La Liga Comunista: gente especial
Las hermanas Josa y
el agitado rincón de la calle Loreto. Cuando conocí a Meritxell Josa,
supongo que en el Forum Vergés, el número de mujeres militantes era tan
limitado que no era difícil contarlas con los dedos. En la
LC hubo otras mujeres que destacaron como Mireya y Carmen
Ricou en Barcelona, Carmen en Valencia, pero en este extremo mi memoria no da
para más. Sin duda fueron mucho más numerosas en la última fase y, por supuesto, todas ellas eran conocidas por el apodo militante.
para más. Sin duda fueron mucho más numerosas en la última fase y, por supuesto, todas ellas eran conocidas por el apodo militante.
Había también un grupo inicial de
procedencia universitaria. Hacían acto de presencia en las asambleas de
comisiones y algunas de ellas, tomaban
la
palabra. En los setenta, la situación fue cambiando. Cada vez eran más,
aunque siempre en papeles más
subalternos, por ejemplo, en el Comité Central, al menos que yo recuerde de
manara estable, únicamente estaba
Meritxell que era toda una veterana. Pequeña, delgada, normalmente de buen
humor, aparecía a veces como el “alter
ego” de Colomar, su pareja desde 1964-65, una relación surgida al calor de los
inicios de la militancia.
Ella había sido uno de los rostros
más activos y populares del FOC barcelonés. Conocida con el apodo de “Carmen”,
su alias más “familiar”, era nada menos
que “la batracio” por sus “ojos
saltones”, un tierno mote de su media naranja que se contaba como un gesto de
humor en el que participaba de buen grado. El grado de identificación del FOC y
la pareja fue tal que la vivienda de ambos en el segundo rellano de la calle
Loreto nº 8 se convirtió poco menos que en el local oficial del grupo, en el
lugar donde se celebraban la mayoría de reuniones. Meritxell había sido allá
por 1966-67 una de las plumas de “Cuaderno Blanco”, una revista editada por “La Nueva Obrera”, una
cooperativa obrera situada en el barrio de Sants. Llamaba la atención por su
detallada información sobre las revoluciones “tercermundistas”, en primer lugar
de la cubana, una música que sonaba por todos los rincones de la clandestinidad
con los discursos de Fidel, las canciones de Carlos Puebla y otros o la mítica
del “Che” que tanto había influido en los que entonces teníamos alrededor de
veinte años.
Meritxell era la cabeza visible de
una familia de “clase media” comprometida hasta las cejas. Su casa en la calle
Loreto enfrente del cine y del bar del mismo nombre, fue un lugar de tránsito
de toda la caterva revolucionaria que le rodeaba. Fue uno de los escenarios en
los que se incubó el grupo “Comunismo”, si bien su enclave principal estuvo en
la calle Gelabert, donde Juan y Meritxell
vivieron durante este tiempo. Se ha
llegado a asegurar que en la reunión constituyente asistieron doce componentes,
como los apóstoles, detalle que otros testigos han negado.
“Carmen” se ganaba el sustento
trabajando en la industria farmacéutica, ejerciendo de subdirectora, de manera
que las reuniones del Comité local barcelonés (en realidad casi un Ejecutivo
catalán porque por allí pasaba todo), solamente podían comenzar a media tarde,
cuando ella quedaba libre.
Solamente estuvo “liberada”
por poco tiempo, el cometido no era precisamente un privilegio. En
algunas ocasiones de portavoz de propuestas elaboradas por Colomar, bien porque
éste estaba fuera o porque lo que tenía
era un mero borrador y prefería hacerlo conjuntamente…
No traté con el
hermano que fue también “Felipe”, pero sí y bastante con Miriam Josa Campoamor (Barcelona, 1938), conocida como
“Julia”. Seguramente la de mayor edad del “caucus” de la organización. Estuvo en todas estas
batallas, comenzando, por supuesto, por la del FOC, siempre como una
incondicional de “Roberto”, si bien tenía
sus opiniones propias. Intervenía con carácter en toda clase de
reuniones, casi siempre con un toque de ironía muy propio, y en la LC
contribuyó a la ímproba tarea de hacer funcionar el “aparato” de la propaganda.
