en constante enfrentamiento contra las censuras. Pero Preminger demostró una capacidad mucho mayor en el cine “negro” (ahí están joyas como Laura y Anatomía de un asesinato, dignas de Fritz Lang). Es cierto que la película no gustó a las autoridades sionistas porque la trama no escondía la actuación de una fracción sionista terrorista, a la que el autor trata de explicar a través del personaje de Sal Mineo. Ni que decir tiene que, como cine, la película engancha. Y si desconoces que los palestinos estaban en sus tierras, y además, que no tuvieron nada que ver con la Shoah (más bien al contrario, acogieron judíos perseguidos, lo que no hizo los Estados Unidos), hasta te puede gustar. Pero sí estas informado, el asunto del buen palestino colaborador (John Derek, el Josué de Los 10 mandamientos) repugna y mucho. De hecho, Éxodo puede verse como una clara manifestación de la ceguera de la izquierda norteamericana de origen judío, parte de la cual acabó tirando por la borda sus antiguos ideales como sería el caso de Howard Fast.
Mucho menos exitosa sería la mejor de sus películas, El buscavida (1961), el testamento de Robert Rossen, una de las víctimas de la “caza de brujas” más controvertida que, después de un exilio europeo, regresó a los Estados unidos para realizar antes de fallecer dos películas para la historia del cine, Lillith, uno de los más penetrantes encuentros entre la psiquiatría y el cine, y esta obra de “perdedores” que contiene una profundísima carga contra la ideología burguesa tratada como lo que es: una enfermedad. Aquí Paul Newman encontró el papel de su vida secundado por un equipo actoral que brilla igualmente a una gran altura y en el que cabe distinguir a Piper Laurie (que no gozó de oportunidades semejantes ni antes ni después), Jackie Gleason, y
George S. Scott. Se trata de un título perfectamente asequible, por la mula se baja en poco tiempo, quedaría perfecta para una buena sección de cine-club ya que contentaría por igual a los “puristas” del cine como a los que nos interesa igualmente saber a dónde dan las películas. Está da directamente en el estómago del sistema, aunque no todo el mundo lo puede percibir, de ahí que aquí fuera estrenada sin problemas. Como es sabido, ésta era la película favorita de Paul Newman, hasta el punto de empeñarse en una continuación con el mismo personaje en compañía de Tom Cruise y con Martin Scorsese detrás de la cámara. El empeño se llamó El color del dinero, su afán crítico resulta mucho más evidente, pero como suele ocurrir en estos casos, la comparación con el original no resultó como había resultado con Toro salvaje...
Harper (1966) me gustó mucho en su día, pero una vez revisada se nota la falta de talento de su director Jack Smigth que luego nunca más realizó una película de interés; aunque mucho menos conocida, creo que Con el agua al cuello, de Stuart Rosenberg, que retoma el mismo personaje, es bastante mejor. El mismo año, Paul Newman tuvo la fortuna de trabajar con un penúltimo Alfred Hitchcock en Cortina rasgada junto con Julie Andrews, una película propia de la “guerra fría”, de aquellas que veían la paja en el ojo ajeno, lo que cual no quita que sea tan apasionante como lo son hasta la más flojas del maestro. Ye me referido ampliamente a La leyenda del indomable, de Stuart Rosenberg, en un artículo sobre el cine carcelario para Kaosenlared, y ésta, si no está entre las mejores, sí es bastante buena y don Pablo está impresionante... Su segundo filme realizado parece que está hecho para desmontar la idea de un Paul Newman progresista. Se trata de la infumable Casta invencible, que seguramente permite más de una lectura, pero a mí me pareció una película que anteponía la unión familiar a la solidaridad de clase, aunque seguramente la tendría que volver a ver, además parece que Newman se puso detrás de la cámara porque la peli se quedó sin director. La verdad es que los 70 no fueron especialmente interesantes en la carrera de Newman. Anotemos títulos olvidables como la frustrante Los indeseables, de Stuart Rosenberg, donde trabajo con Lee Marvin; El hombre de Mackintosh, de John Huston, que tiene su punto a lo John Le Carré aunque no llega a otra de Huston sobre los asuntos sucios de la “guerra fría”,  La carta del Kremlin, aunque está lejos de ser un filme despreciable, y se recuerda por la calidad de sus interpretes, aparte de Newman, el inmenso James Mason y una muy idónea Dominique Sanda. En esta época, Newman realizó dos películas-homenaje a dos personajes femeninos interpretados por Joanne Woodward, Rachel, Rachel, y El efecto de los rayos gammas sobre las margaritas, dos pequeñas joyas de un cine feminista e intimista que dejaron patente su talento como realizador.
No me interesa ni poco ni mucho esa variación del mito de la Torre de Babel que es El coloso en llamas (1974), cuyo éxito dio pie al cine de catástrofe: muchos medios, muchos actores, grandes efectos, pero muy poco talento, y el colmo fue un engendro llamado El día del fin del mundo, una auténtica “americanada”. En cuanto Distrito apache: el Bronx, del mediocre Daniel Petrie, recordemos que fue rechazada por las comunidades negras y latinas que se movilizaron en contra de la película. Considerando que se trataba de un producto a la medida del protagonista, o sea de Paul Newman como un policía recto y honrado, que aunque aparecía acompañado por un viejo luchador como Edward Assner, se puede decir que la cosa tiene miga. Nos volveremos a encontrar con otro Paul Newman de primera con Veredicto final (1982), escrita por David Mamet y dirigida por un pletórico Sidney Lumet que construyó una pieza de enorme solidez, contundente y patética que deslumbra por su sencillez narrativa, su trasfondo airado, amén de los grandes trabajos de los inmensos Charlotte Rampling, Jack Warden, James Mason y Milo O'Shea. Esta historia de un abogado fracasado que se encuentra con un caso fácil en apariencia pero con trasfondo de poder -sin comparar con cómo se hubiese rodado en plan telefilme de sobremesa-, logra conmover de principio a fin, y dejaba bien claro que el mejor cine es el que trabaja con verdad y convicción personajes situados contra la corriente.
Esta era una película digna para un adiós, pero Newman siguió trabajando, aunque desde entonces se mostró muy cuidadoso en sus elecciones. Entre sus grandes trabajos de esa fase destacan dos de los mejores de Robert Benton como realizador, Ni un pelo de tonto, donde hasta Bruce Willis está bien, y A caer el sol, un “noir” de primera, con un Harper cansado y de vuelta de todo, y en la que estuvo flanqueado por Susan Sarandon y Gene Hackman. Aquejado de un cáncer de pulmón desde principios de 2008, se sometió al tratamiento de quimioterapia, el cual no fue efectivo. Paul Newman tomó la decisión de pasar sus últimos días junto a su familia, hasta su fallecimiento facilitado según todos los indicios... Fue un señor privilegiado que dice que llevó muy mal el ser uno de los hombres más envidiado del planeta, el escogido para que la amiguita de Emmanuelle se hiciera la “manola” femenina más famosa de la historia del cine. Para él hubo una sola mujer, doña Joanne Woodward, y será recordado también por su sencillez, su actitud profesional lejos de toda la basura mediática que rodea el cine, y según he leído en diversas ocasiones, un señor que estaba en contra de las injusticias y que desde sus medios trató de ayudar a los últimos. Supongo que todo esto habría que verlo, pero lo que está fuera de duda es que su nombre figura en algunas de las mejores películas de la segunda mitad del siglo XX.

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