lunes, 20 de junio de 2016

La Liga Comunista: gente especial



La Liga Comunista: gente especial

Resultado de imagen de liga comunistaLas hermanas Josa y el  agitado rincón de la calle Loreto. Cuando conocí a Meritxell Josa, supongo que en el Forum Vergés, el número de mujeres militantes era tan limitado que no era difícil contarlas con los dedos.  En la LC hubo otras mujeres que destacaron como Mireya y Carmen Ricou en Barcelona, Carmen en Valencia, pero en este extremo mi memoria no da
para más. Sin duda fueron mucho más numerosas en la última fase y, por supuesto, todas ellas eran conocidas por el apodo militante.
Había también un grupo inicial de procedencia universitaria. Hacían acto de presencia en las asambleas de comisiones y algunas de ellas,  tomaban la
palabra. En los setenta, la situación fue cambiando. Cada vez eran más, aunque   siempre en papeles más subalternos, por ejemplo, en el Comité Central, al menos que yo recuerde de manara estable,  únicamente estaba Meritxell que era toda una veterana. Pequeña, delgada, normalmente de buen humor,  aparecía a veces como el “alter ego” de Colomar, su pareja desde 1964-65, una relación surgida al calor de los inicios de la militancia.
Resultado de imagen de liga comunistaElla había sido uno de los rostros más activos y populares del FOC barcelonés. Conocida con el apodo de “Carmen”, su alias más “familiar”, era  nada menos que  “la batracio” por sus “ojos saltones”, un tierno mote de su media naranja que se contaba como un gesto de humor en el que participaba de buen grado. El grado de identificación del FOC y la pareja fue tal que la vivienda de ambos en el segundo rellano de la calle Loreto nº 8 se convirtió poco menos que en el local oficial del grupo, en el lugar donde se celebraban la mayoría de reuniones. Meritxell había sido allá por 1966-67 una de las plumas de “Cuaderno Blanco”, una revista editada por “La Nueva Obrera”, una cooperativa obrera situada en el barrio de Sants. Llamaba la atención por su detallada información sobre las revoluciones “tercermundistas”, en primer lugar de la cubana, una música que sonaba por todos los rincones de la clandestinidad con los discursos de Fidel, las canciones de Carlos Puebla y otros o la mítica del “Che” que tanto había influido en los que entonces teníamos alrededor de veinte años.
Meritxell era la cabeza visible de una familia de “clase media” comprometida hasta las cejas. Su casa en la calle Loreto enfrente del cine y del bar del mismo nombre, fue un lugar de tránsito de toda la caterva revolucionaria que le rodeaba. Fue uno de los escenarios en los que se incubó el grupo “Comunismo”, si bien su enclave principal estuvo en la calle Gelabert, donde  Juan y Meritxell vivieron durante este tiempo.  Se ha llegado a asegurar que en la reunión constituyente asistieron doce componentes, como los apóstoles, detalle que otros testigos han negado.
“Carmen” se ganaba el sustento trabajando en la industria farmacéutica, ejerciendo de subdirectora, de manera que las reuniones del Comité local barcelonés (en realidad casi un Ejecutivo catalán porque por allí pasaba todo), solamente podían comenzar a media tarde, cuando ella quedaba libre.
Solamente estuvo  “liberada”  por poco tiempo, el cometido no era precisamente un privilegio. En algunas ocasiones de portavoz de propuestas elaboradas por Colomar, bien porque éste estaba fuera o  porque lo que tenía era un mero borrador y prefería hacerlo conjuntamente…
Resultado de imagen de liga comunistaNo traté con el hermano que fue también “Felipe”, pero sí y bastante con Miriam Josa Campoamor (Barcelona, 1938), conocida como “Julia”. Seguramente la de mayor edad del “caucus” de  la organización. Estuvo en todas estas batallas, comenzando, por supuesto, por la del FOC, siempre como una incondicional de “Roberto”, si bien tenía  sus opiniones propias. Intervenía con carácter en toda clase de reuniones, casi siempre con un toque de ironía muy propio, y en la LC contribuyó a la ímproba tarea de hacer funcionar el “aparato” de la propaganda. 
Había cursado periodismo, justo el año en que se inauguró la Escuela de Periodismo de la Iglesia, la única que existía en Barcelona. De mano de su profesor y periodista Santiago Nadal, comenzó a hacer prácticas  en la sección de Internacional de La Vanguardia donde siguió trabajando. Fue la primera mujer de la redacción de la posguerra –durante la guerra, la feminista y antifascista María Luz Morales fue directora, un episodio que en la historia oficial del diario se presenta casi como un atentado contra…la libertad- y con el tiempo en la trabajadora más veterana de la plantilla.
Nadal era un monárquico de la línea más liberal que ocupó cargo en el diario del conde Godó y durante cierto tiempo, fue miembro del consejo privado del padre del actual monarca. Era un tipo bastante culto que, entre otras cosas, contribuyó a la difusión de la obra de Trotsky prologando la edición en Planeta  de La revolución de 1905, en 1965. Obviamente, Nadal tiraba para casa, pero se trataba de un trabajo que demostraba una lectura seria y respetuosa.
Aunque podía aparentar lo contrario, Julia era de las no se arredraba con el riesgo. Tomaba parte de todas las acciones que le eran posibles, muchas veces desoyendo advertencias. Cuando estallaron las barricadas en París, se marchó para allá a la aventura.  Su compañero Tomás Alcoverro rememoraba este viaje en el citado diario (01/08/2011) al tratar de “los marginados de la plaza Tarhir”, y cuenta: “No me era difícil recordar una cierta asamblea en el teatro Odeón de París durante la revolución de mayo de 1968, junto a mi compañera Miriam Josa. Aunque allí las discusiones fueran más apasionadas porque se trataba nada menos que de cambiar la vida, pese a que nos acechaban los gendarmes tras las barricadas del Quartier Latin”. Se cuenta que en esas asambleas se mostraban tan escandalosos que los asistentes rogaron a los españoles que callaran de una vez.
Su cosecha de anécdotas era considerable. Miriam tenía muchas cosas en la cabeza y carecía de sentido del tiempo y de la orientación, de manera que raro era que no llegara tarde o que no se extraviara con el coche,  aunque siempre se lo tomaba todo con un toque de humor inteligente así como con un cierto aire maternal. Con el asunto de la puntualidad hubo sus más y sus menos, sobre todo considerando que a veces se trataba de alguien –yo mismo-, que esperaba la entrega de un paquete de propaganda. Dado que yo era lo contrario, se me encargó que fuera a buscarla a su casa y de esta manera obligarla, algo que no era tan sencillo. Cuando íbamos con el tiempo justo, casi siempre pasaba algo, una llamada del diario, una peluca inadecuada, un recado obligatorio que había olvidado. Al final, se dio el asunto por imposible.
Su horario nocturno le causaba líos para equilibrar el sueño y también para situarse en el momento. Podía llamarte de madrugada porque se había olvidado de la hora que era. Pero, al margen de estos detalles, su papel era fundamental para mantener el engranaje organizativo catalán. El diario le permitía bastante juego, salir y entrar,  guardar documentos internos y revistas de todo tipo, por ejemplo, tenía casi la colección completa de la revista que durante muchos años editó con mucho esfuerzo por el inagotable Pierre Frank, Quatrième Internationale. Como  “profesional” de la revolución, Julia no se parecía para nada a la barahúnda de “pintas” que caracterizaba la mayoría del colectivo, incluyendo a las camaradas que empezaban a tener un peso propio. Era una dama de aspecto entre señorial y descuidado, correcta y educada, que añadía sal a un activismo anónimo y tantas veces peligroso e ingrato. Le costaba atenerse a las manillas del reloj, algo serio cuando se trataba del reparto de la propaganda. Pero no había manera.
Visto desde la distancia, el defecto militante pasó como parte de una manera de ser que se reparaba por su grado de entrega. Además, nadie imaginaba quien diablos la iba a sustituir, esto sin olvidar su parte entrañable y familiar, porque “Julia” era de las que no era ajena a tus posibles dificultades. Miriam padecía problemas con el cuero cabelludo desde la infancia, lo que la obligaba a llevar una peluca, un detalle del que pocos éramos conocedores. Ella lo asumía sin aparente complejo, incluso como un pretexto para la broma sobre su sempiterna impuntualidad: !Claro, como vosotros no tenéis que escoger peluca¡. Recuerdo al menos una ocasión que causó sensación. Fue una mañana en el curso de un congreso que ella inició la mañana con su albornoz impecable, su toque señorial y sus pelucas de repuesto, atravesando educadamente los alborotados pasillos ocupados por improvisados sacos de dormir desde los cuales emergían unos singulares dormilones que la contemplaban con la sensación de que se habían equivocado de película.
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En cuanto a su trabajo, todo lo que leí me pareció de una seriedad que no era la habitual en la prensa, adicta o cómplice, aunque cabe recordar que el rechazo al franquismo había tocado  incluso a uno de los vástagos del conde,  el mismo que montó la editorial Euros que, entre otros títulos de interés, publicó  la biografías de Malraux, de Jean Lacouture, con un episodio integro sobre Trotsky  cuya foto fue portada en la revista Triunfo que reprodujo el citado texto, pero especialmente,  el “testamento” del socialista de izquierdas holandés Sicco Mansholt, La crisis de nuestra civilización (1974), uno de los alegatos ecologistas más influyentes de una época en la que la cuestión ecologista comenzaba a plantearse.
Miriam siguió a “Carapalo”  hasta el final, hasta que dejó la militancia para seguir trabajando en La Vanguardia con su habitual modestia, pero también con un rigor y precisión que llamaban la atención en un diario que no se detenía en emplear  las mayores vesania contra todo lo que oliera a izquierdas desde Akenatón hasta Trotskly (comparado con Room por Eduardo Goligorsky), y clavar agujas sobre un Manuel Vázquez Montalbán por poco más que decir buenos días. Como había hecho desde el primer día, Miriam siguió haciendo su trabajo en la cadena, el año 1988 viajó de nuevo a Paris para conmemorar el veinte aniversario del mayo del 68. Por esta época comenzó una serie de viajes a diversos países europeos, a la ex Unión Soviética y los países de llamado “socialismo real”,  África, Chile y China y asistió a diversas cumbres de  la ONU…
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Resultado de imagen de liga comunistaComo de la familia era Juan José Espada, alias “El Fatxa”, el más consecuente grouchomarxista que yo haya jamás conocido. De mediana estatura, fuerte, con ciertos rasgos brutotes, amante del judo y otras aficiones similares que compartía con Colomar. Poseía unas dotes muy acusadas para convertir en broma casi todo lo que tocaba. Sobresalió por su arriesgado trabajo en el  “aparato”, cargando durante años con parte de las tareas más ingratas, y lo hizo con un carácter  que, al menos a mí, me evocaba a tipos de personajes encarnados por Víctor McLaglen de la mano de John Ford. Muchas anécdotas forman parte central en la memoria de los antiguos que lo trataron.
Como aquella en la que llevaba la furgoneta llena de propaganda que atropelló a una anciana en un cruce de la calle Balmes. No se inmutó,  bajó del coche, y convenció un atribulado guardia urbano de que iba cagando leche porque tenía que llevar urgentemente a su mujer al hospital. Y como muestra de que lo que decía era verdad, le dejó en mano su carné de identidad y le juró que regresaba al momento. Y así fue, dejó el coche con la propaganda en algún lugar después de vaciar su contenido y cuando regresó al lugar del accidente al guardia todavía no se le había marchado la cara de asombro.
En otra ocasión fue detenido en los primeros días en que Martín Villa fue nombrado Gobernador civil y jefe provincial del “Movimiento” de Barcelona en 1974,  un “facha” digno de figurar en La caduta degli Dei, (Italia, 1969), de Luchino Visconti.  El caso fue que a Juan José, el personaje le vino como anillo al dedo. Su método radicó en dejar evidencia de que conocía algunos entresijos del “Movimiento” en la ciudad.  Así lo dio a entender al policía que lo “interrogaba hábilmente”, diciéndole al oído: Dile a  Rodolfo de mi parte, que si no se presenta ahora mismo, lo contaré todo, e insistió tan rotundamente en ese punto que Juan José pudo regresar donde los del “aparato” todavía permanecían limpiando de huellas el lugar y poder así tierra por medio.
En otra ocasión, cuentan que le gastó una travesura al propio Ernest Mandel cuyas costumbres nunca dejaron de ser la propia de la tropa, mientras lo conducía a una lejana ermita campestre dejando caer gestos y palabras que podían indicar que aquello era un rapto. Ya he contado, en  otro lugar (Memorias de un bolchevique andaluz),  la historia de la impresora del obispado de Barcelona “confiscada” para una reparación gracias a una orden presuntamente firmada por el señor obispo.
Resultado de imagen de liga comunistaEn aquella época, “El Fatxa” estaba por los huesos de Dolors Palau (1948-1991), periodista, actividad que comenzó a desarrollar en El Diario de Barcelona en mi misma mesa de cultura, ulteriormente trabajó en diversos diarios y llegó a  ser responsable del área de cultura y espectáculos de la agencia EFE, siguiendo una reconocida trayectoria feminista. Mientras era simpatizante de la LC allá por la época en que murió Franco, Dolors montó con dinero familiar la librería “Mirall” en  una de las calles más céntricas de Barcelona, en la calle Provenza a un tiro de piedra del Paseo de Gracia. Servidor le ayudó fervorosamente a montar un espectacular escaparate (el “mirall” que sobresalía ostentosamente en la calle) tan “gauchiste” como lo pudo ser en su momento la Joie de Lire,  chez Maspero en el tiempo que antecedió y siguió al mayo del 68 aunque sin su bulliciosa clientela.
Como simpatizante, Dolors nos abría las puertas de su rica mansión, situada en las proximidades de la entonces Plaza Calvo Sotelo y al final, tenía que acompañarnos a la entrada para que no nos extraviáramos por los pasillos y nos diéramos de bruces con su respetable familia. También nos facilitaba un piso enorme del Ensanche, situado en la calle Valencia a la altura de Balmes, que era la segunda vivienda de Víctor Alba. En los pasillos se amontonaban los libros de Víctor que por entonces escribía mucho y parecía que estaban allá a disposición de los visitantes.
Dolors no era lo que se dice una persona discreta, por el contrario, le gustaba contarnos detalles sobre las tertulias y las presuntas orgías que se montaban en el lugar. Según ella que parecía saberlo todo, con la presencia activa de reputados intelectuales de los que no les importaba que los trataran de agentes de la CIA dada la fama de Víctor en este sentido. Como prueba de lo que nos contaba nos enseñaba las películas pornos  con su proyector, así como el material erótico que utilizaban. Como la mayoría éramos jóvenes y calenturientos, a veces las reuniones se transformaban en una bacanal de risotadas y chismes. Era cuando me tocaba  ejercer de responsable severo, lo cual no siempre funcionaba. Con “El Facha” la severidad era todavía más difícil ya que, en ocasiones, me lo encontraba en plena faena con Dolors y en vez de cortarse ante mi presencia, hacía justamente lo contrario, se ponía más vehemente y fetichista. Años más tarde de todas estas historias, me lo encontré en 1988 en Mallorca y volvió a dejar constancia de que era un tipo de lo más afectuoso.
Ella falleció tiempo después a consecuencia de un cáncer de mamá.

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