Había cursado
periodismo, justo el año en que se inauguró la Escuela de Periodismo de la
Iglesia, la única que existía en Barcelona. De mano de su profesor y periodista
Santiago Nadal, comenzó a hacer prácticas
en la sección de Internacional de La
Vanguardia donde siguió trabajando. Fue la primera mujer de la redacción de
la posguerra –durante la guerra, la feminista y antifascista María Luz Morales
fue directora, un episodio que en la historia oficial del diario se presenta
casi como un atentado contra…la libertad- y con el tiempo en la trabajadora más
veterana de la plantilla.
Nadal era un monárquico de la línea
más liberal que ocupó cargo en el diario del conde Godó y durante cierto
tiempo, fue miembro del consejo privado del padre del actual monarca. Era un
tipo bastante culto que, entre otras cosas, contribuyó a la difusión de la obra
de Trotsky prologando la edición en Planeta
de La revolución de 1905, en
1965. Obviamente, Nadal tiraba para casa, pero se trataba de un trabajo que
demostraba una lectura seria y respetuosa.
Aunque podía aparentar lo contrario, Julia era de las no se arredraba con
el riesgo. Tomaba parte de todas las acciones que le eran posibles, muchas
veces desoyendo advertencias. Cuando estallaron las barricadas en París, se
marchó para allá a la aventura. Su compañero
Tomás Alcoverro rememoraba este viaje en el citado diario (01/08/2011) al
tratar de “los marginados de la plaza Tarhir”, y cuenta: “No me era difícil recordar una
cierta asamblea en el teatro Odeón de París durante la revolución de mayo de
1968, junto a mi compañera Miriam Josa. Aunque allí las discusiones fueran más
apasionadas porque se trataba nada menos que de cambiar la vida, pese a que nos
acechaban los gendarmes tras las barricadas del Quartier Latin”. Se cuenta que en esas
asambleas se mostraban tan escandalosos que los asistentes rogaron a los
españoles que callaran de una vez.
Su cosecha de anécdotas era considerable. Miriam tenía muchas cosas en la
cabeza y carecía de sentido del tiempo y de la orientación, de manera que raro
era que no llegara tarde o que no se extraviara con el coche, aunque siempre se lo tomaba todo con un toque
de humor inteligente así como con un cierto aire maternal. Con el asunto de la
puntualidad hubo sus más y sus menos, sobre todo considerando que a veces se
trataba de alguien –yo mismo-, que esperaba la entrega de un paquete de
propaganda. Dado que yo era lo contrario, se me encargó que fuera a buscarla a
su casa y de esta manera obligarla, algo que no era tan sencillo. Cuando íbamos
con el tiempo justo, casi siempre pasaba algo, una llamada del diario, una
peluca inadecuada, un recado obligatorio que había olvidado. Al final, se dio
el asunto por imposible.
Su horario nocturno le causaba líos para equilibrar el sueño y también
para situarse en el momento. Podía llamarte de madrugada porque se había
olvidado de la hora que era. Pero, al margen de estos detalles, su papel era
fundamental para mantener el engranaje organizativo catalán. El diario le
permitía bastante juego, salir y entrar,
guardar documentos internos y revistas de todo tipo, por ejemplo, tenía
casi la colección completa de la revista que durante muchos años editó con
mucho esfuerzo por el inagotable Pierre Frank, Quatrième Internationale. Como
“profesional” de la revolución, Julia no se parecía para nada a la
barahúnda de “pintas” que caracterizaba la mayoría del colectivo, incluyendo a
las camaradas que empezaban a tener un peso propio. Era una dama de aspecto
entre señorial y descuidado, correcta y educada, que añadía sal a un activismo
anónimo y tantas veces peligroso e ingrato. Le costaba atenerse a las manillas
del reloj, algo serio cuando se trataba del reparto de la propaganda. Pero no
había manera.
