miércoles, 1 de junio de 2016

Randolph Scott, el western y otros géneros



Randolph Scott, el western y otros géneros

Supongo que el “western” es un género que se inyectó en las venas de varias generaciones, pero quizás especialmente en los años cincuenta-sesenta, cuando conoció su canto de ciñesen. Cuenta Javier Coma (cuyo Diccionario del western clásico” tengo casi siempre a la mano), que se trata de un género que cuenta con adictos muy especiales, con una determinada edad, y con una pasión que sobrepasa la que puedan tener con el resto del cine, lo cual, claro está no es mi caso. Bastante de cierto debe de haber en esta constatación ya que el “western” se ha convertido en un recurso televisivo de primer orden, rara es la temporada que tal o cual canal no ofrece su propio ciclo, y el ejemplo puede extenderse perfectamente al medio DVD ya que se han editado y se
están editando títulos constantemente.
No concuerdo con la visión superficial que ofrecen algunos sobre el género, por ejemplo en aquella celebrada rememoración  en clave irónica de los años cincuenta, titulada El florido pensil. El autor aborda las sesiones infantiles desde un único prisma, el de las galopadas y las batallas entre blancos e indios, lo que a mí me trae el recuerdo más primitivos, el de las series protagonizada por Ken Maynard o Bob Steele (luego un excelente característico), que eran tan así que a veces la daban al parecer sin doblar, y nos daba igual. Pero esta fase daría lugar a otras en la que ya entraban títulos míticos como Raíces profundas, Veracruz o Apache, que, “inocentemente” te introducían en dramas políticos y sociales de gran calado. Y me atrevería a decir que, al menos en algunos casos, te ayudaban a madurar. Servidor puede atestiguar que dejó de ver a los indos como los “malos” de antes después de ver Flecha rota.
Recuerdo en este sentido una acalorada discusión con el historiador norteamericano David Alexander, quien, para mi sorpresa, aseguraba que las películas con Alan Ladd o Randolph Scout le venían al pego para quedarse dormido en el sofá, una auténtica herejía que yo solamente me permití cuando las películas se podían grabar. Buenas o menos buenas, las películas del Oeste alcanzaron después de la II Guerra Mundial una madurez extraordinaria, no en vano estamos hablando del más popular, y por lo tanto, el más cinematográfico de los géneros.  No en vano es la fase en la que coinciden el mejor John Ford, Howard Hawks, Anthony Mann,  Nicholas Ray, Delmer Daves, Budd Boetticher, y otras tantos, algunos de ellos considerados “menores”, pero a los que el tiempo nos está ayudando a situar más correctamente como Andre de Toth, Gordon Douglas, etc.
Era una época en la que todavía no había llegado la maldita “tele”, y la mayoría de mocosos teníamos que poner el máximo de imaginación para animar los juegos, y en este quehacer las cabalgadas del Oeste fueron el mayor de nuestra frente de sueños y quimeras. Sueños que –insisto- comportaban en muchos casos la reafirmación de unos valores morales sencillos pero valiosos, y los ejemplos abundan, por ejemplo, Horizontes lejanos demostraba con convicción que un hombre no era como una manzana, que cuando se pudre no tiene solución. Un hombre se podía redimir, y ese mensaje, con toda clase de variantes, forma parte de una temática estrechamente ligada a una de las dimensiones más ricas del género, el que lo liga con otro, el del llamado “cine negro”. La riqueza y variaciones del género abarcan una multitud de detalles que pueden ir desde los paisajes gloriosos hasta los caballos, sin olvidar nunca los rostros de toda una serie de actores, por ejemplo de secundarios de la estirpe de John MacIntire, Jack Elam, Robert Wilke, Walter Brennan, etcétera, etcétera.
Entre todos ellos, seguramente el actor más ligado al género desde principios de los años treinta hasta principios de los setenta sea  Randolph Crane, más conocido como Randolph Scott (Orange Virginia, 1903 Los Ángeles, 1987),  más modesto pero también más regular que otros grandes como Joel McCrea o John Wayne, con los que trabajo en algunos títulos memorables.
Del poco expresivo pero sólido Randolph Scout se dice que llegó al cine en 1929, tras conocer al odioso y curioso Howard Hughes en un partido de golf. Se mostró muy activo en los años treinta, cuando realizó un largo  ciclo de ocho películas basadas en novela de Zane Grey, todas bajo la batuta de Henry Hathaway (1898-1985), uno de los grandes de la segunda fila (sólo por debajo de Ford y Hawks), con títulos como  El legado de la estepa (1932), La horda maldita (1933),  El paso del ocaso (idem), El hombre del bosque (idem), The last man (idem), El último rodeo (1934),  algunos de los cuales he podido repescar con la mula con sorpresa. Desde luego no son obras de primera, están rodados en poco tiempo, con pocos recursos, los argumentos son simplistas, pero están muy lejos de resultar menospreciables. Están hecho con nervio, se atienen a la regla de entretener, hay de todo un poco, por lo demás, casi todos los que trabajaron en ellos fueron luego gente reconocida. Por lo demás, se puede asegurar que son mucho más elaboradas que las que protagonizó John Wayne en la misma época, aunque como actor Randolph muestra la misma entidad que los “chicos” de las películas de serie, y su modelo es sin duda William S. Hart.
Como era propio, Scout trabajó en toda clase de producciones, pero anotemos su mayor fortuna en el género fantástico y en el de aventuras. En el primero destaca la primera versión de La isla del doctor Moreau (1933), de Erle C. Kenton, un auténtico clásico con el mejor de los doctores Moreau: Charles Laughton. Con éste, Scott trabajó años más tarde en otro título de primera: El capitán Kidd (1945), uno de los hitos del cine “de piratas”. De la década de los treinta recordemos también La diosa de fuego (1935), una modesta e imaginativa película de Irving Pichel, que adapta la inmortal novela de Rider Hagard, She; Paz en la guerra (1935), una de King Vidor que aborda la guerra civil norteamericana en plan conciliador, una entretenida adaptación de la célebre novela de Fenimore Cooper, El último mohicano (1936), que aquí se estrenó en la postguerra, y de laque resultan recordables sus “programas” que tenían la forma del hacha llamada tomahawk…La década concluye con otros títulos notables como Go best, young man (1936, Henry Hathaway), con la legendaria Mae West; La furia del oro negro (1937), de Rouben Mamoulian, y sobre todo, Tierra de audaces (Jesse James), una de las películas más notables del estupendo (y reaccionario por lo general) Henry King, que, entre otras cosas, demuestra como Hollywood podía exaltar el terrorismo cuando le interesaba…
La década acaba con una comedia de primera: Mi mujer favorita, un alegato por los amores libres en la que Randolph trabajó con el que según contaban las malas lenguas fue el amor de su vida: Gary Grant.  
Durante  la II Guerra Mundial Scott trabajó sobre todo en películas de “hazañas bélicas” al servicio la política norteamericana tal como lo exigía el momento. Se trata de películas de “hazañas bélicas” olvidables rodadas en plena contienda mundial como Todos a una o China Sky (ambas con Lewis Seiler detrás de la cámara, y rodadas 1943), en las que se exalta a la URSS y a los guerrilleros (comunistas) chinos.
Con estas excepciones y pocas más, para Scott los cuarenta y los cincuenta fueron tiempos de western, actividad que combinó la de actor con la de productor y con la que se hizo odiosamente rico…Considerando su más bien acartonado rostro, y sus limitados registros, Randolph Scott estaba entonces condenado a ser una de tantos galanes olvidados, o solamente conocido por los adictos  del cine de aventuras que todavía se acuerden de los ignotos Richard Greene o de Paul Christian, por poner dos ejemplos de actores que adquirieron un cierto relieve en su momento. Así pues, sería en el “western” donde Randolph consiguió una celebridad y demostró que a pesar de sus limitaciones, había aprendido el oficio.
