Kirk Douglas no fue Espartacus, pero…
La muy interesante
editorial Capitán Swing anuncia la edición de Yo
soy Espartaco (con traducción de
Ricardo García Pérez), unas
memorias que Kirk Douglas publicó en 2012. Al año siguiente el libro resultó
elegido como el mejor libro de cine editado en Francia. Esta edición amplia la
ya abultada bibliografía sobre la primera superproducción norteamericana en la
que exaltaba “la revolución” (1) y abunda en algunos puntos importantes como lo
fueron el punto final de las “listas negras” con las que los amos de la
industria y el Pentágono castigaban a los guionistas que no habían claudicado.
El caso es que la
ocasión nos ofrece una justificación para hablar de este actor, de un
nonagenario educado en el “New Deal” que inició su carrera desde la izquierda y
que tenía sobre su espalda un largo historial familiar de miserias y de
luchas.
Su verdadero nombre es
Issur Danielovitch Demsky nació un 9 de diciembre
de 1916 en Amsterdam (Nueva
York). Hijo de inmigrantes rusos judíos, los inicios en el país
de las oportunidades no fueron fáciles. Con su familia sumida en una profunda
pobreza, tuvo que trabajar como botones o participando en combates de lucha
libre. Con eso podía pagarse la matrícula de la Universidad de St. Lawrence y ayudar mantener a su familia. Años
más tarde, tras subsistir con pequeños trabajos, decidió a probar suerte como
actor ingresando en la Academia Americana de Arte Dramático. Compaginaba sus estudios
artísticos realizando pequeños papeles de actor en obras teatrales amateurs, en
ocasiones bajo el seudónimo de George Spelvin Jr.
También trabajaba como profesor de teatro en el House Settlement de Greenwich. Su carrera
artística comenzó finalmente en los escenarios teatrales de Broadway en 1941,
con la obra Spring Again.
Desgraciadamente y como muchos otros actores, su ascenso se vio interrumpido
por a la segunda guerra mundial. Hasta 1943 sirvió en la marina, alcanzando el grado de
teniente, pero regresó a casa herido tras caer en combate. Ese
mismo año se casaba con su primera mujer, Diana Hill, con la
que tuvo dos hijos (Michael
y Joel) y de la que se divorciaría en 1951.
Cuando años más tarde en una entrevista, le
preguntaron a Kirk Douglas qué le había llevado a Hollywood, él se limitó a
contestar: "Bueno, siempre me asustó
la idea de ir a Hollywood. Lo que realmente me atrajo a Hollywood fue que
cuando estuve allí me encontraba en la ruina. Ya ves, nunca tuve intención
alguna de convertirme en estrella de cine. Nunca pensé que podía dar la talla.
Mi única idea era ser actor teatral, algo de lo más sencillo. Pero entonces
firmé un cheque por valor de quince dólares, el cheque volvió, vi que no tenía
fondos y supe lo suficiente de economía como para entender que estaba sin
blanca. Así que... En ese momento alguien me invitó a venir a Hollywood, y yo
pensé que podía aprovechar la oportunidad".
A su regreso a Broadway le surgió la posibilidad
de reemplazar a Richard Widmark en una obra teatral. Pero es en ese momento
cuando la actriz Lauren Bacall, que había estudiado con él en la academia, lo
recomienda al productor Hal Walis para que dar el salto a la gran pantalla. En
1946, Kirk rodaba ya su primera película, El extraño amor de Marta Ivers (The Strange
Love of Martha Ivers), una evidente metáfora del carácter criminal dfel
capitalismo en la que daba vida a un político alcohólico. Sólo un año más tarde
rodó 'Regreso al
pasado', dirigida por Jacques Tourneur. Pero el éxito le llegó con su interpretación de un luchador
ambicioso y sin escrúpulos en El ídolo de barro (Champion, 1949) . Con este papel, que le valió su primera nominación al
Oscar, dio a conocer su vigoroso físico, su intensa personalidad y sobretodo
ese característico hoyuelo en la barbilla que todos conocemos.
Le costó hacerse con el papel, ya que por entonces había interpretado
personajes muy diferentes: "Tuve
que convencer a (Stanley) Kramer y (Carl) Foreman de que podía interpretar a
Midge Kelly. Tenían dudas acerca de mi [...] Aunque intentaban ser
diplomáticos, se preguntaban si podría interpretar a un boxeador. Finalmente me
di cuenta de lo que querían, supongo que es lo que hacen las estrellas. Me
quité la chaqueta y la camisa, tensé el torso y flexioné mis músculos. Ellos
asintieron satisfechos al ver que no habría problema. Probablemente sea el
único actor en Hollywood que se ha tenido que desnudar para conseguir un papel".
Otro éxito de esta primera época fue Brigada 21 (Detective
Store, 1951), de
William Wyler. Se trataba de una adaptación de
una obra de Broadway que describe la vida cotidiana en una comisaría de policía
de Manhattan. Un temperamental policía (Kirk Douglas) recurre a los métodos más
implacables para obtener información de cualquier sospechoso de un crimen.
Obtuvo cuatro nominaciones a los Óscar de 1952, y Kira Douglas se convirtió en
una estrella, pero su actuación fue muy discutida, demasiado teatral. Fue consolidando
su posición en los años 50 con películas nada desdeñables como El trompetista (Young
Man with a Horn )de
Michael Curtiz, pero sobre todo con El Gran Carnaval (Ace in the Hole) de
Billy Wilder que realizó un retrato despiadado de la prensa sensacionalista.
Por aquel entonces Kirk Douglas ya se había labrado un nombre y estaba
consolidado como actor.
El espaldarazo final le llegó en 1952 con una
magnífica película de Vincente Minelli, Cautivos del Mal ((The Bad
and the Beautiful) ), que le valió su segunda nominación al Oscar. En ella
interpretaba a un productor de cine sin escrúpulos que no duda en aplastar a
sus allegados para conseguir los mejores resultados. Otros papeles memorables
como el que interpretó en Río de Sangre (The Big Sky, 1952) le acabaron de convertir en uno de los
mejores actores del western. La fama, sin embargo, fue algo difícil de llevar
para Kirk Douglas. En 1957, en una entrevista con Mike Wallace, desgranaba con
detalle lo que le había acarreado la popularidad en aquellos tiempos.
-De acuerdo, ¿dinos qué ocurre cuando te
conviertes en una estrella?
-Bueno, lo que ocurre cuando te conviertes en
una estrella es que de repente te das cuenta de que eres un gran negocio. Ya no
eres sólo un tipo que dice 'Mira, quiero interpretar este o aquel papel'. Si
eres una estrella, eres un gran negocio. Te conviertes en un hombre de cuyo
trabajo muchos dependen para vivir. Y creo que eso te convierte en una especie
de monstruo, sin duda es lo más difícil de llevar. No se trata de actuar.
Cuando actúas sientes que pones toda tu vida en ello, te gusta sentir que eres
un actor que conoce su oficio, pero para lo que nunca estás preparado es para
el éxito. Nunca fui a una escuela que me enseñara cómo manejar ese tipo de
situaciones, y eso lo convierte en algo difícil. También tiene un precio. Hay
un montón de cosas acerca de la fama que convierten la vida del actor en algo
complicado.
-¿Como por ejemplo...?.
-Bueno, la pérdida de tu privacidad. O como el
hecho de que justo ahora, en tu programa, esté nervioso mientras realizas una
especie de disección de mi persona. Bien, esto es a lo que la fama me ha llevado. En 1954 se casó con Anne Badyens, con
quien tuvo dos hijos (Peter
y Eric), y ese mismo año rodó 20.000 leguas de viaje submarino,
dejando muy claro que el cine de aventuras no se le daba nada mal. Al año
siguiente se hacía con dos papeles, uno en La pradera sin ley (Man Without a Star) de King Vidor, y otro en Pacto de honor (The
Indian Fighter). Por entonces decidió adentrarse aún más en el mundo del
cine abriendo su propia productora, Bryna Productions.
Trabajó nuevamente de la mano de Vincente Minnelli, cuando Kirk Douglas nos
ofreció una de sus interpretaciones más reconocidas, dando vida a Vincent Van Gogh en la película El loco del pelo rojo (Lust for Life, 1956) acompañado por un
soberbio Anthony Quinn como Gauguin.
Su trabajo mereció su tercera nominación al Oscar y el
premio de la crítica de Nueva York. Como él mismo suele decir,
fue su papel favorito: "Por primera
vez en mi carrera artística, el papel me absorbió por completo. Incluso dormí
en la habitación donde él se suicidó". El magnetismo que
desprendía, su fuerza y su carácter le hacían encajar perfectamente en el cine
de acción, concretamente en el western. De hecho en 1957 rodó la magnífica Duelo de titanes, posiblemente la mejor película de John
Sturges, donde Kirk interpretaba al famoso Doc Holiday en una revisión en clave
de tragedia griega del duelo en O.K. Corral. Repetirá con Sturges en otro
soberbio western en clave policiaca y antirracista: El último tren de Gun Hill.
Si sus colaboraciones con Minnelli habían sido
cruciales para el ascenso de Kirk, no menos importantes fueron las películas
que hizo de la mano de Stanley Kubrik. Su primer trabajo en común fue Senderos de Gloria (Paths of Glory, 1957), un alegato tan intensamente antimilitarista (marxista)
que no encontraba a nadie que se atreviera a producirla. El
proyecto estuvo en stand by hasta que en 1957 Kirk Douglas se
involucró a través de su propia productora, rebajándose el sueldo a un tercio
de lo acostumbrado. Kirk Douglas produjo muchas de sus
películas, y quizás una de las que recuerdo con más cariño sea Los vikingos,
un film de aventuras épico estrenado en 1958 que contó con actores de la talla
de Tony Curtis o Ernest Borgnine, y en las que Kirk daba vida a un orgulloso
vikingo con sed de gloria y fortuna. Por aquellos tiempos salió a la luz que en
la película, rodada en Alemania, habían trabajado algunos antiguos miembros del
partido nazi.
Eso era algo de por sí relevante, dado que Kirk
Douglas era judío y nunca había ocultado su mezcla de sentimientos hacia el
pueblo alemán. Pero aún así mostró una clara despreocupación por el tema cuando
le preguntaron si no le interesaría saber esos detalles de antemano: "No me interesa por la sencilla razón de que eso
representaría una completa investigación de cada persona que trabajara en el
equipo. Me gusta pensar que la guerra ha acabado. Estamos en paz, trabajando
juntos, de otra forma sería absurda mi presencia aquí. Si vengo como un
detective privado, dispuesto a investigar a cada persona, nunca podría llegar a
hacer ninguna película".
Su segunda colaboración con Kubrick fue con Espartaco que no era ni la mitad de buena que la
anterior, aunque sí fue una de superproducciones más emblemáticas de su tiempo,
más madura histórica y políticamente. Anteriormente
había sido Ulises en una coproducción italonorteamericana memorable…
En 1962 trabajó a las órdenes de David Miller
en Los valientes andan solos (Lonely
are the Brave),
su película favorita según confesión propia que estaba basada en la obra de una novela
de Edward Abbey, destacado escritor
anarquista y que fue adaptada por Dalton Trumbo con el que volvió a coincidir
enEl último atardecer (The Last Sunset), un notable western de Robert
Aldrich. Entre sus producciones también destaca una película de 1964 dirigida
por John Frankenheimer, Siete días de mayo (Seven Days in May), En esta trama de conspiración fascista
incubada en la cúpula militar y políticas de Washington, Douglas tuvo la
ocasión de trabajar de nuevo con su amigo Burt Lancaster (con quien en total
rodó siete películas) y una ya madura Ava Gardner. Treinta años habrían de pasar para que la American Civil Liberties Union y el Writers' Guild of America reconociera
su esfuerzo y coraje.
Regresó al cine de aventuras con una digna
película bélica dirigida por Anthony Mann, Los héroes de Telemark, (The
Heroes of Telemark, 1965) un film basado en la historia del sabotaje
aliado contra la fábrica alemana de agua pesada en Noruega durante la segunda
guerra mundial. Y aunque no puede considerarse una de las mejores obras de
Mann, es un thriller bélico de una calidad superior a la
media habitual, que sabe explotar el duelo interpretativo entre Kirk Douglas y
Richard Harris. No abandonaría el género, ya que al año siguiente estrenaba ¿Arde París?, un apasionante relato con guión de
Gore Vidal y Francis Ford Coppola. Protagonizada por un extenso reparto, la
trama describe el levantamiento de París ante la ocupación nazi en toda su
crudeza aunque se olvida de poner en primer plano a los anarquistas españoles
que llevaban los primeros tanques que liberaban la ciudad de los nazis.
En 1968 trabajó con Martín Ritt Mafia, ambientada en las
relaciones personales de una familia de gángsters, un film que fue injustamente
menospreciado. Poco después participaba en uno de los proyectos menos
satisfactorios de Elia Kazan, El compromiso (The
Arrangement, 1970) un interesante drama basado en las relaciones de
pareja en el que Kirk compartía cartel con Faye Dunaway y la siempre soberbia
Deborah Kerr (más el enorme Richard Boone). Y bueno, llegados a este punto
podemos decir con toda seguridad que el mejor trabajo del actor en esta etapa
de su carrera fue El
día de los tramposos (There Was a Crooked Man, 1970) del gran Joseph
L. Mankiewicz. Un western en verdad atípico de temática carcelaria que contaba
con la inestimable presencia de Henry Fonda. En cierta forma podemos decir que
esta película fue ideada como un auténtico tratado de la abyección inherente al
egoísmo propietario, y aunque la crítica de su tiempo no fue generosa con ella,
creo que el tiempo la ha puesto en el lugar que le corresponde.
La
década de los setenta se caracterizó por la participación de Kirk Douglas en
una serie de películas mediocres, algunas incluso lamentables. No en vano los más puristas afirman que artísticamente
"murió" por esas fechas. Pero también participó en proyectos
simpáticos. Por ejemplo, quizás los más nostálgicos recuerden La luz del fin del mundo (The
Light at the Edge of the World, 1971),
una de aventuras “como las de antes” sin conseguirlo basada en una novela de Julio
Verne. El mayor atractivo de la cinta reside en la atmósfera tenebrosa que
genera y en su cartel, que además de Douglas contó con un enigmático Yul
Brynner y nuestro querido Fernando Rey. De ese mismo año es El gran duelo (A Gunfight), un curioso western coprotagonizado por
el cantante Johnny Cash que proponía un enfoque diferente en un género que por
aquellos tiempos estaba agonizando, y que salva los trastos gracias al carisma
de Douglas.
Debido a los constantes desacuerdos de con los
directores, Kirk decidió arriesgarse y dar el
salto a la dirección. Su ópera prima fue Pata de palo(Scalawag,1973)rodada con más fe que
presupuesto, y que fue un rotundo fracaso en todos los aspectos. Dos años más
tarde sí que cumplió las expectativas con Los justicieros del oeste, donde interpretaba a un cowboy rudo y
ambicioso, aunque no volvió a sentarse en la silla del director. Quizás lo más
bizarro que se puede encontrar a estas alturas de su carrera es Holocausto 2000, una producción italiana que toca el
tema del apocalipsis y las profecías bíblicas. No sólo es una película mala,
sino que además carece de todo sentido, con lo cual únicamente puede ser
disfrutada por los amantes del gore y la violencia absurda. Quizás para
redimirse nos regaló un trabajo más que correcto en La furia (The
Fury, 1978) dirigida por
Brian De Palma y que curiosamente seguía ahondando en el tema de lo paranormal
como hiciera dos años antes con Carrie. Un año más tarde Kirk protagonizaba la que para muchos
(aunque hizo muchas malas, sobre todo al final) es la peor película de toda su
carrera: Cactus Jack…A
partir de 1980 se redujo considerablemente el número de trabajos. Solamente
vale la pena recordar Saturno 3, una
película de terror espacial que pese a contar con un buen guión y unas buenas
interpretaciones lo que le ha valido una cierta recuperación. Todo lo que le
sigue es ya de una absoluta banalidad de manera que el propio actor se jubiló
por más que le habría gustado acabar como su amigo Burt Lancaster, quien al
final todavía participó en alguna que otra joya comoNovecento o Atlantic City.
En 1988 cuando a los
72 años publicó sus memorias bajo el título El hijo del trapero (Ragnar's Son en original). Un viaje de
autodescubrimiento bajo un título que evoca el oficio de su padre: "Mis padres eran pobres y analfabetos. Al llegar a
Estados Unidos creían que las calles americanas estaban construidas con
adoquines de oro. Mi padre se hizo trapero porque a los judíos les estaba
prohibido trabajar en las fábricas, y yo soy el fruto de estas circunstancias.
Cualquier americano es una mezcla de razas y culturas, y ser hijo de judíos me
llena de orgullo".
Douglas también tocó el género de novela sin
mucho reconocimiento. En 1992, después de un grave accidente aéreo que casi le
cuesta la vida, publicaba otra novela El Regalo, de la misma época data su segundo libro biográfico, Ascendiendo la montaña, que vería la luz años más tarde y
que le valió en septiembre de 1999 el Premio Literario del Festival de
Deauville. Y es que dicho accidente, en el que murieron dos
personas, le hizo preguntarse por qué había sobrevivido. Una pregunta que se
repitió cuando años más tarde resistía milagrosamente una apoplejía. A partir
de ahí, y tras asumir que a los 14 años había tratado de dejar atrás el
judaísmo, hizo inventario de su vida plasmando los resultados. También escribió
un par de libros infantiles, entre ellos Jóvenes héroes de la Biblia. Ya en el 2002 escribía su tercer libro biográfico, Mi golpe de suerte, y hace apenas un año
nos llegaba su última inspiración, un bello libro que lleva por título Afrontémoslo: 90 años viviendo, amando y aprendiendo.
En 1996, la Academia decidió finalmente otorgarle un Oscar especial por sus 50
años de carrera artística. Ya forman parte de la historia las
palabras que pronunció emocionado ante una multitud puesta en pie: "Veo a mis cuatro hijos, y están orgullosos del viejo.
Yo también estoy orgulloso de haber formado parte de Hollywood".
Cabría decir que de lo mejor de Hollywood, ya que, exceptuando el infame bodrio
sionista La sombra del gigante (The Shadow of the Giant, 1966), Douglas
raramente se prestó a pagar su cuota de películas indignas. Actor de teatro y
de cine, productor inquieto, director de escasos vuelos, Douglas puede
considerarse un tipo afortunado ya que participó en algunas de las obras
mayores de un tiempo que va desde la segunda mitad de los años cuarenta hasta
principios de los setenta. Seguramente no supo envejecer, su egocentrismo fue
célebre, se peleó con muchos directores aunque tuvo la inteligencia de optar
por una segunda oportunidad. En muchas ocasiones, cayó en la sobreactuación.
También fue acusado de ser reiterativo en sus recursos de tipo airado, pero
estas tendencias fueron neutralizadas con la ayuda de los grandes cineastas con
los que tuvo el acierto de trabajar: Lewis Milestone, Jacques Tourneur, Richard
Fleischer, Vincente
Minnelli, John Sturgues.... Todo ello en una época en la Hollywood vivía su canto de cisne.
Kirk Douglas no fue Espartaco ni nada parecido,
pero contribuyó más que nadie a que el legendario libertador tracio se hiciera
célebre en todo el mundo, y contribuyó como pocos a poner fin a las “listas
negras” de manera que Trumbo pudo luego realizar …Y Johnny cogió su fúsil. Tampoco fue un anarquista como aseguró
Fernando Fernán-Gómez, pero algunas de sus películas respiran un potente
aliento libertario. No fue un hombre comprometido en sentido “sartriano”, pero
sí representó a la izquierda del “New Deal” y mostró unas potentes inquietudes
democráticas y sociales, baste mencionar Senderos
de gloria. Para los neconservadores,
Douglas fue un “rojo”, pero nunca se atrevieron a meterse con él dado su
prestigio, algo similar les sucedió a Burt Lancaster y Gregory Peck. Su lista
de títulos “clásicos” es muy considerable, justo es recordarlo ahora que se
publica este nuevo libro suyo de memorias que habrá que leer. A ser posible
después de revisar algunas de sus grandes películas.
Siendo ya casi un centenario, no hay duda de que
Kirk Douglas ha dejado un buen recuerdo y unos buenos testimonios sobre su paso
por el cine.
1/ Sobre Espartaco y la película me remito a mi
trabajo inserto en el libro colectivo editado por Pablo Iglesias Turrión, Cuando las películas votan (Libros de la Catarata, Madrid, 2013)
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