Visto desde la distancia, el defecto militante pasó como parte de una
manera de ser que se reparaba por su grado de entrega. Además, nadie imaginaba
quien diablos la iba a sustituir, esto sin olvidar su parte entrañable y
familiar, porque “Julia” era de las que no era ajena a tus posibles
dificultades. Miriam padecía problemas con el cuero cabelludo desde la
infancia, lo que la obligaba a llevar una peluca, un detalle del que pocos
éramos conocedores. Ella lo asumía sin aparente complejo, incluso como un
pretexto para la broma sobre su sempiterna impuntualidad: !Claro, como vosotros no tenéis que escoger peluca¡. Recuerdo al
menos una ocasión que causó sensación. Fue una mañana en el curso de un
congreso que ella inició la mañana con su albornoz impecable, su toque señorial
y sus pelucas de repuesto, atravesando educadamente los alborotados pasillos ocupados
por improvisados sacos de dormir desde los cuales emergían unos singulares
dormilones que la contemplaban con la sensación de que se habían equivocado de
película.
En cuanto a su trabajo, todo lo que leí me pareció de una seriedad que no
era la habitual en la prensa, adicta o cómplice, aunque cabe recordar que el
rechazo al franquismo había tocado
incluso a uno de los vástagos del conde,
el mismo que montó la editorial Euros que, entre otros títulos de
interés, publicó la biografías de
Malraux, de Jean Lacouture, con un episodio integro sobre Trotsky cuya foto fue portada en la revista Triunfo que reprodujo el citado texto,
pero especialmente, el “testamento” del
socialista de izquierdas holandés Sicco Mansholt, La crisis de nuestra civilización (1974), uno de los alegatos
ecologistas más influyentes de una época en la que la cuestión ecologista
comenzaba a plantearse.
Miriam siguió a “Carapalo” hasta el final, hasta que dejó la militancia
para seguir trabajando en La Vanguardia con su
habitual modestia, pero también con un rigor y precisión que llamaban la
atención en un diario que no se detenía en emplear las mayores vesania contra todo lo que oliera
a izquierdas desde Akenatón hasta Trotskly (comparado con Room por Eduardo
Goligorsky), y clavar agujas sobre un Manuel Vázquez Montalbán por poco más que
decir buenos días. Como había hecho desde el primer día, Miriam siguió haciendo
su trabajo en la cadena, el año 1988 viajó de nuevo a Paris para conmemorar el
veinte aniversario del mayo del 68. Por esta época comenzó una serie de viajes
a diversos países europeos, a la ex Unión Soviética y los países de llamado
“socialismo real”, África, Chile y China
y asistió a diversas cumbres de la ONU…
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Como de la familia era Juan José
Espada, alias “El Fatxa”, el más consecuente grouchomarxista que yo haya jamás conocido. De mediana estatura,
fuerte, con ciertos rasgos brutotes, amante del judo y otras aficiones
similares que compartía con Colomar. Poseía unas dotes muy acusadas para
convertir en broma casi todo lo que tocaba. Sobresalió por su arriesgado
trabajo en el “aparato”, cargando
durante años con parte de las tareas más ingratas, y lo hizo con un carácter que, al menos a mí, me evocaba a tipos de
personajes encarnados por Víctor McLaglen de la mano de John Ford. Muchas
anécdotas forman parte central en la memoria de los antiguos que lo trataron.
Como aquella en la que llevaba la
furgoneta llena de propaganda que atropelló a una anciana en un cruce de la calle
Balmes. No se inmutó, bajó del coche, y
convenció un atribulado guardia urbano de que iba cagando leche porque tenía
que llevar urgentemente a su mujer al hospital. Y como muestra de que lo que
decía era verdad, le dejó en mano su carné de identidad y le juró que regresaba
al momento. Y así fue, dejó el coche con la propaganda en algún lugar después
de vaciar su contenido y cuando regresó al lugar del accidente al guardia
todavía no se le había marchado la cara de asombro.
En otra ocasión fue detenido en los
primeros días en que Martín Villa fue nombrado Gobernador civil y jefe
provincial del “Movimiento” de Barcelona en 1974, un “facha” digno de figurar en La caduta degli Dei, (Italia, 1969), de
Luchino Visconti. El caso fue que a Juan
José, el personaje le vino como anillo al dedo. Su método radicó en dejar
evidencia de que conocía algunos entresijos del “Movimiento” en la ciudad. Así lo dio a entender al policía que lo
“interrogaba hábilmente”, diciéndole al oído: Dile a Rodolfo de mi parte, que si
no se presenta ahora mismo, lo contaré todo, e insistió tan rotundamente en
ese punto que Juan José pudo regresar donde los del “aparato” todavía
permanecían limpiando de huellas el lugar y poder así tierra por medio.
En otra ocasión, cuentan que le gastó
una travesura al propio Ernest Mandel cuyas costumbres nunca dejaron de ser la
propia de la tropa, mientras lo conducía a una lejana ermita campestre dejando
caer gestos y palabras que podían indicar que aquello era un rapto. Ya he
contado, en otro lugar (Memorias de un bolchevique andaluz), la historia de la impresora del obispado de
Barcelona “confiscada” para una reparación gracias a una orden presuntamente
firmada por el señor obispo.
En aquella época, “El Fatxa” estaba
por los huesos de Dolors Palau (1948-1991), periodista, actividad que comenzó a
desarrollar en El Diario de Barcelona en
mi misma mesa de cultura, ulteriormente trabajó en diversos diarios y llegó
a ser responsable del área de cultura y
espectáculos de la agencia EFE, siguiendo una reconocida trayectoria feminista.
Mientras era simpatizante de la LC
allá por la época en que murió Franco, Dolors montó con dinero familiar la
librería “Mirall” en una de las calles
más céntricas de Barcelona, en la calle Provenza a un tiro de piedra del Paseo
de Gracia. Servidor le ayudó fervorosamente a montar un espectacular escaparate
(el “mirall” que sobresalía ostentosamente en la calle) tan “gauchiste” como lo
pudo ser en su momento la Joie de Lire, chez
Maspero en el tiempo que antecedió y siguió al mayo del 68 aunque sin su
bulliciosa clientela.
Como simpatizante, Dolors nos abría
las puertas de su rica mansión, situada en las proximidades de la entonces
Plaza Calvo Sotelo y al final, tenía que acompañarnos a la entrada para que no
nos extraviáramos por los pasillos y nos diéramos de bruces con su respetable
familia. También nos facilitaba un piso enorme del Ensanche, situado en la
calle Valencia a la altura de Balmes, que era la segunda vivienda de Víctor
Alba. En los pasillos se amontonaban los libros de Víctor que por entonces
escribía mucho y parecía que estaban allá a disposición de los visitantes.
Dolors no era lo que se dice una
persona discreta, por el contrario, le gustaba contarnos detalles sobre las
tertulias y las presuntas orgías que se montaban en el lugar. Según ella que
parecía saberlo todo, con la presencia activa de reputados intelectuales de los
que no les importaba que los trataran de agentes de la CIA dada la fama de Víctor en
este sentido. Como prueba de lo que nos contaba nos enseñaba las películas
pornos con su proyector, así como el
material erótico que utilizaban. Como la mayoría éramos jóvenes y
calenturientos, a veces las reuniones se transformaban en una bacanal de
risotadas y chismes. Era cuando me tocaba
ejercer de responsable severo, lo cual no siempre funcionaba. Con “El
Facha” la severidad era todavía más difícil ya que, en ocasiones, me lo
encontraba en plena faena con Dolors y en vez de cortarse ante mi presencia,
hacía justamente lo contrario, se ponía más vehemente y fetichista. Años más
tarde de todas estas historias, me lo encontré en 1988 en Mallorca y volvió a
dejar constancia de que era un tipo de lo más afectuoso.
Ella falleció tiempo después a
consecuencia de un cáncer de mamá.
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