“Carapalo” : Adiós a todo eso.
En el último congreso de la LC, un “Carapalo” desdibujado emergió como el líder indiscutible
de una nueva corriente propia que llegó a representar un 10% de las votaciones
en un debate abierto y con documentos diversos de la Tendencia Marxista
cuyo rasgo principal era el propio “Roberto”, ahora más ausente y más crispado
que de costumbre, en franca minoría, rodeado por un grupo de incondicionales en
verdad desconcertados. Defiende una
enmienda a la totalidad apoyándose en una lectura (personal, casi exclusiva) de
Cornelius Castoriadis, un autor que presentaba como “más allá de la izquierda marxista”. Por entonces, Castoriadis comenzaba a ser conocido. “Ruedo Ibérico” había publicado diversos aportes socialbárbaros, en tanto que la colección Acracia que dirigía para Tusquest acababa de editar dos gruesos volúmenes de sus escritos.
Cornelius Castoriadis, un autor que presentaba como “más allá de la izquierda marxista”. Por entonces, Castoriadis comenzaba a ser conocido. “Ruedo Ibérico” había publicado diversos aportes socialbárbaros, en tanto que la colección Acracia que dirigía para Tusquest acababa de editar dos gruesos volúmenes de sus escritos.
Según me indica Joan Font, tuvo un encuentro con G. Munis,
alias de Manuel Fernández Grandizo, antiguo mimbro del grupo de Nin,
bolchevique-leninista durante las jornadas de mayo del 37, líder supremo de una
corriente que rompió con la
Internacional en 1949 y que editaba por la época “Fomento
Obrero”. Habría sido un milagro que ambos hubieran llegado a un acuerdo
aceptando al otro como líder superior.
Como muchos otros, uno estaba al
tanto de que el grupo “Socialismo o Barbarie” se había disuelto antes de los
acontecimientos de mayo del 68. Pero, en realidad, a nuestro parecer, lo de
Castoriadis no era más que un vestido nuevo para montar “otra película”
protagonizada por Juan. Sabía que no iba a convencer a la mayoría que había ido
perdiendo, por lo que, cuando dijo lo que quería decir, dio un portazo al
Congreso con un gesto airado que señaló su fracaso, el punto final del trayecto
iniciado cuatro años antes cuando se erigió en el guardián del “Programa”. Ahora
el “programa” se escribía con minúscula, se trataba de contar con unos
criterios marxistas sólidos, pero que convenía ajustar en función del imperio
de una realidad que no esperaba a nadie.
Como en tantas otras ocasiones, la historia había pasado lejos de
nuestras expectativas y él persistía en encontrar fórmulas magistrales para
explicarlo todo.
Casi como único portavoz, Colomar
insistió en el discurso de la “superación”, un criterio muy habitual entre los
recién llegados que desaparecían en el capítulo siguiente, el propio grupo
francés lo había hecho en vísperas de las barricadas del 68. Dijo cosas que nos
parecieron extrañas como que había que dar el paso a una ruptura enloquecida con
el movimiento obrero tradicional encorsetado por la burocracia, y le recuerdo
frases que venían a decir que era hora de atacar los locales de los sindicatos.
Su fracción no tuvo mucha vida, se
contaba que tenía su principal eje de intervención en la Plaza Real de
Barcelona, entonces principal foco
barcelonés de la contracultura, por la que se podía ver a una fauna libertaria
y rompedora como el ocurrente travestido libertario Ocaña o el dibujante Nazario, amén de
antiguos radicales a los que la maniobra integradora de la Transición hundió más y
más en la depresión y el estupor.
Es verdad que en no pocos casos el
desconcierto pesó decisivamente en el
ámbito de lo personal militante que, en buena parte, se quedó en el camino. Lo
que trajo la Transición
tuvo muy poco que ver con nuestras previsiones,
unos estaban cansados, otros descubrieron que ni tan siquiera habían
resuelto sus problemas profesionales y/o sentimentales, otros dejaron de creer
en lo que antes creían y tiraron el niño con el agua sucia de los errores. No
obstante, una minoría siguió con sus ideales, entre ellos el veterano militante
de Tornillería Mata en Cornellá, Gorki –se parecía al autor de Mis universidades-, que todavía se le
puede ver movilizado entre los “Yayosflautas” con las pegatinas de Revolta
Global.
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Rara avis siempre,
Colomar no mostró ningún interés por la carrera política ni por la fama
mediática, su recompensa quizás fue aparecer como un maldito. Después de años de
activismo, su vida se reafirmó en una vida familiar que al parecer añoraba y de
la que me ofreció un vivo retrato un día que hicimos un largo trayacto de metro
junto, mostrándose de lo más cordial. Entonces ya trabajaba en la Comisión sobre
Seguridad Ciutadana que dirigía Josep María Socias Humbert, abogado, considerado el "Arquitecto de la Transición en
Barcelona"...Había hecho carrera en el régimen y en 1975 fue
nombrado Secretario General de la CNS como la “mano derecha” del
inquietante Martín Villa (dimitió cuando se marchó este) Esto haría que las malas
lenguas divulgaron el bulo de que Juan trabajaba para la “bofia”.
En 1986, Colomar ganó las oposiciones a letrado, más
tarde se trasladó al
Ayuntamiento de Valladolid. Según Meritxell Josa, fue nombrado Secretario
General de diversos Departamentos de la Junta Castilla-Leon.
No obstante, parece que no se quedó
en casa. Según Lluís Roca i Jusmet (que tambi`´en participçó en la pequeña
aventura colomarista), fue “a través del pensamiento de Nietzsche, que
entra en relación con los círculos de extrema derecha” (2), también con personajes siniestros
total como Ernesto Milá, entre otros. Eso hizo que lejanas antipatías
dejaran paso al rechazo drástico, de manera que casi nadie de aquellos tiempos
escribió sobre él a la hora de su muerte.
En
algunos comentarios se ha trazado un círculo fácil: la cabra siempre tira al
monte...Colomar regersó a los orígenes. Esta es una apreciación al menos
discutible, en perimer lugar porque no han sido pocos que teniendio un pedrigri
izquerdistas inmaculado han acabado en la verdadera derecha (la neoliberal) o
en grupos nacionalistas esdpañoles excluyentes (Gustavo Bueno, César Alonso de
los Ríos, ect), en segundo lugar porque se trata de variaciones que responden a
momentos históricas distintos. Mientras que en los sesenta-setenta, el péndulo
iba desde la derecha a la izquierda, en los ochenta-noventa fue justamente al revés.
En 1996, Colomar hizo suyo el
fantasmagórico Partido Nacional Republicano (PNR), de una república uniformista
–España una y no veintiuna- opuesto
al federalismo. Esta ínfima formación retomaba el nombre del liderado por el
prestigioso jurista Felipe Sánchez Román durante la
II República, aunque su líder fue el
redactor del moderado programa del Frente Popular en 1936.
Bajo la dirección unilateral de Colomar,
la opción del PNR ha sido a veces
caracterizada como “nacional-bolchevique”, una terminología de éxito en los
medias a finales del siglo XX. En pleno apogeo del neolenguaje, se suele olvidar
“pequeños detalles” como que Lenin consideraba a Rusia como una “cárcel de
pueblos” y era rotundo partidario del derecho de autodeterminación de las
nacionalidades sin Estado, justo lo contrario de lo que pregonaba el último “Carapalo”.
Por lo tanto, por nuestra parte no
hay mucho que decir sobre este “último combate” de alguien que en su juventud
fue un constante defensor de las aportaciones leninistas, tiempo del que le
quedó un cierto regusto terminológico. Pero mirado con más detenimiento, sus
recursos de izquierdas no se emplearan a favor de la mayoría social, del pueblo
trabajador, del movimiento obrero organizado, sino de España como destino en lo
universal. A todo esto hay que añadir
una evidente decadencia, parece que Juan no hubiese leído nada
sustancioso desde los tiempos de Castoriadis. En sus artículos prima el
delirio. El grupo se relacionaría con toda la sopa de letras de la extrema
derecha no integrada en el PP, incluyendo
Falange o Plataforma por Cataluña. Su base social es prácticamente inexistente, en un you tube que informa de un acto en el que parece no haber nadie aparte de la mesa. La
mayor parte de las noticias sobre “el partido”, cuenta las entrevistas de
Colomar con tal o cual “preboste”, como
gustaba decir antaño. Los enemigos de ahora son los separatismos y la
“emigración descontrolada”. En su España una, grande y republicana no tienen cabida las nacionalidades
históricas”, las “naciones
lingüísticas”, las “realidades
genéticas” y demás engendros “etno-culturales”. Su República no tiene nada
que ver con las tradiciones democráticas de este país (de países) Esto queda
claro cuando proclama “el nuevo republicanismo hará bien en distanciarse en
todos los planos –ideológico, político y simbólicos de las anteriores y aciagas
experiencias republicanas desarrolladas en nuestro país”. Aciagas porque, como
diría José Luís Sampedro, la
República fue asesinada por una oligarquía que pagó a los
militares “africanistas” que se sublevaron contra la mayoría, contra el pueblo
trabajador que era sentido como una amenaza para sus sacrosantos intereses.
Cuando se refiere a un repunte de
las movilizaciones, se refiere “principalmente (a) la oposición a los pactos entre Rodríguez Zapatero y la banda
terrorista y separatista, las llevadas a cabo en apoyo a las víctimas de
ETA, o la exigencia de esclarecimiento de los atentados del 11-M,
menospreciando cualquier otra pista que no sea la que ha de llevar a ETA por
encima de toda evidencia. Junto a esos ejes fundamentales, existen otros que
podrían fecundar la lucha: la defensa de la lengua española allí donde se
pretenda erradicar; la oposición a la inmigración ilegal y restricción de la
legal; la defensa de las libertades democráticas contra la censura y represión
de los españoles, la resistencia a la precariedad laboral y las
deslocalizaciones de empresas, etc.” Lo primero es lo primero, y lo último, es
lo último, un recurso que se puede encontrar perfectamente en el discurso de
los nuevos grupos fascistas más o menos sofisticados. Como cabía esperar, tras
la muerte de Juan, el PNR prácticamente dejó de respirar.
No sigo por respeto a los tiempos en
los que “Carapalo” dio lo mejor de sí mismo.
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