Entre los rodados en los cuarenta destaca por encima de todos Espíritu de conquista (Western Union, 1941), una de las grandes aportaciones al género del gran Fritz Lang, y en la que Scott  prefigura en buena medida el tipo de papel que hará en los años siguiente. De esta época serán también tres encuentros con la pareja formada por Marlene Dietrich y John Wayne,  encuentros que tienen los títulos de Los usurpadores (The Spoilers, 1942, Ray Eright), de la que se recordará la interminable pelea en el barro de Wayne y Scout ante la mirada satisfecha de Marlene. El éxito les llevó a repetir con la misma pareja en un canto a la amistad a pesar de la repulsiva competitividad capitalista en la muy mediocre Forja de corazones (Lewis Seiler, 1942), a las que hay que añadir Siete islas, realizada con la vitalidad y las ganas de vivir que transpiraba Tay Garnett…Luego ya vienen “western” y más “western”, y títulos de los cuarenta fueron Los desesperados (The  Desperadoes, Charles Vidor, 1943), con la magnífica Claire Trevor, la comprometida Evelyn Keyes y un bisoño Glenn Ford. La mayoría de estos trabajos nos llegaron vía TV. Ya por entonces se evidencia la voluntad de Scott de trabajar con los mismos directores Ray Enrigth,  Lewis Seiler, Edwin L. Marin…
Se puede decir que los cincuenta marcan el punto más alto de este viaje por el Oeste con películas que apuestan por esquemas probados, y en los que Randolph Scout era una “chico bueno” bastante torvo, normalmente un justiciero intratable o vengador secretamente atormentado, en la mencionada gran tradición de William 5. Hart: como muestra The Walking Hills (1950) que señaló el debut de John Sturges en un género en el que contará entre los mejores.  
A lo largo de los cincuenta, Scout actuará y producirá una treintena de “western” con directores tan eficientes como Gordon Douglas (The doolins of Oklahoma, 1949; El nevadiano, con Dorothy Malone); Edwin L. Marin, realizador de la muy exitosa Colt 45 (1950), que en su día fue todo un hito entre los chicuelos y que después produce una cierta sonrisa benevolente a pesar de la presencia de Ruth Roman y Zachary Scout, pero que tuvo la singlar virtud de auspiciar la producción de la magistral Winchester 73…Destacan también las que hizo con Joseph H. Lewis que dio lo mejor de sí en el “noir”…Pero la culminación de la carrera de Scott vendrá dada con dos series:
--- una primera con Andre de Toth (Lucha a muerte, Carson City, The stranger wore a gun, Thunder over the plañís, Riding shotgun, The bounty Gunther), la mayoría de los cuales han sido emitidas por TV, y a las que habría que añadir la estupenda Los forasteros (1952), obra de Roy Huggins, más reconocido como guionista, pero que hizo aquí un “western” de primera, áspero, sintético, turbio, magníficamente interpretado (Donna Reed, Lee Marvin)…
--- una segunda que ocupa toda la segunda mita de la década con seis títulos dirigidos por Budd Boetticher que queda como una de las cumbres del género, un encuentro para el personaje arquetípico de Scott  había estado preparado el terreno…
En esta serie coincide inicialmente John Wayne productor que financió la primera Seven Men From Now (1956), y que prosieguirá con guiones escritos por Burt Kennedy. Este encuentro fue una revelación, y asociado con Harry Joe Brown fundó una sociedad de producción independiente apareciendo en una serie de westerns, todos realizados por Budd Boetticher con el mismo equipo, entre 1956 y 1960; apoyado en una dirección que iba a lo esencial creó un personaje de hombre torturado desgarrado interiormente, obsesionado por la tarea que debía cumplir —con frecuencia una venganza—, muy a pesar suyo, como una expiación de otros pecados propios. La intensidad de su presencia en The Tall T (1957) o en Comanche Station (1960), es la razón de ser de estas películas y lo sitúa entre las filas de los mayores héroes del género, conformando lo mejor de un ciclo de siete título en el que hasta los menos conseguidos resultan apreciables. La “guinda” de esta trayectoria única en el género se cierra elegantemente, inaugurando, junto a Joel McCrea, la era de los aventureros envejecidos y burlonamente patéticos con Duelo en la alta sierra (Sam Peckinpah, 1962). Un “western” que marca el final y el comienzo de una época. Un homenaje y una denuncia, una película para la historia que unía a dos grandes veteranos.
Porque no se puede hablar del “western” sin hablar de Randolph Scott y de Joel McCrea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario