Todavía es posible encontrar cinéfilos
que conocen de primera mano la edad de oro del cine social italiano, incluso
entre los jóvenes que descubren nombres como los de Visconti, de Sica,
Antonioni, Pasolini, Monicelli, aunque también es habitual que entre ellos se
olviden de alguno que otro, por ejemplo de
Francesco Rosi (Nápoles, 1922), el que más se acercó a un modelo de cineasta de investigación a la manera del Jules Dassin antes de tener que optar por el exilio. Ahora que acaba de fallecer puede ser un buen momento para proclamar que se trataba de un autor de esos que son imprescindibles
para comprender algunas de la sombra del siglo
XX italiano, por ejemplo, la relación entre el mundo de los negocios, la mafia,
la democracia cristiana y el Imperio, norteamericano, por supuesto. Francesco Rosi (Nápoles, 1922), el que más se acercó a un modelo de cineasta de investigación a la manera del Jules Dassin antes de tener que optar por el exilio. Ahora que acaba de fallecer puede ser un buen momento para proclamar que se trataba de un autor de esos que son imprescindibles
Rossi comenzó a llamar
nuestra atención con su tercera película, Salvatore Giuliano, modelo de
realismo crítico, que utilizaba la herencia de los maestros del neorrealismo
italiano dándole una nueva dimensión, donde el análisis de las causas y efectos
no aceptaba la psicología y la identificación. Sus siguientes obras, admiradas
por sus colegas, coronadas en los festivales (entre otros premios, León de oro de
Venecia por Manos sobre la ciudad [Le maní sulla cittá, 1963], Palma de
Oro en Cannes, obra que en apenas una secuencia desvelaba el método del crimen
organizado para convertir la especulación urbanística en una mina de oro.
Aquella frase rotunda que, a modo de advertencia, Rosi ponía en boca de un
mafioso —"todo está en nuestras manos"— se ha convertido ya en un
epitafio de una sociedad que tan bien retrató.
Con su atrevimiento, Rosi fue uno de los directores que dio un
impulso nuevo al cine italiano a comienzos de los años sesenta. La crítica más
atenta a este cine que a Hollywood, destacó una voluntad de racionalidad
exigente y lúcida y de una gran fuerza emocional y lírica se explica por su
origen napolitano. Esta ciudad del Sur, sensual y supersticiosa, fue muy influenciada también por la
ilustración y, claro está, por el marxismo.
Rosi provenía de un ambiente familiar emigrado de Calabria, una
austera región de bosques y pantanas donde los campesinos, endurecidos por el
trabajo, son honrados y tenaces. La de su madre pertenecía a la burguesía
napolitana que, según él mismo, posee "todas las virtudes y todos los
vicios de la cultura española: la grandeza y la confusión, la vanagloria y la
dejadez". La presencia de España en Nápoles
durante tres siglos se hace presente en ciertos personajes
"hispánicos" elegidos por Rosi (El momento de la verdad [II
momento delta venta, 1964]; Carmen, 1984), así como en ciertos
proyectos latinoamericanos, una película sobre Che Guevara al principio de los
años setenta por la que sonaron todas las alarmas.
Su formación personal fue variada. Francesco colabora en Radio Nápoles en 1944-45 como actor, guionista y director bajo el
control de la Psychological
Warfare Branch. Dibuja ilustraciones para libros
(concretamente para Alicia en el país de las maravillas), es ayudante de
dirección de teatro en Roma junto a Ettore Giannini en 1946, participa como
autor y actor en revistas de music-hall en 1947. Pero lo decisivo será el
encuentro con Luchino Visconti, del que es ayudante de dirección (junto con
Franco Zeffirelli) en La tierra tiembla en 1948. Trabaja también como
script en dicha película, dibuja los planos, aprende a utilizar a los actores
no profesionales y todos los recursos de un decorado natural. Sigue ayudando a
Visconti en Bellísima (1951) y Senso (1954), a la vez que trabaja
junto a directores tan distintos como Antonioni, Matarazzo, Monicelli, Emmer y
Giannini. En 1952, ayuda a Alessandrini a terminar Ana Garíbaldi. Aprende
también el arte del guionista realizando buen número de guiones y colabora en
la dirección cinematográfica del Kean de Vittorio Gassman, preludio a su
primera película, El desafío (La sfida, 1958), una injustamente olvidada
coproducción italoespañola protagonizada por José Suárez y Rossanna Schiaffino,
seguida algo más tarde de / magliari (1959), de las que escribe el
guión, como hará para el resto de sus películas, con la ayuda de escritores,
especialmente de Tonino Guerra. En cuanto a la política, se mueve en el ámbito
de la izquierda del PCI, que era donde se movían la joven generación de
cineastas como Lizzani, Scola, Pasolini.
Sus dos primeras obras, una dedicada a la mafia napolitana, la
camorra, y al mercado de frutas y verduras, y la otra a los italianos de
Hamburgo, están fuertemente influidas por las películas negras americanas con
su ritmo nervioso, su sentido del ambiente y sus denuncias son de las molestan
al poder y a las altas esferas. Pero será con Salvatore Giuliano, que
añade a estas cualidades una original construcción, y un acercamiento objetivo
de la realidad política y social, donde Rosi encontrará su estilo. Rosi es
un heredero de los dos maestros del neorrealismo italiano, de Visconti posee el
sentido histórico y el gusto por la composición plástica, y de Rossellini la
capacidad de restituir los fragmentos de realidad en toda su profundidad y en
toda su verdad. Aunque las películas de Rossi nazcan a menudo de una profunda
investigación documental, su punto de vista nunca es documental. Además, no
transcurren en un tiempo contemporáneo, sino más bien en un pasado no demasiado
lejano, como si cierta distancia fuera necesaria para distinguir lo superficial
de lo esencial, para mejor esclarecer las raíces de un problema y los
acontecimientos que éste desencadena.
A pesar de las apariencias, Salvatore Giuliano, El caso Mattei o
Lucky Luciano (id., 1973) no son biografías de hombres célebres.
Utilizan a personalidades históricas para comprender mejor la textura de la
vida política italiana, para descubrir lo que se esconde bajo la capa de las
cosas, para captar lo real en sus contradicciones. En estas obras, Rosi no pretenden ofrecer alternativas, más
bien plantean preguntas y están animadas por una búsqueda de la verdad. En sus
películas acorrala las mentiras de una sociedad que actúa en la sombra (de ahí
la importancia de la mafia en su obra). La sed de poder, la ambición de los
hombres públicos, el control de los ciudadanos mediante las guerras, del crimen
organizado, de la economía y de la política, éstos son los temas de Rosi.
En buena medida, su obra describe la historia de Italia en el
siglo xx a partir de la
Primera Guerra Mundial (Hombres contra la guerra (Uomini
cpntro,, 1970), digna de figurar entyre los grandes alegatos
antimilitaristas del cine; el fascismo (Cristo
se paró en Éboli [Cristo si e fermato a Eboli], 1979), una miniserie
televisiva digna de la obra maestra de Carlo Levi; la liberación de Italia (Lucky
Luciano), el bandidismo y el autonomismo siciliano (Salvatore Giuliano) con las tramas políticas reaccionarias; los
problemas del petróleo y del tercer mundo (El caso Mattei); la
agitación de la vida municipal y la especulación inmobiliaria (Manos sobre
la ciudad), el terrorismo y las amenazas de desestabilización política (Excelentísimos
cadáveres [Cadaveri eccellenti, 1975) las diversas opciones humanas y
políticas frente a una situación contemporánea confusa y conmocionada (Tres hermanos
[Tre fratelli], 1981), toda una filmografía a recuperar y que resulta
apenas asequible en formato DVD.
El ámbito de las preocupaciones de Rosi es ante todo su Sur natal —ese mezzogiorno al que
los italianos llaman su África—, con su retraso económico, su pobreza, su
violencia y su misticismo. Pero bajo su
mirada, esta región se convierte no sólo en el microcosmos de Italia sino del
mundo: lo antiguo debe dejar paso a lo nuevo, el subdesarrollo y una sociedad
agraria esperan el paso a la era industrial y a la prosperidad. La insistente
presencia de la muerte en la obra de Rosi (la mayor parte de sus películas son
una encuesta acerca de uno o varios cadáveres, de Salvatore Giuliano a Carmen
[1984]) excluye cualquier análisis de su obra que sea puramente económico y
social. A partir de Excelentísimos cadáveres, sus películas son más
reflexivas, también más metafísicas, y abordan la esfera de los sentimientos
privados (ya evocados en parte en el encantador cuento napolitano Siempre
hay una mujer (C'era una volta], 1967) sin abandonar el contexto más amplio
del espacio y el tiempo. En cierto modo y paradójicamente, podemos ver en Carmen,
fiel adaptación de la ópera de Bizet, una suma de su anterior obra…En
cuanto a su adaptación de García Márquez, mejor no hablar.
Rosi pertenecía a otro tiempo, a un tiempo de cine que llegaba al
gran público junto con las películas más vulgares. Lo dejo claro cuando en la
ceremonia de entrega de premios del Festival de Venecia de hace tres años
realizó un ferviente alegado a favor del cine de investigación. "Hacer
cine significa contraer un compromiso moral con la propia conciencia y con el
espectador. Se les debe la honestidad de una búsqueda de la verdad sin
compromisos. Cuanto más te adentras en la realidad, más comprendes que lo
cierto y lo justo no existe. Pero lo que cuenta es la nitidez de la
búsqueda".
Su muerte apenas sí ha
sido noticia, no ha ocupado las primeras páginas de los diarios como sí lo ha
hecho Anita Ekberg, un señora que, en lo que se refiere al cine, solamente fue
inolvidable con Fellini, sobre todo en su episodio de Bocacio 70 donde un enorme cartel con su figura tumbada se convertía
en la pesadilla de Eduardo di Filipo.
Tenemos pendiente una
batalla por recuperar el mejor cine social italiano para las nuevas
generaciones que no lo pudieron conocer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario