Joan Fontaine, Rossana Podestá y
Lolita Sevilla. Tres actrices para la memoria.
Quienes no han vivido la
interminable posguerra, difícilmente
podrá hacerse una idea de cómo el cine iluminó nuestra oscuridad opresiva y
provinciana. Es en este cuadro donde la memoria de Joan Fontaine, Rossana
Podestá y Lolita
Sevilla, aparecen como recuerdos luminosos.
Sevilla, aparecen como recuerdos luminosos.
Encuentro penoso que los obituario
de Joan Fontaine (Tokio, 1917), fallecida mientras dormía en su casa de Carmel
(California) a los 96 años, hayan dedicado tanto espacio a sus problemas
familiares con su hermana, Olivia de Havilland. A mí parece que ese es un enfoque primario,
muy propio de esa parte “rosa” de la prensa que ha dedicado toneladas de tintas
sobre las presuntas tensiones del matrimonio Obama, mientras asistían al mayor
espectáculo de hipocresía de los últimos tiempos: el entierro del “terrorista” Nelson
Mandela.
A otro nivel, también me llama la
atención que su carrera se haya enfocado casi exclusivamente en base a su
privilegiada relación con Alfred Hitchcock. Nadie olvidará que Joan fue la
atribulada muchacha sin nombre asediada por el peso del lado oscuro de la
aristocracia británica en Rebeca,
título mítico donde los haya que recomiendo ver desde el ángulo del cineasta y
cinéfilo catalán Llobet Gracia en Vidas en sombras. Pero, que yo sepa nadie ha
hecho notar que el mayor peso dramático de la película recae sobre Judith
Anderson, la turbia ama de llaves, la
única que realmente amó a la indeseable Rebeca cuyos trazos malignos parecían
dignos de Margaret Thatcher. Tampoco he
visto que nadie haya reivindicado su otra colaboración con Don Alfredo, Sospecha, una de las películas favoritas
del maestro, una película mucho menos
mítica pero mucho más refinada e insinuante. Por supuesto, tampoco se ha hecho
de otros grandes trabajos de Joan, por ejemplo de La ninfa constante, quizás porque su autor, Edmund Goulding no ha sido
tan revalorizado como merecía, aunque quienes no lo conozcan podrán
descubrirlo en El callejón de las almas perdidas.
Y puestos a revalorizar, recordemos que Joan Fontaine protagonizó
una más que notable Jane Eyre junto a
Orson Welles, o September Affair
(1950), con Joseph Cotten. También fue la primera actriz caucásica que tuvo un
romance con un negro en la irregular pero sin duda interesante obra de Robert
Rossen, Una isla al sol (1957), con un espléndido James Mason…Pero
lo más chocante es el poco reparo que ha
merecido Cartas de una desconocida,
la insuperable adaptación de la pequeña obra de Stefan Zweig realizada por el
austriaco Max Ophuls (su nombre real era Max Oppenheimer), y en la que ella
logró sin duda la mejor interpretación de su afortunada carrera. Cine literario
por excelencia, esta la historia de amor entre Lisa Bernal (una magnífica Joan
Fontaine) y Stefan Brand, el pianista interpretado con una extraordinaria
naturalidad por Louis Jordan deviene en una dirección de actores magistral, si
bien esto se debe a la perfecta caracterización que tienen sobre el guión, el
cual resulta de una factura impecable en la forma de presentar y definir cada
rasgo psicológico del elenco protagonista, de tal manera que juega con la
difícil tarea de hacer creíble una historia extremadamente romántica al dotar a
cada personaje de una naturalidad de la
que el espectador –que ha entrado de pleno en la historia- acaba formando parte.
Parece no haber dudas de que tanto Olivia de Havilland y
Joan Fontaine como Eleanor Parker (a la que ya me referido días atrás en otro
artículo, Mujeres en prisión. Un recuerdo
de Eleanor Parker) fueron mujeres
afortunadas, nacidas en familias ricas y cultas, que llegaron a lo más alto en
la época dorada de Hollywood, pudieron trabajar, casarse,. Divorciarse, recibir
honores y vivir plácidamente hasta casi llegar a centenarias, como quizás el
caso de Olivia, todo lo cual no
significa que a la mejor no fueron más felices que otros mortales mucho más
modestos. Sobre esto sabía Orson Welles
que comentó sobre la “vida maravillosa” de Rita Hayworth, Sí esto es felicidad, palabras que luego sirvieron para dar el
título a una elaborada biografía de la protagonista de Gilda.
Más cercana a nuestros ámbitos
resultaba Carla Dora Podestà, alias Rossana (1934), nacida en Trípoli cuando
Libia formaba parte de los dominios del Reino (fascista) de Italia, de donde la familia tuvo que
regresar. El personal más memorioso la recordará de una película del olvidado
Léonide Moguy, en Mañana será otro día (Domani è un altro giorno, 1951),
continuación de Mañana será tarde (Domani è
troppo tardi, 19499, en la que debutó Pier Angeli. Tanto la una como la otra fueron consideradas
películas muy atrevidas papa la época, y armaron un cierto revuelo por estos
andurriales en los tiempos en los que hasta el beso final con los labios
cerrados, era prohibidos cuando tapados por la mano de algún cura que llevaba
su celo inquisitorial hasta la sala de proyección. Es la época de Guardias y
ladrones (Guardie e ladri, de
Steno, Stefano Vanzina y Mario Monicelli (1951), con Totó y Aldo Fabrizi; Gli angeli del quartiere, de Carlo
Borghesio (1952); y de Le ragazze di San Frediano, di Valerio
Zurlini (1954).
En estos tiempos de doble moral (se
podía torturar al pueblo, pero las mujeres no podían enseñar ni el tobillo),
irrumpió Rossana como una de las “maggioratas” más bellas y más osadas del
pujante cine italiano. Su sensualidad atravesó el Atlántico cuando en 1953 rodó
en México La Red, de “Indio ”Fernández.
Al año siguiente puso su planta en el “peplum”, el género en el que fue más
conocida, encarnando a la seductora Nausicaa,
en el Ulises de Mario Camerini
al lado de Silvana Mangano como Penélope, Kirk Douglas y Anthony Quinn. A
continuación será escogida por encarna a Helena de Troya (1956).al lado de
Jacques Sernas en una nueva entrega de Homero que no está a la altura de lo que
se prometía, además Rossana luce un rubio nórdico imposible, y la película
pasará con más pena que gloria a pesar de sus buenos momentos y de las notables
intervenciones de los secundarios. La lista de películas “de romanos” es
bastante larga, en ellas hay títulos de cierto interés, destacando entre otros
la muy increíble Sodoma y Gomorra (1962), dirigida cuatro manos por Robert
Aldrich y Sergio Leone, y en la que la Podestá fue la hija más lujuriosa del patriarca
Lot (Stewart Granger), la que más encendió nuestras perversiones.
Rossana hizo alguna que otra incursión en Hollywood, fue una cubana
rebelde relacionada con José Marti y al lado del aventurero norteamericano
(Alan Ladd) en Santiago (1956), de
Gordon Douglas con el que volvió a trabajar en un western, Alburquerque, con Randoplh Scott que ni tan siquiera aparece su
filmografía del Wikipedia. De todas maneras, tengo que reconocer que la nota
que ha publicado el país es –por esta vez-, bastante bien elaborada.
Estos mismos días también ha sido
noticia la muerte de Ángeles Moreno, más conocida como Lolita Sevilla (Sevilla, 1935), considerada como una folklórica menor, mucho menos conocida que el trío formado por
Lola Flores, Carmen Sevilla y Paquita Rico, lo cual casi se podía considerar un
elogio. Nada y muy poco (Embrujo en
el caso de la primera, La venganza en
el de la segunda, nada de la tercera) queda de aquel cine justamente satirizado
por Luís García Berlanga en Bienvenido Mr. Marshall. Así sucede que, mientras
que la el basurero de la historia se ha llevado las películas del citado trío
(más lejanas de cualquier realidad que el más enloquecido filmes de ciencia
ficción, tan falso tan falso que hasta aparecían terratenientes que acababan
siendo santas personas), Lolita quedará para la posteridad como la muchacha que
demostraba su talento diciendo cosa tan profundas como Ole mi arma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario